Mario
Szichman
Cada régimen utiliza sus peculiares técnicas para alterar la
realidad. Hace algunos años, el gobierno de Nicolás Maduro Moros reveló que el
fallecido fundador del movimiento había firmado el Acta de la Independencia de
Venezuela.
Según anunció el periódico Tal Cual (29 de mayo de 2013) “Un facsímil digital del Acta de la
Independencia, que contiene una reproducción fiel de la versión original, fue
modificado con la finalidad de añadirle la firma del difunto Hugo Chávez Frías.
El objeto se encuentra en el museo de La
Casa de las Primeras Letras Simón Rodríguez, ubicada en el bulevar Panteón,
entre las esquinas Veroes y Jesuitas”.
El historiador Alejandro López, encargado de La Casa de las Primeras Letras, explicó
que habían modificado el Acta de Independencia disponible en la sala digital
porque “consideramos a Hugo Chávez como otro prócer de la Independencia” que
“merece, como cualquier otro venezolano, tener su firma allí”.
(Ver "Cómo esta far a la posteridad” En:
http://marioszichman.blogspot.com/2015/10/como-estafar-la-posteridad.html)
Pero incorporar al fallecido presidente al panteón de la
gloria colocándolo al lado de próceres que realmente firmaron el Acta de la
Independencia hace más de dos siglos, es un paso de infinita audacia.
LA RECONSTRUCCIÓN DE LA HISTORIA
Una expresión común en estas tierras es If you have it, flaunt it Si usted posee algo (muy especial) pues debe
hacer gala de ello. ¿Y qué se hace cuando el pasado es ilusorio? Pues se lo
inventa.
En El 18 Brumario de
Luis Napoleón Bonaparte, Carlos Marx citó a Hegel diciendo que la historia
ocurre dos veces, la primera como tragedia, y la segunda como comedia. Se duda
que Hegel haya dicho eso. Al parecer, la frase fue un invento de Marx, pero es
excelente.
En la Venezuela chavista la historia se ofrece primero como
farsa, y luego como bufonada. Dudo que exista otra experiencia política similar
al chavismo en las crónicas de América Latina.
Uno de los errores cometidos por amigos y adversarios del
chavismo es suponer que ese movimiento político sigue amarrado al planeta
tierra. Vale recordar que al presidente Nicolás Maduro se le apareció un
pajarito en julio de 2014, cuando estaba por cumplirse el sexagésimo aniversario
del nacimiento de Chávez. El pajarito, un connotado símbolo fálico del
repertorio freudiano, se transfiguró en un portavoz del más allá, e informó a
Maduro que Chávez estaba feliz “y lleno
de amor por la lealtad de su pueblo”.
El presidente de Argentina, Juan Perón, decía que se retorna
de todas partes menos del ridículo. Ocurre que Perón creció en la Argentina, y
aunque su experiencia como agregado militar en la Italia de Benito Mussolini le
aflojó un poco los músculos, seguía temiendo la burla, una de las razones que
convierten a los habitantes de Buenos Aires en dechados de solemnidad.
En cambio Chávez era un caribeño hijo y nieto de venezolanos,
sin una gota de sangre española. (La
herencia española salvó a los hermanos Castro de incurrir en bufonadas). Chávez
transitó tantas veces el ridículo, que logró blindarse contra él.
No voy a repetir las hazañas de Chávez en materia de mal
gusto, de gestos improcedentes, de bravatas imposibles de llevar a cabo. Como
decía Jorge Luis Borges al mencionar un mal poeta, describir a Chávez en sus
desaguisados sería “una declaración de rencor”.
REPITIENDO SUCESOS
Tras indicar que la historia se daba dos veces, la primera
vez como tragedia, la segunda como comedia o farsa, Marx añadió que los líderes
de cada época se vestían con ropas antiguas. Los romanos se disfrazaron de
griegos, y los revolucionarios franceses de romanos. Y aunque Marx no vivió
para verificarlo, los revolucionarios rusos usaron emblemas y decretos copiados
de la Revolución Francesa.
Hugo Chávez estaba embelesado con Simón Bolívar. Al punto que
en una ocasión, ordenó desenterrar sus restos, a fin de practicarle una
autopsia. Estaba convencido de que El Libertador había sido envenenado por la
oligarquía colombiana. Según Chávez, quien habría dado la orden, fue Francisco
de Santander, su lugarteniente durante la guerra de liberación.
Los restos de Bolívar fueron llevados a una especie de
quirófano, y sometidos al escrutinio de Chávez y de otros galenos del régimen.
(https://www.youtube.com/watch?v=j3f7OpT2168)
Chávez y el resto de sus asesores se vistieron para la
ocasión como cirujanos. Las cabelleras de todos ellos habían sido cubiertas por
esos gorros de plástico que suelen usar las mujeres cuando se van a duchar.
¿Y después de eso qué? ¿Pensaba Chávez sentar en el banquillo
de los acusados al cadáver de Santander? Es dudoso que los colombianos le
hubieran remitido al difunto. De todas maneras, la historia está plagada de
episodios donde seres famosos no viven tranquilos ni después de muertos. No
olvidemos que la iglesia católica, presuntamente más seria que el chavismo,
juzgó el putrefacto cuerpo del papa Formoso durante los dos Sínodos del Cadáver[i].
El sínodo del cadáver juzgando al papa Formoso
Afortunadamente, a último momento, Chávez renunció a la idea de
reclamar los restos de Santander, y se dedicó a otros menesteres.
LOS REDUCIDORES DE CABEZAS
En su ensayo El culto a
Bolívar, el historiador venezolano German Carrera Damas reproduce Cirene, un relato del gran narrador
Enrique Bernardo Nuñez. La fábula describe la evolución de los cireneses, que
“vivían entregados al culto de sí mismos y al de sus héroes”. Pero había entre
esos héroes un ser no solo inmortal, sino inmarcesible. Y los cireneses “lo
proclamaron el hombre más grande de la tierra”.
Todos los habitantes de Cirene se dedicaron a ser
historiadores “y a vivir en el pasado remoto. Esculpieron aquel nombre en
columnas, arcos y templos. Y al pie de una montaña erigieron un panteón,
rematado por una torre llena de símbolos”. Finalmente, el héroe se convirtió en
un dios “a quien rendían el culto más ferviente”. Los sucesivos tiranos que
gobernaron Cirene, decía Enrique Bernardo Nuñez, “permitían este culto y lo
favorecían. Encontraban así un medio seguro de hacerse perdonar sus
latrocinios”.
Mientras los demás pueblos avanzaban hacia el porvenir, los
cireneses se recluyeron en el tiempo en que había existido el héroe máximo. Y
un día, Cirene desapareció, tras quedar paralizada por una historia demasiada
remota, y por el tedio de sus habitantes, hartos de adorar a un héroe
excesivamente perfecto.
Pasaron los siglos, hasta que una expedición antropológica
visitó las ruinas de Cirene y descubrió varios cráneos. En la región frontal y
en el occipucio de esos cráneos, “había
un vago diseño de figura humana”. Por otra parte, los cráneos “eran
reducidísimos, comparados con los de otros contemporáneos”.
Finalmente, los antropólogos descubrieron la causa de esa
anormalidad. “El diseño”, dijo Nuñez, “tenía extraña semejanza con la efigie
del héroe cirenés grabada en las monedas y medallas”. Como en Cirene existía
una sola obsesión, el culto al endiosado héroe, su perfil terminó adueñándose
“del cráneo de los desdichados cireneses”.
A mediados de 2010, el periódico Tal Cual de Venezuela comenzó a publicar una edición dominical.
(Previamente, salía de lunes a viernes). Ofrecí escribir una columna semanal y
dedicarla al líder máximo. El título genérico era Crónicas del siglo XXI. En
cierto momento, pensé inclusive escribir un libro titulado Nuestro líder máximo: lecturas de moral razonada.
Me convertí en una especie de doctor Watson, una especie de
cronista que adoraba los extraños caprichos del comandante en jefe. Mi única
misión en la vida consistía en robustecer el culto a la personalidad del
presidente Chávez.
En esas columnas expliqué cómo el comandante había cambiado
no solamente a Venezuela, sino al mundo. Había creado la Misión Curándose en
Salud, donde cada enfermo elegía la dolencia de su predilección, había derogado
los gobiernos anteriores, la muerte y el insulto, disuelto las fronteras,
reciclado los espejismos para destinarlos a fines pacíficos, y creado la Misión
¡Vamos todos a parir! Tanto las
mujeres como los hombres estaban constreñidos a quedar en estado interesante,
pues, el comandante era partidario de la igualdad de los sexos. Otro aporte a
Venezuela había sido la creación de un sistema de justicia en el cual, mediante
la autogestión, los propios delincuentes se imponían las penas que estimaban
adecuadas.
Y consideré inevitable que en algún momento de su arrolladora
vida, el líder máximo incursionaría en el pasado para alterarlo y
perfeccionarlo.
MAQUILLANDO LA POSTERIDAD
Estamos seguros de que con algunos años más de chavismo, la
historia venezolana lucirá como un cuento de hadas. La incorporación de la
firma del fallecido presidente venezolano al Acta de la Independencia será
apenas uno de sus testimonios de grandeza. Ya tendremos crónicas donde se
explicará cómo Hugo Chávez, en su incursión al pasado, salvó el 5 de julio de
1811, primer grito de libertad lanzado por los venezolanos, para que no cayera en manos de la funesta
oligarquía. O como adoctrinó al mozalbete de Simón Bolívar para que no cediera
a los cantos de sirena de los escuálidos.
Surgirá un texto del propio puño y letra de Bolívar, donde se
hablará maravillas de un humilde teniente coronel, amado de la plebe, encargado
de cambiar decisivamente el curso de la revolución.
Gracias a ese militar de Barinas, Venezuela tendrá otra
historia. Francisco de Miranda no morirá encadenado en la Carraca, no serán
exterminados por los españoles dos docenas de familiares de Bolívar, ni colgará
de una jaula la cabeza estofada del general José Félix Ribas.
Basta que el chavismo se prolongue en el tiempo, para que
todo sea idílico. La pesadilla histórica habrá quedado atrás. La firma del
comandante eterno quedará estampada no solo en el Acta de la Independencia,
sino en todo documento histórico, en
tanto otras firmas de próceres se irán desvaneciendo de esos documentos, y luego,
de la memoria colectiva.
Será un final jamás soñado por los habitantes de una patria
que según el Libertador “perdurará, y será gloriosa. Y perdurará, simplemente,
porque es Caribe, y no boba”.
[i] El
papa Formoso (816-896) gobernó la grey católica entre 891 y 896. Su breve
reinado estuvo plagado de problemas eclesiásticos y políticos. Fue sucedido por
el papa Bonifacio VI, quien duró menos de un año en el papado. Su reemplazante,
Esteban VI decidió juzgar a Formoso, pues lo consideraba indigno del
pontificado. Formoso fue desenterrado, y procesado en el 897, en lo que se
conoció como El Sínodo del Cadáver. Vestido con las ropas papales, y sentado en
el trono de San Pedro, Formoso enfrentó impávido los cargos que le presentaron
sus acusadores. Todas sus medidas fueron anuladas, y las órdenes que confirió,
declaradas inválidas. Posteriormente, le fueron arrancadas las vestimentas
papales, se le amputaron los tres dedos de su mano derecha que usaba en las
consagraciones, y su cadáver fue arrojado al río Tíber. Pero Formoso no pudo
descansar en paz. El papa Sergio III (904-911) se sintió insatisfecho con la condena,
ordenó volver a desenterrarlo, y procesarlo en el segundo Sínodo del Cadáver.
Sus restos reposan actualmente en el Vaticano.
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