Mario Szichman
“El
´bolivarianismo´, por obra de celosos
Apóstoles, se
ha convertido en una religión
Como el
cristianismo, a la cual no le faltan
Sumo Pontífice, obispos, mayordomo
De iglesia, e
innumerables sacristanes”.
Santiago
Key–Ayala
Mi admiración
por el ensayo de German Carrera Damas El
culto a Bolívar, es de larga data. El 17 de marzo de 1970, escribí en la
revista Semana de Caracas que se
trataba de un trabajo “ejemplar, como historia de las ideas venezolanas… uno de
los más apasionados y apasionantes intentos de revisar desde el presente a una
figura que tanto sirve para bautizar batallones de cazadores (dedicados a
labores de contrainsurgencia), como para designar a frentes guerrilleros”.
Germán Carrera Lamas
Releí el
libro en varias ocasiones, especialmente, cuando revisé la bibliografía del
Libertador para mi Trilogía de la Patria
Boba. Es muy difícil encontrar en América Latina un trabajo tan inteligente,
tan desmitificador, a la hora de evaluar un héroe de la patria.
Por cierto,
en mi novela Las dos muertes de Bolívar,
copié el panegírico que un admirador prodigó a la figura del prócer, cuando
llegó a Lima, en 1823. El orador prometió escribir la gloria del ilustre
caraqueño “en menos de cien palabras”. Lo
calificó como Prócer Máximo del Continente; Héroe Excelso de la Historia del
Mundo. Inteligencia cumbre. Corazón óptimo, Voluntad primera. Epónimo de
América”. De paso añadió que la gesta guerrera había “superado al ciclo de Manco-Capac
y al Periplo de Colón”. Bolívar poseía también “el alma de Washington, el genio
de Bonaparte, la probidad de San Martín, la osadía deTúpac-Amaru”, y en su
espíritu se aunaban: “Semidioses de Homero, Varones de la Biblia, Héroes de
Plutarco, Adalides del Romancero, y Paladines de la Epopeya”. Para culminar, el
orador indicaba que la gloria de Bolívar “no tiene paralelo porque es la única
que asciende perpendicular hasta Dios”. Siempre me fascinó esa última frase, quizás
por su geometría.
El presidente
argentino Juan Domingo Perón solía decir que de todas partes se retorna, menos
del ridículo. Tal vez la ingeniosa frase puede aplicarse en naciones cuyos
ciudadanos le temen más al ridículo que a la fiebre amarilla. Mi experiencia en
Buenos Aires así lo indica. Pero eso no se aplica a todos los países. Es
difícil imaginar en Europa a un político
con los atributos de Donald Trump. Hasta Adolf Hitler, que parecía un émulo de
Charles Chaplin, siempre intentó conservar modales respetuosos con sus
adversarios, al menos en público.
Creo que el
libro de Carrera Damas anticipó, en su crítica al culto bolivariano, los
peligros que acechaban a Venezuela, un país con excesivos hombres
providenciales. Su prolija demolición del mito bolivariano era como un llamado
de alerta para hacer descender al suelo a tantos seres anodinos que se visten
con plumas ajenas. Manuel Vicente Romero García, un gran ensayista venezolano,
dijo hace más de un siglo: “Somos un país de mediocridades engreídas y de nulidades
consagradas”. (Venezuela ha tenido excelentes ensayistas. Otro que debe ser
recordado y leído con fervor es Rufino Blanco Fombona).
Un país donde
nadie desea caer en el ridículo, ofrece una tenue protección contra los
demagogos. Un país donde ha proliferado el culto bolivariano, muy difícilmente
se salve de ellos. Lo demuestra el devastador ejemplo de Hugo Chávez. Nadie ausente de Venezuela puede intuir qué
significa el culto al comandante eterno, o qué significó ese culto cuando el
comandante estaba vivo. Nadie, excepto Hugo Chávez, se ha disfrazado de
cirujano, hasta con la gorrita plástica en la cabeza, y se rodea de
funcionarios de su tren ejecutivo –todos ellos también disfrazados de
cirujanos, aunque creo que había algunas funcionarias disfrazadas de
enfermeras– para hacerle la segunda autopsia a Bolívar. (De la primera se
encargó el médico francés Alejandro Próspero Reverend. Durante más de un siglo
y medio, hasta el acceso de Chávez al poder, nadie cuestionó sus conclusiones).
No contento
con esa intervención quirúrgica post–mortem, Chávez ordenó que hicieran la
cirugía estética al rostro del prócer. Ahora, los venezolanos tienen que
calarse un Bolívar desconocido para quienes fueron sus contemporáneos. Por
cierto, Bolívar fue una de las figuras históricas más retratadas en diversas
épocas de su vida.
Es obvio que
si el prócer máximo del país pudo ser sometido a la indignidad de una segunda
autopsia, y a la alteración de su rostro, quien ordenó hacer esas reformas se
sentía superior a ese prócer máximo. Pero ¿dónde abrevó Hugo Chávez Frías ese
concepto? Es posible que en el propio culto. Un culto que no deja morir a
Bolívar –aunque ahora rejuvenecido, y algo obeso–, y que insiste hasta la
saciedad en su polifacético genio.
Carrera Damas
recuerda que José Rafael Pocaterra, el autor de esa obra sin parangón titulada Memorias de un venezolano de la decadencia,
mencionó en una de sus novelas al doctor “Gragireña Vicuña, attaché de la
legación chilena”, a quien le habían ofrecido un ágape, “con motivo de su
último opúsculo, titulado Bolívar,
campeón de ajedrez”.
El
historiador mantiene la seriedad de su discurso cuando analiza los factores
históricos para crear el culto a Bolívar. Esa santificación del Libertador
comenzó poco después de su muerte, y especialmente a partir del retorno de sus
restos a suelo patrio en 1842. Y por razones muy prácticas. Venezuela era un
país fragmentado, aquellos que habían luchado por la emancipación poco habían
logrado en la defensa de sus derechos, una oligarquía voraz se había quedado
con el fruto de todos los esfuerzos, y en nada había cambiado la condición de pardos
y morenos, los soldados de la guerra independentista.
La oligarquía
necesitaba un mito unificador, y Bolívar era la figura ideal. Nadie podía negar
sus méritos y, en la cúpula gobernante, nadie quería recordar sus vastos
desaciertos: la entrega de Francisco de Miranda a los españoles, el
fusilamiento del general Manuel Piar, quien cambió la guerra con su conquista
de Guayana, o el fracaso de su proyecto político tras la secesión de la Gran
Colombia.
Por lo tanto,
surgió un mito religioso que se convirtió, como diría
Cervantes, “en historia
sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los
viejos, y con todo esto no más verdadera que los milagros de Mahoma”.
UN GENIO ANDA
SUELTO
Una vez Carrera
Damas se adentra en la manufactura del mito,
el discurso cambia. Nos dice que según los aduladores, Bolívar: “fue
todo cuanto se propuso ser, e incluso aquello que ni siquiera sospechó ser.
Desde guerrero insigne hasta escritor original, es extensa la gama de las
facultades que se le atribuyen, y todas realizadas en grado superlativo – de
ese que suele destacarse mediante el recurso a las letras mayúsculas”.
Para el
historiador Ángel Francisco Bryce, “Bolívar no fue solo el Gran Guerrero, el
Gran Político, el Gran Legislador, el Gran Estadista, el Gran Constructor de
Naciones, sino, especialmente, el Gran Educador, porque nos enseñó a
conducirnos hacia nuestro destino, aunque no fuera su culpa que no siguiéramos
el camino que nos trazó”.
Y una vez se
ingresa en ese carril ¿en qué momento puede detenerse un ensayista? Carrera
Damas cita a Tulio Febres Cordero, quien indicó que para el Libertador, nada
humano le era ajeno. “No solamente era entendido el Libertador en el arte de
Vulcano: en obsequio de la Patria, fue también sastre y hasta tintorero, pues
él mismo daba los moldes para el corte de las chaquetas e instrucciones para
teñir la tela”.
Quizás el
peor aporte que ha ofrecido el chavismo al pueblo venezolano es la cancelación
del ridículo. Hasta el jefe de estado de Corea del Norte, Kim Jong Un, se
indigna cuando alguien lo toma en broma.
En fecha
reciente, funcionarios de la embajada de Corea del Norte en Gran Bretaña
visitaron la peluquería londinense M&M Hair Academy para presentar una
protesta. M&M Hair Academy había
decidido aumentar sus ventas ofreciendo un 15 por ciento de descuentos a
clientes descontentos con su cabellera. Para ello, usó un poster del líder
norcoreano exhibiendo su asombrosa pelambre, acompañado de la leyenda Bad Hair Day? (¿Mal día para su cabello?)
Diplomáticos norcoreanos exigieron a los dueños de la peluquería divulgar el
nombre del responsable de ese agravio pues deseaban presentar una demanda. Como
las represalias que apadrina el señor Kim contra sus enemigos suelen ser muy
desagradables –arrojó perros feroces a su tío, disgustado por el hambre de
poder de su pariente– los interrogados optaron por encubrir la identidad del
agraviante. Según periódicos británicos, The
Foreign Office inglés recibió luego una carta de protesta enviada por la sede
diplomática norcoreana.
El ridículo
no hace mella en el chavismo, que continúa impertérrito ante las burlas que
prodiga la oposición, o buena parte de los periódicos de América Latina. ¿Es una táctica política? En ese caso, es
brillante. ¿Es simplemente desprecio por la opinión de los demás? Lo ignoro.
Pero como práctica es imbatible. El chavismo ha insultado a todo intelectual o
funcionario internacional que no comulga con sus planteos. Y ha tenido éxito,
silenciando muchas voces. A nadie le gusta que en un diálogo se instale el
insulto. Además, contribuye a cambiar las reglas del juego, al cancelar el tema
en discusión, y abrir las compuertas al desatino. Hace algunas semanas, la
canciller venezolana Delcy Rodríguez negó que hubiese problemas de alimentación
en su país, y dijo que Venezuela estaba en condiciones de abastecer a tres
naciones. Esa frase la formuló en quince segundos. ¿Qué hace el interlocutor?
¿La cita a una mesa redonda, y extrae tablas y muestra cifras refutando la
afirmación? Eso es imposible. Por lo tanto, quien enunció la falsedad, se queda
con la última palabra.
Y algo así ha
ocurrido con Bolívar. En el celo por magnificar su figura, se han dicho
sandeces increíbles, varias de las cuales reseña Carrera Damas.
Por ejemplo,
los redactores del santoral bolivariano porfían en que el Libertador no
necesitó aprendizaje alguno. Al parecer, solo necesitan aprender los seres
humanos. El historiador Cristóbal L. Mendoza, señala Carrera Damas, llegó a decir “que alguna influencia benéfica
se ejerció sobre Bolívar, pero que ésta no era en modo alguno necesaria, dada
la naturaleza genial del discípulo”.
Mendoza
indicó que cuando Bolívar sostenía pláticas con su maestro Simón Rodríguez, no
lo hacía para aprender, “sino para dar más metódico fundamento a los arranques
iniciales del Libertador”.
Después
estaba la visión futurista de Bolívar, anticipándose a los acontecimientos,
modelándolos en su mente. César Zumeta,
al mencionar el incómodo encuentro entre Piar y Bolívar, dijo que el prócer
“había realizado en los limbos de profético delirio la redención del continente.
Esa visión era una fuerza incontrastable. Sólo él la comprendía, sólo él se
sabía capaz de realizarla. Cuando él hablaba lo hacía en nombre de prodigios
que por entonces sólo existían en su mente” y mencionaba a Bomboná, a Pichincha
y a Ayacucho, “aún no nacidas a la historia”. Casi nada.
A tal grado
llegó la sacralización de Bolívar, que la historia venezolana de las guerras
patrias se reconstruyó de acuerdo a su presencia en ciertos episodios. Todo
aquello que fue protagonizado por otros héroes, pasó a segundo plano.
Carrera Damas
tiene esperanzas, aunque algo remotas, de que quizás algún día, pueda “ser
desecho el artificio que ha determinado que en la historia de Bolívar éste
aparezca como su propio autor”.
Tal vez eso
también ayude al Libertador a encontrar finalmente la paz. En mi novela sobre
Bolívar, puse en su boca estas palabras: “No es la muerte lo que me preocupa,
sino la inmortalidad, que impide a una persona descansar tranquila en su
tumba”.
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