Mario Szichman
“En esta calle mataron al secretario de don Juan
de Austria
JUAN ESCOBEDO el 31 de marzo de 1578
Noche del lunes de Pascua”.
Tomé esta fotografía en Madrid, en julio de 2013, fascinado por el exceso
de información y por la ausencia absoluta de ella. El cartel, emplazado por el
Ayuntamiento de Madrid, y fechado en 1991, dice todo, y no revela nada. Es
improbable ser más claro. Juan Escobedo, secretario de don Juan de Austria, fue
asesinado el 31 de marzo de 1578, que era la noche del lunes de Pascua. Es
improbable ser menos explícito. ¿Acaso el cartel está destinado de manera
exclusiva a los madrileños, excluyendo a sus visitantes? ¿No podrían informar
quién era Juan Escobedo? Sí, ya sé, era el secretario de don Juan de Austria.
¿No podrían comunicar quien era don Juan de Austria? ¿Acaso las autoridades del
ayuntamiento madrileño apuestan a la fenomenal memoria de quienes contemplan la
placa?
Por suerte, no monopolizo la ignorancia cuando se trata del asesinato de
Juan Escobedo. Un comentario del señor Fernando Encinar ( https://11870.com/pro/placa-a-juan-escobedo/fencinar)
dice que “En la castiza calle de la Almudena, esquina con la calle Mayor y al
lado de Bailén, hay una plaquita que siempre pasa desapercibida. Cuando la veo
pienso en cien años todos calvos porque ese trozo de metal recuerda uno de los
muchos episodios históricos españoles que han pasado a mejor gloria, un momento
que marcó un antes y un después en la vida de nuestro país y que ahora ya nadie
recuerda. De hecho cuando me quedo mirando la placa, y el pequeño callejón
donde está instalada, alguien se para conmigo preguntándose qué demonios miro”.
Afortunadamente, el señor Encinar nos revela que “Juan Escobedo fue el
secretario de Don Juan de Austria, hermanastro de Felipe Segundo y gobernador
de los Países Bajos. Le asesinó Antonio Pérez, el secretario personal del rey
cuando se enteró de que Juan Escobedo tenía pruebas de las corruptelas y
miserias que había cometido Pérez en nombre del rey. Tiempo después, cuando el
tema también salpicó al mismísimo rey, éste mandó encarcelar a Antonio Pérez,
que escapó a la corte de Aragón donde el rey no tenía jurisdicción”.
Finalmente, Antonio Pérez escapó a
Francia y de ahí al Reino Unido “para volver a Francia a morir viejo y solo y
arruinado”.
¿Por qué fue asesinado Juan Escobedo? De acuerdo a Encinar, “murió por
intentar limpiar de corrupción la corte española y que el rey fuera más abierto
y tolerante en los Países Bajos”.
Felipe Segundo no era cualquier monarca. Si William Shakespeare se hubiera
enterado de su pedigrí, es posible que lo hubiera elegido a él, en lugar de
Ricardo Tercero, como encarnación del mal puro. (Aunque, como decía Ricardo
Tercero en la versión de Shakespeare, “Quien utiliza el veneno, no por eso ama
el veneno”).
Entre las travesuras de Felipe Segundo figuró el presumible asesinato de Carlos,
el príncipe de Asturias (1545–1568), su hijo mayor y su probable heredero.
Una muy buena biografía de William H. Prescott History of the Reign of Philip the Second, King of Spain, nos
cuenta que Carlos era una persona con graves problemas mentales, aunque las monarquías
suelen estar plagadas de ellas, pues suelen bordear el incesto.
¿Usó Felipe Segundo el veneno para librarse de su hijo, tras robarle la
novia? Ocurre que el príncipe de Asturias había quedado perdidamente enamorado
de Isabel de Valois, la hija mayor del rey Enrique Segundo de Francia. Sin
embargo, Felipe Segundo le arrebató la novia a su hijo –alegan que por razones
de estado, pues cada época se presta a diferente clase de mentiras–, y se casó
con ella en 1560. El historiador J. Lothrop Motley dijo que el monarca había
tenido previamente “el inconcebible designio de casarse con su propia hija”.
El rey ordenó encarcelar al hijo, quien murió en prisión seis meses después
de vivir en confinamiento solitario. Algunos sospechan que Carlos fue
envenenado. Otros están convencidos que fue envenenado.
Su desdichada suerte formó parte de la Leyenda Negra de España, que originó
una increíble cantidad de novelas góticas. Un famoso escritor, Friedrich
Schiller, escribió en 1787 la tragedia Don Karlos, Infant von Spanien, que
generó numerosas secuelas, entre ellas una de las óperas más famosas de
Giuseppe Verdi, Don Carlos.
Algunos dicen que La vida es sueño
(1635), de Pedro Calderón de la Barca se basa en la muerte de Don Carlos,
aunque el dramaturgo no la mencionó de manera explícita, por razones de salud.
Era como mentar la soga en casa de ahorcado.
No me voy a extender en las vicisitudes de Don Carlos, porque sería un
cuento (macabro) de nunca acabar. Los monarcas españoles mantenían una extraña
relación con el más allá.
En el filme Viridiana, dirigido
por Luis Buñuel, el noble interpretado por Fernando Rey, un viudo afligido,
droga a Viridiana, la viste con ropa de novia, y la viola. Algunos críticos
dicen que Buñuel se basó en un episodio de la vida del rey Felipe Quinto de
España.
Según el ensayista Joel Levy, el monarca, tras perder a su primera esposa,
María Luisa de Saboya, quedó muy atribulado. “Era un hombre profundamente
religioso, y no aceptaba tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Pero,
estaba tan urgido por la lujuria, que según señalan durmió con el cadáver de su
esposa”. (Lost Histories: Exploring the
World's Most Famous Mysteries).
También la práctica de profanar ataúdes se hallaba extendida entre la
realeza española. El fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, debe
haber creído que concretaba una inédita hazaña al ordenar abrir el sarcófago
del Libertador Simón Bolívar. En esa ocasión, pues cada época se presta a diferente
clase de mentiras, Chávez dijo que deseaba averiguar si el Libertador había
sido asesinado por la oligarquía colombiana.
Por cierto, todavía recuerdo las fotos en que Chávez y la nomenklatura
chavista de ese momento posaron en un anfiteatro disfrazados de médicos o de
enfermeros. Hasta lucían esas gorras de plástico que emplean los facultativos
en los quirófanos. En esa ocasión descubrí que el chavismo había llegado para
quedarse. El autócrata argentino Juan Domingo Perón decía que se retorna de
todas partes, menos del ridículo. El chavismo acabó con ese pronóstico. Una de
las razones de su persistencia –-además de controlar todos los poderes del
estado, y considerar las arcas del estado como parte de su caja chica– es
justamente que no teme al ridículo.
Antes que Chávez examinara los restos de Bolívar, antes que los militares
argentinos robaran el cadáver de Eva Perón, y mucho antes que Adolfo Hitler
decidiera retirar el sarcófago con los restos de Federico Segundo de Prusia, y
esconderlo en una mina de sal, pues temía que lo profanaran soldados aliados en
las postrimerías de la segunda guerra mundial, el féretro de Don Carlos,
príncipe de Asturias, se convirtió en objeto de vivo interés. Por lo menos fue
abierto en dos ocasiones, pues circulaba la versión de que no había sido
envenenado sino decapitado. En ese teatro de Gran Guignol que era la corte de
España, se murmuraba que el príncipe había sido depositado en su sarcófago con
la cabeza entre las piernas, prueba de que había sido degollado.
La primera ocasión en que se abrió el sarcófago fue en 1795, cuando la
tarea corrió a cargo de un monje del palacio El Escorial. En 1812, el coronel
Bory de Saint-Vincent, del ejército francés, repitió la tarea. (Napoleón retiró
sus tropas de España en 1813).
Tanto el monje, como el coronel francés, dejaron testimonios del
escrutinio. Ambos coincidieron en que Don Carlos mantenía su cabeza unida al
cuerpo. Pese a los años transcurridos desde su muerte, el cadáver se conservaba
en buenas condiciones. El coronel Bory dijo que el aspecto de Don Carlos era de
alguien que había fallecido por consunción. (Varios documentos oficiales
corroboran que el príncipe se había sometido a reiterados ayunos). Además, conservaba
parte de la cabellera, que se había tornado rojiza y frágil “debido a la acción
del tiempo y a la cal viva con que el sarcófago había sido colmado”.
Esta macabra excursión por el pasado español fue originada en una simple
placa que encontré en Madrid informando del asesinato de Juan Escobedo,
secretario de don Juan de Austria.
No hay nada más apasionante que seguirle la pista a la historia.
Lamentablemente, en América Latina, y me temo, también en España, la historia
que se prodiga a los alumnos en escuelas y colegios está atiborrada de fechas
–generalmente de juramentaciones y batallas– y huérfana de datos, o de seres de
carne y hueso. Eso aburre y disgusta. Lo digo en primera persona. Estudié en la
escuela primaria y en el colegio secundario en la Argentina, y también tres
años en la Facultad de Derecho, algo que nunca pude entender por qué lo hice,
pues el menor trámite me pone al borde de un ataque de nervios.
Recuerdo mi incomprensión cuando algunos próceres súbitamente, sin
explicación alguna, se convertían en villanos. Recuerdo insensatos, y
probablemente ficticios, actos de arrojo. Nunca faltaba algún osado que llegaba
hasta la orilla de un acantilado en brioso corcel, y se arrojaba al mar
envuelto en la bandera. También las pugnas entre facciones, por ejemplo, entre
unitarios y federales, eran incomprensibles.
Domingo Faustino Sarmiento, autor de esa bella novela histórica titulada Facundo, que quiso hacer pasar por
documento histórico, y subtitulada Civilización
o Barbarie, creó la plantilla de buena parte de los mitos argentinos. La
civilización estaba concentrada en Buenos Aires. El resto del país era el
territorio de la barbarie. Buenos Aires, con el puerto que dominaba su economía
agropecuaria, era una segunda París. La ciudad se convirtió en un monstruo que
absorbió buena parte de las rentas fiscales de la nación, y también en la
cabeza de Goliat descripta por el ensayista Ezequiel Martínez Estrada, debajo
de la cual existía un cuerpo raquítico.
Si la historia deja de pertenecer al santoral, si deja de ser aburrida,
puede rendir muchos beneficios a los habitantes de un país. El ayuntamiento de
Madrid, al menos en 1991, escamoteó un capítulo muy interesante de la historia
de España al brindar escasos datos sobre Juan Escobedo. La Venezuela
bolivariana controlada por los herederos de Hugo Chávez está dañando de muchas
maneras a las futuras generaciones. Y uno de los daños es alterar el pasado,
crear ficciones imposibles de acomodar con la realidad. El pasado no es un
invento. Es la manera en que cada generación lidia con los desafíos que
enfrenta su país o su sociedad. Si cada época se presta a diferente clase de
mentiras, la solución es enfrentarla con la verdad, aunque sea dolorosa. De lo
contrario, nunca se encuentran soluciones.
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