Mario Szichman
Ese día en los culpables aseguran
que será
reconocida su inocencia, y
que, por
misteriosas razones, nunca
coincide
con el de su interrogatorio.
Marcel Proust
En uno de sus libros de crónicas, Eduardo Galeano narraba la exasperación
que le causó una excelente y muy sórdida película de Andrzej Wajda: Kanal. Era la historia de varios
integrantes de la resistencia polaca que huían de los nazis atravesando las
cloacas de Varsovia. Los partisanos iban muriendo, uno tras otro. Hasta que el
final, quedaba uno solo vivo. Y cuando creía llegar a una esclusa para obtener la
libertad, descubría que la compuerta estaba clausurada con un grueso enrejado.
Galeano fue a ver el filme en un cine de barrio, y elogió a un espectador,
que furioso por ese final, lanzaba contra el frustrado héroe de la resistencia
gritos de: “¡Belilún, gil a cuadros, la p… que te parió!”
Ignoro qué es belilún. Supongo que se trata de una persona tonta. Gil a
cuadros necesitaría un largo ensayo. Gil, en el lunfardo argentino, es alguien
que no aprendió nada de la vida. Pero gil a cuadros es muchísimo peor. En la
década del sesenta, cuando apareció el libro de Galeano, surgió la moda de la
chaqueta o paltó a cuadros, seguramente proveniente de América del Norte. En
América del sur, muchos jóvenes consideraban esa prenda una directa afrenta al
buen gusto. En cuanto al insulto final, no necesita aclaraciones.
Ignoro si existe alguna persona que desdeñe los finales felices. Somos
seres humanos, y nos han enseñado que la justicia debe triunfar, en tanto la infamia
requiere ser castigada.
El 10 de septiembre de 2015, Leopoldo López, el líder más famoso de la
oposición venezolana, fue condenado a 13 años y nueve meses de prisión luego
que un tribunal lo declaró culpable de incitar a la violencia en las protestas
del año pasado en Venezuela. El proceso, de más de un año de duración, estuvo a
cargo de una kangaroo court. Según el
diccionario Webster, ese tipo de tribunal “blatantly
disregards recognized standards of law or justice, ignora de manera
descarada normas reconocidas de la ley o la justicia”. Además, una kangaroo court, “ofrece con frecuencia la apariencia de un juicio
imparcial y justo, aunque el veredicto ya fue decidido antes de comenzar el
proceso”.
No voy a explayarme sobre las virtudes o defectos de la justicia
venezolana. Ni siquiera el más fervoroso de los chavistas cree que exista
justicia en un país donde todos los poderes están secuestrados por un estado
omnipresente. (Algunos podrían pensar que ese tipo de justicia es adecuada,
pues el enemigo no merece ni clemencia).
Basta recordar un solo caso: el de la jueza María Lourdes Afiuni. El 30 de
junio de 2015, según informó el periódico El
Universal de Caracas, Afiuni denunció ante el magistrado Manuel Bognanno la
tortura, maltrato y violación que sufrió durante el año 2010 mientras estuvo
privada de libertad en el Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF).
Según una de sus representantes, la abogada Thelma Fernández, Afiuni explicó
al Tribunal “cómo le destruyeron la vagina, el ano y la vejiga cuando custodias
del INOF y funcionarios del Ministerio de Justicia la violaron”.
Afiuni recuperó su libertad –no plena– el 14 de junio de 2013, luego de
tres años y medio en prisión o bajo arresto domiciliario. Fue detenida el 10 de
diciembre de 2009 tras otorgar la libertad condicional al empresario Eligio
Cedeño, acusado de presunta corrupción en el manejo de dólares regulados. La
jueza alegó que Cedeño había estado bajo custodia por un período más prolongado
que el permitido por la justicia venezolana, y que su dictamen acataba la
recomendación de la comisión de derechos humanos de las Naciones Unidas.
El 11 y 21 de diciembre de 2009, el entonces presidente de Venezuela Hugo
Chávez Frías aludió a la jueza en dos cadenas de radio y televisión. En la
primera la calificó de “bandida” y reclamó para ella 30 años de cárcel. En la
segunda se congratuló de su arresto con las palabras: “Estás bien presa,
comadre”. No vamos a entrar en sórdidos detalles sobre la vendetta personal de
Chávez contra Cedeño, que se extendió a la jueza Afiuni. Pero vale la pena preguntarse:
¿Desde cuándo un presidente se atribuye funciones judiciales? Bueno, en la
Venezuela chavista eso es posible porque no existe división de poderes.
Afiuni denunció que “recibió una patada con la bota de una Guardia Nacional
que le causó una distorsión en una cuarta parte del seno”. Además, dijo que al
lado de la celda donde fue alojada “trasladaron reclusas que ella condenó y fue
víctimas de varias golpizas, y nadie hizo nada para evitarlo”. En varias oportunidades
“le rociaban gasolina a su celda", dijo su representante legal.
Presumo que varios funcionarios oficialistas consideran merecido el
maltrato a la jueza. Es lo que suele ocurrir cuando la justicia es dictada por
una kangaroo court. En los tribunales
de justicia que acatan normas legales, la jueza hubiera sido liberada de
inmediato, se la hubiera indemnizado por los agravios recibidos, y todos sus
agresores habrían ido a parar a la cárcel, con largas condenas.
En ese contexto de maltratos al enemigo e impunidad para los patriotas
cooperantes, es arduo creer que Leopoldo López haya tenido un juicio imparcial.
Y habrá seguramente otros juicios de la misma índole. La excusa es siempre la
misma: Venezuela es un país soberano; nadie está autorizado a meter las narices
en sus asuntos internos.
Hace algunos días, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela,
Diosdado Cabello, dijo que la orden de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos en la cual se exigió la renovación inmediata a la concesión
del canal televisivo Radio Caracas Televisión era “total y absolutamente inadmisible”. Se
trataba de una inaceptable injerencia de organismos internacionales. Según explicó
Cabello, “nosotros decidimos ser libres y no nos calamos chantajes de nadie…no
tiene valor, ni jurídico ni moral”. Cabello es líder del poder legislativo, no
del poder judicial. Vaya uno a explicarle la diferencia entre crear leyes y
hacerlas cumplir.
Esta es una pésima época para Venezuela, pues la justicia ha sido
enviada a cuarteles de invierno. Tampoco la época alienta la humildad de los
poderosos. En realidad, ninguna época es buena para reclamar humildad a los
poderosos. La humildad recién arriba a buen puerto cuando los poderosos se convierten
en víctimas.
Cada vez que tropiezo con la descarada injusticia, recuerdo mi origen
judío, y lo que hicieron los alemanes disfrazados de nazis con los judíos. No
hubo excesiva justicia tras concluir la segunda guerra mundial.
La máquina de moler carne creada por los nazis había requerido
millones de operarios. Pero escasos de los autores intelectuales y verdugos del
Tercer Reich fueron ejecutados durante los Juicios de Nuremberg (13 en total,
entre 1945 y 1949).
Adolf Hitler (1889-1945), el arquitecto principal de “la solución
final del problema judío” no fue llevado a juicio porque se suicidó antes de
concluir la guerra. Al parecer, la causa principal del suicidio fue su temor de
que los soviéticos cumplieran con la promesa de capturarlo a fin de exhibirlo
desnudo en una jaula del circo de Moscú.
El juicio principal se realizó en Nuremberg entre el 20 de noviembre
de 1945 y el 1º de octubre de 1946. Veinticuatro individuos fueron acusados,
además de seis organizaciones nazis, consideradas “criminales”, entre ellas la
Gestapo, la policía secreta del régimen.
El tribunal internacional determinó que todos los acusados, excepto
tres, eran culpables. Doce fueron sentenciados a muerte, uno en ausencia, y el
resto recibió condenas de cárcel de entre 10 años y cadena perpetua. Diez de
los condenados fueron ahorcados el 16 de octubre de 1946.
Abundan los buenos libros sobre las reacciones de los arrogantes
líderes del Tercer Reich una vez les llegó la hora, y dieron con sus huesos en
la cárcel. Ninguno de ellos repitió sus jactancias prodigadas durante sus años
de triunfos, o usó frases como “total y absolutamente inadmisible” ante los
magistrados que los interrogaron en Nuremberg. Tampoco creían que sus procesos
eran “una inaceptable injerencia de organismos internacionales”, o arguyeron
que habían decidido ser libres y no se calaban chantajes de nadie. Si alguno de
los acusados pensó que el tribunal de Nuremberg carecía de valor, jurídico o
moral, se cuidó muy bien de expresar esa opinión en voz alta.
Cuando comenzó el juicio de Nuremberg, los judíos carecían aún de un
estado capaz de organizar represalias contra sus verdugos. El surgimiento de
Eretz Israel data del 14 de mayo de 1948. Pero, al menos los dirigentes
israelíes lograron la captura del principal ejecutor de la solución final del
problema judío: Adolf Eichmann.
También Eichmann fue muy arrogante en sus días de gloria. Y muy
circunspecto a la hora de poner los pies en polvorosa. Logró eludir la acción
de la justicia internacional durante 15 años, buena parte de los cuales los
pasó en la Argentina, uno de los mejores paraísos que encontraron muchos
criminales de guerra, gracias a la generosa política de protección ofrecida por
el primer gobierno de Juan Domingo Perón.
No voy a dar muchos detalles de su estadía en la nación sudamericana,
aunque puedo asegurar que pasó las de Caín, intentando mantener a su familia
con un magro sueldo, primero en la provincia de Tucumán, luego en las afueras
de Buenos Aires. No es absurdo señalar que Eichmann tuvo un anticipo del
calvario durante su permanencia en la Argentina, hasta que comandos israelíes
lo secuestraron en mayo de 1960. Eichmann fue procesado por un tribunal
israelí, y ejecutado en la cárcel de Ramia en la medianoche del 31 de mayo de
1962.
Nunca fue la encarnación de “la banalidad del mal”, como sugirió
Hannah Arendt. Era un hombre muy astuto, implacable, inteligente, y con buenos
conocimientos de filosofía. Pero eso sí, en su juicio siempre adoptó la pose de
la víctima. Era humilde, respetuoso, y jamás se ofendía ante las preguntas del
fiscal.
Hay algo que me sigue impresionando de Eichmann, una escena que
ocurrió luego de su captura por los comandos israelíes. Fue llevado a una casa
de seguridad, y sus captores examinaron con prolijidad su peso y sus medidas,
como si se hubiera tratado de mercancía en tránsito. En determinado momento,
Eichmann pidió ir al baño. Dos agentes lo condujeron al retrete y esperaron
afuera. Luego de algunos minutos, Eichmann preguntó: Darf ich anfangen? [1]
Uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich, había llegado al nadir
de su carrera, el momento en que debía pedir permiso para satisfacer la más
humilde de las necesidades humanas.
“En estas grandes épocas”, decía Karl Kraus, “que yo conocí cuando
eran así de pequeñas; que volverán a ser pequeñas siempre que exista tiempo
para ello… En estas épocas en que ocurren cosas que no pueden ser imaginadas, y
en que aquello imposible de ser imaginado volverá a ocurrir”, es bueno tomar
cierta distancia, y pronosticar lo que finalmente ocurrirá, aunque su
concreción lleve algún tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario