domingo, 26 de abril de 2015

El hombre que nunca existió: Una obra maestra de la desinformación

Mario Szichman

Ewen Montagu fue juez, escritor, y funcionario de la inteligencia naval británica. Durante la segunda guerra mundial,  Montagu jugó un papel muy importante en Operation Mincemeat (Operación Carne Molida) una obra maestra de desinformación que consiguió ocultar a las fuerzas armadas alemanas los planes de invasión aliada a Sicilia, haciéndoles creer que el objetivo era en realidad Grecia y Cerdeña.  
A fines de abril de 1943, en vísperas de la invasión aliada al sur de Europa,  apareció un cadáver flotando cerca de Punta Umbría, en la costa de Huelva, España. Ligado con una cadena a una de las muñecas del cadáver flotaba un portafolio, en cuyo interior había documentos “ultra secretos” ofreciendo detalles de los planes aliados. Todo indicaba que el muerto había estado a bordo de un avión, que el avión se había estrellado en el agua, y que el cadáver había emergido del dañado fuselaje.  
Por una sospechosa casualidad, en Huelva residía Adolf Clauss, un agente de la Abwehr, el servicio de inteligencia alemán. Clauss mantenía excelentes vínculos con las autoridades franquistas y pudo examinar los documentos rescatados del cadáver. Convencido de que eran auténticos, obtuvo copias y los envió a su jefe en Madrid,  Karl-Erich Kulenthal. Tras un riguroso examen Kulenthal decidió que estaba ante el artículo genuino y se llevó los papeles a Berlín. Todos creyeron en esos documentos, desde Adolf Hitler hasta el general Alfred Jodl, uno de los principales líderes militares del Tercer Reich. (Jodl firmó la rendición incondicional de Alemania como delegado del presidente Karl Dönitz. Murió ahorcado en 1946, tras ser condenado por el Tribunal de Núremberg). Como resultado del hallazgo, los nazis trasladaron parte de sus tropas a Cerdeña y los Balcanes y desprotegieron a Sicilia, donde se registró la invasión.   
La parte más interesante del operativo fue el factor humano. El cadáver que apareció flotando frente a las costas de Huelva, el de un “Major Martin,” pertenecía en realidad a un mendigo escocés llamado Glyndwr Michael. Su tarjeta de identidad era falsa, así como las cartas a su enamorada y una serie de recibos que forjaban su presunta personalidad.  
El cadáver de Glyndwr Michael fue localizado por Montagu en un hospital. Al parecer, se había suicidado ingiriendo veneno para las ratas. Los restos se conservaron durante varios meses en una cámara especial repleta de hielo, hasta el momento en que se los trasladó, en una cápsula hermética, a una embarcación. Por último, a fines de abril de 1943, el falso Major Martin fue arrojado al mar desde una embarcación. La elección de Huelva como su puerto de destino no fue casual. El servicio de inteligencia británico sabía que en la zona vivía el eficaz agente de la Abwehr Adolf Clauss, y conocía además sus ambiciones de ascenso.  
La historia del Major Martin ha sido contada en varias ocasiones. Primero, con los nombres cambiados, en la novela de Duff Cooper Operation Heartbreak (1950). Luego, en 1953, el propio Montagu divulgó algunos detalles, aunque otros los mantuvo ocultos, en su libro  The Man Who Never Was. Y en 1956, se hizo un filme con el mismo nombre, protagonizado por Clifton Webb, en el rol de Montagu, quien actuó algunos minutos en la película.
Posiblemente el mejor libro sobre el tema es “Operation Mincemeat - the True Spy Story that Changed the Course of World War Two” (2010), escrito por Ben Macintyre.
En ese juego de espejos donde la realidad se finge ficción, y la ficción adquiere visos de realidad, Macintyre se siente como un pez en el agua. Al comentar la parte de Montagu en la película, dice que “el verdadero Montagu le habla (a Clifton Webb) encargado de interpretarlo en la ficción cinematográfica, basada en un hecho real, originado en la ficción”.  
El operativo surgió primero en la mente de un narrador, Basil Thomson, quien en su novela, The Milliner´s Hat Mystery (1937) narra la historia del hallazgo de un cadáver en un establo. El muerto porta documentos que lo identifican como “John Whitaker”.  Luego, un detective descubre que los documentos han sido falsificados, aunque se ignora la razón. La idea del cadáver con documentos falsos fue retomada por Ian Fleming, el autor de las novelas de James Bond, quien trabajó para la inteligencia británica durante la segunda guerra mundial. Finalmente, una sinopsis terminó en el despacho de Montagu.  
Ese tipo tan refinado de deception ocurre una sola vez en la historia. Pero la reaparición de algunos de sus elementos es una constante a la hora de desinformar.
Hace algunos días se registró algo muy interesante en la prensa del oficialismo venezolano. Si el lector ingresa en este enlace:
podrá verificar la existencia de una información bastante escueta, bastante demoledora, y que no ha sido propalada por agencia noticiosa alguna. Dice el primer párrafo de la información:

Caracas, 21 de abril de 2015.- Jim Luers, vocero de la Casa Blanca, indicó que las acusaciones del ex escolta de (Diosdado) Cabello, el militar de la armada Leamsy José Salazar, son ´totalmente falsas´.

Leamsy Salazar fue guardaespaldas de Hugo Chávez, y huyó hace algunos meses a Estados Unidos. Actualmente vive como “testigo protegido” del departamento de Justicia. Según el periódico ABC de Madrid y El Nuevo Herald de Miami, Salazar habría acusado al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Diosdado Cabello, de narcotráfico. Eso ocurrió en enero de este año. A partir de ese momento, nada más se ha sabido de Leamsy Salazar. Y de repente, un vocero de la Casa Blanca, y con nombre y apellido, señala que son “totalmente falsas” las acusaciones formuladas por el exguardaespaldas contra una de las figuras más importantes de la Revolución Bolivariana.  
El caso merece ser analizado. Trabajé durante algo más de tres décadas en dos agencias noticiosas norteamericanas. (No le recomiendo la tarea a nadie que ame la profesión. Nada supera el llamado “periodismo de calle”). Pero hay algunas cosas muy saludables que se aprenden en las agencias. Una de ellas es chequear las fuentes, en lugar de copiar lo que dicen otros medios. Recuerdo que en una ocasión, en el curso de unas Olimpíadas, llegó la información de que un importante atleta norteamericano había ganado una de las principales competencias. CNN lo informó, Reuters lo informó, y France Press, y Ansa, pero el jefe de deportes de mi agencia se negó a difundir la noticia hasta que nuestro corresponsal la ratificara desde el sitio de los acontecimientos. Y la confirmación llegó 23 horas más tarde. La agencia se perdió la primicia, pero conservó a los suscriptores, pues demostró su seriedad.  
Recuerdo que cuando trabajaba en el periódico Ultimas Noticias de Caracas, a fines de la década del setenta, el director del diario, Nelson Luis Martínez, me dijo: “Conseguir 60 lectores nuevos puede demorar meses. Pero perder diez mil en una hora es muy fácil. Basta divulgar una noticia falsa”.  
En el diario Tal Cual de Caracas me pidieron que intentara verificar si existía el portavoz de la Casa Blanca Jim Luers, y si había acusado al ex guardaespaldas de Chávez de haber propalado una falsa información sobre Diosdado Cabello.  Primero revisé las agencias noticiosas que considero serias. En ninguna de ellas aparecía la información.  A poco de andar me entusiasmó la tarea, pues se trata de un fascinante ejercicio para un novelista. No es casual que tantos escritores británicos hayan trabajado en los servicios de inteligencia: Basil Thomson, el novelista que le dio a Ian Fleming la idea del cadáver con falsos documentos de identificación, fue agente de espionaje en la primera guerra mundial. (Además, entrevistó a Mata Hari). Somerset Maugham, Graham Greene y John Le Carré también trabajaron como espías.  
En el libro de Macintyre es placentero descubrir cómo al diseñar al Major Martin los perpetradores del operativo se concentraron exclusivamente en la mente del adversario. ¿Qué anzuelo se podía tragar entero la Abwehr, y qué detalles podrían delatar la manipulación de datos?  ¿Cómo convencer por ejemplo a la Abwehr de que un cadáver con varios meses de antigüedad, que tenía restos de raticida en su estómago, había muerto ahogado, tras estrellarse el avión en el que viajaba?   
En el caso de la desmentida a las denuncias contra Diosdado Cabello lo primero que llamaba la atención era la divulgación del nombre y apellido de un vocero de la Casa Blanca. Siempre conviene desconfiar de los excesivos detalles. Por lo general, los periódicos y agencias no suelen dar los nombres de los voceros de alguna entidad gubernamental. Basta decir que un portavoz (de la Casa Blanca, del departamento de Estado, del departamento de Justicia) anunció algo, para que eso sea suficiente. Además, Estados Unidos supera los 300 millones de habitantes. Hay centenares de miles de personas con el mismo o similar nombre y apellido. ¿Para qué contribuir a la confusión general?  
Recuerdo que el pasado 10 de abril, el periódico venezolano La Voz informó que el presidente Nicolás Maduro había recibido “13 millones 447 mil 651 rúbricas como parte de la campaña ´Obama deroga el decreto ya´ que lleva a cabo el Gobierno Nacional” contra las sanciones a siete funcionarios por parte de las autoridades estadounidenses. Un total de  13 millones 447 mil 651 rúbricas es una cifra fácil de memorizar, casi como la codificación requerida para activar una bomba nuclear. Lo único que suena raro es la cifra. ¿Por qué no decir “más de 13 millones de firmas”, o cerca de “13,5 millones de firmas”? El gobierno de Venezuela es famoso por negarse a divulgar cifras exactas o siquiera aproximadas en prácticamente todas las estadísticas que maneja. En realidad, tal como han señalado economistas, la tarea principal del Banco Central de Venezuela y de otros organismos gubernamentales consiste en ocultar datos. Y hace bien ¿para qué amargar a la gente? Pero llama la atención el escrúpulo a la hora de contar firmas.
De todas maneras, bastó escribir en Google “Jim Luers and White House,” o “Jim Luers and White House´s spokesman,” para verificar que no existía un Jim Luers  trabajando como portavoz de la Casa Blanca. Hubiese sido también posible llamar a la residencia. El número es el 202-456-1414. Los telefonistas atienden las llamadas, son muy corteses, y hacen todo lo posible por conectar a las personas.  Es posible preguntar por el señor Jim Luers. Él despejará todas las incógnitas. En caso de que exista.  
No le hemos seguido la pista al caso del ex guardaespaldas del fallecido presidente Hugo Chávez y posible guardaespaldas del actual presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela (nunca se aclaró este último punto).
A partir de ese momento, nada más se supo de Salazar. Pero una cosa queda clara: si Salazar, como han señalado algunos órganos de la prensa norteamericana es “A protected witness,” un testigo protegido, eso significa que el Departamento de Justicia, no el gobierno de Barack Obama, se está ocupando de su caso. En Estados Unidos, a diferencia de Venezuela, existe la división de poderes. Tal vez por eso, en ocasiones, la justicia demora en decidir, en ocasiones años.
Inclusive un secretario de Justicia puede ordenar el impeachment, el juicio político al primer magistrado de la nación, cuando transgrede sus funciones, como ocurrió con Richard Nixon. La Casa Blanca nada puede opinar del caso Salazar (esto es, si existe un caso) pues no es su tarea administrar justicia. Si alguien puede declarar sobre el caso de Leamsy Salazar, es un vocero del departamento de Justicia. Y desde ya podemos garantizar que eso tampoco ocurrirá. En algún momento se conocerá la suerte corrida por el ex guardaespaldas de Hugo Chávez. Pero no a través de un portavoz con nombre y apellido.
Entre tanto, persiste un interrogante: ¿por qué se divulgó el bulo de que un evanescente vocero de la Casa Blanca negó las declaraciones de Salazar?
El blog Caracas Chronicles maneja esta hipótesis: la publicación del libro Bumerán Chávez, del periodista español Emili J. Blasco, corresponsal del diario ABC en Washington.Según el blog, en el libro Blasco “repite algunas de las denuncias contra Hugo Chávez sobre reuniones secretas con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia)  en las cuales el propio Chávez planificó el canje de drogas por armas con los insurgentes colombianos”.
Además, Blasco incluye “denuncias de manipulación de votos durante la elección de (el presidente) Nicolás Maduro, así como los vínculos entre Maduro y Jezbolá” (el grupo chiíta libanés).
El blog aclara que “la credibilidad de Blasco depende de la credibilidad de Leamsy (Salazar) y de otras fuentes”. Y eso explicaría por qué un inexistente vocero de la Casa Blanca anuncia que el ex guardaespaldas de Hugo Chávez y testigo protegido del departamento de Justicia mintió a sabiendas. El señor Jim Luers se habría encargado de mostrar que todos los argumentos del periodista español se van por el sumidero. Es una pena que el portavoz no exista.
Según mis fuentes, hasta el día jueves, 23 de abril de 2015, Leamsy Salazar seguía siendo testigo protegido de fiscales en Miami y en Nueva York.  En cuanto a quienes deseen enviar bulos en el futuro, este es mi consejo: es mejor copiar a los magos de la desinformación, los ingleses y los norteamericanos .  Operation Mincemeat es un buen ejemplo a ser imitado.



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