Mario Szichman
El
inspector de policía examinó la escena del crimen. La mujer había recibido un
balazo en la mejilla, cerca de su ojo derecho. Estaba tendida junto a la mesa del comedor, rodeada de platos rotos.
El
hombre estaba despatarrado a la entrada del dormitorio. Alguien le había
arrojado un edredón rojo que disimulaba la sangre.
Un
sargento estaba examinando cuadros en una pared.
–Póngase
en la puerta de entrada—le ordenó el inspector. –Y ciérrela. Si alguien
pregunta, usted no sabe nada.
El
inspector se dirigió al dormitorio. En una de las mesas de luz encontró un
juego de llaves, un teléfono celular, dos pares de anteojos y una libreta de
anotaciones, muy gruesa.
El
inspector se sentó al borde de la cama, abrió la libreta, y comenzó a
revisarla. Al principio no había nada interesante. Apuntes de citas: con el
psicólogo, con una hermana que en una frase se quejaba de su viudez. Un amigo
le había dicho que aceptaba la invitación. ¿Para un almuerzo, para una cena?
Mencionaba un restaurant.
El
inspector pensó en colocar la libreta en un sobre, y entregarla
en el laboratorio. Pero antes de hacerlo, notó que una página de la libreta
tenía un doblez. Y allí comenzaba una nueva escritura, más fluida, con trazos
más claros y firmes.
El
policía comenzó a leer:
“Íbamos
por la sexta lección de nuestro curso de italiano for beginners cuando apareció Bob Nelson en nuestras vidas. Bob era
un exitoso empresario canadiense que visitaba la sede de su empresa en Firenze,
se hacía amigo de sua collega
Martina, y juntos visitaban negocios, museos, bares y restaurantes.
Al
principio, la relación entre Bob y Martina era puramente amistosa. A Bob le
gustaba il vino bianco, y a Martina, il vino rosso. A Bob le encantaba ir al
centro de Firenze in sua machina.
Martina, en cambio, prefería ir a pie. A veces –pero no siempre– coincidían en
viajar en el tren subterráneo. En otras, Bob proponía usar La Metropolitana, pero Martina se negaba. Si bien se deshacía en
elogios por el tren subterráneo, sugirió en varias ocasiones viajar en la machina de Bob.
Ya en
la novena lección, surgió la primera dificultad, cuando descubrimos que Bob
estaba casado y que su esposa vivía Al
Canada.
Resultaba
claro que Bob no deseaba hablar de sua
moglie. Una vez, sólo una vez, informó que ella había nacido en Suiza, alla Svitzera. Pero luego, Bob se cerró
como una ostra. Cada vez que Martina le preguntaba por su esposa, éste
respondía con evasivas.
Las
evasivas se prolongaron hasta la lezione
quindici, cuando descubrimos el nombre de la esposa de Bob. Se llamaba
Greta. La pareja tenía serios problemas conyugales.
Por
supuesto, Bob era un dechado de cortesía. Nunca informó a quienes escuchábamos
las lecciones, aquello que transcurría entre las cuatro paredes de su hogar en
Toronto. Pero lo cierto es que, con una excusa u otra, Greta postergaba su
viaje a Firenze para reunirse con il suo
marito, su esposo.
En una
ocasión –ya habíamos llegado a la
lección tuenti due– Greta anunció subbitamente que no podía abandonar
Toronto. Cuando se disponía a embarcarse en el avión rumbo a Italia, descubrió
que había olvidado sus tarjetas de crédito en el hogar. Eso nos pareció una
débil excusa. Bob nos había informado dos lecciones antes que Greta era una
mujer muy meticulosa. Poseía una extraordinaria memoria para el detalle. Nadie
con esas cualidades puede olvidar las tarjetas de crédito en su casa cuando va
a emprender un viaje all estero.
Cuatro
lecciones más tarde, Bob decidió viajar subbitamente
al Canadá, pero sin hacer alusión alguna a Greta. Eso sí que era extraño. Y
aún más extraño fue lo que ocurrió a la lección siguiente: Bob retornó del
viaje, piu contento, hizo una mención
al bellisimo clima de Toronto, y ninguna
alusión a Greta.
Mi
esposa y yo debimos esperar tres lecciones más para que Greta reapareciera en
la conversación. Pero la mujer parecía más un fantasma que un ser vivo. Bob,
nuestro viejo conocido del curso de idiomas, comenzó a mostrar una conducta
sospechosa. No se parecía en nada al Bob de las primeras lecciones,
dicharachero, siempre optimista, un hombre que parecía genuinamente enamorado
de su mujer y de suo lavoro. Ya en la
lección vigésimo novena del curso de idiomas, sentimos una sombría premonición
cuando Bob anunció que estaba vendiendo su casa en Canadá.
Martina,
su amiga italiana –ni yo, ni mi esposa creímos por un momento que se tratase de
una relación platónica–, le preguntó flirteando, por qué había decidido vender
su vivienda. Bob dijo que intentaba comprar en Viterbo un apartamento. Para eso
usaría el dinero obtenido de la venta de su casa en Toronto. Sin aludir a
Greta, Martina le preguntó si no eran piu
difficile los trámites para vender la casa en Toronto.
Martina
no se animó a decir lo que nosotros sabíamos: era difícil, casi imposible,
vender la casa sin el previo consentimiento de Greta. A menos... a menos que
Bob ya no necesitara su consentimiento.
¿Se
habrían divorciado en el curso de dos lecciones de italiano sin avisar a sus
estudiantes? Mi esposa, que tiene una frondosa imaginación, pensó algo todavía
más siniestro. Tal vez Greta había discutido violentamente con Bob cuando éste
la visitó en Toronto. Tal vez reveló su amor por su amiga de Firenze. Y quizás...
No, no. Era imposible. Durante las lecciones habíamos aprendido que Bob era tropo gentile, un verdadero caballero.
A la
lección siguiente, Martina, de manera suave, pero imperiosa, le pidió a Bob que
le explicara cómo pensaba vender la casa en Canadá sin la aprobación de Greta.
Había inclusive algo de amenaza en la pregunta de Martina. Bob trató de explicar
la situación. Pero sus disquisiciones eran confusas. O, al menos, no estaban al
nivel de nuestros estudios.
Y así se lo dijimos... Bueno, no a Bob.
Decidimos enviar una carta a la empresa que había creado el curso de idioma, y
señalamos nuestras dudas. Luego, seguimos escuchando las lecciones con renovado
interés.
Hubo
una serie de cambios en nuestras lecciones. La empresa que alquilaba las
grabaciones, pasó del casette al
disco compacto. La trama cambió, no parecía pertenecer al mismo curso. La voz
de Bob adquirió un tono distinto. Le dije a mi esposa que parecía más juvenil.
No, no era eso, dijo mi esposa. Era otro el hombre que recitaba las lecciones.
Además, y podía ser producto de su imaginación, el nuevo Bob hablaba con
premura. Parecía angustiado.
En la
lección cuarenta y dos, Quarantadue,
Bob desapareció completamente de los discos compactos. Volví a escribir a la
empresa grabadora, señalando mi desconcierto ante esa ausencia. Tres semanas
después, recibí una carta muy amable, donde el gerente de la empresa pedía
disculpas, y explicaba que recibiríamos un reembolso de todas las lecciones de
nuestro curso intermedio. Y como reparación, se nos enviaría un pequeño
obsequio.
"... Pues
habrá que esperar", decía en la libreta de anotaciones.
El
inspector de policía observó que las dos páginas siguientes estaban en blanco.
En la tercera, comenzaba una nueva escritura. La tinta negra había sido
reemplazada por tinta verde.
Esta era
la última entrada en la libreta de anotaciones descubierta por el inspector de
policía:
"Siempre
pensé que habían desaparecido las viejas reglas de cortesía. Pues me equivoqué:
están más presentes que nunca. Nunca creí que Bob, o el actor que interpretaba
a Bob, se tomaría la molestia de venir personalmente a entregar el reembolso
del dinero que pagamos por las lecciones.
Me
había imaginado a Bob de manera muy diferente. Bueno, la voz suele engañar. Nos
habló de las dificultades que había tenido con el libreto. Sí, porque él había
redactado el libreto de las lecciones.
Le dije
que me había fascinado la intriga. No es
habitual que en lecciones de idioma se interponga un drama pasional.
¿Había
advertido entonces, me preguntó, que se había desarrollado una intriga
sentimental entre Martina y Bob?"
-Bueno,
le dije, aunque estaba presentada de una manera muy sutil."
-Ese
era el propósito de la lección, me dijo, introducir una complicación
sentimental. De lo contrario, todo se hacía muy aburrido."
-¿Formaba
parte de la intriga la dificultad de vender la casa sin el previo
consentimiento de sua moglie?"
-Ah, sua moglie. Sua moglie Greta ... Me
alegra que haya aprovechado las lecciones".
-... A
menos...
-... A
menos que Bob ya no necesitara el consentimiento de Greta, añadió el personaje
que interpretaba a Bob.
-Bueno,
eso adquiere un nuevo twist, le
dije. Usted tendría que desarrollar ese guión. Tal vez escribir una novela.
-No lo
había pensado, reconoció con una sonrisa. Me imagino que usted se preguntó
por qué Bob ya no necesitaba el consentimiento de Greta.
-Se me
ocurrieron toda clase de escenarios desagradables, le dije con cierta
picardía.
-Me
temo que usted posee una imaginación desbordada, dijo Bob con una sonrisa.
-...¿Quizás
librarse de Greta por algún método no convencional?, le pregunté.
-Piense
en algunos de ellos -dijo contemplando el techo-. No me disgustaría compartir
royalties. Luego me pidió permiso para ir al baño.
Aproveché
su ausencia para venir al dormitorio y escribir mis impresiones. ¿Compartir
royalties? Bueno, tampoco es cuestión de hacerse ilusiones... ¡Eso sonó como un
disparo! No, como si se hubieran caído algunos platos..."
El
inspector de policía cerró la libreta de anotaciones, se alzó de la cama, y
retornó al comedor. Observó los cadáveres. Estaban algo más rígidos. Los
fragmentados platos tenían manchas de sangre.
Ahora
era necesario localizar a Bob, e investigar qué había ocurrido con sua moglie.
Se
dirigió hacia la puerta de entrada. La abrió. Preguntó al sargento si alguien
lo había fastidiado.
–No,
inspector. Pasaron dos o tres personas, miraron con curiosidad, pero siguieron
de largo.
–Usted
estudió leyes—le dijo el inspector.
–Sí,
pero abandoné cuando llegué a la ley Sálica. Era insoportable.
–¿Estará
al tanto de leyes más modernas?
–Aunque
abandoné los estudios, siempre me interesó la jurisprudencia.
–¿Tiene
idea si existe un tratado de extradición entre Canadá e Italia?
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