Mario Szichman
“Tal vez, en la evaluación final,
La obra más importante de Jaimes Joyce
No es el Ulises, sino el descubrimiento
De Italo Svevo”.
The Daily Telegraph
¿Necesitan las
novelas ser editadas con sex appeal?
Estoy absolutamente convencido.
La primera vez
que leí La conciencia de Zeno, de
Italo Svevo (Ettore Schmitz), fue en Buenos Aires. La excelente traducción es
de Atilio Dabini, para la prestigiosa editorial Santiago Rueda. Pero hay un
problema, una de las grandes novelas
cómicas del siglo veinte, que puede competir de igual a igual con Catch–22, de Joseph Heller, o con The Horse´s Mouth, de Joyce Cary, tiene
una portada que podría haber sido usada para divulgar un tratado de medicina
legal. Es muy adusta, carente de todo atractivo.
Si bien Svevo
está a la par con Heller o con Cary, goza de un prestigio adicional: su amistad
con James Joyce. En su reciente ensayo, James
Joyce and Italo Svevo, the story of a friendship, Stanley Price señala el
vínculo que unió a ambos autores desde que Schmitz, de origen judío, conoció a
Joyce, de origen irlandés, en Trieste. Schmitz se convertiría luego en el más
famoso personaje de Joyce, Leopold Bloom, el protagonista de Ulises. Además, consiguió usar el monólogo interior con tanta sapiencia
y mejor sentido del humor que el narrador irlandés.
LAS DOS CARAS DE ZENO
Svevo fue un
exitoso hombre de negocios. Trabajaba en una empresa fabricante de pinturas
para barcos, propiedad de la familia de su esposa. Ansioso por mejorar su
inglés, se dirigió a la escuela de idiomas Berlitz, en la cual Joyce era uno de
los profesores. En el momento del encuentro, en 1907, Joyce tenía 25 años, y
Svevo 45.
Al principio, el
escritor irlandés temió que su alumno fuese un aburrido empresario. Pero Svevo
estaba muy al tanto de la literatura europea, y hablaba varios idiomas. En
cuanto a Svevo, dice Price, se mostró complacido de encontrar en su joven
profesor a un intelectual con un conocimiento literario tan vasto como el suyo,
quizás mayor.
Así se desarrolló
una amistad que se prolongó el resto de sus vidas. Al menos en la faena de
escribir, ambos se consideraban a la misma altura.
La gran
diferencia entre esos autores era que Svevo mostraba grandes dudas sobre su
talento de narrador, en tanto Joyce siempre estuvo convencido de su genio. No
solo eso: de acuerdo a Price, el autor irlandés “poseía la adicional aptitud de
convencer a otros que era realmente un genio”.
Si bien Joyce
nunca fue una persona generosa, en el caso de Svevo hizo una excepción. Además
de dar aliento al indeciso Svevo, fue uno de los principales instigadores en divulgar
La conciencia de Zeno (1923), en influyentes
círculos parisinos. Así logró abrir a Svevo el camino a la fama.
PSICOANÁLISIS Y HUMOR
La misma
inseguridad que afectó la carrera literaria de Svevo –publicó su más famosa
novela cuando tenía 62 años de edad, y sus previas narraciones, como Una vida (1892) y Senilidad (1898) no tuvieron en su primera edición repercusión
alguna– garantizó finalmente su fama póstuma.
La conciencia de Zeno es la conciencia de su
autor. La fragilidad de sus convicciones, sus tenaces titubeos, su testarudez
cuando necesita ser dúctil, convierten a la novela en una joya de humor.
Henri Bergson, en
su ensayo La Risa, decía que la
principal fuente del humor es la rigidez. Si alguien está caminando por una
calle, y hay una fosa, y sin advertirlo, cae en ella, eso es motivo de
hilaridad. El ser humano necesita ser maleable para afrontar las dificultades.
¿Qué es lo que
convierte a Don Quijote en un personaje cómico? Su incapacidad de adaptación.
Nunca se doblega. Arremete contra los villanos, aunque se trate de molinos de
viento, defiende a todo trance a viudas y seres indefensos, e ignora los
infinitos matices de la condición humana. Cree que todos los seres deben vivir
en libertad, y cuando el pícaro de Ginesillo de Pasamonte reclama abandonar las
galeras, don Quijote asiente. Por supuesto, luego choca con la dura realidad. Una
vez el caballero andante exige a las huestes de Ginesillo que carguen con sus
cadenas y recorran media España para entregárselas a Dulcinea del Toboso, en
prenda de sumisión, a fin de permitir a la dama admirar las proezas de su
desconocido galán, la respuesta de los penados es propinarle una buena paliza.
La conciencia de Zeno es el presunto diario
personal de un hombre cuyo psicoanalista le recomienda tomar apuntes de sus
peripecias cotidianas, a fin de conocerse mejor. Se trata de cinco historias
relacionadas: la intención de Zeno de abandonar el cigarrillo (Ni él mismo
puede dar cuenta de la cantidad de cigarrillos que han sido los últimos en
fumar, cada uno de esos propósitos finaliza en un desopilante fracaso) la
muerte de su padre, la historia del cortejo de tres hermanas: Ada, Alberta y
Augusta, quizás la mejor parte de la novela, la historia de su infidelidad, y el
recuento de la frustrada sociedad financiera con uno de sus cuñados.
El relato de Zeno
es un curioso roman à clef . Es como
si Svevo hubiera deseado burlarse de su alter ego, el digno empresario Schmitz.
Que un autor se anime a la autocrítica con tanta lúcida ferocidad, y al mismo
tiempo con tal calidez humana, es, tal vez, su logro mayor.
Una buena muestra
es la parte dedicada al cortejo de las hermanas Malfenti, Ada, Alberta y
Augusta. Zeno parece poner siempre el carro antes que los caballos. Un día,
tras conocer a otro empresario, Giovanni Malfenti, decide que debe contraer matrimonio,
pues Giovanni tiene tres hijas casaderas. Parecería que el propósito de Zeno es
enamorar a alguna de las hijas por simple afecto hacia esa figura paternal.
Casi de
inmediato, luego de una visita a la casa de Giovanni, Zeno cae perdidamente
enamorado de Ada. Ignora señales evidentes de que la dama no tiene interés
alguno en ser su esposa. Para convertirse en habitué del hogar, y tras
enterarse de las veleidades musicales de los Malfenti, el protagonista anuncia
que toca el violín. Una de las hermanas toca el piano, y de esa manera, Zeno
tiene la ocasión de visitar la vivienda de los Malfenti de manera constante.
Zeno no es precisamente un virtuoso del violín, aunque nadie se anima a
criticar su técnica.
Hasta que un día,
Zeno encuentra en la calle a su idolatrada Ada, acompañada de un galán, Guido.
Es obvio que Ada está fascinada con Guido, y no tiene interés alguno en Zeno.
Pero el protagonista es ciego ante la relación de Ada y Guido, y continúa con
sus ilusiones, convencido que finalmente conquistará el corazón de la dama.
Ansiosa por
mostrar las virtudes de Guido ante Zeno, Ada lo invita a una velada donde Guido
tocará el violín.
“¡Un violinista!” piensa
Zeno devastado al recibir la información. “Si es cierto que maneja el violín
tan bien como se dice, estoy perdido”. En
ese momento reconoce que fue un terrible error tocar el violín en la casa de
los Malfenti. El protagonista había usado el violín como excusa para visitar el
hogar de Ada, pero la intromisión de Guido echa por tierra sus planes. Es
imposible que los Malfenti no adviertan que Zeno es un pésimo violinista, al
compararlo con un virtuoso como Guido.
Por supuesto, la
velada revela las carencias de Zeno como violinista, y profundiza el amor de
Ada por Guido. Pero, lejos de hacerlo abandonar sus intentos por seducir a Ada,
Zeno persiste y comete una serie de gaffes
que ensanchan la brecha entre ambos.
HACER EL AMOR
El cortejo
resulta fascinante por la perspicacia con que Italo Svevo muestra las vastas
diferencias de propósitos entre el hombre y la mujer, cuando se trata de
enfrentar el juego del amor, Zeno solo cree en la pasión erótica. Las hermanas
Malfenti, en cambio, están más preocupadas por la perpetuación de la
especie.
Y de esa manera,
Zeno va pasando por todos los estados de la incertidumbre emocional. Tras ser
rechazado por Ada, y luego por Alberta, termina atrapado por las redes de
Augusta, la menos bella de los Malfenti.
Svevo despliega
una gran perspicacia psicológica, y una suave ironía al mostrar el proceso. El
autor es un poco un semidios, observando con placidez, desde las alturas, la
manera en que un hombre, sin perder la lucidez, se convierte en un perfecto
idiota al enamorarse. A poco de andar, la menos bella de las Malfenti deviene la
Dulcinea de Zeno. El autor tiene la sabiduría, de mostrar que Augusta merece el
amor de Zeno. Es una mujer fiel, apasionada, inteligente, y protectora.
Como nota al pie,
también Ada se transfigura. Mientras en el frustrado cortejo de Zeno mostraba
su desdén y su frialdad con el galán, todo cambia una vez se convierte en su
cuñada. Es una cuñada leal, que respeta a Zeno, y hace todo lo posible para que
sea feliz con Augusta.
Svevo también
ofrece prácticas muestras de que el amor es ciego. Una vez Zeno acepta a
Augusta, hasta el rostro de su prometida cambia. Augusta padece de estrabismo.
Pero su bizquera se transfigura mágicamente en el momento en que Zeno cae
rendidamente enamorado de la joven.
Al final de la
novela, Zeno, que intenta curar su inseguridad yendo a un psicoanalista,
concluye mostrando serias dudas sobre la cura de la palabra. Cuando decide
terminar el tratamiento, el psicoanalista pierde su aura y se convierte en un
ser humano, con los mismos defectos que el resto de los mortales. Inclusive es
muy mezquino. El diario de Zeno es luego publicado por el psicoanalista a fin
de avergonzar a su paciente, en venganza porque ha decidido interrumpir sus
sesiones.
El comentario de
Zeno sobre su psicoanalista es bastante luminoso. “Creo que es la única persona
en este mundo que, si oye que deseo ir a la cama con dos bellas mujeres, solo se
preguntará: ´ ¿Cuáles serían las encubiertas razones para que ese hombre desee
ir a la cama con dos mujeres?´”
La conciencia de Zeno parece indicar que la
vida carece de todo sentido; al menos, el que nos empeñamos en atribuirle.
Nacemos y morimos casi siempre por casualidad, y en ese inexplicable
transcurrir por el mundo, solo el deseo nos ordena acometer las más grandes
empresas y a perpetrar las más soberanas tonterías. Pues en definitiva, como
indicaba el libro de Job, “Toda la vida es una tentación prolija”.
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