Mario Szichman
En 1989, los hermanos Joseph Lyle Menéndez y Erik Galen Menéndez asesinaron
a balazos a sus padres, el empresario
José Menéndez y su esposa, Mary Menéndez, en Beverly Hills, California. Fueron
condenados a cadena perpetua en 1994. El abogado de uno de los asesinos dijo en
su declaración final ante el jurado que los jóvenes debían ser perdonados
porque habían quedado huérfanos. (No usó exactamente esas palabras, pero esa era
la idea general).
Es difícil vivir en los Estados Unidos sin tropezar con crímenes famosos. Todavía
está presente en el recuerdo de muchos el asesinato de Nicole Brown Simpson, y
del mozo de restaurante Ronald Lyle Goldman en junio de 1994. El astro de
fútbol americano Orenthal James Simpson fue acusado de ambos homicidios y absuelto
algunos meses más tarde. Los abogados de
la defensa nunca mencionaron la inocencia de su cliente. Señalaron solo la
existencia de “dudas razonables” sobre su participación en los homicidios.
O. J. Simpson, quien tuvo otros tropiezos con la justicia, publicó en el 2007 un libro, If I Did It: Confessions of the Killer (Si
lo hubiera hecho, confesiones de un asesino) donde ofrecía una descripción
“hipotética” de los homicidios de Nicole Brown y de Ronald Goldman. En ese
incierto escenario, el asesino contaba con un cómplice, “Charlie”, quien le
rogaba no matar a sus víctimas, pero Simpson, o su alter ego, ignoraba esas
súplicas. El abogado de Simpson desestimó la supuesta confesión señalando que
se trataba de una “completa ficción”.
Pero tanto en los asesinatos de los Menéndez, o de Nicole Brown Simpson y
Ronald Goldman, los perpetradores o el perpetrador no prosiguieron su faena
homicida, por razones externas, es difícil escapar de una prisión, o internas,
que varían de acuerdo al grado de compulsión del asesino. En cambio, en el caso
del millonario Robert M. Durst podemos hablar de un (presunto) homicida en
serie. Se supone que asesinó a su esposa Kathy, en 1982, a su amiga Susan
Berman en el 2000, y está confirmado que mató en el 2001 en Galveston, Texas, a
su vecino Morris Black desmembrándolo más tarde. Este último caso fue el más
espectacular, pues Dick DeGuerin, abogado de Durst, reconoció ante un tribunal
que su cliente había matado a Black (en defensa propia) en el curso de una
pelea y lo había descuartizado, aterrado ante las secuelas de su acto. El
jurado aceptó las excusas. Fue el único caso en Estados Unidos, hasta donde
alcanza mi memoria, en que un asesino mata y descuartiza a su víctima en
“defensa propia”. Uno de los atributos más interesantes de ese proceso es que
durante la época en que Durst era buscado por la policía, se desplazaba sin
problemas por Galveston, vestido de mujer, y simulando ser una sordomuda.
Pero Durst, como O.J. Simpson, temía más al anonimato que a la prisión.
Varios psicoanalistas dicen que muchos homicidas se entregan a la justicia por
un sentimiento de culpa. Ese no es siempre el motivo. En ocasiones, el
sentimiento de esos personajes es de triunfo, pues han logrado burlarse de la
ley.
El pasado 14 de marzo Durst fue detenido por la policía en un hotel de New
Orleans, y llevado a un centro psiquiátrico pues mostraba tendencias suicidas. De
inmediato, la policía de Los Ángeles informó que deseaba interrogarlo en
relación a la muerte de Susan Berman, ocurrida hacía 15 años. La señora Berman
fue asesinada de un balazo en la nuca el 23 de diciembre del 2000. Según dijo
Durst, Berman, una de sus principales confidentes, lo llamó por teléfono poco
antes de su muerte y le informó que la policía “deseaba hablar acerca de la
desaparición de Kathie Durst”, su primera esposa. Una de las conjeturas es que
Durst confesó a Berman detalles de la desaparición de Kathie.
La resurrección de Durst como causa célebre se debe a un documental
propalado hace algunas semanas en HBO: “The Jinx: The Life and Deaths of Robert
Durst.”
En el curso del documental, filmado por Andrew Jarecki y Marc Smerling, se
le preguntó a Durst si realmente había asesinado a tres personas, a su mejor
amiga, a su primera esposa, y a un vecino. El sospechoso se las arregló para
responder a las acusaciones de manera tranquila y razonada. Reconoció que había mentido a la policía en el
caso de su primera esposa. Estaba asustado por el episodio pues temía ser
incriminado por las autoridades. Por lo tanto, falseó datos. Toda persona en su
lugar hubiera hecho lo mismo. Pero él nada tenía que ver con la desaparición de
su cónyuge. Luego fue interrogado por la
muerte de su vecino Morris Black y la disposición del cadáver. Durst dijo que había
matado a Black en defensa propia y lo había despedazado para eludir la acción
de la justicia. ¿Había sido honesto en el curso del proceso? No, concedió
Durst. No había dicho toda la verdad. “Nadie dice toda la verdad en un juicio”,
añadió. Pero insistió en su inocencia.
Con sus sencillos modales, su sonrisa cómplice, y sus respuestas escasamente
convencionales, Durst se ganó la simpatía del público. No era un asesino
privilegiado, sino uno más del montón. ¿Cuántas veces nos vemos obligados a
mentir para salir de una situación difícil? Preguntó a sus interrogadores. Esa
fue su principal coartada. Muchos espectadores le dieron la razón. Pero, en el último
episodio de The Jinx algo ocurrió que
podría haber desbaratado sus pretextos. En los segundos finales, se observa a
Durst hablando consigo mismo en un baño, mientras el micrófono inalámbrico
sigue funcionando. “Has sido atrapado”, murmura Durst. “¿Qué diablos hiciste? Por supuesto, asesinar
a todos ellos”.
Sin embargo, se ignora si esa declaración tendrá excesivo peso en un
tribunal. En primer lugar, en el video es difícil descifrar todas las palabras.
En segundo lugar, se ignora el contexto en que esa frase fue formulada. De
todas maneras, la difusión de The Jinx
puso en alerta a las autoridades (Algunos presumen que los productores del
programa contribuyeron a difundir el alerta). Y como se trata de tres muertes
(nadie cree que la esposa de Durst reaparezca con vida), cometidas a lo largo
de muchos años, y el magnate figura como el principal sospechoso, quizás en
esta ocasión el veredicto sea diferente.
PELIGROSO A
CUALQUIER VELOCIDAD
Las primeras personas que suspiraron aliviadas tras el arresto de Robert
Durst en New Orleans fueron sus familiares directos. Su hermano menor Douglas,
de 70 años de edad, está convencido que Robert, actualmente de 71 años, siempre
lo quiso asesinar. Inclusive en varias ocasiones lo siguió hasta escasos metros
de su casa, y a veces portando armas de fuego.
La muerte ha escoltado a Robert Durst desde su infancia. Su madre, Bernice
Durst, falleció cuando éste tenía siete años de edad, tras caer desde el techo
de su vivienda en el condado de Westchester, en los suburbios de Nueva York.
Muchos creen que se suicidó. Robert dijo en varias ocasiones que vio cómo su
madre subía al techo de su casa, y se lanzaba al vacío.
En el tema específico de Douglas, Robert tiene motivos para odiarlo. En
1994, y luego de extraños episodios que hablaban de una grave enfermedad
mental, su padre, Seymour Durst, un millonario constructor, lo desheredó, entregando
a Douglas el control de su empresa inmobiliaria.
Robert rompió con su familia, inclusive no asistió al funeral de su padre,
pero siempre hizo alarmantes reapariciones.
Douglas dijo que Robert no solo lo estuvo hostigando a él, sino también
a su hija mayor, Anita, quien preside una organización dedicada a promover las
artes. “Parece que Robert tiene algún tipo de fijación con ella”, dijo Douglas
a The New York Times. “Ella
organizaba eventos en Manhattan, y en ciertas ocasiones Robert aparecía”.
¿Podrá Robert Durst volver a eludir la acción de la justicia?
Harland Braun, un abogado de Los Ángeles que representó al actor Robert
Blake (famoso por interpretar al detective Baretta en una serie de televisión)
acusado de asesinar a su esposa, duda que esta vez el sospechoso salga en
libertad. Analizando el caso de Robert Durst como un simple lego, dijo Braun,
“no existen muchas personas que en el curso de sus vidas hayan tropezado con
tantos episodios violentos. Su esposa desapareció para siempre, otra persona
apareció muerta y él mató a un vecino y lo desmembró”.
Pero una de las cosas que hacen diferentes a los ricos es que tienen mucho
dinero. Durst fue declarado libre de culpa y cargo en la muerte y
descuartizamiento de Morris Black tras pagar dos millones de dólares a un
equipo de abogados encargados de su defensa. Ahora, ese mismo equipo volverá a
defenderlo luego de que el condado de Los Ángeles decidió procesarlo por la
muerte de Susan Berman. Tal vez el costo del nuevo proceso sea superior al de
Galveston, Texas. Pero Durst puede permitirse esos gastos. Su fortuna está
calculada en 100 millones de dólares.
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