Mario Szichman
“There
ain't no drink, no drug ah, tell them, angels
There's nothing pure enough to be a cure for
love.”
Leonard Cohen
La muerte de Leonard Cohen el 7 de
noviembre de 2016 a los 82 años de edad, no fue llorada por sus admiradores, pues
ya estaban enterados de su inmortalidad. Sus poemas se han eternizado en
rituales musicales, y es muy difícil que las próximas generaciones logren
erradicarlos de la memoria colectiva.
Sí, es cierto, existen grandes poetas
de la música, como Bob Dylan, o The Boss
Bruce Springstein, o John Lennon, pero Cohen tiene asignado un pedestal exclusivo
pues supo combinar sexualidad con ironía. Lo rebautizaron, entre otras cosas,
como “el poeta de la desesperación erótica”. Y eso es fácil de verificar en I´m Your Man; Dance Me To The End Of Love; Everybody Know: Hey, That’s
No Way To Say Goodbye; Suzanne;, Hallelujah; So Long, Marianne; o If It Be Your
Will.
En I´m
Your Man, Cohen le proponía a su compañera: “Si deseas un amante/ haré todo
lo que me pidas. Si deseas otra clase de amor/ me pondré una máscara para ti./
Si quieres un compañero, toma mi mano, /si quieres golpearme con furia/aquí
estoy. Soy tu hombre./ Si quieres un boxeador/ subiré al cuadrilátero por ti./
Y si quieres un doctor/ examinaré cada pulgada de ti/.”
En Everybody Knows, predomina el cinismo. Es
una especie de himno a la infidelidad conyugal.
“Todo el mundo sabe, que me amas baby/todo el mundo sabe, que es verdad/
todo el mundo sabe que me has sido fiel/ excepto apenas por una o dos noches./Todo
el mundo sabe que has sido discreta/ pero tenías tantas personas que encontrar/
despojada de tus ropas/ y eso, todo el mundo lo sabe”. El final es como la moderna caída de Adán y
Eva: “Todo el mundo sabe que viene la plaga/ todo el mundo sabe que avanza
rápido/ todo el mundo sabe que el hombre y la mujer desnudos/ son apenas un brillante
artefacto del pasado/. Todo el mundo sabe que la escena ha muerto/ que pondrán
un medidor en tu cama/ para revelar/ lo que todo el mundo sabe”.
Cohen podía ser también apocalíptico.
En “The Future”, reclamaba: “Devuelvánme
mi noche rota/ mi cuarto con espejos, mi vida secreta/ es muy solitario aquí./
No queda nadie por torturar./ Denme control absoluto, sobre cada alma
viviente./ Y tú, yace junto a mí, baby/ ¡Es una orden!.../ Restituyan el muro
de Berlín/ denme a Stalin y a San Pablo/ He visto el futuro, hermano; es el
asesinato”. (Usé esa frase: “I've seen
the future, brother: /It is murder,” como epígrafe de mi novela La región vacía. Me parecía apropiada
para un relato que tiene como trasfondo el ataque a las torres gemelas de Nueva
York el 11 de septiembre de 2001. Pero ya Oliver Stone había usado previamente
esa melodía en su filme Natural Born
Killers.)
¿CÓMO LIDIAR CON LA PASIÓN AMOROSA?
Charles Kingsley
Charles Kingsley (1819 – 1875) es un
personaje muy interesante de la era victoriana. Fue sacerdote de la Iglesia de
Inglaterra, profesor universitario, historiador, novelista, partidario de la
reforma social, y amigo de Charles Darwin. Pero, curiosamente, una de las
razones de su paso a la historia fue el desenfrenado, explícito amor por su
esposa Fanny.
Un historiador señaló que Kingsley “es
uno de esos personajes encargados de promover la idea de que los ingleses de la
época victoriana constituían una raza de marcianos”. Las cartas que enviaba a
su esposa incendiaban el papel. Creía que la vida después de la muerte era un
interminable orgasmo. Para su suerte, los victorianos nunca se enteraron de la
pasión amorosa del intelectual por su cónyuge. Las cartas y dibujos de Kingsley
sólo fueron divulgados a comienzos de la década del setenta del siglo pasado.
Kingsley fue autor de siete novelas, de
una obra de teatro, de dos libros que popularizaron temas científicos.
Escribió, además, ocho libros de ensayos, sermones, e historia. Una de sus
novelas, The Water Babies, fue
durante un siglo uno de los clásicos de la literatura infantil.
Pero las cartas de amor de Kingsley son
algo enteramente diferente, que lo trasladaron al siglo veinte. Sigmund Freud
seguramente le hubiera dedicado bastante espacio en alguno de sus libros. Y otros
textos intentan asociar a Kingsley con las teorías de Michael Foucault.
Las cartas a Fanny no disimulan el
ardor amoroso de Kingsley, aunque eso está combinado con una extrema religiosidad.
Para Kingsley, el cuerpo era sagrado, y el acto sexual, un sacramento.
No olvidemos que el consummatum est, “Esto se acabó”, las
palabras de Cristo al morir en la cruz, pueden ser también interpretadas en un
sentido sexual, como Kingsley pareció explicitarlo en sus cartas. Sin embargo,
tampoco descuidaba el costado sádico en las relaciones amorosas. Señalaba que
antes de la consumación del matrimonio, los amantes debían ser purificados por
la mortificación, aunque las recompensas eran muy grandes, y se extendían al
más allá. El paraíso, aseguraba, consistía en una “perpetua copulación en el
sentido literal, físico de la palabra”.
El entusiasmo de Kingsley por su compañera
nunca declinó. Charles Barker, en su ensayo “Kingsley´s Sexuality beyond Sex,” [i]
citaba una carta del escritor escrita en 1843: “Cada hombre debe ser honrado en
la imagen de Dios, en el sentido predicado por Novalis: tocamos el cielo cuando
depositamos nuestra mano en un cuerpo”.
En 1844, Kingsley se casó con Fanny, y
consideró las relaciones sexuales como una “vía sacramental con Dios”. La
pareja rebautizó la cama matrimonial como un "altar", y consideró las
relaciones sexuales una “comunión”. Tras cada consumación, los cónyuges solían
rezar y dar gracias al Señor.
Kingsley no le temía al más allá.
Consideraba que tras la muerte de los cónyuges, la sexualidad trascendía la
cópula, y los esposos podrían disfrutar de un erotismo mayor, liberado del
cuerpo.
En sus cartas a Fanny, el filósofo y
novelista también dibujaba imágenes de parejas haciendo el amor. Baxter dice
que su imaginación era “notable por sus violentos escenarios, y por formas
alternativas de consumación donde no existía contacto físico”.
Pero la felicidad marital predicada por
Kingsley no siempre encubría la violencia. “Kingsley encontró en la combinación
de dolor y placer una solución ulterior al problema de reconciliar los
contradictorios impulsos de castigar el deseo, y consentirlo”, indicó Barker.
“Cuando vengas esta noche a la cama”,
decía Kingsley a Fanny en una de su cartas, “olvida que alguna vez usaste
vestimentas. Abre tus labios a mis besos, y permíteme reposar entre tus
pechos”.
¿Cuanto de ese amor era verdadero y qué
dosis existía de perversidad? En una ocasión, Charles le dijo a Fanny: “La carta
que escribías acerca de los pies desnudos estuvo a punto de causarme una
convulsión”. Freud se hubiera hecho un banquete analizando el fetiche de los
pies desnudos.
Tal vez, como señalaba una ensayista,
el escritor pertenecía a esa raza de marcianos que proliferó en la Inglaterra
Victoriana. O quizás, una sociedad tan represiva como la Inglaterra de mediados
del siglo diecinueve alentaba esa clase de fantasías sexuales.
Mientras los genios de la narrativa de
esa época abordaban el tema del erotismo sin ambages, los victorianos preferían
el jano bifronte de la sexualidad, como en los casos de Robert Louis Stevenson
(Doctor Jekyll and Mr. Hyde), o de
Oscar Wilde (Balada de la cárcel de
Reading).
Fiodor Dostoievski no tuvo problema
alguno en incluir entre sus protagonistas a una prostituta, como lo hizo con
Sonia Marmeladov en Crimen y Castigo.
Dos de las grandes novelas de ese siglo, Madame
Bovary y Anna Karenina, tienen a
adúlteras como protagonistas. En La piel
de zapa, uno de los personajes de Balzac enuncia “El gran secreto de la
vida humana”, que es una sumatoria y erotización de las pasiones: Querer, Poder
y Saber. El querer, la pasión amorosa, “nos consume”, el poder nos destruye, y
el conocimiento nos aplaca.
LA ETERNA ENFERMEDAD
Hay muchos de esos elementos que
reaparecen en la poesía de Leonard Cohen. Su pasado era más amplio que el de
sus coetáneos. El futuro era mucho más temible. Como sus antecesores, sabía que
una pasión trascendente guía nuestros pasos. Y que el mandato de toda
divinidad, sin importar su origen, es que crezcamos y nos multipliquemos. El
amor condensa nuestra desdicha, aunque también nos abruma de esperanzas. Decía Cohen en una de sus canciones:
“You don't
know me from the wind
you never
will, you never did
I'm the
little Jew
who wrote
the Bible.”
Pero ese pequeño judío que escribió la
Biblia, también habló de la necesidad de perpetuar nuestro origen, y habló de
todas las formas del deseo. Muchas veces la adversidad nos priva de una pareja,
pero nos nutre la fe de nuevos encuentros. “Siempre encontramos a la mujer”,
decía Hemingway, “cuando estamos preparados para recibirla”. Lo importante es
perseverar, mantenerse enamorado del amor.
Para alegría de la especie humana,
Cohen también nos enseñó que “There's nothing pure enough to be a cure for
love.” Si, no existe nada, absolutamente nada bastante puro, capaz de curar el
amor.
Esa es una de las numerosas razones de
que el gran Leonard Cohen perdurará.
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