Mario Szichman
Thomas Anstey Guthrie
Es imposible pronosticar o imaginar el futuro; por lo tanto, el ser humano
se limita a ampliar el pasado, y a configurarlo de manera insistente. Eso
también ocurre en el campo intelectual, donde más del noventa por ciento de los
genios del pasado pasan al desván de los recuerdos, en tanto un escaso
porcentaje es restituido a la fama, o adquiere un prestigio del cual nunca
disfrutó en vida.
Un género narrativo que me encanta, por los desafíos que enfrenta, es el
conocido por los anglosajones como the
time travel, el viaje a través del tiempo. El más popular es el viaje al
pasado, como ocurre en Un yanqui en la
corte del rey Arturo (1889), de Mark Twain. El protagonista, un ingeniero
norteamericano de mediados del siglo diecinueve, es acarreado por accidente a
la Inglaterra medieval, y usa sus conocimientos de tecnología para convertirse
en un “mago” a los ojos de sus antepasados lejanos. Sus intentos por modernizar
su entorno fracasan, no puede impedir la muerte del rey Arturo, y la iglesia
católica, asustada de su poder, le dicta un interdicto. De todas formas, el ingeniero
la saca barata. ¿Qué le hubiera ocurrido si en lugar de aterrizar en la
Inglaterra medieval hubiera incursionado en la España de Torquemada? Tendríamos,
quizás, un corto relato, y un final fácil de imaginar. (Siempre he sentido gran
curiosidad por averiguar cómo se las arreglaría un Robinson Crusoe español en
una isla desierta. Hay una larga lista de libros dedicados a reseñar las
aventuras de náufragos españoles, aunque no recuerdo si en ellos se cuenta la
historia de un solitario marinero, o si vivió para contarla).
Una de las últimas, e inacabadas, novelas de Henry James es The Sense of the Past, que generó una
excelente secuela teatral: Berkeley
Square, de John Balderston, y numerosas imitaciones. En la obra de teatro, un
personaje que vive en Londres a finales de la década del veinte del siglo veinte
recibe una mansión como herencia. En la vivienda, situada en Berkeley Square,
de Londres, el protagonista descubre diarios y otros artefactos culturales que
revelan en íntimo detalle la vida de sus ancestros. Además, en una de las
paredes de la casa, hay un cuadro de uno de sus antepasados pintado por el
famoso artista inglés Joshua Reynolds. Al igual que el protagonista, el nombre
del personaje retratado es Peter Standish, quien habitó la mansión un siglo y
medio antes. El moderno Peter Standish, un hombre obsesionado con toda clase de
artilugios técnicos, consigue viajar hacia el pasado, y encarnar a su
predecesor, un americano que ha peleado en el ejército de George Washington y
ha decidido contraer nupcias con una prima inglesa. Pero el visitante del
futuro rápidamente se convierte en un sospechoso para todos los miembros de la
familia de su enamorada, pues pronostica toda clase de eventos, inclusive, que
posará para un retrato del famoso pintor inglés Joshua Reynolds.
Al mismo tiempo, es obvio el desdén del viajero del tiempo por la vida
cotidiana en Londres, su desprecio por el trato que reciben dementes y
criminales, su disgusto ante el placer de sus habitantes por asistir a
ejecuciones. Peter Standish se siente asqueado ante la terrible suciedad de las
calles de Londres, inquieto por la escasa higiene de las personas, pues aunque
existen perfumes, el uso del desodorante no se ha difundido. Varios visitantes
de la mansión comentan desconcertados la obsesión del visitante por bañarse
todos los días.
Berkeley Square es una
obra de teatro que me ha fascinado durante muchos años, especialmente el
análisis de la visualización simultánea del pasado, del presente y del futuro,
de acuerdo al punto de vista del narrador. Utilicé esa idea en la versión corregida de una
de mis novelas, Los años de la guerra a
muerte. El poeta Andrés Bello recuerda una explicación de la teoría del
tiempo esbozada por el sabio Alexander Humboldt. “Supongamos
que una persona navega en una embarcación, siguiendo la línea de la costa”
señalaba Humboldt. “Esa persona pasa delante de una plantación de caña. Es el
presente. Hay un recodo. La plantación de caña desaparece de la vista de la
persona. Pero la persona recuerda esa plantación. Es el pasado. Y más adelante,
tras otro recodo, hay un grupo de árboles. Pero todavía no nos hemos acercado a
esos árboles. El recodo los oculta. Esos árboles están en el futuro. Pero, ¿qué
ocurre si hay otra persona a bordo de un globo Montgolfiero? Esa persona puede
observar desde las alturas la plantación de caña y el grupo de árboles, lo que
hay en el pasado, lo que hay en el presente, y lo que hay en el futuro. Todo al
mismo tiempo”. En el caso del joven poeta Andrés Bello esa teoría del tiempo le
permite comparar de manera concurrente lo que ha sucedido en España, tras la
invasión de Napoleón Bonaparte en 1807, y sus probables consecuencias: aquello
que sucederá en un futuro cercano en la capitanía general de Venezuela, tras anular
un factor físico: la distancia. (Como acotación al margen: Los años de la guerra a muerte, en su versión original, fue durante
una época la cenicienta en mi Trilogía de la Patria Boba. Gracias a la versión
corregida por la profesora Carmen Virginia Carrillo se ha convertido en aquello
que los franceses han bautizado como succès
d'estime. Es apenas otro recordatorio de la inmensa labor cumplida por el
editor).
Uno de los temas principales del viajero del tiempo es el peligro que
corre una civilización cuando el protagonista decide intervenir en la historia.
De repente, un acto benéfico es capaz de trastornar un país o un continente
hasta los cimientos, sumirlo en una tragedia inesperada. Por otra parte, la sumisión al devenir del
tiempo conlleva otras tragedias. En un famoso relato de Roald Dahl, una madre
lleva a su bebé al pediatra. El niño está agonizando. El pediatra salva la vida
del bebé. Luego nos enteramos de que su nombre es Adolf Hitler. Otro elemento
que estimula la imaginación del autor es el menosprecio del protagonista por las
personas que encuentra en un pasado lejano; examinadas desde la
contemporaneidad, todas ellas ya están muertas, sin importar la causa.
Tanto en los viajes al pasado, o a diferentes futuros, como en La máquina del tiempo, de H.G. Wells, o
en el relato de Ray Bradbury A Sound of
Thunder, el mínimo error provoca catástrofes colosales. (En el cuento de Bradbury,
posiblemente su más famoso, un cazador del futuro realiza un viaje al pasado
para perseguir un Tyrannosaurus Rex, y mata inadvertidamente a una mariposa,
alterando el flujo del tiempo de manera desastrosa).
Thomas Anstey, caricatura de Harry Furniss
Thomas Anstey Guthrie (1856 -1934) un periodista de la famosa revista
humorística Punch, de Londres, y
escritor, quien firmaba con el seudónimo de F. Anstey, creó varias novelas muy divertidas, parodiando distintos temas en
boga. Por ejemplo, en Viceversa,
Anstey usó el recurso de Príncipe y
Mendigo, de Mark Twain, aunque en lugar de sustituir a un personaje de la
realeza británica con un mendigo, puso a un padre en el lugar de su hijo, y
viceversa. Las consecuencias eran inquietantes. (El padre terminaba yendo al
colegio al cual su hijo se había negado a ingresar pues los maestros infligían
humillantes castigos corporales).
Varias de las novelas de F. Anstey han resucitado en filmes, obras de teatro
y musicales, en ocasiones, sin dar crédito alguno al autor. Tal vez la versión
cinematográfica más famosa es la de su novela The Tinted Venus con guion de un famoso humorista norteamericano, S.
J. Perelman, y música de Kurt Weill,
quien compuso las melodías para La ópera
de tres centavos, de Bertolt Brecht. El filme, titulado One Touch of Venus (1948), era protagonizado por Ava Gardner.
F.Anstey ha tenido un reciente “revival” en Gran Bretaña gracias a su novela
Tourmalin’s Time Cheques, que combina
la idea del viajero del tiempo con la comedia de situaciones. La trama es muy
divertida, y además, muy moderna.
Peter Tourmalin es un empleado londinense que retorna a su país en un
paquebote, The Boomerang, tras pasar
vacaciones en Australia. Tourmalin no solo debe regresar a Inglaterra, sino a
los brazos de su prometida, un ser absolutamente insoportable. La mayor parte del viaje es un aburrimiento
completo, y eso se agudiza por el añadido de horas extra debido al cruce de husos
horarios.
Un día, ocurre al señor Tourmalin algo que parece una especie de milagro.
Un desconocido le dice que existe un banco, The
Anglo-Australian Joint Stock Time Bank, Limited, donde puede depositar las
horas de aburrimiento padecidas en el barco, y retirarlas luego, a su
conveniencia, a fin de aprovecharlas
como se le venga en gana. El señor Tourmalin recibe una chequera, y cada vez
que se mortifica con su vida cotidiana en Londres, endosa uno de sus cheques,
generalmente, de 15 minutos de duración, pues ignora qué tropiezos sufrirá.
Tras endosar cada cheque, el señor Tourmalin es transportado súbitamente al
barco donde regresaba de Australia. Al parecer, el protagonista no había estado
tan ocioso como lo pensaba. En realidad, había establecido diálogos con dos
bellas mujeres, mucho más interesantes y apasionadas que su fiancée.
El problema con los cheques endosados por Tourmalin es que no siguen un
orden cronológico. Cada nuevo cheque lo hunde en una situación comprometida con
una de las dos mujeres, o con damas que le reprochan sus infidelidades. Además,
los diálogos carecen de comienzo o de final.
El señor Tourmalin es elogiado en ocasiones por alguna acción heroica –que
ignora en qué consiste– o insultado por una grave ofensa de la cual no tiene la
menor idea. El viajero del tiempo debe hacer toda clase de malabarismos
verbales para descubrir su conducta, es como si fuera al mismo tiempo el
paciente y el psicoanalista.
Toda persona necesita emociones estables, avanzar o retroceder cautamente
en sus relaciones sentimentales, o en el trato con sus semejantes. Al señor Tourmalin le está
vedado ese atributo. ¿Fue acaso infiel con su prometida? ¿Ha incurrido en
promiscuidades con ambas mujeres a bordo del Boomerang? Un día, la intimidad con una de las damas es absoluta
(inclusive la Inglaterra victoriana sugería escenas de alcoba sin necesidad de
mencionarlas), y días después, la misma mujer ignora quien es el señor
Tourmalin, y éste debe hacer una presentación formal.
Tourmalin se halla de manera constante en la cuerda floja. En una coyuntura,
es recibido con improperios por una matrona a quien no ha visto nunca en su
vida. La señora lo considera un Don Juan, un ser miserable, que ha causado la
desgracia de su hija. Tourmalin ignora quien es la hija de la señora, y no
puede consultar a la ofendida madre de qué persona está hablando, pues sumaría el insulto a la injuria.
En otras ocasiones, el canje de tiempos agrava las infidelidades. Cuando el
señor Tourmalin viajaba en el Boomerang, estaba de novio. Pero en algunos de sus
retornos al barco, tras librar uno de sus cheques, ya contaba con una cónyuge. Y las preguntas
que le formulaban sus tiernas amantes lo obligaban a multiplicar sus mentiras. Por
culpa de esos cheques, un ser absolutamente honesto se va enredando
progresivamente en mentiras cada vez más escabrosas.
La particularidad de F. Anstey es haber investigado los avatares de un
viajero del tiempo no en tiempos remotos, sino en escasas semanas, usando un
recurso muy original: la fragmentación del diálogo. Cuando nos presentan a una
persona, nuestro diálogo es muy formal, repleto de antecedentes. Todo ser
humano debe enmarcarse primero ante un interlocutor. Pero a medida que avanza
una amistad o un romance, disminuye la necesidad de ofrecer un resumé de
nuestra vida. Imagine el lector que cada
vez que se encuentra con un amigo le dice: “Yo soy fulano de tal, mi profesión
es tal, soy un divorciado, he tenido tres hijos de mi primer matrimonio, y mis
padres viven en España”. La amistad, o el romance, nos permiten obviar
presentaciones. Al mismo tiempo, los diálogos pueden ser indescifrables para
alguien que desconoce nuestras referencias. Y eso ocurre obviamente en novelas,
en filmes o en obras de teatro.
F. Anstey era un maestro analizando la confusión que causan en las
relaciones humanas nuestros patrones de lenguaje, así como nuestro prejuicio, o
ignorancia, de otros seres. La comedia de las equivocaciones trasladada a un
viajero del tiempo permitió a F.Ansey renovar un género, multiplicar las
oportunidades de tramas y guiones de gran encanto. Los ecos que desperdigó en
otros autores se han acrecentado. Ahora, afortunadamente, ha retornado el
momento en que los lectores pueden multiplicar su interés por la persona encargada
de originarlos.
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