domingo, 31 de mayo de 2015

¿Puede un gobierno impedir los trastornos mentales?

Mario Szichman

Crecí en Buenos Aires, una ciudad donde abundan los psicoanalistas.  Inclusive hay un área conocida como “Villa Freud”, por la cantidad de terapeutas que habitan la zona. Es muy difícil que alguien en Buenos Aires ignore lo que es una “madre esquizofrenizante”, o la teoría del doble vínculo.
Una madre esquizofrenizante es la mejor propagandista de la teoría del doble vínculo, que consiste en emitir mensajes contradictorios. El término fue acuñado por el antropólogo Gregory Bateson.  
Tal vez la obra más famosa de la narrativa norteamericana que lidia con el doble vínculo es Catch–22 de Joseph Heller. La novela transcurre durante la segunda guerra mundial, y su improbable héroe es Yossarian, un soldado aterrado por la posibilidad de morir en combate. Cuando le expresa a uno de sus camaradas que todos los enemigos se han puesto de acuerdo para asesinarlo, el interlocutor le dice que esa sospecha es producto de su paranoia. “En realidad, el enemigo no te quiere asesinar a ti, sino a todos nosotros”, le explica su camarada para tranquilizarlo. La invariable respuesta de Yossarian es: “¿Y cuál es la diferencia?”
En la novela, el más articulado expositor de Catch–22 o de la teoría del doble vínculo es Doc Daneeka, un psiquiátra del ejército. Cada vez que algún piloto de combate solicita que le hagan una evaluación de su estado de salud mental, con la esperanza de demostrar que está incapacitado para volar, el doctor Daneeka le demuestra que está perfectamente sano. Solo los dementes aceptan sin vacilación alguna volar misiones peligrosas.  
Todo gobierno, sin importar su alcurnia, siempre intentará hacer pasar gato por liebre. Posiblemente los gobiernos de Washington se destacan a la hora del double talk, que consiste en hablar al mismo tiempo por ambos costados de la boca. (Eso se extiende a todas las corporaciones del país, y especialmente a las especializadas en la fabricación de medicamentos).  
El Concejo Nacional de Maestros de Inglés, con sede en Urbana, Illinois, otorga anualmente The Doublespeak Awards a instituciones y funcionarios que mienten sin mentir, usufructuando una confusa asociación de palabras. En cierta ocasión, los galardones fueron otorgados a una línea aérea que definió el estrellamiento de un avión como “un contacto descontrolado contra el suelo”,  a un hospital que describió la muerte de un paciente como “un percance de diagnóstico de elevada magnitud”, y al senador Orrin Hatch, quien dijo que “la pena de muerte es el reconocimiento que hace nuestra sociedad a la santidad de la vida”.
       En su Dictionary of Euphemisms and Other Double Talk, Hugh Rawson ofreció buenos ejemplos de cómo la inflación de términos en el ámbito militar es correlativa a una deflación o encubrimiento del sentido. Es el caso de executive action (el término probable sería “hecho consumado”)  “un eufemismo empleado por la CIA”, dice Rawson, “para sacarse de encima a personas, especialmente líderes de otras naciones”.
         En la nomenclatura militar los pertrechos de guerra atacan dos clases de objetivos, hard, duros, y soft, blandos. Los objetivos duros son ladrillos, concreto o acero. Los objetivos blandos son aquellos constituidos por carnes y huesos, esto es, seres humanos. De ahí que el napalm, una bomba incendiaria, dice Rawson, haya sido rebautizado como soft ordnance, pertrecho de guerra para objetivos blandos.
          En otros casos, los eufemismos pueden ser demoledores. Las retiradas militares suelen ser definidas como retrograde manoeuver, maniobras de retroceso –se supone que rigurosamente ordenadas. La frase, dice Rawson, surgió en 1975, cuando el entonces presidente de Vietnam del Sur Nguyen Van Thieu decidió retirar sus tropas de varias provincias, ante la embestida del Vietcong. La maniobra de retroceso de Thieu prosiguió hasta que logró maniobrar para ceder el poder, y exiliarse en Estados Unidos.
La confusión mental es uno de los problemas más graves que enfrenta una persona en cualquier sociedad. A eso le sigue el paulatino olvido de las nociones más elementales, como preludio a un cuadro clínico devastador. Eso no le ocurre jamás a un venezolano. Ya el hecho de contar con una tasa de dólar oficial, y varias tasas que abarcan una amplia gama de predilecciones, convierten su cerebro en algo más afinado que un violín bien templado.
Hace algunos días, el Miami Herald publicó una nota insinuando que Transparencia Internacional había pasado a la clandestinidad en Venezuela. El gobierno, y sus agencias, también han optado por una transparencia del color de la tinta china. Eso evita que los funcionarios mientan, algo que es poco fotogénico, basta ver cómo le creció la nariz a Pinocho, o digan la verdad, con resultados aún más devastadores.
El diario dijo que una especie de sudario cubre hasta la información más elemental. El gobierno no divulga cifras sobre la tasa anual de inflación, las muertes en las carreteras, los gastos en materia de turismo o los índices de aborto espontáneo. Ahí está el ejemplo de Deivis Ramírez, un reportero policial que visita de manera cotidiana la morgue de Caracas para descubrir cuantas personas han sido asesinadas en la capital en el curso de una semana o de un mes.  
Obtener datos de funcionarios que están siempre ocupados o escondidos en el baño es harto difícil. “Es como un parto cotidiano”, dijo Ramírez al diario. “Las estadísticas de crímenes son las más difíciles de obtener”.  

En ocasiones, los malabaristas del gobierno ni siquiera necesitan mentir para desalentar la verdad. Ramírez dijo al diario que ahora, cada vez que una persona es baleada por la policía, el episodio no es clasificado como un “homicidio”, sino como “resistencia a la autoridad”. Uno de los casos más famosos de resistencia a la autoridad es el de José Miguel Odreman, líder del colectivo chavista 5 de marzo. El 7 de octubre de 2014, en un video captado por las cámaras de Televen, Odreman responsabilizó al entonces ministro de Interior y Justicia, Miguel Rodríguez Torres, por cualquier cosa que le pudiera ocurrir. Poco después, Odreman fue muerto de 32 balazos por funcionarios policiales. El Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas informó que Odreman “Era el jefe de una banda delictiva de ex policías implicada en múltiples homicidios”.
Minutos después, algunos “twiteros” divulgaron fotografías donde Odreman aparecía junto a importantes figuras del chavismo, desde su líder, Hugo Chávez Frías, hasta Cilia Flores, la primera dama del país.
Casi un día más tarde, el presidente Nicolás Maduro ordenó investigar “los extraños sucesos” en los que murieron cinco personas, entre ellos Odreman, en el tiroteo entre activistas de los colectivos y funcionarios del CICPC. Y así, puso punto final  a toda investigación.
Es probable que acatando las normas de las autoridades, Odreman debería ingresar en el casillero de “resistencia a la autoridad”. Pero, como la teoría del doble vínculo también funciona en Venezuela, no sería desatinado suponer que es considerado un mártir por las autoridades.
En otros casos, muchos “asesinatos indiscutibles”, señaló el periódico, son engavetados en un archivo con el rótulo “bajo investigación”. Y de allí, pasan a navegar el Triángulo de las Bermudas. 
Aunque la Constitución de Venezuela garantiza el acceso público a toda la información gubernamental (también la Constitución de Corea del Norte) del dicho al hecho hay un largo trecho. A cada rato el presidente Nicolás Maduro exige a la prensa “decir la verdad” sobre su gobierno, recordó The Miami Herald. Pero, sin estadísticas oficiales, es muy difícil opinar.
Ahí está el caso del gobernador opositor Henrique Capriles, quien aseguró que la inflación durante los cuatro primeros meses de 2015 se había acercado al 50 por ciento. El año pasado, la inflación anual en Venezuela fue del 68,5 por ciento, la mayor del hemisferio. Y si las cosas siguen así, seguramente será la mayor del mundo antes de concluir el 2015. (Todavía hay que determinar qué ocurrirá en Siria). Pero ¿son ciertas las cifras mencionadas por Capriles? Después de todo, es un opositor, no un funcionario del gobierno. Puede ofrecer la cifra que se le antoje. No hay manera de corroborarla, pues el Banco Central mantiene su mutismo desde el inicio del año.
Carlos Correa, director de Espacio Abierto, recordó que el Banco Central solía publicar cifras de la inflación “de manera religiosa en los primeros días de cada mes”. Ahora, dijo Correa, "no están publicando información alguna”.
Los funcionarios del Banco Central podrían ganar el concurso mundial de escamoteo de información. Cuando comenzaron a escasear productos de primera necesidad en el 2014, la institución, una dependencia más del poder central, cesó de publicar su “índice de escasez”. Durante años, eso formó parte de su información regular. 
The Miami Herald dijo que el gobierno chavista tiene una increíble capacidad para ocultar malas noticias. “En el 2003, cuando la tasa de asesinatos y crímenes comenzó a subir”, indicó la publicación, “el gobierno cerró la oficina de prensa de la policía encargada de proporcionar datos de manera regular”. Eso ocurrió en los comienzos de la administración de Hugo Chávez Frías, quien siempre mostró gran timidez a la hora de divulgar cualquier noticia que pusiera en duda los logros de la Revolución Bonita.
No importa si la información es peligrosa para el gobierno o totalmente inocua. Por ejemplo, en el 2014, la organización Espacio Público solicitó referencias sobre 10 cuestiones que no eran de vida o muerte. Por ejemplo, ¿cuánto pagó la emisora clandestina Telesur para que el ex futbolista argentino Diego Maradona emitiera sus filosóficos comentarios sobre la Copa Mundial de Fútbol? Hay dos posibilidades: o Maradona cobró un bojote de dinero, y en estos tiempos mencionar salarios altos es peor que mentar la soga en casa de ahorcado, o el ex futbolista trabajó gratis, y es demasiado humilde para revelar su aporte a la causa. Las dos posibilidades existen, pero no se ha formulado respuesta alguna. Tampoco el Fondo Nacional de Desarrollo, FONDEN, quiso notificar cuánto dinero hay en sus arcas.
En otra ocasión, Espacio Público pidió a un tribunal que informara qué pasos había adoptado el ministerio de Salud Pública tras revelarse que medicina importada de Cuba se había perdido o había pasado su fecha de vencimiento. La Cámara Político Administrativa de la Corte Suprema calificó la solicitud de “una amenaza a la eficiencia y eficacia de la administración pública”.  
A comienzos de mayo, el Bank of America dijo que “la economía de Venezuela representa un formidable desafío para los investigadores. Datos sobre indicadores claves requeridos para evaluar una razonable actividad fiscal o externa son imposibles de obtener. En otras ocasiones, los informes son ofrecidos tras graves demoras”.
En diciembre pasado, el ministerio de Comunicación e Información cesó de comunicar y de informar a muchos corresponsales extranjeros. Aunque las notas que envía el ministerio son simples press releases, sin el menor valor informativo, algún funcionario temió que un corresponsal pudiese leer entre líneas. Sin información alguna, ese peligro quedaba cancelado. Y la excusa, como podrá adivinar el lector, era que había “problemas con las computadoras” y era imposible enviar la información por correo electrónico. “Cuatro meses más tarde”, indicó The Miami Herald, “el problema aún no había sido solucionado”.
Mercedes De Freitas, directora de Transparency International en Venezuela, emergió brevemente de la clandestinidad para explicar que “La opacidad es la ley, y la política cotidiana” del gobierno chavista. “Lo insólito es poseer información completa y pública”. Una de las virtudes de ese enfoque es que “resulta imposible averiguar a qué se destinan los gastos públicos”, dijo De Freitas. 
El diario señaló que “la mezcla de falta de información y de impunidad, ha hecho que Venezuela se halle ubicada en el puesto 161º del Índice de Percepción de la Corrupción” elaborado anualmente por Transparency International. Venezuela está a 11 puestos del fondo de la olla, en un empate cabeza a cabeza con Haití y con Yemen. Recordemos que Haití es el país más pobre del Hemisferio Occidental, y que Yemen está hundido en una catastrófica guerra civil. De todas maneras, algo bueno ha conseguido el chavismo ocultando información: mantener la mente del venezolano tan afilada como el escalpelo de un cirujano.
En otros países, las personas usan calculadoras para realizar las operaciones aritméticas más elementales. Un venezolano, sin importar su edad, le resolverá hasta la raíz cuadrada de la diferencia entre el dólar oficial y el paralelo, y cuánto debe pagar de propina al bachaquero que le consiguió un neumático en San Cristóbal. Y eso, mientras observa con uno de sus ojos el grupo de motorizados que está inspeccionando el capot de su carro, y con el otro a las fuerzas que intentan imponer el orden tras volcar una gandola cargada con bolsas de harina Pan. Todo eso, en milésimas de segundo, sin gesticular, o hacer un solo movimiento innecesario.
Y a fin de cuentas, ¿para qué sirven las estadísticas? Solo para amargar la vida. El ser humano disfruta de una sola existencia. No tiene un botón que pueda oprimir a fin de lograr una segunda oportunidad. Por lo tanto, durante su efímero paso por la tierra, debe abandonar toda aflicción, y disfrutar cada jornada al máximo, como si fuera el último de su vida. (Algo que ocurre anualmente con al menos 24.000 de sus compatriotas).
El buen soldado Schweik nunca se sintió afectado por las estadísticas. Por el contrario, las adoraba. “Me encantan las estadísticas”, decía, “porque en primer lugar son muy precisas. En segundo lugar, ofrecen pormenores muy detallados. Y en tercer lugar, aunque siempre mienten, es lo único que tenemos”.





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