Mario Szichman
No me ocurre con muchos libros que recuerde las ocasiones en que los leí,
pero sí con The Catcher on the Rye,
de J.D. Salinger, una extraordinaria novela cómica, aunque con ciertos bemoles.
La primera vez fue en Buenos Aires, posiblemente en 1966. La descubrí de
casualidad, en la biblioteca del periódico La
Razón. Era una edición de Fabril editora, y me sorprendió su desparpajo en
materia sexual, pero especialmente la manera en que Salinger desmonta los
mecanismos que utiliza el farsante para avanzar por la vida. En esa ocasión, la
novela de Salinger se titulaba El cazador
oculto. Para mí, ese título en español sigue siendo un acierto, aunque la
traducción literal sería El que atrapa en el centeno. Por
supuesto, la editorial española usó el título literal, que nada dice. Pero eso es inevitable cuando la
imaginación escasea. Otra editorial española publicó The Sound and
The Fury de William Faulkner, con el título El ruido y la furia, no desacertado, pero sí deplorable. Prefiero
el rótulo El sonido y la furia, aunque
sea inexacto.
The Catcher in the Rye posee
sentido en la versión inglesa, porque una de las ambiciones del protagonista es
salvar niños que juegan en un campo de centeno. Holden Caulfield le recuerda a
su hermana menor Phoebe el fragmento de una estrofa de Robert Burns: If a body catch a body comin' through the
rye… (si un cuerpo atrapa un cuerpo que atraviesa el centeno…), y expresa
su deseo de transformarse en ese cuerpo. Varios niños están jugando en un campo
de centeno. “Y no hay ninguna persona grande, excepto yo”, dice Holden. “Yo
estoy de pie al borde de un promontorio. Todo lo que debo hacer es atrapar a
cualquier niño que intente pasar por encima del promontorio. Y eso es lo que
deseo hacer, convertirme en el cuerpo que atrapa en el centeno”.
Pero si The Catcher in the Rye
tiene sentido en inglés, especialmente por la resonancia del poema de Robert
Burns, el título en español de El cazador
oculto no va a la zaga. Holden, de 16 años de edad, atraviesa las calles de
Nueva York durante un largo fin de semana invernal, tras haber sido expulsado
del colegio. Usa ropas livianas pese a que las temperaturas están bajo cero, y
solo se siente resguardado porque su gorra de cazador cuenta con orejeras para
protegerlo del frío. Realmente, Holden es un cazador oculto, atrapando sonidos,
frases, despliegue de cuerpos. El protagonista, como Salinger, es un gran
admirador de Ring Lardner, uno de esos genios que surgen aproximadamente una
vez cada siglo. Decían de Lardner que describía personas “cuando creían que
nadie las estaba observando”. Y lo mismo se aplica a Salinger, cuyas
descripciones de un fragmento de la sociedad norteamericana son demoledoras, ya
se trate de encuentros con profesores, amigos del colegio, prostitutas y sus
rufianes, o taxistas.
Tal vez por eso, The Catcher on the
Rye es una de las novelas más prohibidas por muchos grupos que ejercen la
censura en Estados Unidos. The American
Library Association dice que ha sido “un favorito de los censores desde su
circulación” en 1951. En 1978, las autoridades de colegios secundarios de
Issaquah, en el estado de Washington, prohibieron su difusión pues formaba
parte de “un complot comunista”. En otra
oportunidad, un grupo encargado de defender la moral y las buenas costumbres
acusó a Salinger de ser “anti–blanco”. (También podrían haberlo acusado de ser
“anti–negro”, pues no figura un solo afroamericano en la novela).
Afortunadamente, Salinger encontró una compensación en la venta del libro.
Desde su publicación, The Catcher in the
Rye ha vendido alrededor de 65 millones de copias, y otros 250.000
ejemplares se imprimen anualmente.
¿Por qué Holden Caulfield causa tanta irritación en las buenas almas que
desean extirparlo de los estantes de las bibliotecas? Puede ser el lenguaje
subido de tono. O su burla de todo lo que huele a sacrosanto en su extenso
país. O sus comentarios sobre el machismo. Por ejemplo, uno de sus compañeros de college tiene como preocupación exclusiva desenmascarar a esos
grandes héroes del cine de vaqueros, o de guerra, demostrando que los
intérpretes, pese a su enorme hombría, son, en realidad, fruitcakes.
Pero es evidente que existe algo más perturbador e inquietante, en su
irónica visión de las relaciones sexuales. Holden Caulfield es un adolescente
muy inmaduro, que se niega a aceptar el amor físico entre un hombre y una
mujer. Inclusive la relación con su hermana menor, una niña, tiene algo que
resulta incómodo.
EL HOMBRE, MÁS
ALLÁ DEL ESCRITOR
La segunda lectura de la novela de Salinger fue en inglés, y propulsada por
Mark David Chapman. El 8 de diciembre de 1980, Chapman asesinó a John Lennon a
las puertas del edificio The Dakota,
en Nueva York, donde el Beatle residía desde hacía varios años. (En The Dakota se filmó también la película El bebé de Rosemary, dirigida por Roman
Polanski).
Tras asesinar a Lennon de cuatro balazos en la espalda, Chapman permaneció
en la escena del crimen leyendo The Catcher
in the Rye hasta que llegó la policía y lo arrestó. Cuando le preguntaron
si deseaba formular alguna declaración, Chapman indicó que la novela era su
confesión. Estaba tan identificado con el protagonista de la novela, que
intentó cambiar su nombre por el de Holden Caulfield.
Por su parte Robert John Bardo, otro homicida, llevaba una copia del libro
la noche en que asesinó a la actriz Rebecca Schaeffer. ¿Con qué parte de Holden
se identificaron esos asesinos?
Una de las interpretaciones más curiosas, y más interesantes sobre The Catcher in the Rye, proviene de
David Shields y de Shane Salerno. En su biografía del novelista, señalan que el
libro es “en realidad una encubierta novela de guerra”. Durante la segunda
guerra mundial Salinger pasó varios años en los frentes de combate, y contempló
horrores que muy pocos narradores –con la excepción de Kurt Vonnegut– pudieron
presenciar. Cuando retornó a Estados Unidos, y luego de varios tratamientos
psiquiátricos, decidió, dijeron sus biógrafos, “absorber el trauma de la guerra
e insertarlo en algo que para un incauto comentarista parecía ser la novela de
un adolescente con problemas”.
Un detalle curioso: En la campaña que lo llevó desde las costas de
Normandía hasta el corazón de Alemania, se hizo amigo de un corresponsal de
guerra llamado Ernest Hemingway, con el cual intercambiaron cartas.
Es posible que Hemingway, quien escribió novelas de la Gran Guerra como Adiós a las armas, y ¿Por quién doblan las campanas? Pero
nada sobre la segunda guerra mundial, pese a su participación –mínima– en la
liberación de París, le haya sugerido a Salinger transmutar sus experiencias de
combate en algo más personal, capaz de tener mayor trascendencia. Después de
todo, era previsible un aluvión de novelas de guerra tras el cese de
hostilidades. ¿Para qué lidiar con tanta competencia?
Salinger escribió muy poco: su famosa novela, y algunos espléndidos
cuentos, recopilados en cuatro magros volúmenes. Luego, abandonó la escritura por completo.
Estuvo más de medio siglo sin publicar, aunque aseguran que dejó muchos
manuscritos en su hogar de New Hampshire, donde pasó la mayor parte de su vida.
En una de sus infrecuentes cartas a un editor, le dijo que era maravilloso
haber dejado de escribir, pues no había nada tan traumático como corregir un
texto y negociar su publicación.
Fue internado en algunas ocasiones en institutos psiquátricos, por
afecciones mentales que contrajo durante sus años como soldado. Sus relaciones
amorosas fueron infrecuentes. Las mujeres que lo amaron escribieron libros
devastadores sobre sus experiencias.
Podría haber enmendado la plana cuando se enamoró de Oona O'Neill, la hija
del dramaturgo Eugene O'Neill. Pero otro famoso, Charles Chaplin, lo despojó
del trofeo. El matrimonio pareció ser muy exitoso. Y no es aventurado suponer
que Salinger hubiera causado la desdicha de Oona. Ya en The Catcher in the Rye, a través de su alter ego, el novelista
decía: “Eso es lo que pasa con las mujeres. Cada vez que ellas hacen algo
agradable, inclusive si no es algo espectacular, y en ocasiones, hasta resulta
estúpido, uno se enamora de ellas. Y es difícil pronosticar el infierno en que
uno termina recluido”.
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