domingo, 19 de abril de 2015

Don Pedro Vidal y sus 114 años de soledad. Resurrección y muerte del dictador más mítico que tuvo Venezuela


(Segunda parte)
Mario Szichman



Entre mayo y fines de julio de 1978, en el curso de ocho semanas, don Pedro Vidal me narró algunos escasos incidentes de su voluminosa vida, y de sus tareas como policía para algunos regímenes bastante siniestros, como la dictadura de Juan Vicente Gómez, que se prolongó desde 1908 hasta la muerte del general, en 1935.  
Tal como señalé en la primera parte, entrevisté a don Pedro en un centro geriátrico situado en las afueras de Caracas cuando trabajaba para la revista Auténtico, que dirigían Sofía Imber y Carlos Rangel. Don Pedro aseguraba haber nacido el día de San Pedro de 1864. Por lo tanto, en 1978, tenía 114 años de edad.  
Algo que me ocurrió de manera recurrente en Venezuela, donde viví entre 1967 y 1971, y entre 1975 y 1980, es que al principio estaba escasamente enterado de la historia de ese país (ahora conozco algo más, luego de haber devorado decenas de libros y de narrar en La Trilogía de la Patria Boba episodios de la guerra de independencia en la Gran Colombia a través de sus próceres primordiales).           
Cuando hacía reportajes que involucraban la historia venezolana, nombres de personajes famosos pasaban desapercibidos. Y eso, curiosamente, tuvo sus ventajas en mi tarea periodística. A veces, el excesivo conocimiento previo interfiere en una investigación. Si una persona está enterada de un episodio, no indaga mucho en sus pormenores. Como en esa época yo era un periodista para quien la ignorancia carecía de secretos (la frase se la usurpé a Jorge Luis Borges) me veía obligado a indagar de manera obsesiva. También me ocurrió en dos ocasiones con sospechosos de asesinato, la primera vez en Caracas, la segunda en Nueva York. Mis preguntas eran tan cándidas que esos personajes –uno de ellos mandó asesinar a un abogado porque hacía peligrar su cargo, el otro se libró de su esposa porque estaba prendado de su amante– se excedieron en sus revelaciones. Es muy difícil que un homicida renuncie a ensalzar sus logros cuando se trata de engañar a la policía.

Cuando registré por primera vez en la revista Auténtico las palabras de Don Pedro Vidal, ignoraba que él me había contado episodios importantes de la historia moderna de Venezuela, algunos de los cuales no ingresaron en libros. Por ejemplo, el asesinato de Eustoquio Gómez en las horas finales del dictador.      A la hora de narrar, prefiero el método de Tácito. Aunque el historiador romano era muy testarudo en sus opiniones, nunca permitía que bloquearan los hechos. Fue así que reconoció la presencia de Cristo sin sugerir su importancia. Como señala Borges: “Los ojos ven lo que están habituados a ver: Tácito no percibió la Crucifixión, aunque la registra en su libro”.
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 Uno de los grandes hallazgos de la anatomía moderna fue obra de la casualidad.  Un soldado norteamericano, creo que durante la guerra civil, fue herido de bala en el estómago. Por alguna razón, la herida tardó en cicatrizar, y dejó una especie de ventanita en el estómago. Un médico empezó a estudiar las reacciones del soldado en todo tipo de situaciones. Los jugos gástricos alteraban su accionar y su composición cuando estaba triste, irritado, o durante el sueño.
Don Pedro Vidal me abrió una ventana similar con sus recuerdos, y especialmente con la memoria que guardaba de sus recuerdos. Tenía tanta capacidad descriptiva, y un lenguaje tan gráfico, que me colocaba en el lugar de los hechos. Era como si hubiera descorrido una cortina para mostrarme personajes que habían participado en la historia de Venezuela, y que muchas veces la habían alterado. Y sin mediaciones. Los años no habían transcurrido, los personajes seguían vivos, hasta el clima había sido acompasado a esos recuerdos, puentes habían sido eliminados, las casas volvían a alzarse en lugares donde ya transitaban autopistas, y el tiempo de Venezuela era un tiempo de caudillos, de trato personal, de amistades que trascendían polémicas y de enemistades encarnizadas como solo se registran en el seno de grandes familias. La Venezuela mítica de Juan Vicente Gómez era recreada por don Pedro Vidal en todos sus pormenores, y con abundantes pinceladas de gran guignol.

EL HAMBRE DE PODER

En una ocasión, cuando iba preparando la grabadora para continuar con el reportaje, don Pedro Vidal se mostró huraño. Yo había tenido que cancelar una de las entrevistas porque Auténtico me había enviado a cubrir un evento. Don Pedro Vidal tenía grandes aptitudes histriónicas, se sentía el centro de toda fiesta, y mi ausencia le molestó.
“Me pregunto para qué quiere volver a entrevistar”, me dijo con aire de indiferencia. ¿Acaso no le gustó mi relación?”
Le expliqué que había tenido que realizar otra tarea, pero que sí, que me había gustado mucho su relación. 
“No, porque si hay otras tareas más importantes que necesita hacer, aquí mismo terminamos la conversación. Pero creo que lo va a lamentar. Yo cargo con un repertorio muy grande. Se lo hubiera contado el otro día, pero lo vi como muy apurado, como que quería irse. Por eso no lo quise fastidiar”.
Tardé un poco en convencerlo de que me encantaba conversar con él, luego encendió un pequeño veguero y me aclaró que si aparecía algún enfermero, yo tendría que tomar el veguero y ponerme a fumar, porque a él se lo tenían prohibido. Y enseguida empezó a hablar del general Juan Vicente Gómez, de su astucia y de los favores personales que hacía.
“Por lo menos dos veces el general se salvó de morir envenenado”, me dijo. “Yo le servía a veces la comida cuando no estaba Eloy Tarazona[i].  Un día recibí un dulce en la puerta de su residencia. Era un dulce de piña. Muy bonito el dulce. Se lo había mandado una nieta que era al mismo tiempo su sobrina. Sobrina y nieta. Era ahijada de él, y nieta. Tengo ahora que volver atrás para darle el detalle completico. Esa señora era casada, ya. Hija de Misia Emilia Bello (la hermana del Benemérito). Porque ellos no son Gómez. Ninguno de los hijos del general son Gómez. O, mejor dicho, después que él recibió la presidencia  hizo reconocer a sus hijos, y por eso son Gómez.  Esa Misia Emilia, esa muchacha era casada ya. Y mandó un dulce al general. Eran las doce y media del día. No me acuerdo de la fecha pero sí del día. Era un día sábado, a las doce y media. El general estaba en el paseo y nosotros lo esperábamos para el almuerzo. Yo era oficial en ese entonces y tenía un policía bajo mis órdenes que se llamaba Lorenzo Aquino. La cocinera se llamaba la señora Martina. No recuerdo el apellido horita, pero era su cocinera de confianza. La señora Martina me daba la comida y yo se la pasaba a Lorenzo Aquino para que se la pasara al general en la mesa. Bueno, después que terminó de comer y tal,  el general vio el dulce. ´Mmm´, dice el general, ´y qué bonito está aquel dulce´. Y le dice Lorenzo Aquino, ´Sí, general, está bonito´. Y le dice el general, ´Mmm, pruébalo, a ver´. Usted sabe que antes se usaban unas cucharas grandes. Lorenzo viene y mete la cuchara y se mete ese dulce. Entonces el general se para y se va para su habitación, allá para la tertulia como se llamaba antes. Bueno, a las dos de la tarde está ese muchacho cagado por debajo y por encima. El dulce estaba envenenado. Entonces, en ese momento llega Eloy Tarazona y me pregunta: ´ ¿Qué tiene Lorenzo?´ Le digo, ´Yo no sé, yo recibí un dulce a las doce y media y lo puse en la mesa y Lorenzo lo probó y parece que estaba envenenado, porque él está ahí bañado en porquerías por debajo y por encima´. Y Eloy me dice, ´Entonces hay que mandarlo para el hospital´. El general recibió la novedad y ordenó que lo mandaran para un hospital en el litoral, en Macuto. A los tres meses Lorenzo se curó y le escribió a Eloy Tarrazona diciéndole que estaba bien, y se vino. Pero tres meses después de llegar a Miraflores se murió. El general se enteró de la muerte de Lorenzo cuando llegó a Maracay, donde atendía parte del tiempo, y mandó dinero para el entierro y tal. Lorenzo no tenía familia. Una mujer era lo que tenía, pero no estaba casado. Se llamaba Rosa, por cierto, de Maracay era”.
– ¿Quién mandó a envenenar al general?
“Nunca se supo, porque en medio hubo un romance. La muchacha, Rosa, bueno, no era muchacha, porque había vivido con Lorenzo, la muchacha se enamoró del hijo del general, de Juan Vicente, el hijo de Misia Emilia. Entonces la muchacha, en realidad la señora, invita a Juan Vicente pa´l cine. La casa de Misia Emilia quedaba a media cuadra del teatro El Nacional. Entonces Rosa, la muchacha, después que vieron la película, a las once y media de la noche salen, y Juan Vicente le dice, ´Vamos pa llevarte a tu casa´. Y ella le dice que no. Rosa le dice que no, que se va para cualquier parte, menos para su casa. Y Juan Vicente tiene que cargar con ella. Esa es una cosa estrictamente entre nosotros. Nadie tiene que saberlo. Juan Vicente se la lleva para La  muñeca desnuda, era una especie de escultura que había en el Dancing, un sitio de baile. Allá, en una plazuelita estaba la muñeca esa. Y en esa zona había cuartos. Y allí amanecieron, Juan Vicente y la Rosa. Primero se fueron para San Juan de los Morros, pero a la muchacha no le gustó y se marcharon para el Trompillo, una hacienda que Juan Vicente le compró a don Antonio Pimentel para doña Misia Emilia. Bueno, allá se enconcharon. Y el general empezó a preocuparse y mandó comisiones para buscar a su hijo y a doña Rosa. Y los encontraron en el Trompillo y se los llevaron. A la muchacha, Rosa, se la entregaron al general Colmenares Pacheco, que era su padre, bueno, en realidad no era muchacha, ya era señora. Y el general Gómez, para tapar la falta de su hijo, le dice a Colmenares Pacheco: ´Mira, encárgate de una de las haciendas mejores que haya en Trinidad. La compramos a medias, tú y yo´. Pero eso no fue a medias. El general se la donó a Colmenares Pacheco, para tapar la falta de la muchacha”.

LA CORTE DE LOS BORGIA

El general Gómez hacía bien en tomar tantas precauciones. Pues sus principales enemigos eran sus más cercanos allegados.   
“Le voy a contar otra relación”, me dijo Pedro Vidal. “En una ocasión el general Gómez fue invitado a comer al vapor Venezuela, que primero se llamó vapor Crespo, recién después fue el vapor Venezuela.  El  contralmirante del vapor era Román Delgado Chalbaud. Además del general fueron invitados todos los ministros al banquete. El general se llevó a su cocinera, la señora Martina, y solo comía aquello que ella cocinaba, para que no lo pudieran envenenar. Todo el mundo comió en el banquete, pero había un plato que le gustaba mucho al general, la lengua, bien compuesta. Bueno, todo el mundo estaba comiendo y la lengua, ahí, en la mesa, todo tranquila. Y el general, que está sentado en la cabecera de la mesa, pregunta: ´Mmm ¿Y por qué no comen de la idioma?´ Entonces le responde Graciliano Jaimes, que era el jefe de los edecanes: ´Mi general, no es la idioma, es la lengua´. Pero el general porfía: ´Es lo mismo, la idioma y la lengua es la misma cosa´. Bueno, todos empezaron a comer la lengua, menos el general. Y todos terminaron para el baño, ensuciados por debajo y por encima. El general ordenó meter preso a Delgado Chalbaud, lo metió en La Rotunda, que estaba al lado de esa redoma que hizo López Contreras cuando echó los grillos al mar. Bueno, al lado de esa redoma quedaba la cárcel.  Allí el general Delgado Chalbaud fue amarrado con grilletes todo el tiempo. Dijeron que se había vuelto ciego. El general Gómez dijo que lo llevaran para el hospital. Y ahí en el hospital, recuerdo que estábamos en esa época en Maracay, un día a las cuatro de la tarde llegó la madre de Delgado Chalbaud con su hijo, Carlos Delgado Chalbaud, ese al que después asesinaron ahí en el Este[ii]. Ahí estaba la señora, la mamá del general, la esposa del hijo, el hijo chiquitico, la mamá de ese que después mataron, y los dos hijos chiquitos, una hembra y un varón. Bueno, la mamá de Delgado Chalbaud llegó esa tarde a las cuatro a Maracay, a abogar por su hijo preso. Y el general Gómez le mandó conmigo a la señora un oficio donde decía: ´Entreguen 50 mil dólares para el viaje de Delgado Chalbaud con todos los gastos pagos´, para que Delgado Chalbaud se curara en Suiza de todos los achaques. Qué va. Delgado Chalbaud no fue a curarse. Viajó a Francia, alquiló un barco, porque ese era otro que quería ser presidente a juro. Los 50 mil dólares que le regaló el general los convirtió en armas, y se vino para Venezuela para formar guerra y matar al general”.
El 11 de agosto de 1929, el general Chalbaud, al mando del vapor Falke (rebautizado general Anzoátegui)  recaló en Cumaná.  
“Ahora, Delgado Chalbaud llega y se desembarca”, me dijo don Pedro Vidal. “El general Antonio Fernández estaba de gobernador de Cumaná. Cuando los vigías vieron el vapor que no venía anunciado sino que venía como pirata, lo espantaron con varios cañonazos. Delgado Chalbaud logró sin embargo plantarse en tierra. Pero cuando llegó a tierra se encontró con el general Fernández, y pam, pam, uno cayó para un lado, y el otro cayó para el otro lado. Los dos se mataron. Los dos tenían buena puntería. Delgado Chalbaud tenía buena puntería, pero el general Fernández tenía mejores cojones para echar plomo. Cuando los invasores vieron que le habían matado al general Delgado Chalbaud, arrojaron el armamento al agua y se fueron. No pararon de huir”.

VÍSPERAS

Si el lector revisa Wikipedia, encontrará estos datos de Eustoquio Gómez: Nació en La Mulera, estado Táchira, el 2 de noviembre de 1868. Murió en Caracas el 21 de diciembre de 1935. Fue un político y militar venezolano y primo de El Benemérito.  
Eustoquio Gómez, siempre según Wikipedia, fue “asesinado en la sede de la Gobernación, en situación aún no esclarecida, el 21 de diciembre de 1935. Al parecer temían que fuese a reclamar el poder dejado por su primo el General Juan Vicente Gómez”.  
Gómez falleció el 17 de diciembre de 1935, cuatro días antes que Eustoquio, y en la misma fecha del fallecimiento del Libertador Simón Bolívar. Nadie sabe si ese fue el día exacto de la muerte de Juan Vicente Gómez, o si ocurrió antes y se ocultó el dato para encaramar al Benemérito a horcajadas en los hombros de Bolívar. Pero hay un dato más interesante: aún ahora, Eustoquio Gómez figura como asesinado “en situación aún no esclarecida”, en la sede de la Gobernación. Sin embargo, don Pedro Vidal fue testigo presencial del asesinato de Eustoquio Gómez, y lo describió con lujo de detalles.
José Rafael Pocaterra, autor de Memorias de un venezolano de la decadencia (que para Gabriel García Márquez es la mejor novela que se ha escrito en Venezuela), distinguía dos dinastías que gobernaron el país durante la época de Juan Vicente Gómez, “Los idiotas y ladrones, como el Santos, o abominables como el Eustoquio, que cuelga hombres vivos a los garfios de secar tasajo”.  
Eustoquio Gómez, un hombre temible y abominable, quiso heredar a Juan Vicente Gómez, cuando el dictador agonizaba. Vivió apenas cuatro días más que su primo, el Benemérito. Hasta ahora, la versión más popular es que su asesinato se registró en circunstancias confusas. Pero don Pedro Vidal sabía cómo murió Eustoquio Gómez, y por qué.
“En el minuto fatal que le quedaba para morirse”, me dijo don Pedro, “el general Gómez llamó al general Eleazar López Contreras, que era el ministro de Guerra y de Marina, y le dijo: ´Mira, yo de esta ya no me voy a salvar. Toma mi cartera. Aquí están todos los documentos del poder ejecutivo. Tenés que quitar a todos los ministros, pero después tenés que volverlos a colocar´. En esto que le entrega la carta, Eustoquio está en un corredor de la quinta del general. Eso fue en Las Delicias. Cuando Eustoquio lo ve salir a López Contreras, dentra él al dormitorio y le dice al general: ´Bueno, Juan Vicente, por qué vos no me dejas la cartera´. Y el general le dice: ´López Contreras te va a dar órdenes´. Eustoquio salió pa afuera. Cuando venía saliendo López Contreras, Eustoquio iba a pelar la pistola para matarlo. Entonces, Gonzalo, que era hijo del general y de su amante, doña Dionisia Gómez Bello, le dice a Eustoquio estas palabras, ojo se lo estoy diciendo a usted acá, entre nosotros, esto no se puede dar a la publicidad: ´Carajo, Eustoquio, todavía no se ha muerto mi padre y ya usted está formando vainas´. Y le quitó la pistola. Eustoquio era en esa época presidente del Estado Lara. Cuando Eustoquio se enteró que el general estaba maluco, se vino pa acá porque él quería ser presidente. Él no era nada del general Gómez. No es como andan diciendo por ahí que era hermano, que era familia. No señor, ninguno de esos Gómez eran familia de él… bueno, el general López Contreras le dice a Eustoquio estas palabras, porque él ya tenía el nombramiento que se lo había dado el general en su cama de muerte. El general Gómez le había dicho: ´Le vas a dar un puesto bueno a Eustoquio´. Y así quedó. El general López Contreras le dijo a Eustoquio: ´General, espéreme aquí, en Maracay, que yo voy a arreglar algunas cosas en Miraflores´. Se fue para Miraflores, y cuando regresaba para Maracay encontró a Eustoquio en un punto de los Teques que se llama Barrialito. Eustoquio estaba sentado en una silla de cuero, arrecostado en un horcón. Entonces le dice el general López Contreras a Eustoquio: ´Pero general, no tenía necesidad de esperarme. Aquí cargo el nombramiento que me dio el general para usted´. Y le dice Eustoquio: ´Oye, carajo, ¿vos como creés que te tengo miedo? Me voy pa Caracas´. Eustoquio quería venir a Caracas para matar a El Sapo. ¿Usted sabe quién era El Sapo? El Sapo era Rafael María Velazco, el gobernador de Caracas para esa época. Si Eustoquio mataba a Velazco, creía que iba a recibir la presidencia. Pensaba irse para Miraflores, decía, ´Yo soy el presidente´, y ya estaba. Pero no fue así. Eustoquio tenía como sesenta hombres que lo seguían. Los había sacado de la cárcel de Las Tres Torres, una cárcel que hay en Barquisimeto. Sacó a toda esa gente de la cárcel para que lo protegieran. Todos eran criminales y él los ascendió a teniente, a capitán, a comandante y a coronel para que lo cuidaran a él cuando se muriera el general, porque él iba a ser presidente. Entonces Eustoquio llega a la gobernación de Caracas a matar a El Sapo. Da la casualidad que va subiendo las escaleras de la gobernación y se encuentra con Jesús Corao, ayudante del gobernador. Jesús Corao esperó a que Eustoquio subiera, y cuando ya estaba en el último tramo trá, le disparó un tiro a Eustoquio  y le partió los riñones y ahí mismo se desangró. Los que estaban allí no sabían qué hacer. Entonces buscaron unos fardos, enrollaron a Eustoquio en los fardos, y lo metieron en un cuartico que llaman el cuarto del olvido. Ahí lo zamparon para esperar la noche. Y tarde en la noche, lo pasaron al cuartel de policía. Ya el pueblo estaba acumulado, porque el pueblo quería quemarlo al Eustoquio, pero no pudo. Y en aquel entonces, como no había nada sino carros de mula del aseo urbano, doblaron el cadáver, lo metieron en un pipote, lo montaron en una carreta para hacerle creer al pueblo que era basura, y resulta que era Eustoquio el que iba en el pipote, rumbo al cementerio, para enterrarlo allí. Y nadie sabe dónde Eustoquio anda enterrado. Y después que murió Eustoquio, toda la familia del general huyó. Y misia Emilia quiso salvar su fortuna. Entonces doña misia Emilia me llamó y me dijo: ´Pedro, hazme el favor de decirle al general López que venga para acá´. El general está conversando con unos oficiales, ahí, distraído, allí, con ellos, dándoles órdenes y cosas. Entonces llego yo y le digo: ´General, manda decir misia Emilia que pase por allá´.  Como a los dos minutos el general viene para casa de misia Emilia y le pregunta: ´Emilia ¿para qué me mandaste llamar?´ Y ella le dice: ´Ay, López, te mandé a llamar para que cuides mis intereses´. Y entonces le contesta él: ´Emilia, yo solo puedo responder por tu vida, pero no por tus intereses´. Y así fue, porque López Contreras se había chupado todo, como presidente. Todos los bienes de Gómez pasaron a ser de la nación.  Y como ese episodio, hay tantas y tantas cosas que podría contarle. Eso sí, siempre y cuando quiera entrevistarme”.





[i] El “Indio” Tarazona fue escolta permanente de Juan Vicente Gómez y jefe de su guardia personal. De ese personaje podría escribirse una novela. Dicen que debido a su lealtad dormía atravesado en la puerta del dormitorio del dictador. Se lo consideraba un hombre de extrema crueldad. No tenía familiares conocidos. Aseguran que fue el único confidente que tuvo el dictador en su vida.
[ii] Formó parte del grupo que derrocó al presidente constitucional Rómulo Gallegos en 1948 y encabezó el triunvirato de la Junta Militar que lo reemplazó, junto con Marcos Pérez Jiménez y Luis Llovera Páez. Fue asesinado el 13 de noviembre de 1950. Su magnicidio también merece una novela.

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