Mario Szichman
Jorge Luis Borges atribuía “a la conjunción de un espejo y de una
enciclopedia el descubrimiento de Uqbar”, un planeta desconocido, “con sus
arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus
lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus
peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y
metafísica”. (¿Existirá, en toda la
narrativa española, algo tan bello como ese cuento?)
Un intercambio de información con mi talentosa amiga, la profesora
venezolana Libertad León González, me hizo pensar en esas conjunciones que de
repente estimulan la creación de textos. Se relacionaba con las “recurrentes
referencias sobre la Revolución Francesa y sus protagonistas”, como “antesala a
la escritura de Eros y la doncella”.
Después que se escribe la primera novela, es aconsejable planificar textos.
En su prólogo a La Comedia Humana, Balzac explicó cómo habían sido erigidas las
distintas habitaciones de su monumental edificio narrativo. Entre los temas a
desarrollar, y la enunciación no es exhaustiva, había Estudios Filosóficos,
Estudios de Costumbres, Estudios Analíticos, Escenas de la vida en provincias,
Escenas de la vida privada, Escenas de la vida parisina, Escenas de la vida
política, y Escenas de la vida militar. El organizador de la empresa se
postulaba apenas como el secretario o amanuense de la sociedad de su época.
La Revolución Francesa siempre actuó como background en mi trilogía de la patria boba. Por una parte, debido
a la abrumadora presencia de Francisco de Miranda, quien tuvo destacada
participación en su primera etapa, alineándose con el bando de los girondinos.
El caraqueño, único latinoamericano cuyo nombre ha sido esculpido en el
Arco de Triunfo de París, luchó en los ejércitos de la República, bajo las
órdenes del general Dumouriez. Cuando la fortuna cambió, tras la derrota
militar de Dumouriez, y la derrota política de los girondinos a manos de los jacobinos
liderados por Robespierre, Miranda terminó en la cárcel. La sombra de la
guillotina rondó siempre su garganta. Fue absuelto en primera instancia de las
acusaciones de cobardía en el frente de batalla, y sacado en hombros de los
ciudadanos franceses. Pero su afiliación al partido girondino era más
pecaminosa que su derrota militar. Volvió a ser procesado, y se lo envió por
segunda vez a prisión. Debe haber sido una de las experiencias más
espeluznantes padecidas por Miranda, pues presenció con inquietante frecuencia
como varios de sus camaradas y amigos eran subidos a carruajes que los
conducirían a la guillotina.
El Precursor, a pesar de que adoraba los placeres de la carne y de la buena
mesa, mostró un extraordinario estoicismo en esa etapa de su vida. Quienes
convivieron con él en prisión fueron unánimes en la admiración por ese
caraqueño que nunca perdió el optimismo, o su voracidad por la lectura.
Tras la caída de Robespierre vino un período de transición hasta que el
Directorio abrió las puertas a Napoleón, quien fue designado Primer Cónsul de
la República. Miranda permaneció en Francia en los últimos años del siglo
dieciocho. Finalmente, Napoleón le dio un ultimátum para que abandonara el
país, no por razones políticas sino porque se negaba a compartir una de sus
amantes.
Pese a que en Los papeles de Miranda
la Revolución Francesa ocupa buena parte de la narración, figura entre
bastidores, pues Miranda intervino además en actividades relacionadas con la
independencia norteamericana, y finalmente, con la independencia de la América
española.
Las otras novelas de la trilogía, Las
dos muertes del general Simón Bolívar y Los
años de la guerra a muerte tienen como actores principales al Libertador, a
varios de sus principales subalternos, y a su principal enemigo, el asturiano
José Tomás Boves. Pero siempre acecha la sombra de Miranda. Especialmente
porque Bolívar, junto con algunos de sus amigos, lo entregó a los españoles
tras su capitulación.
Si hay un personaje trágico en la lucha por la independencia de la Gran
Colombia es indudablemente Miranda, no Bolívar. Digo clásico desde los
parámetros de la tragedia griega, trágico en sus excesos y en el castigo
sufrido. Ser traicionado por sus seguidores, terminar en manos de los
españoles, morir en la prisión de La Carraca, en Cádiz, en una tumba sin
nombre, y que sus restos nunca hayan sido rescatados, habla realmente de un
sino trágico. En el Panteón de Caracas yacen los restos de Bolívar, o lo que
quedan de ellos luego que el médico forense mayor de Venezuela Hugo Chávez
Frías ordenó desenterrar sus huesos para verificar si no había sido envenenado
por la oligarquía colombiana. El recinto es bastante amplio, y un sector podría
ser habilitado como un sepulcro vacío para recibir algún día los restos del Precursor.
Y si aludo al sepulcro vacío, o a la tumba vacía, es porque estoy
sugiriendo también el casillero vacío, una figura que ronda en los pasillos del
psicoanálisis. Es un concepto que me resulta útil para entender la escritura.
La plenitud, la saciedad, el total llenado de los casilleros preludia siempre
la muerte.
Dostoievski es superior a Tolstoi –y la idea no es mía, es de Mijail
Bajtin– porque nunca creyó en la muerte sino en el ciclo regenerativo de la
vida. Tolstoi dejó morir a Ivan Ilich en una extraordinaria novela corta, pero
eso recuerda a la extinción, pura y simple. El ser humano es un proyecto
eternamente inacabado, siempre lo será, y Dostoievski nos brinda esperanzas que
Tolstoi niega.
En mi caso, el casillero vacío se relaciona con la Revolución Francesa. En
la trilogía siempre sirve de trasfondo. La profesora Libertad León González
abrió con su pregunta la compuerta de los recuerdos. Inclusive, me permitió
escudriñar el por qué de esa solapada presencia. Lo evoco no por orden cronológico,
sino a través de secuencias mentales. En ese sentido, los escritores que nos
antecedieron suelen marcarnos los pasos.
Soy un gran admirador de Stendhal. Una frase de él siempre me ha impulsado
a escribir. Y posiblemente una de sus estrategias narrativas me condujo a
colocar la Gran Revolución en un discreto segundo plano. En La vida de Henri Brulard, Stendhal
lamenta que por culpa de una absurda palabra: inspiración, a la que buscó inútilmente en todos los recovecos de
su mente, perdió una valiosa década de escritura. Y en La cartuja de Parma Stendhal rehusa que su protagonista participe
en la batalla de Waterloo, la más importante del siglo diecinueve por sus
consecuencias políticas, y lo pone a cabalgar a corta distancia del campo de
combate.
¿Por qué Stendhal se perdió esa maravillosa oportunidad que luego explotó
Víctor Hugo? Posiblemente porque prefería el teatro de boudoir, escenas con pocos personajes y descripciones aún más
escasas. Hay quienes pintan como Watteau, y otros que son capaces de pintar
como Goya.
Me pregunto, junto con mi amiga Libertad, por qué en un momento determinado
decidí que la Revolución Francesa debía pasar a primer plano.
Y aquí, una nueva digresión: otro de los temas que me acechan desde hace
mucho tiempo es el de la impostura. Toda tarea intelectual, hasta la más
profunda, toda labor artística, hasta aquella que ubica a los creadores a la
altura de los ángeles (me imagino los delirios de grandeza que adquirió Miguel
Angel tras concluir su tarea en la Capilla Sixtina) es, en cierto modo una
impostura. Queremos ser etéreos, pero el cuerpo nos traiciona, queremos ser
sublimes, pero seguimos siendo humanos. Empecé a trabajar Eros y la doncella no desde el gran lienzo de la revolución, sino
trasvasando mi infortunio a una de sus principales figuras, Georges Danton. Es
preferible que figuras ajenas asuman nuestras tragedias personales. Además,
Danton era, como dicen en nuestras latitudes, Bigger than life. Cuando falleció su esposa Gabrielle, Danton se
hallaba en el frente de batalla. Al retornar, abrió la tumba de Gabrielle,
depositó su cadáver en tierra, y llamó a un artista para que le hiciera una
escultura. Toda la novela Eros y la
doncella surge de ese grandilocuente gesto de Danton.
El paso siguiente, en vez de ingresar a la Gran Revolución, fue convocar a
las divinidades generatrices. Danton creía en la vida. Poco después de la
muerte de Gabrielle volvió a casarse con una mujer que no tenía ni la mitad de
su edad, y a la cual amó apasionadamente. En cierta ocasión le preguntó al
timorato de Robespierre: “¿Sabe lo que es para mí la virtud? Lo que hago con mi
mujer en la cama todas las noches”.
El amor por la vida que sentía Danton, su necesidad de perpetuarse en otras
carnes me condujo a un libro escrito por Jacques Antoine Dulaure, un
convencionista de la Asamblea General en los comienzos de la Revolución
Francesa. Dulaure escribió Los dioses de
la generación, historia de los cultos fálicos entre los antiguos y los modernos.
Es un gran ensayo que luego fue copiado palabra por palabra –sin mencionar la fuente– por Robert Allen
Campbell en su libro Phallic Worship.
Pensé en Dulaure como uno de los protagonistas de Eros y la doncella. Escribí decenas de páginas sobre sus estudios.
Durante tertulias con representantes de la intelectualidad francesa vinculados
con los girondinos, ofreció conferencias donde el falo de madera con sus partes
movibles, no la guillotina, era el personaje principal, pues representaciones
del órgano de la generación habían sido usadas en procesiones religiosas ya
desde la época de los griegos.
Durante el proceso de redacción, en consulta constante con la profesora
Carmen Virginia Carrillo, la figura de Dulaure fue adquiriendo tres
dimensiones, debido a las posibilidades literarias del personaje. Y de repente,
Dulaure y sus divinidades generatrices desapareció de la novela, se convirtió
en la casilla vacía de Eros y la doncella,
siendo reemplazado por las grandes figuras de la Revolución, no sé si por
descuido, o por arte de magia. Deseo creer que por arte de magia.
Esta desordenada recopilación de recuerdos se la debo a Libertad León
González, que me condujo a revisar un proceso de elaboración narrativa.
(¿Cuántas veces tendré que insistir en la fecundidad de la imaginación
dialógica?) Al mismo tiempo, contribuye a promover un descontento que siempre
resulta fértil. ¿Qué ocurrió para que desechara a Dulaure? ¿Qué interfirió en el
proceso de escritura para que se disipara un personaje tan prometedor?
Posiblemente –y es mi anhelo– Jacques Antoine Dulaure es otro de los numerosos
casilleros vacíos que necesito llenar.
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