Mario Szichman
El fiscal argentino Alberto Nisman
El 18 de julio de 1994, un automóvil cargado
de explosivos estalló frente a la sede de la Asociación Mutual Israelita
Argentina (AMIA) en Buenos Aires. El atentado dejó un saldo de 85 muertos y de 300
heridos. Versiones periodísticas que circularon en esa época, atribuyeron el
atentado al gobierno de Irán.
Escribí este relato en abril de 1995, meses
después de registrarse el ataque. Ahora, 22 años más tarde, el gobierno
argentino acusa a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner de “traición
a la patria” por haber presuntamente ayudado a un “enemigo” del país: Irán, para eludir la
actuación de la justicia. Según un juez, en el ataque habrían participado
varios iraníes.
Hace
dos años, el 14 de enero de 2015, el fiscal argentino Alberto Nisman acusó a la
ex presidenta de “encubrimiento del atentado”. Tres días después apareció
muerto. El gobierno de Buenos Aires alegó suicidio. La bizantina saga continúa.
M.S.
El año era el 2035, y los judíos de Argentina
vivían en el mejor de los mundos posibles. En primer lugar, había desaparecido
el antisemitismo, gracias a una serie de leyes, una mejor que la otra.
La ley número 4962, había sido sancionada poco
después del estallido de un pequeño artefacto nuclear en la reconstruida sede
de la ex Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA). La ley
señalaba que los execrables atentados con armas atómicas y/o de hidrógeno, eran
un delito de lesa humanidad. Por lo tanto, no afectaban a un sector en
especial, sino a la sociedad en su conjunto. Pretender lo contrario era sembrar
las semillas de la discordia.
Meses después, la Delegación de Asociaciones
Israelitas Argentinas, DAIA, fue reemplazada por la DAAU (Delegación de
Asociaciones Argentinas a Ultranza).
Tras una exhaustiva investigación del
atentado, la Policía Federal Argentina descubrió a un comando no identificado.
El juez de la causa hizo denodados esfuerzos para encontrar a los culpables del
ataque. Una de las pistas más promisorias era una boquilla de cigarrillo
presuntamente empleada por uno de los perpetradores del hecho. El juez, tras
visitar treinta y dos países siguiendo la pista a la boquilla, prometió importantes
revelaciones.
La iglesia católica argentina emitió un comunicado
denunciando la corrupción en las costumbres. A su vez, el presidente de la
nación prometió no descansar hasta que se aplicara el condigno castigo a los
culpables.
OBSTÁCULOS
Algunos desafectos, que habían cuestionado el
rebautizo de la ex Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas,
denunciaron la lentitud en las investigaciones. Otros intentaron comparar la
situación con otras épocas felizmente superadas.
La respuesta de la sociedad en su conjunto fue
la siguiente:
–Observen las estadísticas: muere más gente en
accidentes de tránsito que en execrables atentados.
–Toda mención a épocas felizmente superadas
tiene como artero propósito impedirnos recuperar el lugar que tradicionalmente
nos corresponde en el concierto de las naciones.
–La contemplación de otras sociedades confirma
que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
El más poderoso de los argumentos era el
tercero. Cuando los ciudadanos DOSNA (De Origen Semita no Árabe) previamente
agrupados en la DAIA, contemplaban otras sociedades, debían admitir que vivían
en el mejor de los mundos posibles.
Allí estaba el ejemplo de Rusia, donde el zar
Alexei El Iluminado había ordenado revivir las populares milicias conocidas
como Centurias Negras. Por cierto, su libro de cabecera era Los Protocolos de los Sabios de Sión,
donde se detallaban los planes de los judíos para dominar el mundo.
AVATARES
Algunos meses más tarde, se registró un
execrable atentado contra el hotel flotante donde tenía su sede provisoria la
ex Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). De inmediato, el gobierno
aprobó la ley 5355, y la sociedad argentina en su conjunto suspiró aliviada. La
ley tenía como propósito sancionar todo execrable atentado que no hubiera sido
autoinfligido. Varios directivos de la ex AMIA fueron interrogados por las
autoridades, ignorándose los resultados de la pesquisa.
Días más tarde, la ex AMIA, que contaba con
una nueva directiva, y había sido rebautizada Asociación Mutual de Argentinos
Hasta la Muerte (AMAHM), inauguró su nueva sede en un refugio submarino en la
Antártida. En el lugar habían habilitado también un criadero de pingüinos.
La Policía Federal Argentina, distraída de las
perentorias tareas de evitar el crecido número de muertes por accidentes de
tránsito, seguía varias novedosas líneas de investigación sobre el atentado a
la ex AMIA. Todas eran igualmente prometedoras. Se aguardaban resultados en las
próximas horas.
El juez de la causa había viajado al Himalaya,
siguiendo la pista a una tuerca perteneciente al motor de la lancha empleada en
el atentado a la ex organización.
La Iglesia Católica denunció en otra pastoral
la corrupción de las costumbres, y envió un telegrama de condolencia dirigido a
la sociedad en su conjunto.
A su vez, el presidente de la Nación insistió
en su deseo de aplicar el condigno castigo a los malhechores.
Un mes más tarde, en un mensaje por cadena de
radio y televisión, con los ojos que se le cerraban por el sueño, el presidente
prometió que no iba a descansar “hasta descubrir a los responsables del
abominable atentado”. Aludía con esas palabras a la destrucción de la sede
diplomática de Israel con un misil. La sede había sido instalada en un
dirigible parecido al Hindenburg,
destruido en Lakehurst, New Jersey, en 1937, aunque era de menor calado. Las
autoridades prometieron descubrir a los autores del atentado en las próximas
horas.
INDAGACIONES
Otra cosa que mantenía insomne al presidente eran
los presuntos criminales de guerra nazis que supuestamente habrían buscado
refugio en la Argentina. El mandatario siempre había dudado de la captura de
Adolf Eichmann en su vivienda de las afueras de Buenos Aires. Su hipótesis era
que el individuo había sido “plantado” por alguna agencia de inteligencia, a
fin de negarle a la Argentina el lugar que tradicionalmente le correspondía en
el concierto de las naciones.
El presidente ordenó ir al fondo del asunto, y
abrir al público los archivos de la Policía Federal Argentina. Las autoridades
policiales se vieron obligadas a dejar nuevamente de lado la prevención de los
accidentes de tránsito, a fin de examinar de manera minuciosa sus archivos.
Tras el incendio de los archivos, debido a una
colilla de cigarrillo abandonada de manera descuidada en un escritorio, la
policía continuó de manera denodada con sus tareas.
Luego de recónditas investigaciones, se pudo
descubrir una carta parcialmente quemada con la firma de Josef Mengele, el
médico que había hecho experimentos con gemelos univitelinos en Auschwitz. La
carta parecía dirigida a un destacado funcionario.
Tres criptógrafos de la policía que se
dedicaban a la tarea de descifrar la misiva, aparecieron muertos en sus
respectivos domicilios, debido a escapes de gas. El juez encargado de presidir
la investigación, se suicidó una semana más tarde. En una misiva de su puño y
letra, rogaba que no culparan a nadie de su muerte, y explicaba que los seis
balazos recibidos en la cara se debían a que había usado un arma de repetición.
El arma no había sido hallada. Las autoridades prometieron redoblar sus
esfuerzos para localizarla en las próximas horas.
EL SUEÑO DEL PRESIDENTE
El presidente era un soñador. Su sueño más
grande era abolir todos los conflictos sociales. Nunca se cansaba de predicar: “Somos
todos una gran familia”. Eso incluía a los argentinos de origen semita no árabe
(DOSNA), quienes expresaron su agradecimiento al jefe de estado con un gran
banquete en uno de los hoteles más prestigiosos de la gran urbe.
Cuando el hotel debió ser desalojado tras
recibir una amenaza de atentado del partido de las Cabezas Rapadas (rama
moderada), el presidente solicitó poderes extraordinarios, para armonizar a la
sociedad en su conjunto.
Un gran paso en ese sentido fue la
promulgación de la ley 8.345, que obligó a los promotores del odio racial a ponerse
pelucas.
Luego, vino el Gran Salto Adelante. La
sociedad en su conjunto pasó a integrar las categorías Gente Pudiente a Secas
(GPAS) y Gente Pudiente de Recursos Más Modestos (GPRMM).
En tanto la Gente Pudiente a Secas era
proclive a vivir en las proximidades del elegante barrio de La Recoleta, que
hasta contaba con osario propio, la Gente Pudiente de Recursos Más Modestos
solía enterrar a sus muertos en el cementerio de La Chacarita.
Fue entonces cuando los ciudadanos De Origen
Semita no Árabe descubrieron algo inesperado: no tenían literalmente donde
caerse muertos. Tras revisar códigos, estatutos y leyes, no encontraron una
sola cláusula que les asignara un sitio donde poder descansar en paz.
El presidente propuso que los ex ciudadanos
judíos usasen los cementerios ya habilitados. Los representantes de la
comunidad señalaron que era imposible, porque en esos lugares estaba prohibido
el uso de las estrellas de David. El presidente estuvo a punto de ofrecer otra
solución, pero se frenó a tiempo. La comunidad no parecía psicológicamente
preparada para emplear dispositivos que elevaban la temperatura de los
fenecidos a más de mil grados centígrados.
El presidente les dijo que deseaba
complacerlos, pero nada podía hacer, pues atentaría contra la armonía social. Nuevas
leyes habían dividido la sociedad simplemente entre Ellos y Nosotros. Era
imposible retornar a las épocas de Ellos, ya felizmente superadas. Su anhelo
era que sólo existiesen los Nosotros, igualados por la fe, el respeto mutuo, y
un solo Dios verdadero.
¿Recordaban acaso los ciudadanos DOSNA los
conflictos causados por las diferencias? Preguntó el presidente. ¿Qué había ocurrido
en Polonia a raíz de su partición entre Rusia, Ucrania, Eslovaquia, Lituania,
Alemania y Tajikistán? Cuando el único judío sobreviviente intentó cruzar la
frontera polaca en el momento de la partición hubo agrias disputas, y
diferentes trozos de su cuerpo fueron reclamados por los seis países.
Los
argumentos del presidente resultaron irrebatibles. Los ciudadanos DOSNA
debieron reconocer que solo en la Argentina se vivía en el mejor de los mundos
posibles.
Todos
aceptaron integrarse en esa Asociación Mutual de Argentinos Hasta la Muerte
(AMAHM), y cesaron de añorar la anterior institución semita no árabe.
En cuanto al
jefe de estado, tras lamentar la destrucción de la sede de la AMAHM en el
refugio submarino de la Antártida, prometió flamantes instalaciones en una zona
de la provincia de Misiones que parecía el paraíso en la tierra. En el lugar
sería habilitado también un criadero de ñandúes.
Este
relato fue publicado originalmente en el número 10 de la revista NOAJ de Israel, en julio de 1995.
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