Mario
Szichman
Muchos aceptaban en Nagyrev, una población
situada a 60 kilómetros al sureste de Budapest, Hungría, que Zsuzsanna Fazekas
era una partera. En realidad, la mujer era una “fabricante de ángeles”. Si bien
su principal misión consistía en traer bebés al mundo, en ocasiones, los
desalojaba de este valle de lágrimas.
Luego, su ambición creció. Y con el
beneplácito de las mujeres de Nagyrev, Fazekas comenzó a fabricar mártires usando
a sus maridos.
La cineasta holandesa Astri Bussink hizo, a
comienzos de este siglo, un documental sobre la matanza registrada hace 90 años
en Nagyrev y que cobró unas 140 vidas. Lo tituló The Angelmakers, fabricantes de ángeles. El filme se estrenó en el
2005 en el Festival Internacional de Documentales de Amsterdam.
Bussink y su equipo cinematográfico pasaron
cuatro meses en la aldea, informó el periódico The Independent de Londres. “Tuve
muchas dificultades para conseguir que los pobladores hablaran”, dijo la
cineasta. “Pero algunas ancianas no tuvieron ese problema. Se negaban a
considerar ´como algo muy serio´ la matanza de maridos. Algunas de ellas dijeron:
´Los hombres se atravesaron en nuestro camino´. Otras señalaron que se hubieran
conformado ´con dejarlos lisiados´. En general, solían minimizar la importancia
de lo ocurrido”.
EL DISTRITO DE LA MUERTE
Los asesinatos comenzaron poco después de
iniciarse la primera guerra mundial, alrededor de 1914, o de 1915. “No existió un motivo único”, dijo Bussink.
“Había múltiples circunstancias: pobreza, alcoholismo, desempleo. Y por
supuesto, estaba la guerra. Muchos hombres de Nagyrev regresaron a sus hogares luego
de ser tomados prisioneros. Algunos quedaron lisiados y no podían trabajar”, o cumplir con sus deberes conyugales.
Además, durante la ausencia de los maridos,
llegaron forasteros a Nagyrev. Algunos trataban a las mujeres mucho mejor que
sus esposos. Si podían librarse de ellos, además de lograr amantes más
afectuosos, las mujeres subirían de estatus social. Podrían heredar sus
propiedades, y quedar en mejor posición para contraer nupcias con sus flamantes
galanes.
Pero ¿cómo concretar la tarea? De repente, varias
mujeres recordaron a la partera Zsuzanna Fazekas. La visitaron, y Fazekas las
alentó en sus planes. Convenció a muchas que debían librarse de la opresión
conyugal. Enviar un consorte al cielo no era considerado un crimen sino una
justificada venganza.
Anticipándose a quienes podían suponer que su
filme tenía una moral feminista, Bussink dijo que “no hay justificación alguna
para esos asesinatos. No soy una feminista. No tengo simpatía por ellas, aunque
en esa época, las mujeres no eran muy bien tratadas”.
Sin embargo, Bussink admitió que “durante
siglos, se advirtió a las mujeres de Nagyrev que era imposible vivir sin un
hombre al lado. De repente, llegó la guerra, y descubrieron que podían pasarla
muy bien sin sus maridos. De hecho, bastante mejor, porque había cesado el
abuso”.
MEJORANDO LA CONDUCTA MASCULINA
Durante la época en que se inició en Nagyrev
la ejecución de maridos, la aldea carecía de un médico, o de una jefatura
policial. Había una iglesia, pero la religión no desempeñaba rol alguno. En
cuanto al médico forense, era un inútil.
Las mujeres de Nagyrev consideraban a Fazekas el
ser ideal para resolver problemas. Si una mujer quedaba embarazada, y no
precisamente de su esposo ¿a quien podía acudir? ¿Al médico, al policía, al
sacerdote? Imposible. Los tres eran hombres. La única persona que podía juzgarlas
con mesura era la comadrona. Y la señora Fazekas era muy comprensiva. Nunca
ponía objeciones a quienes deseaban tener un bebé, o librarse de él, o de sus
cónyuges.
La idea de que los hombres son totalmente
prescindibles para sus mujeres, no es novedosa. Según The Independent, hace unas tres décadas, las mujeres japonesas consideraban
a sus maridos sodai gomi. Gomi significa basura, y sodai gomi es la basura difícil de
eliminar, como redundantes neveras o lavadoras. Se trata de objetos que
requieren la ayuda de terceros para ser abandonados en un basural.
Hace algunas décadas, una feminista hizo
famoso un lema: “Una mujer necesita un hombre del mismo modo en que un pez
necesita una bicicleta”. Los hombres beben y se emborrachan, gritan, son infieles, les interesa más el
fútbol que su compañera. Y si aportan dinero al hogar, es para impedir que lo
hagan sus esposas. De lo contrario, demostrarán que no sirven para nada.
Generalmente, esas quejas suelen concluir en
un juicio de divorcio. Pero las mujeres de Nagyrev tuvieron una idea más
drástica. Fue un complot bastante astuto. Debe haber contado con mucha asistencia
de terceros, y con empecinado silencio. La matanza continuó año tras año. Hasta
que 140 hombres fueron confinados en baratos ataúdes.
CAZANDO MÁS QUE MOSCAS
En muchas novelas policiales, lo primero que
llama la atención del lector es the
method of disposal, el método para librarse de una futura víctima. La
señora Fazekas descubrió que los papeles cazamoscas tenían un ingrediente
activo: el arsénico. Si se sumergía esos papeles en agua, el arsénico se
desprendía de ellos. La tarea era simple. Bastaba sumergir suficientes papeles
cazamoscas en agua, y recolectar el arsénico en un pequeño frasco.
Cada vez que una mujer de Nagyrev tocaba a la
puerta de la señora Fazekas, y mostraba furia o desesperación, la partera le
entregaba un pequeño frasco. Luego le explicaba el método para recuperar su
libertad. La “ventaja” del arsénico es que se trata de un veneno inodoro e
insípido. Uno puede mezclarlo con la sopa o con el café. Y si bien mata de una
manera horrenda, los efectos son rápidos.
En una ciudad que cuenta con buenos servicios
médicos, el arsénico se descubre con facilidad. En Nagyrev, con un médico
forense casi inservible, resultaba muy difícil demostrar su presencia.
Generalmente, el diagnóstico era un agudo problema estomacal por parte de la
víctima.
Ciento cuarenta cónyuges de Nagyrev comenzaron
a tener agudos problemas estomacales, y murieron como moscas.
LA SOLUCIÓN FINAL
Maria Gunya, hija del inepto médico forense de
Nagyrev, informó a Jim Fish, de la BBC de Londres, que “las mujeres solían ir a
casa de la señora Fazekas y le comunicaban sus contrariedades. Y la señora Fazekas
solía decirles: ´Si hay un problema con su marido, yo tengo la solución´”. Siempre
la misma solución.
Las disputas conyugales no fueron inventadas
en fecha reciente. En infrecuentes ocasiones, terminan en un homicidio. Pero no
en asesinatos en masa. ¿Qué ocurrió en Nagyrev?
Según The Independent, la
explicación más persuasiva consta de tres partes. Muchos casamientos eran
“arreglados” por familias. Y no siempre cundía el amor entre las parejas. En
segundo lugar, la mayor parte de los hombres de Nagyrev fueron reclutados por
el moribundo imperio austrohúngaro, y debieron marchar al frente de batalla.
Muchos retornaron heridos, dañados en cuerpo y mente. Los años pasados en
tierras lejanas los separaron de sus mujeres. Vivían traumatizados con lo que
habían visto. En tercer lugar, muchos prisioneros de guerra rusos fueron
emplazados cerca de Nagyrev.
Al parecer, la comparación entre los húngaros
y los rusos favoreció a los rusos. Los hombres de Nagyrev eran perezosos,
abusadores. Y los amantes rusos les recordaron que eran mujeres, y que no
estaban obligadas a pasar el resto de sus vidas atendiendo a un tirano, o a un
lisiado.
La primera guerra mundial disolvió imperios. Y
es presumible que también alteró las nociones de moralidad entre las mujeres de
Nagyrev. Además, la guerra causó una gran depresión económica, dijo Istvan
Burka, alcalde de la población. “La vida fue muy difícil. Alimentar una boca
más que no contribuía en nada, representaba una carga muy pesada para una
familia”.
Por lo tanto, el homicidio se convirtió en una
solución para muchas mujeres de Nagyrev. Pero la epidemia se propagó. No fueron solo maridos fastidiosos quienes
murieron. También madres, niños, familiares cercanos.
Aunque la cantidad original de muertos es de
140, no hay todavía una cifra exacta de cuantas personas perecieron. Inclusive
algunas envenenadoras o envenenadores murieron víctimas de otros. Se cree que
en otras aldeas cercanas a Nagyrev ocurrieron episodios similares. Eso haría ascender
a unas 300, el total de personas asesinadas.
La epidemia concluyó a fines de 1929, cuando
la Gran Depresión afectó a buena parte de Europa, además de Estados Unidos.
Existen dos versiones. Una, que dos de los envenenadores de Nagyrev se acusaron
mutuamente en público. La segunda, que un estudiante de medicina de otra
población tropezó con un cadáver a orillas de un río, y descubrió en su
estómago, altos niveles de arsénico.
La policía comenzó a investigar, docenas de
cadáveres fueron exhumados, y muchos de ellos tenían trazos del veneno.
Finalmente, las sospechas recayeron sobre la
señora Fazekas, quien negó las acusaciones. La policía aceptó sus excusas, pero
comenzó a seguirla. La dama se dirigió a la aldea, y advirtió a sus clientas
que mantuvieran la boca cerrada.
En los días siguientes, la policía detuvo a 38
mujeres. Muchas fueron llevadas a juicio, ocho condenadas a muerte, y dos
ahorcadas. La señora Fazekas logró adelantarse a la justicia. De nuevo, hay dos
versiones sobre su defunción. Una, que se ahorcó en su vivienda, otra, que
ingirió arsénico, y cayó muerta en la calle principal de Nagyrev.
De todas maneras, la tragedia tuvo su lado
positivo. Maria Gunya, cuyo padre, el patólogo forense, examinó varios casos de
envenenamiento, dijo que tras realizarse la investigación, y condenarse o
ejecutarse a varias mujeres, “La conducta de los hombres con respecto a sus
esposas mejoró de una manera muy notable”.
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