martes, 21 de marzo de 2017

La buena gente del campo: A sangre fría, de Truman Capote


Mario Szichman




No existe en la literatura anglosajona nada similar a Young Goodman Brown, de Nathaniel Hawthorne. Narra la historia de un recién casado, Goodman Brown, quien habita un área de Salem, Massachusetts, en los albores del siglo diecisiete. El setting es la puritana Nueva Inglaterra, un augurio de que algo vinculado con la religión y el fanatismo están a punto de ocurrir.
Faith (fe), la esposa de Goodman Brown, le suplica que no abandone el hogar. El joven rechaza sus ruegos, y emprende una caminata por el bosque, seguido a cierta distancia por su mujer. Finalmente tropieza con todos los habitantes del pueblo, dispuestos a presenciar un ritual satánico, donde serán convertidos los nuevos acólitos: Goodman Brown y Faith.
Goodman Brown ruega a Faith que resista la tentación. De inmediato la escena se desvanece. Al día siguiente el joven retorna a su hogar en Salem. Ignora si los eventos de la noche anterior han sido reales o imaginarios, pero observa a los habitantes de la comunidad con ojos diferentes. Sospecha que la hipocresía anida en todos ellos, y que han sido seducidos por el demonio. Tras sus modales corteses, parece anidar la perversidad. El protagonista pierde su fe en Faith, y en el resto de la humanidad. El cinismo reemplaza la comprensión y la caridad. Goodman Brown se hunde en la amargura. Cuando muere, y es transportado a su tumba, indica  el narrador, “no esculpieron en su lápida ningún verso esperanzado. La hora de su muerte fue patética”.
La novela In Cold Blood, A sangre fría, de Truman Capote, transcurre en el llamado Bible Belt, de Estados Unidos, una región protestante con imprecisos límites geográficos; incluye áreas de los estados de Kansas, Arkansas, Mississippi, Alabama, Tennessee, Georgia, Kentucky, las dos Carolinas, Texas, Luisiana, y Florida.


El escenario de la narración es uno de sus elementos básicos. Parece un territorio a medio hacer. Las planicies del oeste de Kansas son tan vastas, tan solitarias, tan violentas como el mar. Hay cría de ganado vacuno y lanar, se siembra trigo, sorgo, semilla para pasturas,  remolacha azucarera. El clima es errático. El cultivo de cereales es una constante apuesta. Llueve muy poco y hay serios problemas de irrigación.  Capote dijo que los agricultores se consideraban “jugadores de nacimiento”.  
Era una zona donde los trenes pasaban de largo, así como automóviles o casas rodantes. El único anclaje eran sólidas viviendas  y un fuerte espíritu de solidaridad.
Hasta que en Holcomb, una de las poblaciones del oeste de Kansas, cundió la tragedia, y se inició el tiempo de la sospecha.
Esas poblaciones rurales del Deep South de Estados Unidos, no solo tienen una fuerte tradición religiosa, sino comunal. El ritual del Salvaje Oeste persiste en las vestimentas: jeanes, botas altas, sombreros Stetson. Nadie se priva de tener caballos, y de cabalgar en ellos, o de la cacería de faisanes, o de una adusta pero abundante hospitalidad. Hasta que un día, como recordó Capote “cuatro disparos de escopeta  pusieron fin a cuatro vidas”. A partir de ese momento, los habitantes de Holcomb, que no temían a sus vecinos, al punto de irse a dormir sin cerrar sus puertas con llave, “descubrieron la fantasía de recrear, una y otra vez, esas sombrías explosiones que estimulan fuegos de desconfianza… Muchos vecinos empezaron a mirarse entre ellos de manera extraña. Como extraños”.
El espíritu de Goodman Brown se apropió de muchos de ellos. El diablo rondaba en Holcomb. Uno de sus pobladores, que parecía piadoso, había caído en la tentación. Su rostro diurno no se acomodaba a su diabólico rostro nocturno.

LOS DRIFTERS

El 14 de noviembre de 1959, dos asesinos visitaron Holcomb. Armados con un cuchillo y una escopeta de calibre .12, robaron y asesinaron a un hombre, a su esposa, a su hijo y a su hija.
El hombre asesinado se llamaba Herb Clutter, su esposa, Bonnie Mae, su hija de 16 años, Nancy, su hijo de 15 años, Kenyon.
Los asesinos, Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith se hallaban en la cárcel cuando otro prisionero les informó que Herb Clutter era un hombre muy rico, y tenía una vasta suma de dinero escondida en la caja fuerte de su vivienda. El prisionero que pasó los datos a sus compañeros de celda había trabajado previamente para la familia. Una vez fuera de prisión,  Hickock y Smith hicieron planes para quedarse con el dinero de los Clutter.  
¿Qué atrajo a Capote de esa historia? Después de todo, los habitantes del territorio donde se había registrado el cuádruple asesinato habían conocido otros casos aún más horribles.
Meses antes, los periódicos del Midwest habían informado de varios episodios de espectacular violencia. Uno de ellos era el de Charlie Starkweather, quien acompañado de su amante, casi una niña, asesinó a 10 personas. Otra pareja de asesinos, George Ronald York y James Douglas Latham, asesinaron a siete. Lowell Lee Andrews, un estudiante de colegio secundario, asesinó a su madre, su padre, y a su hermana mayor de 21 balazos.  
 ¿Por qué el novelista decidió explorar exclusivamente las muertes de los Clutter?
Capote estaba obsesionado con un problema: la intrascendencia de la vida en una gran ciudad. Había escrito una novela de éxito: “Breakfast at Tiffany's”, que fue llevada al cine protagonizada por Audrey Hepburn (hoy es una de las formas más famosas del tedio) y en su reportaje para la revista The New YorkerThe Muses Are Heard” describió con mucho humor y espíritu crítico una embajada cultural de Estados Unidos a la Unión Soviética a mediados de la década del cincuenta. Pero, como indicó el crítico Conrad Knickerbocker en The New York Times, Capote no deseaba pasar a la historia como un novelista transfigurado en periodista, o escribiendo ocasionales artículos para la diversión de la audiencia. Aspiraba a mucho más. En cierta ocasión, al comentar sobre la técnica de Jack Kerouac, Capote dijo: “Eso no es escritura, eso es dactilografía”. Era necesario explorar otros senderos.

SE OYEN LAS MUSAS

Había en Capote, más allá de su tendencia al chisme, una vena de novelista muy especial. Se hubiera sentido quizás más feliz padeciendo cárcel en Siberia, que circulando por el centro de Nueva York. A sangre fría lo ayudó a convertirse en el novelista que siempre recordarán los lectores. Y su talento no se agotó en una sola novela. Puede verificarse en su relato largo Handcarved Coffins, un invento del principio al fin que hizo pasar por otro libro de non-fiction, también plagado de asesinatos.
Es imposible escribir una tragedia sin copiar la tragedia griega, con sus exaltados personajes, o la marca del destino en la frente de cada uno de ellos. En la familia Clutter, en sus asesinos, Capote encontró el material imprescindible. (El resto, la sabia composición de la trama, fue su mérito exclusivo).
Por un lado tenemos a la familia asesinada, y por el otro a los homicidas, esos misfits sin escrúpulos que terminan siendo excesivamente humanos. En cada uno de los seres que transitan la prosa de Capote existe humanidad. Ahí está Bonnie, la esposa del jefe de familia Herb Clutter, transitando por la vida como un fantasma. Es una mujer que ha tenido varios episodios cercanos a la psicosis. Vive aterrada de todo, pidiendo disculpas hasta de respirar. Ahí está Herb Clutter, un hombre en la flor de su edad, acosado por deseos que su fidelidad, su sentido del honor, le impiden consumar.
Pero el show fue hurtado por los asesinos, Perry Smith y Richard Hickock. Ahí Capote lució sus mejores galas. Dos seres despreciables, golpeados por la vida, semitodo: semianalfabetos, semigalanes, audaces, impúdicos, temerosos de Dios. Sin embargo, estaban convencidos de que la vida les había garantizado la impunidad, estaban inmersos en el sueño americano, convencidos que descubrirían oro en La Sierra Maestra, o que podrían crear una orquesta a fin de convertirse en ídolos de multitudes.
La novela no se puede soltar hasta el final, aunque como indicó otro crítico, Stanley Kaufman, todo lo que ocurre en In Cold Blood concluye, a nivel de trama, en la página page 74. “Ya para ese momento, sabemos que cuatro personas han sido asesinadas por dos degenerados, y empezamos a preguntarnos quién diablos ocupará las restantes 269”, dijo Kaufman.
Pese a su trama, In Cold Blood no es una historia detectivesca. Como tampoco es Crimen y Castigo. En ambos casos, la casualidad, no los investigadores policiales, se encarga de descubrir al criminal. La casualidad y la culpa del perpetrador.
Capote no examina desde afuera a los homicidas, sino desde sus minúsculas vidas y sucesivos traspiés. ¿Qué conocemos de Perry Smith? Que odia su cuerpo, sus piernas arruinadas. Se la pasa todo el día masticando aspirinas para calmar el dolor, bebiendo root beer, soñando con un paraíso en México, buscando tesoros de barcos hundidos. ¿Quién es Hickock? Un muchacho soñador. Bueno, su debilidad son las niñas pequeñas, pero asegura que no es un perverso, sino una persona “normal”.
Víctimas y victimarios confluyen una noche del 14 de noviembre de 1959 en Holcomb, Kansas, y cuatro personas mueren. Todo es casual. Perry Smith, tras ser capturado con su cómplice, dijo de Herb Clutter: “Creo que era un caballero muy agradable. Y lo seguí pensando hasta el momento en que lo degollé”.  
Debido a una jugarreta del destino tan infundada como el cuádruple homicidio, Hitchcock y Perry fueron capturados, y ahorcados en la Penitenciaría Estatal de Kansas, en Lansing. Los sueños de grandeza de ambos convictos finalizaron en el momento en que asesinaron a la familia de los Clutter. La fortuna con que soñaron se diluyó la misma noche del crimen. No había una gran suma de dinero en la caja fuerte de Herb Clutter. El dinero estaba en su producción de sorgo, en la venta de su ganado, en su propiedad. Era dinero a tiempo futuro.
Se estima que los homicidas obtuvieron entre cuarenta y cincuenta dólares, en canje por cuatro cadáveres.
La buena gente del campo de a poco, con reticencia, empezó a recuperar la tranquilidad, aunque se ignora si alguien cesó de usar las llaves en sus puertas, o se animó a ahuyentar la desconfianza de su corazón.


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