Mario
Szichman
“La pasión es la suma total de la humanidad.
Sin pasión, la religión, la historia,
El
romance, el arte, serían inútiles”.
Balzac
Balzac no era precisamente un Adonis. El mismo
lo reconoció. En Esplendor y miserias de
las cortesanas, se retrata en un novelista “con aspecto de asesino... bajo,
gordo, que se desplaza como un barril”.
Su obesidad era tal, que solía romper sillas
al sentarse. Y además, aunque era muy apasionado, rehusó muchas veces una noche
galante, porque eso significaba una novela menos.
Escribía como un endemoniado. Decía que su
método era muy sencillo. Todo consistía en redactar una sentencia, ampliarla
hasta convertirla en un párrafo, y cada párrafo transformarlo en un capítulo. Era también, un esclavo de la escritura. Solía
escribir un promedio de doce horas por día, comenzando después de la cena, y
concluyendo tras el amanecer. La condena a galeras se prolongó casi hasta el
momento de su muerte.
En sus cartas, señalaba que un novelista
necesitaba un lugar tranquilo para trabajar, un hogar repleto de objetos
bellos, costosos, para crear “felicidad y un sentimiento de libertad
intelectual”, y café lo bastante fuerte para mantener el flujo de la
inspiración durante al menos dos meses. Luego, era necesario aceptar la tiranía
del trabajo a través de deudas, y firmar contratos con las editoriales que contuvieran
claúsulas draconianas, para que la disciplina se fortaleciese mediante la
compulsión.
Otros elementos necesarios eran varios
seudónimos y sitios donde esconderse de los acreedores. Y finalmente, se requería vivir en un estado
de constante ardor romántico, sin las agotadoras secuelas de la pasión sexual. (Por cierto, Ernest Hemingway decía que se
abstenía de hacer el amor cuando estaba en la fase final de una novela, pues la
escritura y la sexualidad “fluyen por los mismos canales”).
¿Cuál es el input real de Balzac? Es difícil dar una cifra precisa. Tengo una
magnífica edición digital de Delphi
Complete Works of Honoré de Balzac. Consta de 13.825 páginas. Hay
aproximadamente más de cien novelas, cuentos, ensayos, obras de teatro. Pero
eso no es todo. Hace algunos años, la Bibliothèque
de la Pléiade publicó dos volúmenes de las cartas de Balzac, editadas por Roger
Pierrot y Hervé Yon.
Como señaló Graham Robb en The Times Literary Suplement, Balzac
guardó todas las cartas, y “al parecer, respondió inclusive a las más
insultantes”. El intercambio de misivas tuvo también otros beneficios. Gracias
a una carta anónima, enviada en 1832 por la condesa polaca Hanska, conoció a
quien se convertiría en su esposa. Se casaron en 1850, dieciocho años más
tarde, cinco meses antes de la muerte de Balzac. Pero la correspondencia con
mujeres le sirvió al escritor para buscar otras parejas.
Según Robb, el narrador tuvo relaciones
íntimas con al menos tres de sus admiradoras. “Tal vez existió un placer
incestuoso”, dice el crítico, “en acostarse con mujeres que hablaban como
personajes de sus novelas”.
En una ocasión, una mujer le escribió
diciéndole que había leído y releído todas sus obras, y quería saber si el
Balzac de carne y hueso era tal como lo había imaginado.
“Necesito saber si sus encantadoras creaciones
provienen del corazón, o de la cabeza”, decía la mujer en su carta.
La mujer no podía recibirlo en su casa,
“nuestra sociedad, con todos sus abrumadores prejuicios, no lo permite”,
señalaba. “Pero puedo decir esto: aparezca en el foyer de la Ópera el lunes, a la una de la
mañana, y acérquese a mí. Estaré vestida de negro, de la cabeza a los pies, con
lazos rosados en mis mangas”. Ese lunes en particular, era el penúltimo día de
carnaval, cuando se realizaba un baile de máscaras en la Ópera. Es posible que
Balzac haya ido disfrazado para disfrutar de uno de sus placeres: observar sin
ser visto.
RIVAL Y ADMIRADOR
Robb dice que la más interesante carta en que
se alude al oficio de escritor proviene no de Balzac, sino de Stendhal, el
autor de Rojo y Negro. Stendhal,
seudónimo de Marie-Henri Beyle, agradeció a
Balzac por su encomiosa reseña de La
Cartuja de Parma.
Se trata de esa célebre carta en que Stendhal
revela su técnica para redactar novelas. Según decía, cada mañana, a fin de
entrar “en sintonía” con sus sentimientos, leía el Código Napoleónico. Además,
buena parte de su novela se la había dictado a su secretario, sin hacerle
revisión alguna antes de publicarla.
Stendhal tenía una gran admiración por Balzac,
al punto que le envió una copia de la novela en la cual había intercalado
páginas en blanco donde el escritor debería responder a preguntas acerca de
estilo y técnica narrativa. Ese invaluable documento nunca salió a la luz.
En realidad, de la caudalosa correspondencia
de Balzac, los futuros novelistas poco pueden extraer. Recomendaba ser correcto
con la gramática, y no comenzar a escribir hasta que se agotara el primer flujo
de entusiasmo. Una vez sentado en su escritorio, debía narrar pensando que
sería leído por una mujer. Además, había que trabajar al menos doce horas por
día, nunca leer reseñas de los libros publicados, sin importar si eran
elogiosas o denigrantes, y lidiar con el dueño de la editorial como si se
hubiera tratado de un sirviente perezoso.
En una carta dirigida a su madre, en 1832,
Balzac le dijo: “La correspondencia me está matando. En ocasiones debo escribir
a dos personas al mismo tiempo... mi vida es un milagro constante; es increíble
cómo me las arreglo para producir tanto”.
En 1833, una de sus admiradoras le escribió:
“Mi esposo rompió su carta en mil pedazos delante de mis ojos. ¿Por qué se le
ocurrió enviar la carta a mi casa a una hora en que todas las mujeres todavía
están durmiendo y todos los maridos se hallan aún en sus hogares?”
EL ESCRITOR COMO UN POSEÍDO
En
cierta ocasión, Balzac describió a una sonámbula que tras colocar su
mano en el estómago del novelista y examinar su cerebro, retrocedió horrorizada
diciendo: “Esa no es una mente. Más bien es un mundo”.
Generoso hasta la exasperación, Balzac contaba
con un equipo de amigos y corresponsales que se dedicaban a criticar ferozmente
su escritura. “Las correcciones”, dice Robb, “eran invariablemente
aceptadas”.
Balzac tenía gran cantidad de talentosas
amigas. Cuando una de ellas, Zulma Carraud, le pidió en 1835 que ayudara a un
joven que deseaba ser escritor, le respondió: “El talento para escribir no es
contagioso, debe adquirirse con lentitud. Un escritor debe esperar al menos
diez años antes de poder vivir de su pluma. ¿Quién desea pasar los diez años
que yo pasé en esa empresa? ¿Tiene su amigo la protección de la cual yo
disfruté? ¿Conocerá mujeres que podrán ampliar su mente, en medio de caricias?
¿Tendrá tiempo para visitar los salones? ¿Posee genio para la observación? ¿Podrá
recolectar ideas que florecerán quince años más tarde? Un escritor es un
fenómeno que nadie entiende”.
Balzac comenzó a escribir primero para los
folletines, que luego transformaba en novelas. Pero la censura era muy estricta
en las publicaciones periódicas. El
editor literario de Le Siècle, periódico
en el cual Balzac publicó su novela corta Pierrette,
le advirtió que debía atenuar las descripciones. No era posible señalar
explícitamente los riesgos que corrían las mujeres maduras cuando contraían
matrimonio. “Los detalles acerca de los huesos y músculos que devienen
demasiado rígidos para el momento del parto, el daño que el acto de frotar
puede causar a las adolescentes... Eso es obviamente demasiado claro y carnal
para los lectores de Le Siècle”,
señalaba el editor.
Toda clase de esquelas llegaban a manos de
Balzac. Cartas de potenciales suicidas, otras pidiendo consejos sobre técnicas
de seducción, ofertas de secretarias para trabajar en su narrativa, pedidos de
referencias.
Una vez Balzac concluía alguno de sus
proyectos, comenzaban sus lamentos. Se quejaba constantemente de su labor de
esclavo. Era un prisionero “con una bola de acero y una cadena, pero sin una
lima” para cortar la cadena. En otras ocasiones se comparaba con un monje
enclaustrado, con un barco atrapado en el hielo, con un soldado encerrado en un
cuartel, con un “ahogado” o con un perro.
EL AMOR TARIFADO
Con la excepción de madame Hanska, su única
esposa, que le brindaba un título de nobleza, Balzac siempre pensó en cónyuges
exclusivamente por la tranquilidad financiera que ofrecían.
En 1839, el escritor le pidió a Zulma Carraud
que le encontrara una esposa “de unos 22 años de edad” (en ese momento Balzac
tenía cuarenta), que poseyera una fortuna de 200.000 francos, aunque se
conformaba con la mitad, siempre que la dote pudiese ser aplicada a resolver
sus dificultades económicas. Zulma se
negó a cooperar. Tras leer las novelas de su amigo, sabía que el matrimonio
podía ser la antesala del infierno. Recordaba una de sus frases: “Nunca asisto
a una boda sin que mi corazón se llene de lágrimas”.
Robb dice que la mayor parte de las cartas que
recibía Balzac era de admiradoras.
“Resulta difícil determinar”, dice Robb, “si
las mujeres hablaban como personajes de La
Comedia Humana porque habían
consumido tantas novelas de Balzac, o porque las novelas eran un retrato tan
preciso de las personas que las leían”.
Una de ellas le escribió agradeciéndole que le
diera una voz propia, y le explicó su drama: “Soy una viuda sin fortuna. Nunca
conseguiré bastante dinero para comprarle a mi hija una de esas cortesanas
masculinas denominadas ´maridos´”.
Otra mujer le informó que pertenecía a un
grupo de lectura que se reunía en secreto. “Inquisidores mundanos nos obligan a
veces a condenar ciertos capítulos de sus obras”, decía la mujer, “pero una vez
nos reunimos, susurramos a las otras: ´¡Amo a Balzac!´ ¡El conoce todas las
miserias que padecen las mujeres´!”
Tras publicarse la primera edición de la
correspondencia de Balzac, en 1876, la reacción de famosos escritores fue
bastante despectiva. Henry James dijo que “la urgencia de su hambre por obtener
dinero es expuesta de una manera cruda”. Y Gustave Flaubert señaló que sus
cartas, si bien lo revelaban como “un hombre espléndido a quien podía amarse”,
al mismo tiempo mostraban a un ser humano “demasiado preocupado por el dinero,
y con escaso amor por el arte”.
Pero Balzac era mucho más que eso. Desde el
principio de su carrera literaria, debió mostrar a sus padres que podía
mantenerse con su trabajo.
En una ocasión un amigo de la familia intentó
encontrarle un empleo. Balzac reaccionó horrorizado. Corría el peligro de
mudarse en un ciudadano normal. “Entonces, me convertiré en un empleado, en una
máquina, en un caballo de circo... y pasaré a ser, como cualquier otra
persona”, escribió.
Afortunadamente, el genio se impuso a toda
tentación de una vida mediocre, y su producción marcó buena parte del siglo
diecinueve y organizó parte de la literatura del siglo veinte. Antes que Marcel
Proust apareciera como un parteaguas, Balzac era siempre pensado como el
precursor de una nueva manera de narrar.
No estaba equivocado en sus delirios cuando la
mítica sonámbula observó su cerebro, y en lugar de encontrar una mente tropezó
con un mundo.
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