Mario Szichman
Las novelas de Nathanael West, cuatro en total, nunca ingresaron a la
categoría de “out of print.” Su magra producción, que consta de The
Dream Life of Balso Snell, Miss
Lonelyhearts, A Cool Million y The Day of the Locust, se reimprime con
persistente frecuencia.
Mark Twain es el primero de los grandes American
originals en un panteón donde brillan personajes como Ambrose Bierce, H.L.
Mencken, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald o Jim Thompson. Pero se
trata de americanos originales con ancestros también americanos; sus raíces son
profundas y de difícil remoción. En esa pléyade, Nathanael West otro de los
grandes American originals, sobresale
por su precariedad y su falta de raíces. Todo en West es fugaz, sus orígenes,
aunque de larga data, son brumosos, y su entorno parece haber sido diseñado por
un escenógrafo de Hollywood.
West se llamó originalmente Nathan Weinstein. Era hijo de Anna y Max,
judíos rusos que huyeron de Europa a fines del siglo diecinueve. Nació en 1903
en Nueva York, y murió en diciembre de 1940, a los 37 años de edad. Tenía fama
de “conductor homicida”, algo que confirmó el día de su muerte. Cuando
regresaba con su flamante esposa Eileen McKenney de un viaje a México, ignoró
una señal de tráfico en una intersección en El Centro, California, y estrelló
su vehículo contra un automóvil en que viajaba una familia. West y su esposa
murieron en el accidente. Los restos de West se hallan enterrados en Mount
Zion, un bello cementerio de Queens, Nueva York. Las cenizas de su esposa
fueron colocadas en su ataúd.
Si destaco ese detalle es porque había una premonición de catástrofe y un
terrible deseo de muerte en toda la producción literaria de West. El narrador no
solo se interesó en el cristianismo, sino que se apasionó por las experiencias
místicas. Nunca le interesó la narrativa de sus contemporáneos, posiblemente
con la excepción de Scott Fitzgerald, y sentía un profundo desprecio por las
excelentes narradoras norteamericanas de su época, como Willa Cather o Dorothy
Parker. Prefería a los surrealistas franceses y a los poetas y narradores
británicos e irlandeses de fines del siglo diecinueve, especialmente a Oscar
Wilde, aunque es evidente que leyó en profundidad a satíricos como Juvenal, y a
Luciano de Samosata, seguramente su Viaje
del mundo.
Su obra maestra Miss Lonelyhearts
combina la sátira con una visión del mundo terriblemente pesimista. Es una
amalgama perfecta, posiblemente aprendida en algunos de los doctores de la
iglesia, que combinaban la obscenidad con las amenazas del infierno.
La señorita corazones solitarios de la novela es un cínico periodista del
diario neoyorquino Post Dispatch cuya
tarea es responder a cartas de seres afligidos que tratan de encontrar algún
tipo de salvación en sus torpes vidas. Tal vez el tema central de la novela se
halla en esta frase: El periodista “recibía diariamente más de treinta cartas,
todas ellas similares, estampadas en la masa del sufrimiento con un molde en
forma de corazón, de esos utilizados para hacer galletas”.
West descubrió temprano la manera de convertir lo efímero en perdurable
usando los mecanismos de una sociedad como la norteamericana, basada justamente
en una constante reinvención cuyo único propósito es mover las ruedas del
comercio. El periódico donde trabaja Miss
Lonelyhearts aprovecha las columnas del correo del corazón para acrecentar
su circulación, del mismo modo en que el Hollywood de The Day of the Locust es una inmensa fábrica de sueños, que obtiene
inmensas sumas de dinero en base a una fórmula indestructible: finales felices
basados en el triunfo del amor y de la justicia.
En Miss Lonelyhearts (qué golpe
de genio que el protagonista, un hombre, sea conocido en toda la novela como la
señorita corazones solitarios) los únicos personajes de carne y hueso son
aquellos que envían cartas a la redacción del diario. Miss Lonelyhearts no es un ser humano, es apenas una postura
histriónica. Adopta modales que lo van transformando en el individuo que
siempre anheló ser: Jesús. Su jefe, Shrike, (en español alcaudón, un ave
similar al halcón) le impone al encargado del correo sentimental una serie de
normas para que consuele a sus lectores. Un día, el tema es el arte. “El arte
es la manera de lograr una salida”, le dice Shrike a la señorita corazones
solitarios cuando éste se halla paralizado por la falta de inspiración. “No aceptemos
que la vida nos abrume”, le dicta Shrike
a su empleado. “Cuando los viejos senderos están atosigados con el detritus del
fracaso, busque senderos nuevos y frescos. El arte es ese sendero. El arte es
un destilado del sufrimiento”.
¿Cómo explicarle esas sencillas verdades a una señora que firma su carta:
“Harta de todo”? La señora tiene buenas razones para estar harta, sufre
terriblemente de los riñones. “Pero mi marido cree que ninguna mujer puede ser
una buena católica si se niega a tener niños, aunque padezca terribles
dolores”. La señora harta de todo ha tenido ya siete niños en 12 años. Los
médicos le han dicho que no puede seguir procreando debido a sus afecciones
renales. “Y mi marido prometió que no habría más niños”. Pero apenas la señora
retornó del hospital “mi esposo rompió la promesa y ahora voy a tener otro
bebé. No puedo soportar el dolor en los riñones, y estoy enferma y asustada pues
no puedo someterme a un aborto, ya que soy católica y mi marido es muy
religioso”. ¿Podrá la señorita corazones solitarios darle un buen consejo a esa
señora harta de todo?
Después está una joven que firma sencillamente “Desesperada”. Tiene 16
años, “y aunque bailo bien, y tengo una buena figura, y mi padre me compra
bellos vestidos”, ningún adolescente la invita a salir, pues carece de nariz.
“Tengo un gran agujero en la mitad de mi rostro que asusta a todo el mundo.
Inclusive yo me asusto”. La señorita desesperada no sabe qué hacer con su vida.
¿Tal vez cometer suicidio?
En esta ocasión, el señor Shrike señala la necesidad de disuadir a la
remitente de la carta, y le indica a su reportero: “Recuerda, por favor, que tu
tarea es acrecentar la circulación del diario. Es razonable suponer que el
suicidio afecte ese propósito”.
Y también está el adolescente que firma Harold S. Él no tiene problema
alguno, pero sí su hermana Gracie, de 13 años de edad, “pues algo muy feo le
ocurrió y tengo miedo de contarle a mi madre”.
Gracie es sordomuda y se la pasa jugando en el techo de su casa. Pero
“la semana pasada un hombre se subió al techo y le hizo algo sucio… Temo que
Gracie vaya a tener un bebé. Puse mi oído en su estómago durante mucho tiempo
para ver si podía oír al bebé, pero no pude. Si le cuento a mi mamá lo ocurrido
golpeará a Gracie sin misericordia, pues yo soy el único que quiere a Gracie”.
¿Ayudará el arte preconizado por el señor Shrike a curar tanto sufrimiento?
Miss Lonelyhearts es una
novela corta, y perfecta, donde el trasfondo pasa al primer plano, en tanto los
personajes en primer plano, aunque muy reales, parecen caricaturas al
cotejarlos con esos seres de papel que cuentan sus tribulaciones en cartas. (El
protagonista dice de una de sus amigas que “parece hablar en titulares”).
A medida que avanza la narración, esas voces incorpóreas van apoderándose
de la trama, y los seres reales suenan apenas como ecos de esas desventuras.
Es difícil imaginar textos de tanta belleza y de tanta aflicción. Una de
las peculiaridades de esas cartas es la elaborada manera en que distintas personas
nos cuentan sus avatares en distintos estilos.
(Uno de los pocos narradores norteamericanos que logró hazaña similar
fue Jim Thompson en The Criminal).
Al acercarse al final, las figuras centrales van perdiendo su carnalidad y
se convierten en portavoces de una tragedia americana. Una tragedia donde Miss Lonelyhearts acepta con gratitud
convertirse en el cordero del sacrificio. Su muerte es tan siniestra, tan torpe
como la que acabó con la vida de West y de su esposa. La corta vida del
narrador parece también estampada, de manera indeleble, en la masa del
sufrimiento, con un molde en forma de corazón, de esos utilizados para hacer
galletas.
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