Mario Szichman
The New York Times dedicó un afectuoso obituario a Martha Gellhorn. El redactor de la nota se encargó de exaltar los méritos de esa mujer excepcional, y tuvo el recato de no mencionar las razones de su muerte.
Gellhorn fue una gran periodista y una aceptable
novelista, que cubrió varios frentes de combate durante la segunda guerra
mundial, y en otros teatros de guerra y de paz. Es difícil disputarle el título
de la mejor foreign corrrespondent
que tuvo Estados Unidos. Sin embargo, en su época de mayor fama, Gellhorn tuvo
que lidiar con el título de “la tercera esposa de ”. Luego, su
fama se cimentó —en los tabloides— tras pedirle el divorcio al narrador, quien
hasta ese momento parecía monopolizar la decisión de resolver cuando el amor
había concluido.
Se ignora si una frase de Gellhorn tras separarse de
Hemingway es cierta, o forma parte de la mitología. En el mundo de las
celebridades norteamericanas, como en el Salvaje Oeste, a la hora de escoger
entre la verdad y la leyenda, siempre se elige la leyenda. ¿Dijo realmente
Gellhorn que pidió el divorcio porque “no tenía intención de ser una nota al
pie en la vida de otra persona?” Tal vez no. Pero lo cierto es que en su
prolongada vida (se suicidó en 1998, a los 89 años de edad, muy enferma y casi
ciega) Martha Gellhorn nunca fue la nota al pie de otro ser humano. Inclusive
se negó a hablar de Hemingway durante entrevistas. Era renuente a cosechar fama
por un romance de escasa duración.
En su libro Battling
for News, The rise of the woman reporter, Anne Sebba rinde homenaje a
mujeres anglosajonas que desempeñaron un extraordinario rol en la primera línea
de fuego.
Cuando comenzó la segunda guerra mundial, no había una
sola mujer acreditada como corresponsal de guerra. Además, el ejército inglés
no permitía a las damas acercarse a zonas de combate. Por lo tanto, las
valientes debieron duplicar el esfuerzo de sus colegas masculinos con el
propósito de ingresar a sitios vedados.
Gellhorn fue uno de los escasos testigos civiles del
desembarco de tropas aliadas en Normandía en el “Día D” (6 de junio de 1944)
que puso en marcha la liberación de Europa occidental de los ejércitos del
Tercer Reich.
La corresponsal no imitó a sus colegas, que formaron un pool y fueron transportados hacia zonas
de desembarco en naves con estricta vigilancia militar. Gellhorn sabía que la
protección ofrecida por los ejércitos aliados era también una manera de
proteger a los militares de la divulgación de errores o fracasos. Por lo tanto,
se ocultó en el baño de un buque hospital, y con ropas de enfermera
desembarcó en la playa de Omaha. La
corresponsal ayudó al transporte de soldados heridos en la costa, y obtuvo un scoop, una primicia periodística,
demostrando que no era material para la nota al pie de otra persona.
Cuando el buque hospital en que Gellhorn regresaba junto
con los heridos atracó en un embarcadero, un oficial del ejército
estadounidense la arrestó. Fue enviada como escarmiento a un campo de instrucción
de enfermeras en la campiña inglesa.
Gellhorn rehusó perderse la guerra por veleidades de
burócratas. Escapó del campo de instrucción, se dirigió a un aeródromo, y pidió
a un piloto que la transportara a Italia. Para eso usó su astucia femenina. En
lugar de revelar su profesión y sus deseos de cubrir eventos en frentes de
combate, parpadeó de manera seductora (la dama era muy bella) y le explicó que
se moría por ver a su novio. El piloto, sin vacilar un momento, transportó a
Gellhorn a un lugar de Italia que no figuraba en sus planes de vuelo.
PERFUME DE MUJER
Gellhorn no era la única periodista que en su época
concretó hazañas usando una gran sabiduría.
En 1947, Claire Hollingworth, otra famosa corresponsal, ingresó furtivamente
en una embarcación en la cual viajaban refugiados judíos rumbo a la tierra
prometida. La embarcación había sido incautada por las autoridades británicas
que controlaban Palestina y que no estaban dispuestas a aceptar judíos.
Hollingworth urdió la forma de subir al buque sin ser
detectada. Como el peor error era mostrarse glamorosa, se dirigió a un mercado
de pulgas donde compró ropas viejas. Luego oscureció su rostro con pomada de
zapatos, ocultó su pasaporte británico dentro de un yeso que colocó en su brazo
simulando una fractura, escondió en su cuerpo una pequeña cámara, y puso varios
rollos de película en su cabello, ocultos por grandes rulos. Así consiguió
entrevistar y fotografiar a refugiados.
Otra destacada corresponsal, Virginia Cowles, consiguió
un “tubazo” a comienzos de junio de 1940 tras observar unos 500 taxímetros estacionados
en el área de Les Invalides de París.
Cowles vio que empleados colocaban en los vehículos archivos con sellos
gubernamentales. Así confirmó que se había derrumbado el gobierno liderado por el
primer ministro francés Paul Reynaud.
Los alemanes habían invadido Francia. Esos documentos depositados en
taxis que partieron con rumbo desconocido, anticipaban que los nazis estaban a
pocas horas de París.
Por su parte John Simpson, en su libro We Chose To Speak of War and Strife: The
world of the foreign correspondent, amplía el territorio del reportaje
comenzando por la Guerra de los Treinta Años que comenzó en 1618, hasta llegar
a las salvajadas modernas de la ex Yugoslavia, Ruanda y Siria. Tras recordar a Hollingworth
y Gellhorn, traza perfiles de colegas más modernas, como la periodista de la
BBC Sue Lloyd Roberts, “cuyo magnífico registro de coraje, desinterés y
aventura” tuvo un final prematuro, tras fallecer de leucemia en el 2015, o de
la corresponsal del Sunday Times
Marie Colvin, famosa tanto por su valentía como por su sentido del humor. Colvin
murió en el 2012, durante un ataque de artillería del gobierno sirio.
Simpson señala entre sus admiradas colegas a Lloyd
Roberts, quien daba lecciones sobre cómo actuar de incógnito. Una de sus
tácticas era “asumir la rutina de una turista”. Para eso, se alojaba en un
selecto hotel, y pasaba parte del tiempo zambulléndose en la piscina. “Nadie
cree que un reportero en una misión clandestina tiene tiempo para divertirse”,
decía Roberts.
Entre las heroínas de su época, Simpson menciona, de
manera inevitable, a Martha Gellhorn, y sus espléndidas crónicas recopiladas en
The View from the Ground: Peacetime
dispatches, 1936–87, y In The Face of
War: Writings from the frontline, 1937–85. Allí figuran sus crónicas
más famosas, desde un linchamiento en el Deep
South de Estados Unidos en 1936, hasta su descripción de “el pueblo oculto” de Gran Bretaña, los
desempleados de la década del setenta.
En los escritos de guerra de Gellhorn, vuelve a reaparecer
el desembarco en Normandía, demostrando que una sola persona puede hacer toda
la diferencia. Mientras la BBC de Londres envió a cuarenta y ocho
corresponsales para cubrir el evento, Gellhorn prefirió esconderse en el baño
de un buque hospital. Los periodistas de la BBC solo sufrieron mareos y
problemas intestinales durante buena parte del recorrido, y llegaron tarde a
destino. Las embarcaciones en que viajaban se mantuvieron mucho tiempo alejadas
de la costa.
Gellhorn detalló en su famoso artículo “The First Hospital Ship”, la magnífica
presencia de ánimo de los heridos en la playa de Omaha. Los hombres sonreían y
hacían bromas mientras trataban de reconfortar a sus compañeros, “aunque
padecían fuertes dolores y hubieran deseado dar vuelta sus rostros y ponerse a gemir”.
La periodista cubrió varios de los escenarios de
conflicto más importantes del siglo veinte. Desde la guerra civil española, y
la invasión de los soviéticos a Finlandia, hasta la guerra de Vietnam. Informó del conflicto árabe-israelí,
entrevistó a los “contras” que trataron de derrocar al gobierno sandinista y, a
los 81 años de edad, informó sobre la invasión de Estados Unidos a Panamá.
Recién a comienzos de la década del noventa se vio obligada a renunciar a su
intento de cubrir la sanguinaria guerra en Bosnia entre serbios y musulmanes,
tras la partición de Yugoslavia. “Ya
estoy demasiado vieja”, explicó. “Para escribir desde un frente de combate, hay
que tener mucha agilidad”.
Pese a sus hazañas periodísticas, Gellhorn siempre quiso
ser recordada por su escritura de ficción. Y ahí debió tropezar con la fama de
Hemingway, un ser muy simpático, muy seductor, pero también celoso e
intimidante.
Se conocieron en 1936, cuando Gellhorn ingresó a un bar en
Key West, Florida. Allí estaba Hemingway bebiendo, y contando a sus amigos
alguna anécdota vinculada con toreros. Se hicieron amigos, y al año siguiente,
cuando ella llegó a Madrid, reanudó la amistad con Hemingway y con otros
corresponsales de guerra. Se casaron en 1940, viajaron y trabajaron juntos. En
1945 Gellhorn abandonó a Hemingway, tras una discusión en el hotel Dorchester
de Londres. No solo fue la tercera esposa de Hemingway, sino la única que lo
dejó. Hemingway nunca la perdonó. Un biógrafo del escritor dijo: “Su odio hacia
ella era terrible”.
Para Gellhorn, Hemingway fue realmente una nota al pie.
Había cosas más importantes a las cuales prestar atención. No necesitaba de
muletas para transitar por el mundo. Pese a su coraje, las desdichas humanas la
abrumaban.
SIN RETORNO
En su novela Point
of no return, uno de sus protagonistas es Jacob Levy, un soldado que nunca
dio gran importancia a su herencia judía, hasta tropezar con el campo de
exterminio de Dachau. En el epílogo la narradora señaló: “Ahora me doy cuenta
que Dachau ha sido ese prolongado punto del cual me resulta imposible regresar.
Allí cambié. Cambié entre el momento en que atravesé la puerta de la prisión
con su infame ´Arbeit Macht Frei´ (el
trabajo nos hace libres) y el instante en que salí, al final del día. También se
alteró la manera en que comencé a contemplar
la condición humana, y el mundo en que vivimos. Años de guerra me
enseñaron mucho, pero nada fue como
Dachau. Ni siquiera la guerra. Comparada con Dachau, la guerra fue algo limpio.
Detrás de las alambradas de púa y las vallas electrificadas, los esqueletos
estaban sentados tomando sol, mientras revisaban su cuerpo buscando piojos.
Esos esqueletos no tenían edad, o rostros. Todos se parecían entre ellos. Y no
se parecían a ser humano alguno fuera de ese sitio. Si alguien tiene suerte, jamás
verá esa clase de seres humanos”.
Nunca fue Martha Gellhorn una nota al pie en la vida de
otra persona. Después de todo, había publicado dos novelas antes de conocer a
Hemingway, y siguió escribiendo durante medio siglo más, tras abandonarlo.
Tuvo una vida prodigiosamente rica en experiencias.
Cuando descubrió que la vida había perdido todo atractivo, decidió abandonar
este mundo. Pero nunca se arrepintió de
sus experiencias. “Soy una privilegiada”, declaró en otra entrevista. He tenido
una vida maravillosa. No la merecía, pero la tuve”.
Además, nunca fue la tercera esposa de un hombre muy
famoso.
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