(Segunda parte)
Mario Szichman
Entre mayo y fines de julio de 1978, en el curso de ocho semanas, don Pedro
Vidal me narró algunos escasos incidentes de su voluminosa vida, y de sus
tareas como policía para algunos regímenes bastante siniestros, como la
dictadura de Juan Vicente Gómez, que se prolongó desde 1908 hasta la muerte del
general, en 1935.
Tal como señalé en la primera parte, entrevisté a don Pedro en un centro
geriátrico situado en las afueras de Caracas cuando trabajaba para la revista Auténtico, que dirigían Sofía Imber y
Carlos Rangel. Don Pedro aseguraba haber nacido el día de San Pedro de 1864.
Por lo tanto, en 1978, tenía 114 años de edad.
Algo que me ocurrió de manera recurrente en Venezuela, donde viví entre
1967 y 1971, y entre 1975 y 1980, es que al principio estaba escasamente
enterado de la historia de ese país (ahora conozco algo más, luego de haber
devorado decenas de libros y de narrar en La
Trilogía de la Patria Boba episodios de la guerra de independencia en la
Gran Colombia a través de sus próceres primordiales).
Cuando hacía reportajes
que involucraban la historia venezolana, nombres de personajes famosos pasaban
desapercibidos. Y eso, curiosamente, tuvo sus ventajas en mi tarea
periodística. A veces, el excesivo conocimiento previo interfiere en una
investigación. Si una persona está enterada de un episodio, no indaga mucho en
sus pormenores. Como en esa época yo era un periodista para quien la ignorancia
carecía de secretos (la frase se la usurpé a Jorge Luis Borges) me veía
obligado a indagar de manera obsesiva. También me ocurrió en dos ocasiones con
sospechosos de asesinato, la primera vez en Caracas, la segunda en Nueva York.
Mis preguntas eran tan cándidas que esos personajes –uno de ellos mandó
asesinar a un abogado porque hacía peligrar su cargo, el otro se libró de su
esposa porque estaba prendado de su amante– se excedieron en sus revelaciones.
Es muy difícil que un homicida renuncie a ensalzar sus logros cuando se trata
de engañar a la policía.
Cuando registré por primera vez en la revista Auténtico las palabras de Don Pedro Vidal, ignoraba que él me había
contado episodios importantes de la historia moderna de Venezuela, algunos de
los cuales no ingresaron en libros. Por ejemplo, el asesinato de Eustoquio
Gómez en las horas finales del dictador. A
la hora de narrar, prefiero el método de Tácito. Aunque el historiador romano
era muy testarudo en sus opiniones, nunca permitía que bloquearan los hechos.
Fue así que reconoció la presencia de Cristo sin sugerir su importancia. Como
señala Borges: “Los ojos ven lo que están habituados a ver: Tácito no percibió
la Crucifixión, aunque la registra en su libro”.
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Uno de los grandes hallazgos de la anatomía moderna fue obra de la
casualidad. Un soldado norteamericano,
creo que durante la guerra civil, fue herido de bala en el estómago. Por alguna
razón, la herida tardó en cicatrizar, y dejó una especie de ventanita en el
estómago. Un médico empezó a estudiar las reacciones del soldado en todo tipo
de situaciones. Los jugos gástricos alteraban su accionar y su composición
cuando estaba triste, irritado, o durante el sueño.
Don Pedro Vidal me abrió una ventana similar con sus recuerdos, y
especialmente con la memoria que guardaba de sus recuerdos. Tenía tanta
capacidad descriptiva, y un lenguaje tan gráfico, que me colocaba en el lugar
de los hechos. Era como si hubiera descorrido una cortina para mostrarme
personajes que habían participado en la historia de Venezuela, y que muchas veces
la habían alterado. Y sin mediaciones. Los años no habían transcurrido, los
personajes seguían vivos, hasta el clima había sido acompasado a esos
recuerdos, puentes habían sido eliminados, las casas volvían a alzarse en
lugares donde ya transitaban autopistas, y el tiempo de Venezuela era un tiempo
de caudillos, de trato personal, de amistades que trascendían polémicas y de
enemistades encarnizadas como solo se registran en el seno de grandes familias.
La Venezuela mítica de Juan Vicente Gómez era recreada por don Pedro Vidal en
todos sus pormenores, y con abundantes pinceladas de gran guignol.
EL HAMBRE DE
PODER
En una ocasión, cuando iba preparando la grabadora para continuar con el
reportaje, don Pedro Vidal se mostró huraño. Yo había tenido que cancelar una
de las entrevistas porque Auténtico me
había enviado a cubrir un evento. Don Pedro Vidal tenía grandes aptitudes
histriónicas, se sentía el centro de toda fiesta, y mi ausencia le molestó.
“Me pregunto para qué quiere volver a entrevistar”, me dijo con aire de
indiferencia. ¿Acaso no le gustó mi relación?”
Le expliqué que había tenido que realizar otra tarea, pero que sí, que me
había gustado mucho su relación.
“No, porque si hay otras tareas más importantes que necesita hacer, aquí
mismo terminamos la conversación. Pero creo que lo va a lamentar. Yo cargo con
un repertorio muy grande. Se lo hubiera contado el otro día, pero lo vi como
muy apurado, como que quería irse. Por eso no lo quise fastidiar”.
Tardé un poco en convencerlo de que me encantaba conversar con él, luego
encendió un pequeño veguero y me aclaró que si aparecía algún enfermero, yo
tendría que tomar el veguero y ponerme a fumar, porque a él se lo tenían
prohibido. Y enseguida empezó a hablar del general Juan Vicente Gómez, de su
astucia y de los favores personales que hacía.
“Por lo menos dos veces el general se salvó de morir envenenado”, me dijo. “Yo
le servía a veces la comida cuando no estaba Eloy Tarazona[i].
Un día recibí un dulce en la puerta de
su residencia. Era un dulce de piña. Muy bonito el dulce. Se lo había mandado
una nieta que era al mismo tiempo su sobrina. Sobrina y nieta. Era ahijada de
él, y nieta. Tengo ahora que volver atrás para darle el detalle completico. Esa
señora era casada, ya. Hija de Misia Emilia Bello (la hermana del Benemérito).
Porque ellos no son Gómez. Ninguno de los hijos del general son Gómez. O, mejor
dicho, después que él recibió la presidencia
hizo reconocer a sus hijos, y por eso son Gómez. Esa Misia Emilia, esa muchacha era casada ya.
Y mandó un dulce al general. Eran las doce y media del día. No me acuerdo de la
fecha pero sí del día. Era un día sábado, a las doce y media. El general estaba
en el paseo y nosotros lo esperábamos para el almuerzo. Yo era oficial en ese
entonces y tenía un policía bajo mis órdenes que se llamaba Lorenzo Aquino. La
cocinera se llamaba la señora Martina. No recuerdo el apellido horita, pero era
su cocinera de confianza. La señora Martina me daba la comida y yo se la pasaba
a Lorenzo Aquino para que se la pasara al general en la mesa. Bueno, después
que terminó de comer y tal, el general
vio el dulce. ´Mmm´, dice el general, ´y qué bonito está aquel dulce´. Y le
dice Lorenzo Aquino, ´Sí, general, está bonito´. Y le dice el general, ´Mmm,
pruébalo, a ver´. Usted sabe que antes se usaban unas cucharas grandes. Lorenzo
viene y mete la cuchara y se mete ese dulce. Entonces el general se para y se
va para su habitación, allá para la tertulia como se llamaba antes. Bueno, a
las dos de la tarde está ese muchacho cagado por debajo y por encima. El dulce
estaba envenenado. Entonces, en ese momento llega Eloy Tarazona y me pregunta:
´ ¿Qué tiene Lorenzo?´ Le digo, ´Yo no sé, yo recibí un dulce a las doce y
media y lo puse en la mesa y Lorenzo lo probó y parece que estaba envenenado,
porque él está ahí bañado en porquerías por debajo y por encima´. Y Eloy me
dice, ´Entonces hay que mandarlo para el hospital´. El general recibió la
novedad y ordenó que lo mandaran para un hospital en el litoral, en Macuto. A
los tres meses Lorenzo se curó y le escribió a Eloy Tarrazona diciéndole que
estaba bien, y se vino. Pero tres meses después de llegar a Miraflores se
murió. El general se enteró de la muerte de Lorenzo cuando llegó a Maracay,
donde atendía parte del tiempo, y mandó dinero para el entierro y tal. Lorenzo
no tenía familia. Una mujer era lo que tenía, pero no estaba casado. Se llamaba
Rosa, por cierto, de Maracay era”.
– ¿Quién mandó a envenenar al general?
“Nunca se supo, porque en medio hubo un romance. La muchacha, Rosa, bueno,
no era muchacha, porque había vivido con Lorenzo, la muchacha se enamoró del
hijo del general, de Juan Vicente, el hijo de Misia Emilia. Entonces la
muchacha, en realidad la señora, invita a Juan Vicente pa´l cine. La casa de
Misia Emilia quedaba a media cuadra del teatro El Nacional. Entonces Rosa, la
muchacha, después que vieron la película, a las once y media de la noche salen,
y Juan Vicente le dice, ´Vamos pa llevarte a tu casa´. Y ella le dice que no.
Rosa le dice que no, que se va para cualquier parte, menos para su casa. Y Juan
Vicente tiene que cargar con ella. Esa es una cosa estrictamente entre
nosotros. Nadie tiene que saberlo. Juan Vicente se la lleva para La
muñeca desnuda, era una especie de escultura que había en el Dancing, un sitio de baile. Allá, en una
plazuelita estaba la muñeca esa. Y en esa zona había cuartos. Y allí
amanecieron, Juan Vicente y la Rosa. Primero se fueron para San Juan de los
Morros, pero a la muchacha no le gustó y se marcharon para el Trompillo, una
hacienda que Juan Vicente le compró a don Antonio Pimentel para doña Misia
Emilia. Bueno, allá se enconcharon. Y el general empezó a preocuparse y mandó
comisiones para buscar a su hijo y a doña Rosa. Y los encontraron en el
Trompillo y se los llevaron. A la muchacha, Rosa, se la entregaron al general
Colmenares Pacheco, que era su padre, bueno, en realidad no era muchacha, ya
era señora. Y el general Gómez, para tapar la falta de su hijo, le dice a
Colmenares Pacheco: ´Mira, encárgate de una de las haciendas mejores que haya
en Trinidad. La compramos a medias, tú y yo´. Pero eso no fue a medias. El
general se la donó a Colmenares Pacheco, para tapar la falta de la muchacha”.
LA CORTE DE LOS
BORGIA
El general Gómez hacía bien en tomar tantas precauciones. Pues sus
principales enemigos eran sus más cercanos allegados.
“Le voy a contar otra relación”, me dijo Pedro Vidal. “En una ocasión el
general Gómez fue invitado a comer al vapor Venezuela, que primero se llamó
vapor Crespo, recién después fue el vapor Venezuela. El
contralmirante del vapor era Román Delgado Chalbaud. Además del general
fueron invitados todos los ministros al banquete. El general se llevó a su
cocinera, la señora Martina, y solo comía aquello que ella cocinaba, para que
no lo pudieran envenenar. Todo el mundo comió en el banquete, pero había un
plato que le gustaba mucho al general, la lengua, bien compuesta. Bueno, todo
el mundo estaba comiendo y la lengua, ahí, en la mesa, todo tranquila. Y el
general, que está sentado en la cabecera de la mesa, pregunta: ´Mmm ¿Y por qué
no comen de la idioma?´ Entonces le responde Graciliano Jaimes, que era el jefe
de los edecanes: ´Mi general, no es la idioma, es la lengua´. Pero el general
porfía: ´Es lo mismo, la idioma y la lengua es la misma cosa´. Bueno, todos
empezaron a comer la lengua, menos el general. Y todos terminaron para el baño,
ensuciados por debajo y por encima. El general ordenó meter preso a Delgado
Chalbaud, lo metió en La Rotunda, que estaba al lado de esa redoma que hizo
López Contreras cuando echó los grillos al mar. Bueno, al lado de esa redoma
quedaba la cárcel. Allí el general
Delgado Chalbaud fue amarrado con grilletes todo el tiempo. Dijeron que se
había vuelto ciego. El general Gómez dijo que lo llevaran para el hospital. Y
ahí en el hospital, recuerdo que estábamos en esa época en Maracay, un día a
las cuatro de la tarde llegó la madre de Delgado Chalbaud con su hijo, Carlos
Delgado Chalbaud, ese al que después asesinaron ahí en el Este[ii]. Ahí
estaba la señora, la mamá del general, la esposa del hijo, el hijo chiquitico,
la mamá de ese que después mataron, y los dos hijos chiquitos, una hembra y un
varón. Bueno, la mamá de Delgado Chalbaud llegó esa tarde a las cuatro a
Maracay, a abogar por su hijo preso. Y el general Gómez le mandó conmigo a la
señora un oficio donde decía: ´Entreguen 50 mil dólares para el viaje de
Delgado Chalbaud con todos los gastos pagos´, para que Delgado Chalbaud se
curara en Suiza de todos los achaques. Qué va. Delgado Chalbaud no fue a
curarse. Viajó a Francia, alquiló un barco, porque ese era otro que quería ser
presidente a juro. Los 50 mil dólares que le regaló el general los convirtió en
armas, y se vino para Venezuela para formar guerra y matar al general”.
El 11 de agosto de 1929, el general Chalbaud, al mando del vapor Falke
(rebautizado general Anzoátegui) recaló
en Cumaná.
“Ahora, Delgado Chalbaud llega y se desembarca”, me dijo don Pedro Vidal.
“El general Antonio Fernández estaba de gobernador de Cumaná. Cuando los vigías
vieron el vapor que no venía anunciado sino que venía como pirata, lo espantaron
con varios cañonazos. Delgado Chalbaud logró sin embargo plantarse en tierra.
Pero cuando llegó a tierra se encontró con el general Fernández, y pam, pam,
uno cayó para un lado, y el otro cayó para el otro lado. Los dos se mataron.
Los dos tenían buena puntería. Delgado Chalbaud tenía buena puntería, pero el
general Fernández tenía mejores cojones para echar plomo. Cuando los invasores
vieron que le habían matado al general Delgado Chalbaud, arrojaron el armamento
al agua y se fueron. No pararon de huir”.
VÍSPERAS
Si el lector revisa Wikipedia, encontrará estos datos de Eustoquio Gómez:
Nació en La Mulera, estado Táchira, el 2 de noviembre de 1868. Murió en Caracas
el 21 de diciembre de 1935. Fue un político y militar venezolano y primo de El
Benemérito.
Eustoquio Gómez, siempre según Wikipedia, fue “asesinado en la sede de la
Gobernación, en situación aún no esclarecida, el 21 de diciembre de 1935. Al
parecer temían que fuese a reclamar el poder dejado por su primo el General
Juan Vicente Gómez”.
Gómez falleció el 17 de diciembre de 1935, cuatro días antes que Eustoquio,
y en la misma fecha del fallecimiento del Libertador Simón Bolívar. Nadie sabe
si ese fue el día exacto de la muerte de Juan Vicente Gómez, o si ocurrió antes
y se ocultó el dato para encaramar al Benemérito a horcajadas en los hombros de
Bolívar. Pero hay un dato más interesante: aún ahora, Eustoquio Gómez figura
como asesinado “en situación aún no esclarecida”, en la sede de la Gobernación.
Sin embargo, don Pedro Vidal fue testigo presencial del asesinato de Eustoquio
Gómez, y lo describió con lujo de detalles.
José Rafael Pocaterra, autor de Memorias
de un venezolano de la decadencia (que
para Gabriel García Márquez es la mejor novela que se ha escrito en Venezuela),
distinguía dos dinastías que gobernaron el país durante la época de Juan
Vicente Gómez, “Los idiotas y ladrones, como el Santos, o abominables como el
Eustoquio, que cuelga hombres vivos a los garfios de secar tasajo”.
Eustoquio Gómez, un hombre temible y abominable, quiso heredar a Juan
Vicente Gómez, cuando el dictador agonizaba. Vivió apenas cuatro días más que
su primo, el Benemérito. Hasta ahora, la versión más popular es que su
asesinato se registró en circunstancias confusas. Pero don Pedro Vidal sabía
cómo murió Eustoquio Gómez, y por qué.
“En el minuto fatal que le quedaba para morirse”, me dijo don Pedro, “el
general Gómez llamó al general Eleazar López Contreras, que era el ministro de
Guerra y de Marina, y le dijo: ´Mira, yo de esta ya no me voy a salvar. Toma mi
cartera. Aquí están todos los documentos del poder ejecutivo. Tenés que quitar
a todos los ministros, pero después tenés que volverlos a colocar´. En esto que
le entrega la carta, Eustoquio está en un corredor de la quinta del general.
Eso fue en Las Delicias. Cuando Eustoquio lo ve salir a López Contreras, dentra
él al dormitorio y le dice al general: ´Bueno, Juan Vicente, por qué vos no me
dejas la cartera´. Y el general le dice: ´López Contreras te va a dar órdenes´.
Eustoquio salió pa afuera. Cuando venía saliendo López Contreras, Eustoquio iba
a pelar la pistola para matarlo. Entonces, Gonzalo, que era hijo del general y
de su amante, doña Dionisia Gómez Bello, le dice a Eustoquio estas palabras,
ojo se lo estoy diciendo a usted acá, entre nosotros, esto no se puede dar a la
publicidad: ´Carajo, Eustoquio, todavía no se ha muerto mi padre y ya usted
está formando vainas´. Y le quitó la pistola. Eustoquio era en esa época
presidente del Estado Lara. Cuando Eustoquio se enteró que el general estaba
maluco, se vino pa acá porque él quería ser presidente. Él no era nada del
general Gómez. No es como andan diciendo por ahí que era hermano, que era
familia. No señor, ninguno de esos Gómez eran familia de él… bueno, el general
López Contreras le dice a Eustoquio estas palabras, porque él ya tenía el
nombramiento que se lo había dado el general en su cama de muerte. El general
Gómez le había dicho: ´Le vas a dar un puesto bueno a Eustoquio´. Y así quedó.
El general López Contreras le dijo a Eustoquio: ´General, espéreme aquí, en
Maracay, que yo voy a arreglar algunas cosas en Miraflores´. Se fue para
Miraflores, y cuando regresaba para Maracay encontró a Eustoquio en un punto de
los Teques que se llama Barrialito. Eustoquio estaba sentado en una silla de
cuero, arrecostado en un horcón. Entonces le dice el general López Contreras a
Eustoquio: ´Pero general, no tenía necesidad de esperarme. Aquí cargo el
nombramiento que me dio el general para usted´. Y le dice Eustoquio: ´Oye,
carajo, ¿vos como creés que te tengo miedo? Me voy pa Caracas´. Eustoquio
quería venir a Caracas para matar a El Sapo. ¿Usted sabe quién era El Sapo? El
Sapo era Rafael María Velazco, el gobernador de Caracas para esa época. Si
Eustoquio mataba a Velazco, creía que iba a recibir la presidencia. Pensaba
irse para Miraflores, decía, ´Yo soy el presidente´, y ya estaba. Pero no fue
así. Eustoquio tenía como sesenta hombres que lo seguían. Los había sacado de
la cárcel de Las Tres Torres, una cárcel que hay en Barquisimeto. Sacó a toda
esa gente de la cárcel para que lo protegieran. Todos eran criminales y él los
ascendió a teniente, a capitán, a comandante y a coronel para que lo cuidaran a
él cuando se muriera el general, porque él iba a ser presidente. Entonces
Eustoquio llega a la gobernación de Caracas a matar a El Sapo. Da la casualidad
que va subiendo las escaleras de la gobernación y se encuentra con Jesús Corao,
ayudante del gobernador. Jesús Corao esperó a que Eustoquio subiera, y cuando
ya estaba en el último tramo trá, le disparó un tiro a Eustoquio y le partió los riñones y ahí mismo se
desangró. Los que estaban allí no sabían qué hacer. Entonces buscaron unos
fardos, enrollaron a Eustoquio en los fardos, y lo metieron en un cuartico que
llaman el cuarto del olvido. Ahí lo zamparon para esperar la noche. Y tarde en
la noche, lo pasaron al cuartel de policía. Ya el pueblo estaba acumulado, porque
el pueblo quería quemarlo al Eustoquio, pero no pudo. Y en aquel entonces, como
no había nada sino carros de mula del aseo urbano, doblaron el cadáver, lo
metieron en un pipote, lo montaron en una carreta para hacerle creer al pueblo
que era basura, y resulta que era Eustoquio el que iba en el pipote, rumbo al
cementerio, para enterrarlo allí. Y nadie sabe dónde Eustoquio anda enterrado.
Y después que murió Eustoquio, toda la familia del general huyó. Y misia Emilia
quiso salvar su fortuna. Entonces doña misia Emilia me llamó y me dijo: ´Pedro,
hazme el favor de decirle al general López que venga para acá´. El general está
conversando con unos oficiales, ahí, distraído, allí, con ellos, dándoles
órdenes y cosas. Entonces llego yo y le digo: ´General, manda decir misia
Emilia que pase por allá´. Como a los
dos minutos el general viene para casa de misia Emilia y le pregunta: ´Emilia
¿para qué me mandaste llamar?´ Y ella le dice: ´Ay, López, te mandé a llamar
para que cuides mis intereses´. Y entonces le contesta él: ´Emilia, yo solo
puedo responder por tu vida, pero no por tus intereses´. Y así fue, porque
López Contreras se había chupado todo, como presidente. Todos los bienes de
Gómez pasaron a ser de la nación. Y como
ese episodio, hay tantas y tantas cosas que podría contarle. Eso sí, siempre y
cuando quiera entrevistarme”.
[i] El “Indio”
Tarazona fue escolta permanente de Juan Vicente Gómez y jefe de su guardia
personal. De ese personaje podría escribirse una novela. Dicen que debido a su
lealtad dormía atravesado en la puerta del dormitorio del dictador. Se lo
consideraba un hombre de extrema crueldad. No tenía familiares conocidos.
Aseguran que fue el único confidente que tuvo el dictador en su vida.
[ii] Formó parte
del grupo que derrocó al presidente constitucional Rómulo Gallegos en 1948 y
encabezó el triunvirato de la Junta Militar que lo reemplazó, junto con Marcos
Pérez Jiménez y Luis Llovera Páez. Fue asesinado el 13 de noviembre de 1950. Su
magnicidio también merece una novela.
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