Mario
Szichman
Robert Capa. Inglaterra. 1944
Los
soldados nunca mueren como en las películas, o idealizados como en los cuadros
de famosas batallas. Suelen morir vaciándose por entre ambos canales. Napoleón
sentía horror a recorrer los campos de combate tras una victoria, no por el
olor de los muertos, sino del excremento.
La
fotografía más notoria de la guerra civil española se titulaba al principio:
“Miliciano leal a la República en el momento de su muerte. Cerro Muriano, 5 de
septiembre de 1936”. Y su notoriedad, en parte, se debe a que va against the grain, a contrapelo del
lugar común.
Conocida
luego como El soldado caído, fue
tomada por el fotógrafo Robert Capa, quien no se llamaba Robert Capa. Posee la
autenticidad de toda obra maestra de la falsificación.
Los
soldados, o cualquier otro ser humano, que reciben un balazo en la parte anterior del cuerpo, caen hacia
adelante. El proyectil no puede contrariar las fuerzas de la gravedad. Pero el
soldado fotografiado por Capa parece caer hacia atrás. La incongruencia de la
foto la hace parecer auténtica por su anormalidad. La anomalía se extiende al
soldado. En un principio se dijo que era un recluta de la Federación Ibérica de
la Juventud Libertaria, un grupo anarquista. Luego se ofreció el nombre del
soldado: el miliciano Federico Borrell García. Eso formó parte de una leyenda
luego alterada. Era otra persona quien aparecía cayendo en la fotografía.
El
miliciano colapsa hacia atrás, tras recibir un balazo en la cabeza. Su rifle se
desliza de su mano derecha. El hombre viste ropas de civil. Su único atavío
militar es una cartuchera con balas.
Durante
décadas, la imagen simbolizó la fratricida guerra librada por los españoles
entre 1936 y 1939, que concluyó con el triunfo de Francisco Franco. Pero en las
últimas décadas, proliferaron las dudas
sobre su autenticidad. Ni siquiera se sabe si fue tomada realmente por Robert
Capa, que tampoco se llamaba Robert Capa. ¿Ocurrió el episodio en Cerro
Muriano? ¿Se llamaba el miliciano Federico Borrell García? Y luego, el hallazgo
final: por esa misma época, y en el mismo lugar, fueron puestas en escena fotos
trucadas, donde seres disfrazados de soldados o milicianos simulaban caer
muertos tras ser baleados por el enemigo.
EL
HOMBRE QUE NO SE LLAMABA ROBERT CAPA
Gerda tomando fotos en Madrid
En
1933, Gerda Pohorylle y André Friedmann llegaron a París. Según una reseña en The Times Literary Supplement, Gerda había huído de la Alemania nazi, tras
pasar un tiempo en la cárcel. André
venía de la Hungría fascista, tras pasar por Berlín.
Con
el respaldo de exiliados políticos que la habían conocido durante sus días de
activismo estudiantil en Leipzig, y su conocimiento del francés, Gerda trabajó
como secretaria, hasta que el incremento del antisemitismo en Francia le hizo
perder el empleo. En cuanto a André, quien había trabajado como ayudante de un
fotógrafo en Berlín, vivía bastante aislado. Su famoso compatriota André
Kertész, le ofreció trabajar para él. Pero Friedman tenía varios defectos. Era
impuntual e irresponsable. Tampoco mostraba prolijidad en el revelado de fotos.
No era mejor en su vida personal. Huyó de varios hoteles dejando cuentas
impagas.
Su
única virtud era que parecía un galán de cine. Un día, André encontró a una
muchacha en la calle, Ruth Cerf, y le propuso que posara para su cámara en un
parque. Ruth, atraída por Friedman, pero dudando de sus intenciones, aceptó la
propuesta, pero, por si las moscas, trajo consigo a una chaperona, Gerda, quien se enamoró de inmediato del
galán. Se convirtieron luego en una de las más famosas parejas de fotógrafos de
la primera mitad del siglo veinte. Ambos terminarían cayendo en el campo de
batalla. Gerda, en España, durante la guerra civil. André, veinte años más
tarde, en 1954, en Vietnam. Pero, para ese entonces, nada quedaba de su vida
anterior. Para el momento de su abandono de este mundo, Endre Erno Friedmann, o
Andrés Friedmann, se había transfigurado en Robert Capa.
LA
INVENCIÓN DE GERDA
En
su libro Gerda Taro: Inventing Robert
Capa, Jane Rogoyska asegura que el fotógrafo fue en parte la invención de
Gerda. La joven reconoció que pese a sus defectos, entre ellos la indisciplina,
el hombre al que conoció como André Friedmann era muy talentoso. Pero resultaba
necesario convertirlo en un profesional,
limpiarlo de sus antecedentes, negar su origen judío, una precaución muy útil
en una Europa plagada de antisemitismo.
Gerda
se encargó de rebautizarlo Robert Capa. Luego informó a las agencias de
fotografía que era un profesional estadounidense recién llegado a Europa. Un
tal Andrés Friedmann, el alter ego de Capa, se transfiguró en el encargado de
revelar fotos, y Gerda fue su representante. En reuniones con ejecutivos de
agencias, Gerda decía que Capa nunca aparecía en público. Siempre estaba
ocupado con algún assignement muy
redituable, o si no, descansando en su enorme yate. Además, Capa nunca
aceptaría un trabajo a menos recibiera una ganancia tres veces superior a la de
cualquiera de sus más importantes colegas.
Como
indica la nota en The Times Literary
Supplement, los editores parisinos comenzaron a pagar fuertes sumas de
dinero por fotografías de Robert Capa. Algo que nunca habrían hecho con un tipo
apellidado Friedmann.
Si
bien Gerda fue el cerebro gris detrás del ascenso de Robert Capa a la fama, el
fotógrafo adquirió notoriedad no solo por sus imágenes, o por la cantidad de
amantes que recopiló en su vida, sino por su egoísmo. En una entrevista de
radio que le hicieron en 1947, dijo que él inventó la estratagema para
convertirse en Robert Capa. Además, jamás mencionó a Gerda Taro.
La
dama no solo se atrevió a vivir con Capa sin pasar por el Registro Civil, sino
que lo acompañó en misiones muy difíciles. Apenas Franco se alzó en España, en
agosto de 1936, la pareja se dirigió a
ese país en llamas y arriesgó en varias ocasiones su vida.
Trabajaron
en Barcelona, luego marcharon al frente de Aragón, más tarde a Madrid, y
después hacia el sur, rumbo a Córdoba.
En esa zona, Capa fotografió al miliciano caído. Es la primera imagen
registrada de un soldado en el momento de su muerte. La fama de la fotografía se prolongó décadas.
Luego, empezaron los interrogantes.
El
paisaje de la foto no corresponde a Cerro Muriano, sino a la localidad de
Espejo, situada 50 kilómetros al sur. Espejo no había sido afectada por la
guerra.
Al
día siguiente, Gerda y Robert Capa fueron vistos en Cerro Muriano, una
población destruida por las tropas de Franco.
Investigadores
encontraron discrepancias en la foto. Si al principio la imagen del miliciano
cayendo en una especie de salto acrobático parecía reflejar la verdad de la guerra, luego se pensó en un ardid
publicitario. O quizás el miliciano había perdido el equilibrio durante las
prácticas de tiro.
Según
dice Rogoyska en su libro sobre Gerda Taro, la pareja se hallaba en Cerro
Muriano, conversando con milicianos,
cuando de repente, soldados franquistas abrieron fuego. Capa aprovechó para
tomar fotos. Pero según informó Capa en la entrevista radial que le hicieron en
1947, él asomó su cámara por encima de una trinchera, sin apuntar a objetivo alguno, y oprimió
repetidas veces el disparador.
Al
ser revelado el rollo, una de las tomas mostró al miliciano cayendo muerto. La
fotografía, según Capa, habría sido obra de la casualidad. Para un profesional
de su prestigio, alegar que esa imborrable imagen fue un simple albur, es difícil
de creer. Pero la verdad es peor. La pareja tomó muchas fotos con escenas de
combate ensayadas, como por ejemplo en la población de La Granjuela. Por lo
tanto, no es absurdo pensar que el miliciano caído formó parte de esas tomas
ensayadas.
En
marzo de 1937, Gerda Taro viajó sola a España. Capa se quedó en París. Primero
se dirigió a Guadalajara, luego a Valencia. En abril llegó a Madrid para
reunirse con Capa, tras negarse a aceptar su oferta de casamiento. Al parecer,
quería mantener su independencia.
Durante
los tres meses siguientes, todas las fotos tomadas en España pertenecen a
Gerda.
El
25 de julio de 1937, cuando los franquistas recuperaron la población de
Brunete, Gerda se unió a la retirada de los republicanos, tras agotar todos sus
rollos de película. Fue aplastada por un tanque que iba en retroceso.
Capa
quedó devastado por la muerte de Gerda. Al menos, esa fue la opinión de sus
amigos. Muchos temieron que nunca lograría recuperarse de la pérdida. Al
parecer, se recuperó muy bien, aunque
pareció perder la memoria. Nunca más volvió a mencionar a Gerda.
LA
MALETA MEXICANA
El
talento fotográfico de Gerda se hundió en la obscuridad. Pero en el 2007,
apareció la “maleta mexicana”. Se trata de tres cajas con rollos de película de
la guerra civil española pertenecientes a Capa, a Gerda Taro y a otro fotógrafo, David
Seymour. Capa entregó las cajas a un amigo antes de viajar a Nueva York in 1939.
Como
señala Rogoyska, Gerda logra emerger de la
sombra de Capa, gracias al hallazgo de los rollos de película. Es difícil
conocer su real aporte a la fotografía moderna, aunque parece haber sido
substancial. El problema es haber tenido una pareja como Capa, no precisamente
el más generoso de los hombres.
A
diferencia de Martha Gellhorn, que nunca aceptó ser la tercera esposa de Ernest
Hemingway, y fue una excepcional corresponsal de guerra (ver el post http://marioszichman.blogspot.mx/2017/03/martha-gellhorn-nunca-fue-la-tercera.html)
Gerda Taro prefirió actuar en las sombras, protegiendo la fama de su amante. Al
mismo tiempo, no tuvo temor a arriesgar su vida, y luchar por sus ideales.
Tal
vez esa parte de su personalidad se transmitió a Capa. El 25 de mayo de 1954, en Thai Binh,
Indochina, el hombre conocido al comienzo de su vida como Endre Erno Friedmann, murió al pisar una mina de percusión.
La
revista Time dijo que la última mañana de su vida, Fiedmann/Capa les dijo a varios soldados
franceses: “Esta va a ser una bella historia”, y partió de la aldea de Nam
Dinh, situada en el delta del río Rojo, en Vietnam. “Prometo actuar hoy con
buena conducta. No insultaré a mis colegas, ni mencionaré la excelencia de mi
trabajo”, añadió. Ocho horas y 30 kilómetros más tarde, Capa estaba muerto,
tras pisar una mina terrestre en Thai Binh.
Murió
como vivió, tomando fotos. Con su celebridad y sus crecidos honorarios, podría
haberse dedicado a la tarea más agradable de fotografiar bellas damas, y de
seducirlas. En cambio, optó por seguir la vía regia de las zonas de guerra. Tal
vez ese fue su encubierto homenaje a la mujer que lo sacó del anonimato, y de
sus desprolijos encuentros con la vida.
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