Mario Szichman
Existe una
expresión en inglés self-deprecating,
que resume, creo, la forma más alta del humor. He is famous for his self-deprecating humor, dicen de cómicos como
Groucho Marx, o como Woody Allen, es decir, que saben reírse de sí mismos.
Groucho Marx alcanzó la inmortalidad con algunos de sus famosos one-liners, chistes capaces de resumir en
una frase una idea del mundo. Por ejemplo: “No puedo pertenecer a un club que
me acepta como socio”, o “Voy a defender a muerte mis principios, pero si no le
gustan, le vendo otros”. En cuanto a Woody Allen, es imposible hacer una
selección. Me limito exclusivamente a éste: “La última vez que me introduje en
una mujer fue cuando visité la Estatua de la Libertad”.
Los judíos, como
los checos o los españoles, tienen un humor self–deprecating.
Algunos de los mejores chistes judíos fueron incluidos por Sigmund Freud en El chiste y su relación con el inconsciente,
que, según dicen sus biógrafos, escribió al mismo tiempo que La interpretación de los sueños. Es una
costumbre bastante saludable compensar la redacción de un texto abrumador debido
a la bibliografía y a la densidad del tema, con otro más ligero y amable.
Creo que la
síntesis del humor judío está en ese judío del shtetl (aldea) que fue apresado por antisemitas ucranianos, y
cuando le preguntaron cuál era su religión respondió goi (gentil). El epítome del humor checo es El buen soldado Schweik, de Jaroslav Hasek, posiblemente el único
Quijote moderno que tiene como protagonista a un remedo de Sancho Panza.
Schweik logra eludir los peores peligros durante la primera guerra mundial
confesando con orgullo que es un imbécil, y que ha sido declarado como tal por
las autoridades del imperio austrohúngaro. (Checoslovaquia se convirtió en
república tras la caída del imperio). No hay un imbécil más astuto que Schweik
en toda la literatura europea.
En cuanto a los
españoles, la herencia que parte de La vida del Buscón, o de Don Quijote, ha
seguido floreciendo a lo largo de los siglos. Ningún monarca absoluto, o el
Tribunal del Santo Oficio, o caudillo alguno por la gracia de Dios, han podido
ahogar el ingenio español, su desprecio por la autoridad. Basta recordar a ese
anarquista que se proclamaba agnóstico, pues “Si no creo en la única religión
verdadera, menos habré de creer en las otras”, o ese policía inflado de patriotismo
que sorprendía al lector de un periódico, absorto en maldecir un país por lo
bajo con estas palabras: “Este país de m…, este país de m…” El policía ordenaba
al hombre que lo acompañara a la jefatura por haber difamado a España. El
hombre negaba la acusación diciendo que estaba hablando pestes contra otra
nación. Y el policía le respondía: “A mí no me engaña. El único país de m… que
existe en el mundo es España”.
Cuando el humor
no es self deprecating, suele servir
para humillar. Decían que Adolf Hitler tenía sentido del humor. No lo creo. Burlarse
del defecto físico de una persona, de su estatura o de su apariencia, o
denigrar otros pueblos no es una muestra de ingenio, es una simple y llana
agresión. Hugo Chávez Frías era otro personaje que creía contar con sentido del
humor, pero no trascendía el escarnio.
Nunca sentí simpatía
por George W. Bush. Y creo que si los mecanismos de la justicia en Estados
Unidos hubieran funcionado a plenitud, debería haber sido procesado por
autorizar, entre otras cosas, la tortura a prisioneros en Irak y en Afganistán.
Aun así, toda persona tiene derecho a que la traten con dignidad.
Cuando Chávez se
burló de Bush en las Naciones Unidas, diciendo que tras su presencia en el recinto
el lugar olía a azufre, su chanza tal vez fue festejada por seres de su calaña,
pero cualquier persona con la mínima sensibilidad debe haber sentido disgusto
ante ese exabrupto.
Según algunos
historiadores, José Stalin prometió que si llegaba a capturar a Hitler, lo
encerraría desnudo en la jaula de un circo de Moscú. En mi opinión, ni siquiera
Hitler se merecía esa humillación. Era suficiente llevarlo ante los estrados de
la justicia, como algunos de sus secuaces.
SECUELAS DE UNA MATANZA
No suelo escribir
dos veces sobre el mismo tema, pero el caso del ataque al semanario Charlie Hebdo en París, con saldo de
doce muertos y decenas de heridos, sigue teniendo repercusiones. Además, me ha
permitido verificar lo difícil que es hallarse en minoría. Personas que
defienden la libertad de prensa a ultranza, y dicen respetar la tolerancia de
ideas ajenas, se muestran intolerantes con aquellos que rechazan la opinión de
la abrumadora mayoría.
Primero en el diario Tal Cual, luego en este blog, dije palabras, tal vez muy duras,
contra Stéphane Charbonnier,
editor de Charlie Hebdo, uno de los
asesinados en la emboscada. El mismo día del ataque The New York Times publicó un
artículo con el siguiente titular: “La misión del editor de Charlie Hebdo era provocar”. Dije
que ese había sido justamente el rol de Charbonnier en los últimos años de su
vida, trabajar como agente provocador. En el 2012, Charbonnier ignoró el
consejo del gobierno de Francia y publicó desagradables caricaturas de Mahoma,
que ni siquiera se toleran en los muros de una letrina. El profeta aparecía
desnudo, y en poses eróticas. Y el dibujo era además bastante mediocre.
Hubieran tenido que hacerle una demanda al semanario simplemente por mal gusto.
“¿Es realmente
sensato o inteligente echar leña al fuego?” preguntó Laurent Fabius, en
esa época ministro de Relaciones Exteriores de Francia. Como resultado de esa
broma de Charbonnier, el gobierno debió cerrar embajadas, consulados, centros
culturales y escuelas en unos 20 países.
Un año antes, en
el 2011, Charbonnier supervisó la publicación de una parodia que, según se
anunciaba, tenía como editor invitado a Mahoma. Fue otro número de Charlie Hebdo que tuvo
fuertes repercusiones, aunque nadie las consideró inesperadas. La oficina del
semanario fue atacada con cócteles molotov.
Cuando se
difundió mi artículo en las redes sociales, fui acusado hasta de ser miembro
del Partido Socialista Unido de Venezuela, la agrupación oficial del chavismo.
Había una santa indignación contra todo aquel que cuestionara la posición de
Charbonnier como agente provocador, o su búsqueda del martirio. Y tal vez lo
peor no era la indignación, sino la manera de expresarla. En inglés se usa la
expresión self–righteous. En español,
se diría que alguien es más papista que el Papa. El estilo de quienes se
indignaron con mi artículo escasea en argumentos pero abunda en retórica. Uno
se anuncia libre y blasfemo, otro está dispuesto a inmolarse en la hoguera de
algunas ideas sacrosantas, y todos, absolutamente todos, se proclaman ansiosos
por defender una vida de riesgos, privaciones, con tal que siga alumbrando la
sagrada llama de la libertad.
Siempre me han
puesto nerviosos los grandes gestos que asumen los corderos para el sacrificio.
Por eso sigo admirando tanto la película de Jean Pierre Melville El ejército de las sombras, que tiene
como tema la Resistencia en Francia. Melville participó en la Resistencia, y
sabía, de primera mano, que no somos ni santos, ni mártires. Y eso es lo más
grande que tenemos como seres humanos, pues a pesar de nuestra cobardía, de nuestros
compromisos, de nuestra tentación de huir, súbitamente somos capaces del
heroísmo, que también involucra la humildad.
Esta semana, el caricaturista francés Delfeil de Tom,
fundador de Charlie Hebdo, acusó a su amigo y asesinado editor Charbonnier de
haber provocado en cierto modo un ataque, que aunque injustificable, dijo, se
habría podido evitar.
“Estoy realmente enojado contigo, Charb”,
escribió el ex dibujante de Charlie
Hebdo.
Delfeil de Ton, quien
ahora es cronista de Le Nouvel
Observateur, explicó su desacuerdo con la línea actual de la revista. Sobre
su amigo Charb, a quien calificó de “mi jefe”, asesinado junto con otras 11
personas por yihadistas, dijo que era “un muchacho brillante” pero “testarudo”,
que llevó a la muerte a buena parte de su redacción.
Delfeil de Ton recordó
cuando Charbonnier decidió, en noviembre de 2011, publicar el célebre número de
la revista rebautizado “Charia Hebdo” (juego de palabras sobre la sharia), y
preguntó: “¿Qué necesidad tenía de arrastrar al equipo en la escalada?”
Poco después de
esa publicación, la redacción fue incendiada. Delfeil de Ton dijo que George Wolinski,
también asesinado en el ataque, consideraba una idiotez la provocación contra
los musulmanes. Delfeil de Ton indicó: “Creo que somos inconscientes e
imbéciles: corrimos un riesgo inútil. Eso es todo. Uno se cree invulnerable.
Durante años, incluso durante decenas de años, llevamos a cabo provocaciones, y
luego un día la provocación se volvió contra nosotros. No había que hacerlo, no
era necesario hacerlo, pero Charbonnier lo hizo otra vez el año siguiente, en
septiembre de 2012”.
Recuerdo siempre
un episodio que me narraba mi esposa, Laura. El filósofo Theodor Adorno, una de
las glorias de la intelectualidad alemana, se exilió en Estados Unidos tras la
llegada de Hitler al poder. Regresó a Alemania a mediados de la década del
sesenta, y dio una serie de conferencias en universidades. Era un tiempo de
gran conmoción social en Alemania Federal, que se trasladó a las casas de
estudios. En cierta ocasión, en el curso de una de sus charlas, empezó un
tumulto. Algunos estudiantes se sentían disgustados con un filósofo que no
convocaba a emplazar barricadas y a pelear en ellas. Adorno dijo que no era un
tirabombas, sino un intelectual. Estaba dispuesto a discutir todos los temas
planteados por los estudiantes. La respuesta de uno de ellos fue escribir en el
pizarrón del aula: “Si dejan a Adorno en paz, el capitalismo nunca cesará”.
Luego, tres alumnas se acercaron al escritorio de Adorno, se quitaron sus
blusas para exhibir sus senos, y diseminaron pétalos de flores sobre su cabeza.
Adorno nunca
superó la humillación propinada por esas salerosas representantes de la
Alemania contestataria. Renunció a seguir dando conferencias, y poco después
murió de un ataque al corazón.
Abundan en el
mundo los bromistas. Los nazis ponían a los judíos a limpiar letrinas usando
cepillos de dientes. En la prisión de Guantánamo, o en la de Abu Ghraib, en
Irak, los carceleros humillaban a los prisioneros obligándolos a usar ropa
interior femenina. Hay muchas maneras de agraviar a nuestros semejantes. Antes
que los adalides del suplicio abran la boca para protestar, me anticipo a decir
que Charbonnier no entra en esa categoría. Era apenas un irresponsable que
arrastró a otros en su muerte, con su incendiaria e inútil prédica.
La dignidad es uno de los tesoros más preciados del ser humano. Algunas organizaciones que defienden los DDHH consideran a la humillación como una forma de tortura pasiva. La humillación sufrida por la Alemania del Kaizer por una derrota, que no fue militar, sino por falta de recursos para continuar la Gran Guerra fue mayúscula. Los 14 puntos de Woodrow Wilson en el Tratado de Versailles llevaron a la nación alemana a apoyar a alguien como el innombrable de bigotico. Desde entonces, el mundo debería haber aprendido la lección.
ResponderEliminarEn el caso de Charlie Hebdo, los editores rizaron el rizo de la libertad de expresión. Toda libertad individual se topa con la libertad del prójimo y hasta allí debe llegar. Haber llegado a ese nivel de provocación trajo consecuencias. Lamentable. Y para que conste en ningún momento justifico la respuesta criminal que sufrieron.
"Siembra vientos y cosecharás tempestades".
Le agradezco muchísimo su comentario. Y coincido plenamente con usted en la defensa de la dignidad humana. Con mi amistad
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