miércoles, 8 de noviembre de 2017

La industria del goce vicario


Mario Szichman




Nuestros héroes son sociables, pero no comen;
Nuestras mujeres tienen emociones,
Pero no asentaderas;
En cambio, nuestros ancianos hablan
Como si tuvieran la dentadura completa.
Bertolt Brecht


Hace algunos años, publiqué en una revista mexicana un artículo sobre la novela rosa en Estados Unidos. Las cifras que menciono seguramente han quedado obsoletas. Hay muchas más lectoras ahora que cuando publiqué el trabajo. Por otra parte, se han multiplicado las autoras, y los bestsellers. De todas maneras creo que la temática sigue siendo la misma, así como la técnica de la consumación diferida. M.S.

Anualmente, unas 20 millones de lectoras norteamericanas gastan cerca de 300 millones de dólares en novelas románticas, también conocidas como bodice rippers (desgarradoras de corsés). Se trata de un 40% del total de lo pagado en el campo del paperback.


Harlequin/ Silhouette  –la casa editorial que lidera en el campo del romance– junto con otra media docena de publishing houses, lanzan mensualmente al mercado unos 140 títulos. Se estima que la lectora promedio de novelas rosa adquiere unos 30 libros mensuales a un costo de entre 70 y 130 dólares a fin de verificar, con la monótona insistencia de un acto sexual repetido en la cinta sinfín de un proyector de películas pornográficas, las escasas opciones que tiene una heroína a la hora de perder su inocencia.
Walter Kendrick, del Village Voice, dijo que si todos los libros de Harlequin / Silhouette vendidos en un solo día fuesen colocados uno encima del otro, la pila alcanzaría 7.200 metros de altura. El Aconcagua tiene 6.960 metros de altura.

El ritual de iniciación depende del logotipo. Harlequin / Silhouette y Second Chance prescriben a sus autoras mostrar exclusivamente “lo que ocurre antes y después”, según dijo la agente literaria Sandra Watt. En cambio Dell autoriza a mencionar prácticas amatorias, inclusive aquellas que incluyen las palabras más famosas de la lengua latina.
“Cuando eso se muestra con decoro, nunca resulta ofensivo”, señaló Vivian Stephens, supervisora de la colección Éxtasis a la luz de las velas de la editorial Dell.

VICTORIA´S SECRETS

Las novelas rosa son el territorio del matriarcado. Los hombres están excluidos pues son muy machistas. Generalmente envían manuscritos rebosantes de escenas sexuales, describen a profesionales o actrices como mujeres que han prodigado sus favores para ascender a la cumbre y hablan “muy poco del color o del aroma de los pétalos de una flor”, según explicó durante un seminario realizado en Chicago Karen Solem, editora en jefe de Harlequin/ Silhouette.
En eventos llevados a cabo en Los Angeles, Dayton, Cincinatti, Houston, Nueva York y Chicago, y cuyo promedio de asistencia es de entre 300 y 500 escritoras consagradas y en ciernes, se discuten temas como la sensualidad, la duración de los besos, su sabor (“Quiero saber, por ejemplo, la temperatura que hay en la boca de una heroína”, dice Stephens), y cuándo están autorizados los protagonistas a hacer el amor (“Apenas surja una promesa concreta de matrimonio”, señala Kate Duffey, fundadora de Silhouette). Otra pregunta pertinaz: ¿es indispensable la doncellez?
Afortunadamente, no siempre. En el caso de un hombre, el mejor candidato es alguien que se divorció de una mujer promiscua. Cuando se trata de una mujer, es preferible una viuda cuyo matrimonio no se consumó.
Si hay algo que no escasea en esas novelas es un buen precipicio. Allí suelen caer flamantes cónyuges en el viaje de retorno del registro civil. El sobreviviente mantiene su virtud intacta hasta el próximo encuentro pasional.

IR LLORANDO AL BANCO

 Aunque las exigencias son abrumadoras, también lo son las ganancias. Según Betsy Morris, de The Wall Street Journal, sólo Silhouette, antes de su fusión con Harlequin, contaba con un elenco de 250 autoras que producían más de 330 títulos cada temporada.
Las autoras más exitosas pueden producir unos cuatro libros por año y ganar en ese lapso más de 100 mil dólares. De ahí en más, el cielo es el límite. Por ejemplo, Janet Daley ha logrado colocar en el mercado unos 100 millones de ejemplares. Sus ganancias en el último lustro superan los 15 millones de dólares.
Aunque los estereotipos no escasean en materia de novelas románticas, la ansiedad generada por capturar una tajada de la torta obliga a las autoras a abrevar en distintos géneros, a movilizarse en diferentes lugares del planeta, y a prosperar en la exploración de la anatomía.
En un país donde hasta el correo se ha diversificado para enviar cartas al más allá (Afterworld Communications fundada por Adam Dennis Green en Detroit) y al más acá, pero destilando veneno (Anonymously Yours, de Richard Weis con sede en Indianapolis) o con dirección equivocada adrede y seguro contra litigios  –un telegrama con orla enlutada al padrino de una boda, un saludo de Feliz Cumpleaños a la víctima de un tornado–, resulta fácil encontrar especies y subespecies propicias para cada encuentro sentimental. De ahí la existencia de la categoría Antigua novela romántico-gótica, en que doncellas huyen de una mansión incendiada por los norteños durante la guerra civil, y la Moderna novela romántico-gótica, en la cual la mansión es reemplazada por una góndola negra con aspecto de cenotafio y la doncella por una adolescente poseída por el demonio.
También existe el género Contemporáneo-démodé popularizado en las series de televisión Dinastía y Dallas, habitado por millonarios petroleros, vampiresas morenas y rubias heroínas de ojos atónitos, como si recién hubieran acabado de ponerse los lentes de contacto, y el género Contemporáneo moderno lanzado al mercado por Harlequin / Silhouette en su serie Intriga Romántica.
La pauta ofrecida por Harlequin a sus novelistas en ciernes indica que “Una intriga romántica es una novela contemporánea de suspenso y aventura”. Sus ingredientes esenciales son “un fuerte romance, un sostenido suspenso o misterio, y la amenaza de violencia o peligro”. El tema puede tener “un giro inusual de asesinato o espionaje, aunque es mejor evitar el narcotráfico y la política, así como tramas de terrorismo o de secuestro con fines políticos”. Por último “debe existir una satisfactoria conclusión de la intriga y un final romántico y feliz”.

EL MUNDO ES ESTRECHO Y AJENO

Aunque entre las localidades románticas siguen de moda Australia y la Polinesia, han sido radiadas de servicio localidades como “El Medio Oriente, África, Cuba, Nicaragua y la India”, de acuerdo a la pauta fijada por Harlequin/ Silhouette. Incluso Trinidad, uno de los baluartes del romanticismo, se halla en la lista negra. Si bien está en el Caribe de habla inglesa, “evoca de inmediato a Centroamérica”, dijo una ejecutiva de Second Chance.

Con respecto a los hábitos sexuales, si bien las heroínas han dejado de ser vírgenes, aún continúan obedeciendo pautas victorianas.

La novelista Sandra Brown dice que las “mujeres siguen buscando la relación ideal. Nuestras heroínas nunca saltan a la cama en la primera ocasión. Sus corazones y mentes deben ser conquistados antes que sus cuerpos”. Y Harlequin / Silhouette exige a sus autoras “poner el énfasis en el desarrollo de la relación romántica” pues “las escenas sexuales a veces afectan la tensión y el ritmo que debe mantenerse a lo largo de todo el relato”.
En ese sentido, hay algo que no se avizoraba a comienzos de la década del noventa: han proliferado las narraciones y filmes donde se posterga el acto sexual. El caso más famoso es el filme Lost in Translation, protagonizado por Bill Murray y Scarlett Johansson.
De todas maneras, aunque las novelas románticas se siguen vendiendo como pan caliente, han perdido algo de su impulso.
Expertos del sector editorial consultados por The New York Times dijeron que las lectoras parecen haberse hartado de las tradicionales fórmulas de ficción, “particularmente cuando parecen al margen de las preocupaciones, del estilo de vida y de la imagen de la mujer de hoy”.
Quizás Gillian Flynn, con su magnífico y aterrador relato Gone Girl, está marcando el nuevo camino. Ahora abundan las novelas en que el matrimonio es el infierno tan temido, como lo indican dos excelentes muestras del nuevo género: Disclaimer, de Renée Knight, y The Silent Wife, de la canadiense A.S.A. Harrison.
De todas maneras, no ha llegado aún la hora de excluir las novelas románticas de los estantes de las librerías. Además de vender escapismo, fantasías sexuales y finales felices, intenta enrolar en el negocio a sus pasivas receptoras y convertirlas en activas generadoras de escapismo, fantasías sexuales, finales felices y amplias regalías.

En múltiples simposios, gerentes de casas editoras, escritoras famosas y agentes literarios, alientan a sus lectoras a convertirse en autoras, consultan sus gustos, analizan tendencias, elaboran guidelines aspirando a adecuar la pasión que hace proliferar con seres humanos este planeta tierra afligido por la drogadicción, el terrorismo, la crisis económica, y los salvadores de la patria.

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