Mario Szichman
“Los seres humanos
padecen vidas
de tranquila desesperación”.
Henry David Thoreau
Muchas veces somos prisioneros de palabras o frases hechas que absorbemos
en la adolescencia. Stendhal solía decir que la palabra inspiración había arruinado los primeros años de su carrera como
escritor. A causa de esa insidiosa palabra, señalaba Stendhal en sus Recuerdos de egotismo, había pasado una
década entera sin producir.
Me encanta el desprecio que tanto Alfred Hitchcock como Jorge Luis Borges mostraban
por la inspiración. Hitchcock contaba que uno de sus amigos tenía en su mesa de
luz una libreta de apuntes y un lápiz para registrar todos los pensamientos que
se le ocurrían cuando descansaba. En cierta ocasión, el amigo tuvo un sueño muy
sugerente. Semidormido, lo anotó en su libreta de apuntes. Al día siguiente,
revisó lo que había escrito. Decía: “Un hombre conoce a una mujer”.
Cuando entrevisté a Borges, en 1975, también mencionó un acto de inspiración.
Lo recordaba con enorme nitidez: el día, la fecha y la hora. Le pregunté
arrobado en qué había derivado ese “flash”. Borges me respondió: “En nada. Era
una tontería”.
Las artes de la narración, ya se trate del cine, el teatro, el cuento o la
novela, se nutren de toda clase de motivos. Pero el principal, creo, es lo que
podría calificarse de “literatura comunal”, especialmente las leyendas. Algunos
escritores sacan más provecho que otros de esa fuente. Robert Louis Stevenson
descolló en todos los géneros: en la literatura infantil, en la literatura para
adultos, en el cuento, en la poesía, y dejó que otros se encargaran de la
inspiración y de sus resultantes traspiés. En el caso de Stevenson, su más
famoso saqueo –que el mismo admitió– ocurrió
durante la escritura de La isla del
tesoro. ¿Cuáles fueron las fuente de ese texto? En su ensayo My First Book Stevenson enunció varios.
El comienzo de la novela, cuando el pirata Billy Bones llega a la posada
Admiral Benbow, fue “levantado” de Wolfert
Webber, un texto de Washington Irving. El héroe adolescente, Jim Hawkins,
proviene de Peter the Whaler, escrito
por W. H. G. Kingston. La isla desierta, y su habitante, el naúfrago Ben Gunn,
fue un préstamo que Stevenson obtuvo “del bravo Ballantyne” autor de La isla de coral. El tesoro enterrado, y
el mapa, fueron obtenidos en otro relato de Washington Irving que integraba el
volumen Tales of a Traveller. El loro
del magnífico John Silver, uno de los grandes villanos de la literatura universal,
perteneció primero a Robinson Crusoe. El acoso a la empalizada en La isla del Tesoro fue otro préstamo, adquirido
de Masterman Ready, una novela de Frederick Marryat. Y el poste indicador,
con la figura de un esqueleto, así como las instrucciones en código, provienen
de El escarabajo de oro, de Edgar
Allan Poe.
Stevenson confesó en My First Book
que “nunca el plagio llegó tan lejos” como en su elaboración de La isla del tesoro. Pero algo falta en
esa confesión. El ensayista británico John Sutherland, un experto en literatura
victoriana, dice que Stevenson nunca mencionó una influencia mucho más directa.
Entre los amigos del escritor figuraba Alexander Hay Japp, asesor literario
de varias editoriales londinenses, y amigo de James Henderson, dueño y editor
de un semanario para niños, Young Folks.
Japp llevó a Henderson buena parte del manuscrito de La isla del tesoro, junto con una sinopsis del resto de la novela.
Henderson quedó muy satisfecho con el manuscrito, y ofreció a Stevenson
publicarlo como un folletín por entregas.
Si bien el novelista confesó sus “plagios”, nunca mencionó una novela que
tuvo gran influencia en su creación: Billy
Bo’swain, de Charles E. Pearce.
Sutherland dice que James Henderson, el editor de Young Folks, quería que el relato de Stevenson se ajustara a las
demandas de su publicación. Con ese motivo, le envió ejemplares del folletín
por entregas Billy Bo’swain.
Robert Leighton, novelista y editor literario del periódico The Daily Mail, trabajó como asesor de Henderson
en Young Folks por la época en que
Stevenson envió su manuscrito, y fue testigo del despacho de la novela de
Pearce. El propósito era “indicar el tipo de narración destinada a los lectores
de Young Folks”. Años después de la
muerte de Stevenson, Leighton comentó en una revista literaria que la novela de
Pearce contaba también “con un mapa y un tesoro enterrado, en tanto el plan y
la construcción eran similares”.
Tres décadas después del fallecimiento de Stevenson, John A. Steuart, uno
de los primeros biógrafos del escritor escocés, entrevistó a Pearce, el presunto
precursor de La isla del tesoro. Pearce
respondió con mucha elegancia a las preguntas de Steuart. “Como autor de Billy Bo’swain”, señaló, “nada puedo
decir, porque no sé nada. Es bastante cierto que los materiales usados en ambos
relatos son muy similares: un motín, un texto cifrado, un barco abandonado, una
isla, un tesoro. Pero después de todo, tales materiales eran propiedad común.
Provenían de El escarabajo de oro, de
Poe”.
Sutherland dice que hubo dos manuscritos de La isla del tesoro, el que Stevenson envió a través de Japp a las
oficinas de Young Folks, y luego el
definitivo, revisado por Stevenson tras leer Billy Bo’swain.
Según Pearce, Stevenson tomó su novela como guía, reescribió los primeros
capítulos, y le dio una nueva
estructura. Pero si bien eso corrobora la idea de que Pearce tuvo influencia en
la confección de La isla del tesoro,
la sospecha de plagio se desvanece al comparar ambos textos. Como indica
Sutherland, “Stevenson escribía muchísimo mejor que Pearce, y el protagonista
de Billy Bo’swain no puede ni
remotamente cotejarse con la dominante presencia de Long John Silver”.
Tal vez una de las fórmulas más persistentes del fracaso es la necesidad de
ser original. En un post anterior comenté la elaboración de The Killer Inside Me, la obra maestra de
Jim Thompson. Lion Books le entregó a
Thompson una sinopsis. Era la historia
de un corrupto policía neoyorquino que cometía crímenes. El narrador se limitó
a trasladar la acción de Nueva York a Texas. Con esa sola acción –acompañada de
su genio– Thompson, además de alterar el panorama de su héroe, trastornó buena
parte de la narrativa norteamericana.
En ocasiones, los restos marchitos de cosechas extrañas logran extraños
reverdecimientos cuando un gran artista altera las reglas del juego. El libro
de Pearce que tuvo influencia en La isla
del tesoro, parece ser en la actualidad una buena pieza de museo, apta para
scholars. En cambio, el libro de
Stevenson, sigue maravillando a niños y adultos de todas las épocas desde su
publicación. ¿Qué insufló el narrador en esa novela, una de las escasas
consideradas como perfectas por el canon literario?
Reviso el epígrafe del artículo, supongo que ahí está la clave. Stevenson
admiraba mucho a Thoreau, al mismo tiempo creía en la magia de lo que está más
allá del horizonte. No conozco un solo texto de Stevenson, inclusive aquellos
tan trágicos como Doctor Jekyll y Mr.
Hyde, o Markheim, o The Body Snatchers, donde escasee el
germen de la vida, o la chispa de alguna posible felicidad. Stevenson, un
enfermo crónico que falleció a temprana edad, nunca aceptó que los finales
desdichados eran más trascendentes que los finales felices. Se rehusó a aceptar
que la misión del ser humano es sufrir el infierno en la tierra. Creo que su
tarea, en su fugaz paso por este planeta, fue ofrecer esperanzas a esos seres
humanos que padecen la vida con tranquila desesperación.
The bottle imp, The beach of Falesa, The Sire de Maletroit's door, A lodging for the night... qué placer releer esos cuentos
ResponderEliminarDaniel, gracias por los datos. Me falta leer The beach of Falesa y The bottle imp. Por cierto, descubrí un relato de Stevenson: The Dynamiter. Un crítico dice que si no hubiera sido escrito antes que The secret agent, podría pensarse que se trata de una parodia de la novela de Conrad.
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