Mario Szichman
Mientras Ernest Hemingway y William Faulkner daban a conocer sus primeras novelas en la segunda década del siglo pasado, Sinclair Lewis escribió cinco narraciones destinadas a acabar con la complacencia y la idea de que los estadounidenses vivían en el mejor de los mundos posibles.
Seguimos recordando de Hemingway The Sun Also Rises (1926) y A Farewell to Arms, Adiós a las armas, de 1929. Y por supuesto, dos de las mejores novelas de Faulkner fueron publicadas entre 1929 y 1930: The Sound and the Fury, El sonido y la furia, y As I Lay Dying, Mientras agonizo. Pero en esa misma década, Lewis lanzó a la venta cinco novelas excepcionales: en 1920, Main Street; en 1922, Babbit; en 1925: Arrowsmith; en 1927: Elmer Gantry, y en 1929: Dodsworth. Su capacidad para la sátira lo coloca al nivel de Voltaire o de Jonathan Swift. Especialmente en Babbit y en Elmer Gantry, el novelista arremetió con elegancia e inagotable ferocidad contra la estulticia y la complacencia humanas. Como Bouvard y Pecuchet, los protagonistas de la narrativa de Sinclair Lewis descubren en algún momento la estupidez, y confiesan que no pueden soportarla.
Babbit y Elmer Gantry siguen siendo tan modernas como el día en que fueron publicadas. Babbit es la historia de un vendedor de bienes raíces que cree en todos los valores de la sociedad norteamericana.
La novela no es solo muy divertida. Es un perfecto estudio del uomo cualunque. Y si no ha pasado de moda es porque la sociedad estadounidense, pese a tantos cataclismos, sigue siendo una sociedad muy conformista, bastante necia. Aunque proclama la defensa del individualismo, la disidencia es vista con malos ojos, y la televisión ha sido el gran crisol donde se moldean conciencias. Es suficiente observar las salas donde se consagra a los candidatos presidenciales, siempre con la lluvia de confetis, los globos lanzados al techo de la sala de convenciones, las falsas sonrisas, las calculadas emociones patrióticas, los discursos donde se anuncian iluminados futuros que nunca se concretan.
El apellido del protagonista de la novela dio origen a la palabra Babbitry. De acuerdo al diccionario, Babbitry es “la conducta y actitudes asociadas con el carácter de George Babbitt; especialmente la complacencia material y la conformidad sin cuestionamientos”.
En cuanto a Elmer Gantry, es un demoledor ataque a los predicadores religiosos que antes en la radio, y ahora en la televisión, intentan salvar almas, ganar mucho dinero, e influir en la política.
Lewis fue un gran narrador porque aunque repudiaba la mentalidad de Babbit o de Elmer Gantry, siempre trató a sus protagonistas como personas de carne y hueso. Solo un creador nos permite odiar la mentira, y demostrar al mismo tiempo que quien la encarna es un ser humano, no una marioneta.
Pero luego de los Roaring Twenties, donde la riqueza material parecía al alcance de todo el mundo, y además, cada vez mayor e inacabable, llegó la Gran Depresión, tras el crash de la bolsa en 1929. Millones de personas en Estados Unidos y en muchas naciones de Europa perdieron todos sus ahorros y sus posesiones. Los ejércitos que circulaban en Alemania, o en las urbes norteamericanas, eran de desempleados. Es innegable que esa catástrofe económica aceleró la llegada del nazismo al poder, y afianzó a Benito Mussolini en Italia.
Como señala Michael Meyer en la introducción a It Can´t Happen Here de Signet Classics, la popular canción de la década del veinte “Ain´t We Got Fun,” (Acaso no tenemos diversiones) cambió su tonada por la de “Brother Can You Spare a Dime,” (Hermano, no le sobra un centavo) durante la Gran Depresión.
En Estados Unidos, populistas de derecha e izquierda descubrieron que la demagogia les permitiría acceder finalmente al poder. Personajes como Huey Long, o el padre Charles Coughlin, tenían un enorme arrastre entre los desempleados, voceando fórmulas muy sencillas e implausibles para resolver la situación económica.
En esa época, Sinclair Lewis estaba casado, en segundas nupcias, con Dorothy Thompson, quien tras entrevistar a Hitler cuando era corresponsal extranjera en Berlín, había escrito una serie de artículos entre 1931 y 1935 alertando a los estadounidenses acerca de la máquina de propaganda nazi que encubría la persecución a los judíos y la construcción de campos de concentración destinados a aniquilarlos.
El escritor no era un izquierdista, aunque había coqueteado con el socialismo en su juventud, sino un gran defensor de las libertades individuales.
El acceso de Franklin Delano Roosevelt al poder en 1933, el mismo año en que Hitler tomó control de Alemania, dio a Lewis material para la trama de “It Can’t Happen Here.” Es, en cierta manera, una novela futurista. Escrita en 1935, el narrador se pregunta qué puede ocurrir si un ambicioso político aprovecha la elección presidencial de 1936 para convertirse en un dictador prometiendo rápidas soluciones para la crisis, imitando el ejemplo de Hitler.
La novela concluye en 1939, curiosamente cuando comenzó la segunda guerra mundial.
El héroe de la historia es Doremus Jessup, editor de un pequeño periódico en Vermont, quien cumple 60 años el año de ascenso al poder de Buzz Windrip, el futuro dictador. Doremus lucha de manera denodada durante un año tratando de frustrar los intentos del gobierno para censurar su periódico, y termina en un campo de concentración, donde lo apalean hasta dejarlo moribundo. Un año después, logra escapar hacia Canadá, y desde allí, regresa a su país para participar en la lucha clandestina contra la tiranía.
Un aspecto de la novela que resulta muy atractivo es que Jessup sigue defendiendo valores individuales, y no quiere salir de Guatemala para caer en Guatepeor. “Estoy convencido”, señala, “que todo aquello que vale la pena en el mundo ha sido alcanzado por un espíritu libre, crítico, inquisitivo, y que la preservación de ese espíritu es más importante que cualquier sistema social".
Jessup no ofrece fórmulas de salvación, solo sabe que hay resistir a la dictadura y defender la condición humana.
LO QUE VA DE AYER A HOY
En tres meses más, se realizarán elecciones presidenciales en Estados Unidos. El émulo de Buzz Windrip es Donald Trump, un empresario de bienes raíces que heredó una gran fortuna de su padre y la amplió, aunque en el medio sufrió dos grandes bancarrotas. Trump financió la campaña presidencial en buena parte de su propio bolsillo, con un mensaje de odio al extranjero, especialmente personas de origen musulmán, o latino. Su propósito es construir una enorme muralla que impida a los mexicanos cruzar la frontera hacia Estados Unidos, y acrecentar los controles policiales y militares a fin de impedir el ingreso de terroristas. Solo una vez lo vi en televisión, y me sorprendió lo banal que es, y cómo confía en las frases hechas. Los periódicos ingleses, más que los estadounidenses, han hecho una buena disección de los discursos y propuestas de Trump. Inclusive un periodista, creo que en The Times Literary Supplement, enfocó su artículo en las tribulaciones que podría sufrir durante una jornada completa al lado del candidato presidencial republicano. Es mi experiencia, y me ocurrió con Juan Perón, con Hugo Chávez, y con otros demagogos, especialmente latinoamericanos, que todos ellos son un exclusivo invento de sus admiradores, una especie de Test de Rorschach. Cada simpatizante le asigna las virtudes que anhela descubrir en el personaje.
El problema es que la rival de Trump, Hillary Clinton, muy difícilmente gane. Un titular de The Economist señalaba: “Democrats successfully unite behind Hillary Clinton, an unloved nominee”. (Demócratas se unen de manera exitosa detrás de Hillary Clinton, una nominada que no es querida).
La revista dijo que “es asombroso lo mal que le está yendo” a Clinton. La última encuesta de opinión sugiere que en el mejor de los casos, está empatada con Trump, “tras haber dilapidado una ventaja de siete puntos en el último mes”. Según Nate Silver, muy respetado en el mundo de las encuestas, la señora Clinton tiene solo “un 53 por ciento de posibilidades de ganar en noviembre”.
Encuestas en que se consulta acerca de la credibilidad de Hillary, han resultado devastadoras. La forma irregular en que manejó su cuenta de correo electrónico mientras era secretaria de Estado, “ha arruinado su prestigio entre millones de votantes”, dice The Economist. “Apenas un 30 por ciento la considera honesta. En comparación, un 43 por ciento” confía en la honestidad “del señor Trump, aunque sus discursos están repletos de mentiras”.
La revista añade, de manera ominosa, que el desempeño de Clinton “amenaza con una catástrofe para Estados Unidos y el mundo”.
Una victoria de Trump, nada descartable, obliga a repensar nuestras ideas y pautas acerca de lo que puede ocurrir en el mundo durante los próximos años. Y entre profetas, críticos e ilusos, todavía It Can’t Happen Here puede servir de libro de bitácora para entender las fuerzas que han conducido a los norteamericanos a elegir entre dos males mayores, y quizás a diseñar fórmulas para que no se repita la catástrofe.
Nunca hay que cantar victoria confiando en la excepcionalidad de un país. No hay países excepcionales.
“Esto no puede ocurrir aquí”, decimos esperanzados… hasta que ocurre aquí.
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