Mario
Szichman
No existe en la literatura anglosajona
nada similar a Young Goodman Brown,
de Nathaniel Hawthorne. Narra la historia de un recién casado, Goodman Brown,
quien habita un área de Salem, Massachusetts, en los albores del siglo
diecisiete. El setting es la puritana
Nueva Inglaterra, un augurio de que algo vinculado con la religión y el
fanatismo están a punto de ocurrir.
Faith
(fe), la esposa de Goodman Brown, le suplica que no abandone el hogar. El joven
rechaza sus ruegos, y emprende una caminata por el bosque, seguido a cierta
distancia por su mujer. Finalmente tropieza con todos los habitantes del pueblo,
dispuestos a presenciar un ritual satánico, donde serán convertidos los nuevos
acólitos: Goodman Brown y Faith.
Goodman Brown ruega a Faith que resista
la tentación. De inmediato la escena se desvanece. Al día siguiente el joven
retorna a su hogar en Salem. Ignora si los eventos de la noche anterior han
sido reales o imaginarios, pero observa a los habitantes de la comunidad con
ojos diferentes. Sospecha que la hipocresía anida en todos ellos, y que han
sido seducidos por el demonio. Tras sus modales corteses, parece anidar la
perversidad. El protagonista pierde su fe en Faith, y en el resto de la
humanidad. El cinismo reemplaza la comprensión y la caridad. Goodman Brown se
hunde en la amargura. Cuando muere, y es transportado a su tumba, indica el narrador, “no esculpieron en su lápida
ningún verso esperanzado. La hora de su muerte fue patética”.
La novela In Cold Blood, A sangre fría, de Truman Capote, transcurre en el
llamado Bible Belt, de Estados
Unidos, una región protestante con imprecisos límites geográficos; incluye
áreas de los estados de Kansas, Arkansas, Mississippi, Alabama, Tennessee,
Georgia, Kentucky, las dos Carolinas, Texas, Luisiana, y Florida.
El
escenario de la narración es uno de sus elementos básicos. Parece un territorio
a medio hacer. Las planicies del oeste de Kansas son tan vastas, tan
solitarias, tan violentas como el mar. Hay cría de ganado vacuno y lanar, se
siembra trigo, sorgo, semilla para pasturas,
remolacha azucarera. El clima es errático. El cultivo de cereales es una
constante apuesta. Llueve muy poco y hay serios problemas de irrigación. Capote dijo que los agricultores se
consideraban “jugadores de nacimiento”.
Era una zona donde los trenes pasaban
de largo, así como automóviles o casas rodantes. El único anclaje eran sólidas
viviendas y un fuerte espíritu de
solidaridad.
Hasta que en Holcomb, una de las
poblaciones del oeste de Kansas, cundió la tragedia, y se inició el tiempo de
la sospecha.
Esas poblaciones rurales del Deep South de Estados Unidos, no solo
tienen una fuerte tradición religiosa, sino comunal. El ritual del Salvaje
Oeste persiste en las vestimentas: jeanes, botas altas, sombreros Stetson.
Nadie se priva de tener caballos, y de cabalgar en ellos, o de la cacería de
faisanes, o de una adusta pero abundante hospitalidad. Hasta que un día, como recordó
Capote “cuatro disparos de escopeta
pusieron fin a cuatro vidas”. A partir de ese momento, los habitantes de
Holcomb, que no temían a sus vecinos, al punto de irse a dormir sin cerrar sus
puertas con llave, “descubrieron la fantasía de recrear, una y otra vez, esas
sombrías explosiones que estimulan fuegos de desconfianza… Muchos vecinos
empezaron a mirarse entre ellos de manera extraña. Como extraños”.
El espíritu de Goodman Brown se apropió
de muchos de ellos. El diablo rondaba en Holcomb. Uno de sus pobladores, que
parecía piadoso, había caído en la tentación. Su rostro diurno no se acomodaba
a su diabólico rostro nocturno.
LOS
DRIFTERS
El 14 de noviembre de 1959, dos
asesinos visitaron Holcomb. Armados con un cuchillo y una escopeta de calibre
.12, robaron y asesinaron a un hombre, a su esposa, a su hijo y a su hija.
El hombre asesinado se llamaba Herb
Clutter, su esposa, Bonnie Mae, su hija de 16 años, Nancy, su hijo de 15 años,
Kenyon.
Los asesinos, Richard Eugene Hickock y
Perry Edward Smith se hallaban en la cárcel cuando otro prisionero les informó
que Herb Clutter era un hombre muy rico, y tenía una vasta suma de dinero
escondida en la caja fuerte de su vivienda. El prisionero que pasó los datos a
sus compañeros de celda había trabajado previamente para la familia. Una vez
fuera de prisión, Hickock y Smith hicieron
planes para quedarse con el dinero de los Clutter.
¿Qué atrajo a Capote de esa historia?
Después de todo, los habitantes del territorio donde se había registrado el
cuádruple asesinato habían conocido otros casos aún más horribles.
Meses antes, los periódicos del Midwest habían informado de varios
episodios de espectacular violencia. Uno de ellos era el de Charlie
Starkweather, quien acompañado de su amante, casi una niña, asesinó a 10
personas. Otra pareja de asesinos, George Ronald York y James Douglas Latham,
asesinaron a siete. Lowell Lee Andrews, un estudiante de colegio secundario,
asesinó a su madre, su padre, y a su hermana mayor de 21 balazos.
¿Por
qué el novelista decidió explorar exclusivamente las muertes de los Clutter?
Capote estaba obsesionado con un
problema: la intrascendencia de la vida en una gran ciudad. Había escrito una
novela de éxito: “Breakfast at Tiffany's”,
que fue llevada al cine protagonizada por Audrey Hepburn (hoy es una de las
formas más famosas del tedio) y en su reportaje para la revista The New Yorker “The Muses Are Heard” describió con mucho humor y espíritu crítico
una embajada cultural de Estados Unidos a la Unión Soviética a mediados de la
década del cincuenta. Pero, como indicó el crítico Conrad Knickerbocker en The New York Times, Capote no deseaba
pasar a la historia como un novelista transfigurado en periodista, o
escribiendo ocasionales artículos para la diversión de la audiencia. Aspiraba a
mucho más. En cierta ocasión, al comentar sobre la técnica de Jack Kerouac,
Capote dijo: “Eso no es escritura, eso es dactilografía”. Era necesario
explorar otros senderos.
SE OYEN LAS MUSAS
Había en Capote, más allá de su
tendencia al chisme, una vena de novelista muy especial. Se hubiera sentido quizás
más feliz padeciendo cárcel en Siberia, que circulando por el centro de Nueva
York. A sangre fría lo ayudó a
convertirse en el novelista que siempre recordarán los lectores. Y su talento
no se agotó en una sola novela. Puede verificarse en su relato largo Handcarved Coffins, un invento del
principio al fin que hizo pasar por otro libro de non-fiction, también plagado de asesinatos.
Es imposible escribir una tragedia sin
copiar la tragedia griega, con sus exaltados personajes, o la marca del destino
en la frente de cada uno de ellos. En la familia Clutter, en sus asesinos,
Capote encontró el material imprescindible. (El resto, la sabia composición de
la trama, fue su mérito exclusivo).
Por un lado tenemos a la familia
asesinada, y por el otro a los homicidas, esos misfits sin escrúpulos que terminan siendo excesivamente humanos.
En cada uno de los seres que transitan la prosa de Capote existe humanidad. Ahí
está Bonnie, la esposa del jefe de familia Herb Clutter, transitando por la
vida como un fantasma. Es una mujer que ha tenido varios episodios cercanos a
la psicosis. Vive aterrada de todo, pidiendo disculpas hasta de respirar. Ahí está
Herb Clutter, un hombre en la flor de su edad, acosado por deseos que su
fidelidad, su sentido del honor, le impiden consumar.
Pero el show fue hurtado por los
asesinos, Perry Smith y Richard Hickock. Ahí Capote lució sus mejores galas.
Dos seres despreciables, golpeados por la vida, semitodo: semianalfabetos, semigalanes,
audaces, impúdicos, temerosos de Dios. Sin embargo, estaban convencidos de que
la vida les había garantizado la impunidad, estaban inmersos en el sueño
americano, convencidos que descubrirían oro en La Sierra Maestra, o que podrían
crear una orquesta a fin de convertirse en ídolos de multitudes.
La novela no se puede soltar hasta el
final, aunque como indicó otro crítico, Stanley Kaufman, todo lo que ocurre en In Cold Blood concluye, a nivel de
trama, en la página page 74. “Ya para ese momento, sabemos que cuatro personas
han sido asesinadas por dos degenerados, y empezamos a preguntarnos quién
diablos ocupará las restantes 269”, dijo Kaufman.
Pese a su trama, In Cold Blood no es una historia detectivesca. Como tampoco es Crimen y Castigo. En ambos casos, la
casualidad, no los investigadores policiales, se encarga de descubrir al
criminal. La casualidad y la culpa del perpetrador.
Capote no examina
desde afuera a los homicidas, sino desde sus minúsculas vidas y sucesivos
traspiés. ¿Qué conocemos de Perry Smith? Que odia su cuerpo, sus piernas
arruinadas. Se la pasa todo el día masticando aspirinas para calmar el dolor,
bebiendo root beer, soñando con un
paraíso en México, buscando tesoros de barcos hundidos. ¿Quién es Hickock? Un
muchacho soñador. Bueno, su debilidad son las niñas pequeñas, pero asegura que
no es un perverso, sino una persona “normal”.
Víctimas y victimarios confluyen una
noche del 14 de noviembre de 1959 en Holcomb, Kansas, y cuatro personas mueren.
Todo es casual. Perry Smith, tras ser capturado con su cómplice, dijo de Herb
Clutter: “Creo que era un caballero muy agradable. Y lo seguí pensando hasta el
momento en que lo degollé”.
Debido a una jugarreta del destino tan
infundada como el cuádruple homicidio, Hitchcock y Perry fueron capturados, y
ahorcados en la Penitenciaría Estatal de Kansas, en Lansing. Los sueños de
grandeza de ambos convictos finalizaron en el momento en que asesinaron a la
familia de los Clutter. La fortuna con que soñaron se diluyó la misma noche del
crimen. No había una gran suma de dinero en la caja fuerte de Herb Clutter. El
dinero estaba en su producción de sorgo, en la venta de su ganado, en su
propiedad. Era dinero a tiempo futuro.
Se estima que los homicidas obtuvieron
entre cuarenta y cincuenta dólares, en canje por cuatro cadáveres.
La buena gente del campo de a poco, con
reticencia, empezó a recuperar la tranquilidad, aunque se ignora si alguien
cesó de usar las llaves en sus puertas, o se animó a ahuyentar la desconfianza de
su corazón.
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