miércoles, 7 de enero de 2015

¿Dónde termina el plagio y comienza la creación?


Mario Szichman
“Los seres humanos
 padecen vidas
de tranquila desesperación”.

Henry David Thoreau
                                     


Muchas veces somos prisioneros de palabras o frases hechas que absorbemos en la adolescencia. Stendhal solía decir que la palabra inspiración había arruinado los primeros años de su carrera como escritor. A causa de esa insidiosa palabra, señalaba Stendhal en sus Recuerdos de egotismo, había pasado una década entera sin producir.
Me encanta el desprecio que tanto Alfred Hitchcock como Jorge Luis Borges mostraban por la inspiración. Hitchcock contaba que uno de sus amigos tenía en su mesa de luz una libreta de apuntes y un lápiz para registrar todos los pensamientos que se le ocurrían cuando descansaba. En cierta ocasión, el amigo tuvo un sueño muy sugerente. Semidormido, lo anotó en su libreta de apuntes. Al día siguiente, revisó lo que había escrito. Decía: “Un hombre conoce a una mujer”.
Cuando entrevisté a Borges, en 1975, también mencionó un acto de inspiración. Lo recordaba con enorme nitidez: el día, la fecha y la hora. Le pregunté arrobado en qué había derivado ese “flash”. Borges me respondió: “En nada. Era una tontería”.
Las artes de la narración, ya se trate del cine, el teatro, el cuento o la novela, se nutren de toda clase de motivos. Pero el principal, creo, es lo que podría calificarse de “literatura comunal”, especialmente las leyendas. Algunos escritores sacan más provecho que otros de esa fuente. Robert Louis Stevenson descolló en todos los géneros: en la literatura infantil, en la literatura para adultos, en el cuento, en la poesía, y dejó que otros se encargaran de la inspiración y de sus resultantes traspiés. En el caso de Stevenson, su más famoso saqueo –que el mismo admitió–  ocurrió durante la escritura de La isla del tesoro. ¿Cuáles fueron las fuente de ese texto? En su ensayo My First Book Stevenson enunció varios. El comienzo de la novela, cuando el pirata Billy Bones llega a la posada Admiral Benbow, fue “levantado” de Wolfert Webber, un texto de Washington Irving. El héroe adolescente, Jim Hawkins, proviene de Peter the Whaler, escrito por W. H. G. Kingston. La isla desierta, y su habitante, el naúfrago Ben Gunn, fue un préstamo que Stevenson obtuvo “del bravo Ballantyne” autor de La isla de coral. El tesoro enterrado, y el mapa, fueron obtenidos en otro relato de Washington Irving que integraba el volumen Tales of a Traveller. El loro del magnífico John Silver, uno de los grandes villanos de la literatura universal, perteneció primero a Robinson Crusoe. El acoso a la empalizada en La isla del Tesoro fue otro préstamo, adquirido de Masterman Ready, una novela  de Frederick Marryat. Y el poste indicador, con la figura de un esqueleto, así como las instrucciones en código, provienen de El escarabajo de oro, de Edgar Allan Poe.
Stevenson confesó en My First Book que “nunca el plagio llegó tan lejos” como en su elaboración de La isla del tesoro. Pero algo falta en esa confesión. El ensayista británico John Sutherland, un experto en literatura victoriana, dice que Stevenson nunca mencionó una influencia mucho más directa.
Entre los amigos del escritor figuraba Alexander Hay Japp, asesor literario de varias editoriales londinenses, y amigo de James Henderson, dueño y editor de un semanario para niños, Young Folks. Japp llevó a Henderson buena parte del manuscrito de La isla del tesoro, junto con una sinopsis del resto de la novela. Henderson quedó muy satisfecho con el manuscrito, y ofreció a Stevenson publicarlo como un folletín por entregas. 
Si bien el novelista confesó sus “plagios”, nunca mencionó una novela que tuvo gran influencia en su creación: Billy Bo’swain, de Charles E. Pearce.
Sutherland dice que James Henderson, el editor de Young Folks, quería que el relato de Stevenson se ajustara a las demandas de su publicación. Con ese motivo, le envió ejemplares del folletín por entregas Billy Bo’swain.
Robert Leighton, novelista y editor literario del periódico The Daily Mail, trabajó como asesor de Henderson en Young Folks por la época en que Stevenson envió su manuscrito, y fue testigo del despacho de la novela de Pearce. El propósito era “indicar el tipo de narración destinada a los lectores de Young Folks”. Años después de la muerte de Stevenson, Leighton comentó en una revista literaria que la novela de Pearce contaba también “con un mapa y un tesoro enterrado, en tanto el plan y la construcción eran similares”.  
Tres décadas después del fallecimiento de Stevenson, John A. Steuart, uno de los primeros biógrafos del escritor escocés, entrevistó a Pearce, el presunto precursor de La isla del tesoro. Pearce respondió con mucha elegancia a las preguntas de Steuart. “Como autor de Billy Bo’swain”, señaló, “nada puedo decir, porque no sé nada. Es bastante cierto que los materiales usados en ambos relatos son muy similares: un motín, un texto cifrado, un barco abandonado, una isla, un tesoro. Pero después de todo, tales materiales eran propiedad común. Provenían de El escarabajo de oro, de Poe”.
Sutherland dice que hubo dos manuscritos de La isla del tesoro, el que Stevenson envió a través de Japp a las oficinas de Young Folks, y luego el definitivo, revisado por Stevenson tras leer Billy Bo’swain.
Según Pearce, Stevenson tomó su novela como guía, reescribió los primeros capítulos,  y le dio una nueva estructura. Pero si bien eso corrobora la idea de que Pearce tuvo influencia en la confección de La isla del tesoro, la sospecha de plagio se desvanece al comparar ambos textos. Como indica Sutherland, “Stevenson escribía muchísimo mejor que Pearce, y el protagonista de Billy Bo’swain no puede ni remotamente cotejarse con la dominante presencia de Long John Silver”.
Tal vez una de las fórmulas más persistentes del fracaso es la necesidad de ser original. En un post anterior comenté la elaboración de The Killer Inside Me, la obra maestra de Jim Thompson. Lion Books le entregó a Thompson  una sinopsis. Era la historia de un corrupto policía neoyorquino que cometía crímenes. El narrador se limitó a trasladar la acción de Nueva York a Texas. Con esa sola acción –acompañada de su genio– Thompson, además de alterar el panorama de su héroe, trastornó buena parte de la narrativa norteamericana.
En ocasiones, los restos marchitos de cosechas extrañas logran extraños reverdecimientos cuando un gran artista altera las reglas del juego. El libro de Pearce que tuvo influencia en La isla del tesoro, parece ser en la actualidad una buena pieza de museo, apta para scholars. En cambio, el libro de Stevenson, sigue maravillando a niños y adultos de todas las épocas desde su publicación. ¿Qué insufló el narrador en esa novela, una de las escasas consideradas como perfectas por el canon literario?
Reviso el epígrafe del artículo, supongo que ahí está la clave. Stevenson admiraba mucho a Thoreau, al mismo tiempo creía en la magia de lo que está más allá del horizonte. No conozco un solo texto de Stevenson, inclusive aquellos tan trágicos como Doctor Jekyll y Mr. Hyde, o Markheim, o The Body Snatchers, donde escasee el germen de la vida, o la chispa de alguna posible felicidad. Stevenson, un enfermo crónico que falleció a temprana edad, nunca aceptó que los finales desdichados eran más trascendentes que los finales felices. Se rehusó a aceptar que la misión del ser humano es sufrir el infierno en la tierra. Creo que su tarea, en su fugaz paso por este planeta, fue ofrecer esperanzas a esos seres humanos que padecen la vida con tranquila desesperación.


2 comentarios:

  1. The bottle imp, The beach of Falesa, The Sire de Maletroit's door, A lodging for the night... qué placer releer esos cuentos

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  2. Daniel, gracias por los datos. Me falta leer The beach of Falesa y The bottle imp. Por cierto, descubrí un relato de Stevenson: The Dynamiter. Un crítico dice que si no hubiera sido escrito antes que The secret agent, podría pensarse que se trata de una parodia de la novela de Conrad.

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