Mario
Szichman
Nuestros héroes son
sociables, pero no comen;
Nuestras mujeres
tienen emociones,
Pero no asentaderas;
En cambio, nuestros
ancianos hablan
Como si tuvieran la
dentadura completa.
Bertolt Brecht
Hace algunos años, publiqué en una revista
mexicana un artículo sobre la novela rosa en Estados Unidos. Las cifras que
menciono seguramente han quedado obsoletas. Hay muchas más lectoras ahora que
cuando publiqué el trabajo. Por otra parte, se han multiplicado las autoras, y
los bestsellers. De todas maneras
creo que la temática sigue siendo la misma, así como la técnica de la
consumación diferida. M.S.
Anualmente,
unas 20 millones de lectoras norteamericanas gastan cerca de 300 millones de
dólares en novelas románticas, también conocidas como bodice rippers (desgarradoras de corsés). Se trata de un 40% del
total de lo pagado en el campo del paperback.
Harlequin/ Silhouette –la
casa editorial que lidera en el campo del romance– junto con otra media docena
de publishing houses, lanzan
mensualmente al mercado unos 140 títulos. Se estima que la lectora promedio de
novelas rosa adquiere unos 30 libros mensuales a un costo de entre 70 y 130
dólares a fin de verificar, con la monótona insistencia de un acto sexual
repetido en la cinta sinfín de un proyector de películas pornográficas, las
escasas opciones que tiene una heroína a la hora de perder su inocencia.
Walter
Kendrick, del Village Voice, dijo que
si todos los libros de Harlequin / Silhouette
vendidos en un solo día fuesen colocados uno encima del otro, la pila alcanzaría
7.200 metros de altura. El Aconcagua tiene 6.960 metros de altura.
El
ritual de iniciación depende del logotipo. Harlequin
/ Silhouette y Second Chance prescriben
a sus autoras mostrar exclusivamente “lo que ocurre antes y después”, según
dijo la agente literaria Sandra Watt. En cambio Dell autoriza a mencionar prácticas amatorias, inclusive aquellas
que incluyen las palabras más famosas de la lengua latina.
“Cuando
eso se muestra con decoro, nunca
resulta ofensivo”, señaló Vivian Stephens, supervisora de la colección Éxtasis a la luz de las velas de la
editorial Dell.
VICTORIA´S
SECRETS
Las
novelas rosa son el territorio del matriarcado. Los hombres están excluidos
pues son muy machistas. Generalmente envían manuscritos rebosantes de escenas
sexuales, describen a profesionales o actrices como mujeres que han prodigado
sus favores para ascender a la cumbre y hablan “muy poco del color o del aroma
de los pétalos de una flor”, según explicó durante un seminario realizado en
Chicago Karen Solem, editora en jefe de Harlequin/
Silhouette.
En
eventos llevados a cabo en Los Angeles, Dayton, Cincinatti, Houston, Nueva York
y Chicago, y cuyo promedio de asistencia es de entre 300 y 500 escritoras
consagradas y en ciernes, se discuten temas como la sensualidad, la duración de
los besos, su sabor (“Quiero saber, por ejemplo, la temperatura que hay en la
boca de una heroína”, dice Stephens), y cuándo están autorizados los
protagonistas a hacer el amor (“Apenas surja una promesa concreta de
matrimonio”, señala Kate Duffey, fundadora de Silhouette). Otra pregunta pertinaz: ¿es indispensable la
doncellez?
Afortunadamente,
no siempre. En el caso de un hombre, el mejor candidato es alguien que se
divorció de una mujer promiscua. Cuando se trata de una mujer, es preferible
una viuda cuyo matrimonio no se consumó.
Si
hay algo que no escasea en esas novelas es un buen precipicio. Allí suelen caer
flamantes cónyuges en el viaje de retorno del registro civil. El sobreviviente
mantiene su virtud intacta hasta el próximo encuentro pasional.
IR
LLORANDO AL BANCO
Aunque las exigencias son abrumadoras, también
lo son las ganancias. Según Betsy Morris, de The Wall Street Journal, sólo Silhouette,
antes de su fusión con Harlequin,
contaba con un elenco de 250 autoras que producían más de 330 títulos cada
temporada.
Las
autoras más exitosas pueden producir unos cuatro libros por año y ganar en ese
lapso más de 100 mil dólares. De ahí en más, el cielo es el límite. Por
ejemplo, Janet Daley ha logrado colocar en el mercado unos 100 millones de
ejemplares. Sus ganancias en el último lustro superan los 15 millones de
dólares.
Aunque
los estereotipos no escasean en materia de novelas románticas, la ansiedad
generada por capturar una tajada de la torta obliga a las autoras a abrevar en
distintos géneros, a movilizarse en diferentes lugares del planeta, y a
prosperar en la exploración de la anatomía.
En
un país donde hasta el correo se ha diversificado para enviar cartas al más
allá (Afterworld Communications
fundada por Adam Dennis Green en Detroit) y al más acá, pero destilando veneno
(Anonymously Yours, de Richard Weis
con sede en Indianapolis) o con dirección equivocada adrede y seguro contra
litigios –un telegrama con orla enlutada
al padrino de una boda, un saludo de Feliz Cumpleaños a la víctima de un
tornado–, resulta fácil encontrar especies y subespecies propicias para cada
encuentro sentimental. De ahí la existencia de la categoría Antigua novela romántico-gótica,
en que doncellas huyen de una mansión incendiada por los norteños durante la
guerra civil, y la Moderna novela romántico-gótica, en la cual la mansión es
reemplazada por una góndola negra con aspecto de cenotafio y la doncella por
una adolescente poseída por el demonio.
También
existe el género Contemporáneo-démodé
popularizado en las series de televisión Dinastía
y Dallas, habitado por millonarios
petroleros, vampiresas morenas y rubias heroínas de ojos atónitos, como si
recién hubieran acabado de ponerse los lentes de contacto, y el género Contemporáneo
moderno lanzado al mercado por Harlequin
/ Silhouette en su serie Intriga
Romántica.
La
pauta ofrecida por Harlequin a sus
novelistas en ciernes indica que “Una intriga romántica es una novela
contemporánea de suspenso y aventura”. Sus ingredientes esenciales son “un
fuerte romance, un sostenido suspenso o misterio, y la amenaza de violencia o
peligro”. El tema puede tener “un giro inusual de asesinato o espionaje, aunque
es mejor evitar el narcotráfico y la política, así como tramas de terrorismo o
de secuestro con fines políticos”. Por último “debe existir una satisfactoria
conclusión de la intriga y un final romántico y feliz”.
EL
MUNDO ES ESTRECHO Y AJENO
Aunque
entre las localidades románticas siguen de moda Australia y la Polinesia, han
sido radiadas de servicio localidades como “El Medio Oriente, África, Cuba,
Nicaragua y la India”, de acuerdo a la pauta fijada por Harlequin/ Silhouette. Incluso Trinidad, uno de los baluartes del
romanticismo, se halla en la lista negra. Si bien está en el Caribe de habla
inglesa, “evoca de inmediato a Centroamérica”, dijo una ejecutiva de Second Chance.
Con
respecto a los hábitos sexuales, si bien las heroínas han dejado de ser
vírgenes, aún continúan obedeciendo pautas victorianas.
La
novelista Sandra Brown dice que las “mujeres siguen buscando la relación ideal.
Nuestras heroínas nunca saltan a la cama en la primera ocasión. Sus corazones y
mentes deben ser conquistados antes que sus cuerpos”. Y Harlequin / Silhouette exige a sus autoras “poner el énfasis en el
desarrollo de la relación romántica” pues “las escenas sexuales a veces afectan
la tensión y el ritmo que debe mantenerse a lo largo de todo el relato”.
En
ese sentido, hay algo que no se avizoraba a comienzos de la década del noventa:
han proliferado las narraciones y filmes donde se posterga el acto sexual. El
caso más famoso es el filme Lost in
Translation, protagonizado por Bill Murray y Scarlett Johansson.
De
todas maneras, aunque las novelas románticas se siguen vendiendo como pan
caliente, han perdido algo de su impulso.
Expertos
del sector editorial consultados por The
New York Times dijeron que las lectoras parecen haberse hartado de las
tradicionales fórmulas de ficción, “particularmente cuando parecen al margen de
las preocupaciones, del estilo de vida y de la imagen de la mujer de hoy”.
Quizás
Gillian Flynn, con su magnífico y aterrador relato Gone Girl, está marcando el nuevo camino. Ahora abundan las novelas
en que el matrimonio es el infierno tan temido, como lo indican dos excelentes
muestras del nuevo género: Disclaimer,
de Renée Knight, y The Silent Wife, de
la canadiense A.S.A. Harrison.
De
todas maneras, no ha llegado aún la hora de excluir las novelas románticas de
los estantes de las librerías. Además de vender escapismo, fantasías sexuales y
finales felices, intenta enrolar en el negocio a sus pasivas receptoras y
convertirlas en activas generadoras de escapismo, fantasías sexuales, finales
felices y amplias regalías.
En
múltiples simposios, gerentes de casas editoras, escritoras famosas y agentes
literarios, alientan a sus lectoras a convertirse en autoras, consultan sus
gustos, analizan tendencias, elaboran guidelines
aspirando a adecuar la pasión que hace proliferar con seres humanos este planeta
tierra afligido por la drogadicción, el terrorismo, la crisis económica, y los
salvadores de la patria.
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