Mario Szichman
Howard Hawks
El señor Jourdain,
protagonista de El burgués gentilhombre
de Moliére, descubría un día, perplejo, que todos los seres humanos hablaban en
prosa.
En estos días me
ha ocurrido algo similar tras leer The
Grey Fox of Hollwyood, de Todd McCarthy, una biografía del director de cine Howard
Hawks. Descubrí que si todos los seres humanos hablan en prosa, todos
los escritores solo parecen hablar de sexo. La sexualidad, encubierta o
desaforada, nunca se halla muy alejada de la narrativa, del teatro, y está
siempre presente en el cine.
Tal vez el mayor
impulso que recibió la sexualidad en la pantalla grande provino de los censores
de Hollywood. Existe una separación de las aguas en los filmes anteriores o
posteriores al código Hays, que institucionalizó la manera de censurar.
Estados Unidos es
uno de los países más puritanos del mundo. Y las ligas de moralidad, son casi
tan antiguas como su fundación. Con el surgimiento del cine, esas ligas
tuvieron su agosto, y Hollywood se convirtió en centro de todas las campañas
destinadas a combatir la perversión. Intentando anticiparse a la tempestad,
directivos de los estudios cinematográficos crearon en 1922 The Motion Pictures Producers and
Distributors Association. La intención era la autocensura, para anticiparse
a que seres extraños a la industria decidieran usar sus criterios morales.
La asociación fue
liderada por Will H. Hays, un abogado republicano con buenos contactos en las
altas esferas. Aunque Hays intentó frustrar los intentos de que el gobierno
federal censurara los filmes, su opinión sobre qué debía ser eliminado de las
películas, tampoco resultó muy saludable. El funcionario creó una lista de
temas o situaciones que debían eliminarse de los rodajes. Oficialmente, era
conocida como La fórmula. Pero, para
los productores y guionistas de Hollywood, era conocida como la lista de “no
hagan esas cosas feas, y actúen con precaución”.
En 1930, Hays creó
el Comité de Relaciones de Estudios Cinematográficos para implementar la
autocensura. Pero los productores de Hollywood se le rieron en la cara, pues no
había instrumentos legales para hacer cumplir las normas.
Luego, con la
llegada del sonido a las películas, en 1927, se acrecentaron las exigencias
para forzar a los ejecutivos de Hollywood a cumplir el código. Como explicó
Alfred Hitchock en su célebre libro de entrevistas con su colega Francois
Truffaut, el cine mudo permitía libertades vedadas al cine sonoro. Inclusive,
cuando una película era un fiasco como drama, comentó Hitchcok, bastaba
incorporarle subtítulos ingeniosos, y transformarla en una comedia.
En ese umbral del
cine mudo al sonoro, el diablo metió la cola. Martin Quigley, propietario de
una influyente revista de cine, inició una campaña para ampliar el Código Hays.
Además de incluir más temas prohibidos, planteó la necesidad de promover la
moral de los espectadores y obligarlos a acatar los principios de la teología
católica. Así surgió el llamado Código de Producción.
Al principio,
algunas circunstancias se confabularon para convertir ese código en papel
mojado. La principal fue la Gran Depresión que afectó a decenas de millones de
estadounidenses a partir del derrumbe de la Bolsa de Nueva York en 1929. Los
estudios necesitaban convencer a los espectadores de la conveniencia de pasar
algunas horas en compañía de seres semidesnudos o incursos en toda clase de
pecados, especialmente la propensión a las relaciones extramaritales. Eso creó
un subgénero cinematográfico, el llamado Pre-Code.
A partir de la década del sesenta, una vez el código fue abolido, varias
productoras ganaron mucho dinero ofreciendo a la venta esos filmes no
censurados.
Hay excelentes
muestras de ese Pre-Code,
especialmente en los famosos musicales de Busby Berkeley. Si se comparan sus
musicales sin censura, como Footlight
Parade, 42nd Street y Gold Diggers of
1933 con los numerosos que creó luego, especialmente Dames, o Gold Diggers of 1935,
se descubrirá un paulatino revestimiento del cuerpo de las coristas.
Para el año 1934, Joseph
I. Breen se convirtió en el Gran Inquisidor del código de producción. Breen
tenía un poder casi omnímodo revisando guiones, escenas, y hasta la ropa de
actrices y actores. Una de las primeras víctimas fue nada menos que Tarzán de
los monos. Fugaces escenas de una mujer desnuda en Tarzan and His Mate, fueron eliminadas de la película. Luego, en
1943, vino el famoso incidente con el western The Outlaw. Breen negó la aprobación al filme porque en la
publicidad previa otorgaban gran importancia a los senos de la actriz Jane
Russell. El estreno de la película se postergó varios años.
Entre tanto,
Estados Unidos libraba una guerra contra las potencias del Eje junto con sus
aliados, Gran Bretaña, la Unión Soviética y Canadá. Como parte de la
propaganda, Hollywood produjo numerosos filmes bélicos. Las escenas eran mucho
más horrendas que el físico de Jane Russell. Pero la obscenidad de la guerra
era aceptable, no la sensualidad de la actriz.
Uno de los grandes
directores que se atrevieron a desafiar el código en la década del cincuenta
fue Otto Preminger. En 1953, filmó The
Moon is Blue. Es la historia de una adolescente que enfrenta a sus dos
pretendientes señalando que su propósito es conservar la virginidad hasta el
casamiento. Fue el primer filme en la historia del Post-Code code donde
pudieron usarse las palabras “virgen”, “amante” y “seducir”.
Pero Preminger era
un veterano a la hora de burlarse del código. Fallen Angel, un magnífico filme de la década del cuarenta,
protagonizado por Dana Andrews, muestra una escena en una comisaría donde un
jefe de policía tortura a un preso. El código no permitía ese tipo de
situaciones, pues ponía en duda la proverbial honestidad de la policía.
Preminger filmó
luego The Man with the Golden Arm
(1955), donde Frank Sinatra interpretaba a un drogadicto, y Anatomy of a Murder (1959) en que el
tema era la violación de una mujer, y la venganza que concretaba su esposo.
Ya para ese
momento, el código, aunque vigente, estaba muerto. Además, los guionistas
habían aprendido maneras de eludir la censura. Quizás el mejor film de
gángsters de la historia de Hollywood es White
Heat, protagonizado por el grande entre los grandes, James Cagney. Filmado
en 1949, y dirigido por Raoul Walsh, cuenta la historia de un villano, Arthur
"Cody" Jarrett, jefe de una banda de criminales que además es un
demente. Pese a estar casado con Verna (Virginia Mayo), el verdadero amor de Cody
es su madre "Ma" Jarrett (Margaret Wycherly). Y eso se exhibe de
manera muy explícita. Cada vez que Cody es aquejado por terribles dolores de
cabeza, se encierra con su madre en un cuarto, quien lo sienta en su falda y lo
acaricia. El amor entre ambos es tan manifiesto, que todavía se desconoce cómo
la película pudo pasar la aprobación del censor.
Los filmes
producidos a partir de la década del sesenta, más osados en sus temas, nunca
tuvieron la calidad de aquellos hechos durante las décadas del treinta y del
cuarenta. La sexualidad explícita muy difícilmente cautive al espectador. En un
filme de Stanley Kubrick, La naranja
mecánica, se torturaba al protagonista mostrándole algunas escenas de
campos de concentración y otras eróticas. Al cabo de un tiempo, había que ponerle
una especie de grampas en los párpados, para que no los cerrara durante la
proyección de los filmes. El erotismo desenfadado era para el personaje
principal tan desagradable como la contemplación de cadáveres empujados con
palas mecánicas. Es mejor mantener en secreto el misterio de dos cuerpos que se
aman. La intimidad no es un invento de los puritanos. Por alguna extraña razón,
toda ilusión que se protege entre cobijas, luce mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario