miércoles, 22 de abril de 2015

La invención de un héroe cultural: Eugene Aram o el asesino filosófico


Mario Szichman

William Godwin



Parcelamos el pasado para acomodarlo a las necesidades de nuestro presente. Un prócer cambia su estatura moral, sus hazañas, o sus lacras, prácticamente en cada generación. Y siempre, como resultado de episodios actuales, pues vivimos en el eterno presente.  
En el campo cultural existe algo similar, especialmente cuando se trata de la transgresión. Los malditos de la literatura tienen reservado un panteón muy especial. El retrato que nos dejó Charles Baudelaire de Edgar Allan Poe coincide escasamente con la realidad. Poe no era un paria desdeñado por editores, perseguido por críticos. Es cierto,  sus últimos años fueron un infierno, falleció Virginia, su esposa niña, y murió pobre y alcohólico. Su presunto albacea testamentario Rufus Griswold redactó un obituario donde lo calificó de mujeriego y demente, y también lo vituperó en su primera biografía. Griswold no fue el legatario de Poe, una leyenda bastante difundida sino su declarado enemigo luego de que el autor de El escarabajo de oro se burló de sus producciones literarias.   
En su buena época, Poe fue celoso custodio de su fama, trabajó como editor de algunas de las mejores revistas literarias de la Nueva Inglaterra, se llenó de enemigos con sus devastadoras críticas, y ganó buen dinero. Todo eso fue dilapidado luego en sus frecuentes encuentros con la botella.
Recuerdo que cuando hace algunos años entrevisté a Howard Fast, le pregunté por Dashiell Hammett, el genio que creó Cosecha Roja, La llave de cristal y El Halcón Maltés. Hammett había sido miembro del partido Comunista, como Fast, y ambos terminaron en la cárcel, tras negarse a delatar a sus compañeros, una exigencia del Comité de Actividades Antinorteamericanas presidido por el senador Joseph McCarthy.
Fast estaba resentido con Hammett porque una vez, poco antes de que lo llevaran a la cárcel,  se encontró con el célebre autor y lamentó su aflicción por la temporada que le aguardaba en prisión. La respuesta de Hammett fue: “Howard, sería bueno que antes de ir a parar entre rejas te quites de la cabeza la corona de espinas”. Pero Fast siempre mostró mucho respeto y admiración por Hammett, y lamentó que el alcoholismo del narrador –no el senador McCarthy– hubiera acabado con su carrera literaria.
De todas maneras la glorificación del genio, real o apócrifo, es uno de los mitos más persistentes en la literatura, gracias en buena parte  al romanticismo que hizo estragos en el siglo diecinueve y que perdura en la política del siglo veintiuno, especialmente en América Latina. No hay como agitar una bandera, golpearse el pecho, o proclamar la lucha a muerte contra el enemigo para que perdonemos los pecados de cuanta nulidad engreída circula por el continente y la cubramos de gloria.
La forja de los héroes culturales fue, en parte, una reacción a los filósofos de la Ilustración, que intentaban buscar causas a las consecuencias. Frente a esos filósofos, a su racionalismo e ironía, se alzaron poetas y novelistas, especialmente en Inglaterra, que exploraron, algunos con mucha sabiduría, como el gran William Blake, la zona obscura de la mente humana, y los demonios que habitan nuestro cuerpo. Un área muy interesante fue la literatura de horror, con obras maestras como The Monk, de Matthew Lewis, Caleb Williams, de William Goodwin, Confessions of a Justified Sinner, de James Hogg, y especialmente Melmoth the Wanderer, de Robert Maturin, una obra increíblemente complicada y tenebrosa, que causó la admiración de Balzac y una secuela del escritor francés: Melmoth reconciliado.
Todas esas novelas siguen contando con público en esta época. La más legible es The Monk. Posiblemente la que más se acerca a una obra maestra es Melmoth the Wanderer. En ella abrevaron desde Robert Louis Stevenson y Bram Stoker hasta H.P. Lovecraft, William Faulkner y Flannery O´Connor. La narración de Hogg es muy entretenida por la exasperación del protagonista, en tanto Caleb Williams es la más “cerebral” y la más equívoca. Goodwin la escribió como un complemento a su ensayo An Enquiry Concerning the Principles of Political Justice, considerado una de las bases del anarquismo filosófico. Caleb Williams es su intento por encarnar sus teorías en un ser de carne y hueso. El protagonista, un joven inteligente y de escasos ingresos, es contratado como secretario de un squire, el terrateniente Ferdinando Falkland. Pronto Caleb descubre que Falkland guarda un terrible secreto. Luego Falkland se entera que Caleb ha descubierto su secreto, y decide convertirlo en una especie de prisionero, para que nunca lo denuncie.

Caleb Williams consiste en una serie de cacerías por parte de los secuaces de Falkland, y mantiene un excelente suspenso. Pero una vuelta de tuerca de la novela, ignoramos si se trató de una casualidad o de un toque de genio del autor, es que si bien Falkland ha ordenado a sus secuaces transformar la vida de Caleb en un infierno, surge un imponderable: la paranoia del protagonista. En muchas ocasiones Caleb interpreta mal las intenciones de su amo y les otorga un matiz malévolo de la que carecen. Eso lo obliga a una eterna fuga, acompañada de nuevas represalias, y de la ruina total de su reputación.  
En la mansión de Falkland, el protagonista comienza a estudiar filología, ayudado por “un diccionario general de cuatro de los lenguajes del norte”. Ese pequeño detalle abrió las compuertas a la creación de Eugene Aram como un genio maldito, cuya incursión en el homicidio fue –al menos para varios escritores ingleses– un simple pecadillo incapaz de opacar sus virtudes intelectuales. 
Goodwin intentó escribir una novela sobre Aram, una especie de spin-off de Caleb Williams. El germen ya estaba en los estudios filológicos de su protagonista. Pero, por alguna razón, nunca concretó el proyecto. La tarea fue desarrollada por Bulwer-Lytton en su novela Eugene Aram (1832).

ARAM, COMEDIANTE Y MÁRTIR

En su libro The Invention of Murder Judith Flanders ofrece una buena síntesis de cómo Eugene Aram, quien asesinó a un compinche en 1745, pasó al olvido, y fue resucitado para la posteridad en una balada, dos novelas y numerosas producciones teatrales.  
La vida de Aram puede resumirse en pocos párrafos: nació en West Riding, Yorkshire, en 1704. Era hijo de un jardinero, y recibió una buena educación. Alrededor de 1730 se fue a vivir a la población de Knaresbourugh, también en Yorkshire. En esa época estaba casado y era padre de cuatro o cinco hijos; trabajaba como capataz de un terrateniente local y era amigo de Daniel Clark, un zapatero de veintitrés años, recién casado, y de Richard Houseman, quien se dedicaba al tejido de prendas de lino.
Clark decidió comprar a sus vecinos vajilla y artículos de platería para celebrar su boda. No pagó en efectivo, sino que solicitó crédito. Como la novia había recibido una buena dote, nadie le negó el crédito.  
El 6 de febrero de 1745, la noche anterior a la fiesta de casamiento, Clark le dijo a su cuñado que iba a visitar a su novia, y desapareció de la faz de la tierra. Poco después se descubrió que junto con Clark se habían desvanecido 200 libras en efectivo y en vajilla.  
La noche de su desaparición, Clark fue visto en compañía de Aram y de Houseman. Cuando las autoridades hicieron una búsqueda en las viviendas de ambos, se hallaron parte de los objetos que Clark había pedido a crédito.
Aram alegó que Clark le había solicitado que guardara los objetos, y fue puesto en libertad. De todas maneras, resultó sospechoso que luego de la desaparición de Clark, Aram pudiese pagar la hipoteca de su vivienda. Ademas, parecía poseer una buena cantidad de dinero en efectivo. Días después, Aram abandonó Knaresborough y a su completa familia. Tuvo una serie de trabajos, primero en Londres, luego en Norfolk. El último empleo fue como maestro en una escuela.
Catorce años después de la desaparición de Clark, un obrero que estaba cavando un terreno en las afueras de Kanresborough encontró un esqueleto. El cuñado de Clark estaba seguro de que el esqueleto pertenecía al desaparecido novio, pues ninguna otra persona había corrido la suerte de Clark en las dos previas décadas. Se hizo una pesquisa judicial y Anna, la esposa de Eugene Aram, dijo a un jurado que estaba segura de que Aram y Houseman habían asesinado a Clark.
Finalmente, Houseman confesó que Clark había sido asesinado por Aram, para quitarle sus pertenencias, y su cadáver abandonado en una cueva. Houseman llevó a las autoridades a St Robert´s Cave, donde se hallaron los restos de Clark.  
Aram fue localizado por las autoridades, confesó el crimen y fue condenado a muerte. Tras la sentencia declaró a dos clérigos que él había asesinado a Clark. Uno de los clérigos le preguntó los motivos y Aram respondió que "sospechaba que su esposa mantenía con Clark un ilegal comercio", imaginamos que se trataba de relaciones sexuales. “Estaba persuadido”, dijo a los clérigos, “que en el momento en que cometió el asesinato había hecho lo correcto, pero luego, pensó que había actuado mal".  (The Genuine Account of the Trial of Eugene Aram. Boston, 1832).
El cadáver de Aram fue "gibbeted," colgado de cadenas de hierro para que se pudriera lentamente frente a los pobladores de Kanresborough.
Y así concluyó la no muy edificante vida de Eugene Aram. Sin embargo, en 1794, treinta y cinco años después de su ejecución, William Godwin publicó Caleb Williams, ofreciendo la tesis, primero enunciada en su tratado filosófico, de que en una sociedad jerárquica la mayoría de los habitantes son víctimas de ella. Caleb Williams es el primer germen en el endiosamiento de Aram, pues es en la novela donde se introduce el tema de un hombre injustamente perseguido, apasionado por el análisis etimológico del lenguaje inglés.
Unas tres décadas más tarde, en 1828, el poeta y escritor Thomas Hood contribuyó poderosamente al mito del asesino filosófico con la balada "El sueño de Eugene Aram", que tuvo una enorme popularidad. En 1832, el novelista Edward Bulwer-Lytton publicó Eugene Aram, consolidando el mito del criminal metafísico.  
Aunque la balada de Hood contribuyó poderosamente a que Aram se transformase de “un rufián que asesinó a un cómplice” en un “pecador atormentado y arrepentido”, como señala Flanders, fue Bulwer-Lytton quien remodeló a Aram convirtiéndolo en una figura trágica, “un hombre noble destruido por apenas una falta” cometida en su vida.
El molde que usó el novelista para dar al villano atributos de héroe sirvió para que la figura de Aram se convirtiera en uno de los personajes teatrales más perdurables de la Inglaterra victoriana. Una de las últimas versiones fue After All (1895) escrita por Freeman C. Wills. Esa versión del asesinato de Aram y su posterior redención, tuvo un final feliz. En esa ocasión, Aram demostraba su inocencia.
La enorme evolución que sufrió Aram entre su muerte y su resurrección se debe, en buena parte, a Bulwer-Lytton, quien mintió de manera descarada en su novela. Afortunadamente, un rival de Bulwer-Lytton, y muy superior como escritor, William Thackeray (La feria de vanidades, Barry Lyndon) demolió los argumentos de la novela.
Bulwer-Lytton alegaba que si bien se había tomado algunas licencias propias de todo autor de ficción al recrear al asesino metafísico, el personaje de la novela era el Eugene Aram de la vida real. Mejor aún, el Eugene Aram de la novela mostraba, acentuados, los rasgos dominantes de su personalidad. Y tuvo la mala idea de citar algunas obras de Shakespeare, entre ellas Macbeth y Ricardo Tercero, para defender su tesis. En el caso de Macbeth, Shakespeare pudo tomarse toda clase de licencias poéticas, pues Macbeth es una figura mítica. El problema es con Ricardo Tercero, una figura histórica. ¿Qué hubiera ocurrido si Shakespeare hubiera obviado los asesinatos de los sobrinos de Ricardo Tercero en la torre de Londres, o la manera en que el aspirante al trono de Inglaterra se fue librando de sus rivales?  
Y eso es lo que hace Bulwer-Lytton con Aram, al pasar el asesinato de Clark a un discreto segundo plano, y ocuparse en cambio de sus logros como filólogo y pensador.
El Aram novelado es un ser de altos principios, digno, incapaz de matar una mosca, fervoroso defensor de altos ideales. El autor llegó inclusive a señalar, en un prefacio a la edición de 1840, que Aram no era culpable de la muerte de Clark. De esa manera desmintió inclusive al asesino, que admitió ante dos clérigos haber cometido el homicidio. Para Bulwer-Lytton, era posible que Aram hubiese intentado robar a Clark, pero consideraba su muerte accidental. Y como necesitaba salvar al asesino, su fórmula consistió en difamar a la víctima.  
En la novela, Clark se convertía en el verdadero villano, un ser despreciable que había seducido a una muchacha y mostrado una total indiferencia ante el suicidio de la joven. Pero ese no era Clark. Podía ser un ladrón, pero no hay evidencias de que haya sido un seductor de menores o haya conducido a una de sus víctimas al suicidio. Vale la pena recordar que fue asesinado por Aram días después de su casamiento.
Otra parte de la novela está dedicada a calumniar a Anna, la esposa de Aram –a  la que abandonó, junto con sus hijos, tras huir de Knaresborough. ¿La razón para ello? Durante sus declaraciones ante un jurado investigador, Anna ofreció buenos detalles que insinuaban la participación de su esposo en el homicidio. Por lo tanto, Bulwer-Lytton repitió la calumnia de Aram: Anna era la amante de Clark, por eso lo había acusado del crimen.
Sin embargo, cuando se compara al Aram real con el Aram de Bulwer-Lytton, el asesino metafísico se derrumba. Es obvio que el homicidio fue cometido para permitir que Aram y Houseman se repartieran el botín de Clark. Posiblemente, tras escapar de Knaresborough, Aram dedicó los años siguientes a estudiar filología. ¿Eso lo reivindica acaso, le permite pararse en un pedestal?  
Thackeray decía que la obligación de los escritores era “describir a los ladrones como son, no ladrones poéticos, sino canallas verdaderos, que viven como canallas, seres bajos, disolutos, tal como suelen ser los sinvergüenzas. Ellos no citan a Platón, como lo hacía Eugene Aram, o viven como caballeros, o cantan bellas baladas, como Dick Turpin”.





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