Mario Szichman
Harry S. Truman (la inicial del medio nada significa) fue el trigésimo
tercer presidente de Estados Unidos. La historia lo recordará como el hombre
que ordenó lanzar bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima (6 de agosto
de 1945) y Nagasaki, tres días más
tarde. El resultado inmediato de esos ataques fue la rendición de Japón.
Cada uno habla de la feria de acuerdo a como le fue en ella. El uso de la
bomba atómica en esas ciudades niponas fue considerado por muchos gobiernos y
ciudadanos del mundo como sustancialmente inmoral. Truman alegó que esas bombas
habían salvado entre 250.000 y medio millón de vidas en ambos bandos, pues
Japón podría haber resistido varios años las ofensivas aliadas.
La excusa del mal menor usada por Truman es casi tan antigua como la
humanidad. Uno comete una atrocidad para evitar una atrocidad mayor. Por el
revés de la trama, es un poco el pretexto que usó Danton, uno de los líderes de
la Revolución Francesa, cuando lamentó que por no haber guilllotinado en las
primeras semanas a quinientos de sus enemigos, sus secuaces se vieron obligados
poco después a ejecutar a varias decenas de miles. (Danton terminó decapitado
en la guillotina, igual que Maximiliano Robespierre, el hombre que ordenó su
ejecución. La doncella, como todo artilugio mecánico, siempre fue imparcial).
Como nota al margen, Kurt Vonnegut, un escritor que es uno de mis ídolos, consecuente pacifista, y duro crítico de todas
las administraciones norteamericanas, compartía el criterio de Truman. Vonnegut
fue tomado como prisionero por los alemanes, en las postrimerías de la guerra,
y se salvó de morir calcinado en Dresde, cuando los aliados lanzaron bombas
incendiarias sobre la ciudad, matando aproximadamente a 135.000 personas. Los
muertos en Hiroshima y Nagasaki suman 129.000 personas. Por supuesto, las
secuelas de la radiación atómica afectaron a generaciones de japoneses, y miles
de ellos fallecieron con el transcurso de los años, o décadas.
Pero Vonnegut, que participó en la guerra, me dijo que sin la bomba
atómica, el conflicto se hubiera prolongado muchos años más, con resultados aún
peores. De todas maneras, si Truman tiene reservado en la historia mundial un
lugar incómodo, a nivel nacional es recordado con respeto por exactamente una
frase: The buck stops here. Es una
expresión del slang de Estados Unidos
y deriva de otra frase: pass the buck,
que se empleaba en el juego de póquer, en la época del Lejano Oeste. Los partícipes
en el juego usaban como señalador un cuchillo cuyo mango había sido hecho con buckhorn, el cuerno de un venado. Buck es el venado o ciervo macho. Cuando
al jugador le señalaban el turno de actuar, colocando a su lado el cuchillo, y
éste deseaba transferir la tarea a la persona siguiente, librándose de toda
responsabilidad, su acción consistía en To
pass the buck.
Truman colocó en su escritorio una tableta de madera con la inscripción the buck stops here, esto es, la
responsabilidad por sus acciones no sería transferida a otros funcionarios,
generalmente de menor categoría, y quienes siempre terminan cargando con el
muerto. Si tomamos en cuenta el grado de embustes en que han incurrido en los últimos
años varios presidentes norteamericanos, Truman parece pertenecer
definitivamente a otra era. (Entre ellos figura George W. Bush, quien nunca
asumió responsabilidad alguna por ordenar la invasión a Irak –cuyo gobierno
nada tuvo que ver con los ataques a las torres gemelas–, o por las torturas en
la cárcel iraquí de Abu Ghraib, o en la prisión de Guantánamo).
Aparte de incorporar los bombardeos atómicos a la excusa del mal menor,
Truman asumió sus responsabilidades, y seguramente aceptó que la historia no lo
recordaría de manera benigna.
En fecha reciente, Latinobarómetro,
una encuestadora que tiene su sede en Santiago de Chile, publicó su survey anual, analizando la opinión que
tienen sobre sus gobernantes los habitantes de 17 países de América Latina. En
la versión digital del periódico Tal
Cual, de Caracas, publiqué algunas de las conclusiones de la encuestadora,
bajo el piadoso título de “Gobiernos de Latinoamérica (incluido Maduro)
inspiran náuseas a sus ciudadanos”. Y digo que el título fue piadoso, pues los
comentarios de los lectores a la nota fueron más exasperados. Al parecer,
varios presidentes y presidentas del subcontinente generan altos decibeles de
repugnancia física en sus ciudadanos.
Ocurre que América Latina no está pasando por un buen momento. El “boom” de
las materias primas durante la primera década de este siglo, favoreció a
gobiernos derechistas e izquierdistas. El promedio de aprobación de los jefes
de estado fue de un 60 por ciento a través de la región, señaló Latinobarómetro. Tanto el conservador
Álvaro Uribe, en Colombia, como los izquierdistas Hugo Chávez Frías, en
Venezuela, e Inacio Lula da Silva, en Brasil, fueron ídolos del pueblo. Ahora,
el ranking de aprobación de los mandatarios de la región no supera en promedio
el 47 por ciento, y hay una gran escasez de ídolos.
La Comisión para América Latina y el Caribe dependiente de las Naciones
Unidas pronosticó para este año un crecimiento regional de apenas 0,5 por
ciento. Entre el 2003 y el 2008, el promedio de expansión en América Latina fue
de un robusto 4,6 por ciento.
Marta Lagos, directora de Latinobarómetro,
auguró que esta segunda década del siglo será para América Latina, “La década
negra de la corrupción, los escándalos, el bajo crecimiento, y la falta de
representación”.
De acuerdo a la encuesta, los habitantes de la región están empachados con
la corrupción y la incompetencia de sus autoridades, y han perdido fe en sus
instituciones cívicas, en los partidos políticos, en sus fuerzas armadas, en la
justicia y en el parlamento.
Como en las sociedades tribales, los grupos que despiertan más confianza
son la familia y los vecinos. Y la única institución que sigue contando con
bastante respaldo es la iglesia.
Al parecer, el grito de batalla que empieza a resonar en toda América
Latina es “Moderación o muerte”. Quienes se autocalifican de “centristas” han
pasado del 42 por ciento en el 2008, al 33 por ciento en la actualidad. Y los
“izquierdistas” y “derechistas” han empezado a ganar terreno. El problema es
que los “derechistas” pasan a engrosar con enorme rapidez las filas de los
partidarios de una solución militar. Y que los “izquierdistas” no suelen
quedarse de brazos cruzados.
En épocas de prosperidad, los buenos precios que obtienen las materias primas
permiten atemperar o disimular el saqueo al erario público. Los ladrones y
atorrantes suelen pasar por estadistas. Cuando viene la época de las vacas
flacas, es imposible aplacar la indignación popular y surge la necesidad de
echarle a alguien la culpa por el alza en el costo de la vida, por la mala
administración de los fondos, por el pésimo funcionamiento de los servicios
públicos, por la rampante criminalidad. Es inevitable que la indignación enfile
directamente hacia quienes previamente eran estadistas, y ahora han recuperado
mágicamente su condición de malvivientes.
Pero tanto o más interesante que la reacción popular es la respuesta de los
gobernantes. En el filme de Peter Sellers Doctor
Strangelove, el actor británico interpretaba a un científico alemán
contratado por las autoridades estadounidenses para desarrollar armas de
destrucción masiva. El doctor Strangelove tenía un tic especial. Cuando algo lo
ponía nervioso, solía alzar la mano derecha haciendo el saludo nazi. Era una reacción
puramente mecánica. Similar reacción afecta a la mayoría de los gobernantes
latinoamericanos. Ni uno solo de ellos asume responsabilidad alguna, inclusive
cuando jura y perjura que lo hace. De creerles a ellos, son más inocentes que
un recién nacido.
América Latina se ha distinguido, entre otras cosas, por dos tipos de
industrias extractivas, aquellas que arrancan del subsuelo petróleo, hierro,
cobre, bauxita, y piedras y metales preciosos, y la industria de extracción que
practican sus autoridades en las bóvedas de sus bancos centrales. Pese a ello,
como decía Marco Antonio en su oración fúnebre, tratando de disculpar a Bruto,
quien contribuyó al asesinato de Julio César “Brutus es un hombre honorable.” Y seguramente, todos aquellos que han
desvalijado el erario público son tan honorables como Bruto. Siempre proliferan
las razones para cometer desaguisados, que nunca son tales, sino actos destinados
a propulsar la grandeza del país.
Si se echa un vistazo al survey de Latinobarómetro
se verá un salto gigante en la impopularidad de varios jefes de estado y jefas
de estada, como seguramente diría el presidente de Venezuela Nicolás Maduro,
que ha sexualizado la política en sus discursos. Tal vez el caso más increíble
es el de Brasil, donde la presidenta Dilma Rousseff tiene una aprobación del
siete por ciento en las encuestas. Ocurre que Rousseff fue reelecta el 26 de
octubre de 2014 derrotando por estrecho margen a Aécio Neves. Para ganarle a
Neves, la mandataria brasileña requirió un 51,6 por ciento de los sufragios.
¿Cómo es posible que en menos de un año haya perdido un 45 por ciento del apoyo
de la ciudadanía? ¿Cuán ciego podía estar el pueblo brasileño para reelegirla
en el 2014 y repudiarla en el 2015? Es una pregunta interesante, porque ese
tipo de colapso en la popularidad generalmente precede a estallidos sociales, o
a juicios políticos.
Según la misma encuesta, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, cuenta
con un 24 por ciento del respaldo de los electores. Y aun así, está mucho mejor
que el presidente de Perú, Ollanta Humala, cuyo rating de aprobación es de un
13 por ciento.
Con respecto al presidente de Venezuela Nicolás Maduro, alrededor de un 25
por ciento de sus compatriotas aprueba su gestión. Latinobarómetro dijo que en los dos años desde que asumió el cargo,
Maduro bajó un 30 por ciento en la preferencia popular. Las principales quejas
de los venezolanos son la escasez de alimentos y de otros productos básicos. En
doce de los 17 países en que se realizó la encuesta, el crimen y la acción de
bandas armadas es considerado el problema más importante. Bueno, en Venezuela se ignora cuál es el
problema más importante. El chavismo ha logrado al menos democratizar las
quejas porque nada, absolutamente nada funciona. Los cortes de luz son casi
cotidianos, las refinerías petroleras regenteadas por Petróleos de Venezuela,
uno de los escasos entes que aún recauda dinero para el estado, parecen
fábricas de fuegos artificiales, el Metro se inunda, nada llega a tiempo, el
correo funciona ahora peor que cuando la correspondencia era traída por
mensajeros a caballo, y es imposible
distinguir entre productos esenciales y productos suntuarios, porque ahora hasta
el papel higiénico es un producto suntuario.
Pero hay algo que distingue al gobierno de la República Bolivariana del
resto de las administraciones de América Latina: aunque ignora cómo resolver
problemas básicos, es sabio a la hora de echarle la culpa a alguien. Pienso que
parte de su genio consiste en que la mentira es siempre tosca. No lo digo con
desprecio, sino con profunda admiración. Tomarle el pelo a un pueblo en su
totalidad no es fácil. Arrojar la verosimilitud a los vientos requiere
paciencia, coraje, un rostro pétreo. Inclusive cierto idealismo. Lo interesante
es que la mentira funciona en relación inversa a su autenticidad. La sutileza
nunca llega muy lejos.
Voy a dar un ejemplo de cómo la sagacidad está condenada al fracaso.
A mediados de 2013, el ex vicepresidente de Venezuela, José Vicente Rangel,
denunció en su programa de televisión un complot de sectores opositores para
invadir el país.
No se puede acusar al doctor Rangel de ser sloppy, desordenado, incompetente. Por el contrario, su peor
defecto –al menos para la Nomenklatura chavista– es que posee una mente sagaz,
excesivamente meticulosa. Rangel, un veterano periodista, dio tal vez el mejor
tubazo de su carrera al asegurar que la oposición venezolana “compró 18 aviones
de guerra” para usarlos como parte de una fuerza invasora. Los detalles que
brindó son demasiado precisos como para sospechar una burda patraña. Hay además
fechas, hay coordenadas con minutos y segundos, hay ciudades que se mencionan.
Gracias a Rangel sabemos que “Los aviones fueron negociados el pasado 27 de
mayo (de 2013) en la ciudad de San Antonio, Texas” entre “ejecutivos de la
industria de aviones de guerra y venezolanos de la oposición”. Los aviones, dijo Rangel, serían traslados a
una base militar estadounidense ubicada en Colombia “y la cual tiene las
coordenadas siguientes: P 11 grados, 25 minutos 31 segundos. M 72 grados, 7
minutos, 46 segundos”.
Fue quizás el único error del doctor Rangel. Nunca hay que ser meticuloso
en ese tipo de informes. Según el blog de Gustavo Coronel “Resulta que esas
coordenadas corresponden al pueblo de Guarero en los límites entre Colombia y
Venezuela, y específicamente las citadas coordenadas se localizan en territorio
venezolano”.
Un lector del blog, que puso esas coordenadas en Google, descubrió que
señalaban “un punto en el Océano Índico, cerca de la India”, y si eran puestas
del revés, salía “un punto en el océano Ártico, cerca de Noruega”.
Por lo demás, Rangel estaba tan seguro de su primicia periodística que también
recomendó a los organismos de seguridad de Venezuela “chequear esta información
que no vacilo en calificar de extremadamente grave y recabar información de las
autoridades norteamericanas y colombianas”.
Rangel reiteró en varias ocasiones esa denuncia, y los venezolanos pudieron
dormir tranquilos gracias a sus revelaciones, aunque debido a su acendrado
patriotismo suele recibir más bofetadas
del gobierno que de la oposición.
Resulta muy curiosa la apatía exhibida por el gobierno de Venezuela ante
falacias que respaldan sus embustes. Aunque son constantes las denuncias sobre
planes para derrocar al gobierno o asesinar a importantes funcionarios, nunca
hay un follow up, un seguimiento. No
dudo que se trata de otra maniobra genial, y consiste en afirmar y negar al
mismo tiempo la información, y en ocasiones, darle un contenido tal, para
indicarle al receptor que no debe tomarla en serio. Y las consecuencias pueden
ser devastadoras para la salud mental de un pueblo, que queda a merced de la
incertidumbre.
Generalmente,
en sociedades mejor constituidas que la Venezuela chavista, donde hay humo,
fuego queda. Hay numerosos libros, escritos por ensayistas y periodistas
norteamericanos, revelando los intentos de la CIA por asesinar a Fidel Castro.
Si mal no recuerdo, Castro hizo alusiones muy esporádicas a esos conatos. Con
mucha dignidad, y sin alharacas. Tal vez está maldecido por la herencia
gallega, que valora mucho el honor.
Pero no pasa semana sin que el presidente de Venezuela haga mención a algún
complot contra él, o contra su gobierno. Si algo funciona mal, es porque el
imperio del mal está saboteando su administración. Y si no, es el genio del
mal, encarnado en Álvaro Uribe, ex presidente de Colombia, o los paramilitares
colombianos. Cuando más descabellada es la conexión, más se insiste en ella.
El ex presidente Hugo Chávez Frías murió de cáncer. Fue atendido por
médicos cubanos en Cuba, hasta el día de su fallecimiento. Pero Maduro insiste
en que fue asesinado por órdenes del gobierno de Washington. ¿Cómo? ¿Por ondas
hertzianas? Nunca se han explicado bien
los detalles del complot, que necesariamente debería haberse consumado en Cuba.
El gobierno de Venezuela se ha convertido en una víctima perpetua. Sus antics, han conseguido popularidad
internacional. Varios portales noticiosos muy influyentes, como The Daily Beast, han mencionado que,
según Maduro, el ex presidente Chávez, transmutado en ave canora, le gorjea al
oído. Pregunten a un psiquiatra cómo reaccionaría si un paciente le formula la misma
confesión. Su respuesta es que lo llevaría a una celda con paredes acolchadas,
la cerraría con llave, y arrojaría la llave por la poceta. Pero, la jerarquía presidencial está exenta
del tratamiento reservado al común de los mortales.
Entre tanto, Maduro, aunque cae en los niveles de impopularidad de varios
gobernantes latinoamericanos, tiene garantizada su permanencia en el cargo
gracias a que administra un régimen de irresponsabilidad ilimitada. Por
supuesto, hay otros factores que influyen. No hay sector que escape de las
manos o de la vigilancia del gobierno de Caracas. Pero no se debe descartar el
rol que desempeña la víctima en nuestra sociedad, aunque parte del tiempo la
dedique a insultar a media humanidad. La dignidad, el decoro, el orgullo, la
responsabilidad, no prosperan en sociedades rentistas donde el estado es el
gran proveedor. Especialmente, cuando ha tomado precauciones para convertirse
en el único abastecedor de bienes materiales.
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