Mario Szichman
Jorge Luis Borges decía
que los periódicos surgen de la errónea noción que cada veinticuatro horas
ocurren eventos importantes.
Borges no tuvo la dicha,
o la desdicha, de conocer el internet. Veinticuatro horas es un plazo muy largo
para un lector moderno. Basta observar las ediciones digitales de cualquier
diario. El mundo parece tener un formato al comienzo del día, y otro muy distinto
hacia el final.
Trabajé más de 30 años en
agencias noticiosas. Había tres ciclos, y la noticia del primer ciclo era
irreconocible al concluir el tercero. Estoy suscripto al periódico The New York
Times, y la noticia impresa pertenece a un remoto ayer. Es más precisa, más
extensa, repleta de fotos y gráficos, pero no parece habitar el mismo planeta
en que vivimos. Cuando reviso la edición digital del diario, siempre hay
flamantes noticias en desarrollo.
Hace algunos días escribí
para el periódico Tal Cual un artículo sobre el ISIS (siglas en inglés del
Estado Islámico de Irak y Siria), una milicia sunita que se ha convertido en el
mayor dolor de cabeza para esa entidad genérica llamada Occidente y para el
estilo de vida de sus habitantes. En la nota decía que el grupo al-Qaida
fundado por Osama bin Laden me recordaba una computadora de Radio Shack, con
una pantalla de seis líneas de texto, y escasa capacidad de memoria. El ISIS,
en cambio, actúa como una súper computadora, y de un día para otro ha surgido
como una amenaza para el también genérico mundo libre. Hasta posee drones.
Peter Bergen, analista de seguridad nacional de CNN, dijo que luego del ataque
del ISIS contra una base militar siria el pasado siete de agosto, la
organización colgó un video en YouTube ofreciendo vistas aéreas de la
instalación militar con el cintillo “Desde un drone del ejército del Estado
Islámico”. La importancia de la noticia es innegable. Ahora el ISIS puede
espiar al enemigo a vuelo de pájaro, vigilar su desplazamiento, anticiparse a
sus acciones. La zona de Siria y de Irak donde combate es en su mayor parte
desértica. Contar con el atalaya de un drone tiene muchas ventajas.
Un comentario al margen:
el ISIS pareció surgir de la nada, en junio de este año, cuando 800 de sus
milicianos capturaron Mosul, la segunda ciudad más importante de Irak después
de Bagdad, poniendo en fuga a dos brigadas del ejército, alrededor de 30.000
soldados. The Washington Post dijo que la proporción de efectivos del ejército
de Irak frente a los insurgentes sunitas era de cuarenta a uno. Fue una derrota
absolutamente vergonzosa. Como Superman, pero al revés, los soldados se
quitaron los uniformes, confiscaron o pidieron prestadas ropas de civil, y
reencarnados en Clark Kent volvieron a sus bases o a sus viviendas. Esa
irrupción del ISIS ha sido como una especie de Pearl Harbor para el gobierno de
Bagdad, y un fenomenal dolor de cabeza para el gobierno de Washington y sus
agencias de inteligencia, cuyos presupuestos parecen aumentar en proporción directa
a sus descalabros.
Además de los drones,
granadas lanzacohetes y armas muy sofisticadas, generalmente capturadas al
enemigo, el ISIS usa métodos anticuados para librarse de sus enemigos, como la
decapitación. Y los publicita a través de esa técnica tan moderna, tan
multiplicadora del voyeurismo que es el internet.
LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO
No todos los siglos
comienzan puntuales. El siglo diecinueve comenzó en 1815, cuando Napoleón fue
derrotado en la batalla de Waterloo, iniciando así algunas décadas de paz
imperial. El siglo veinte empezó en el 1914, con el estallido de la Gran
Guerra. Y es obvio que el siglo veintiuno no empezó el primero de enero del
2000 sino un año y medio más tarde. Osama bin Laden fue el encargado de
iniciarlo.
El miércoles se van a
cumplir trece años de los ataques de al-Qaida a las torres gemelas en Nueva
York, y a un ala del Pentágono, en los suburbios de Washington D.C. En esos
trece años el mundo se ha hecho más asimétrico que nunca. Los 19 atacantes que
participaron en los atentados tuvieron que piratear las aeronaves comerciales.
Eran una versión más moderna de los kamikazes japoneses que estrellaban sus
aparatos contra la cubierta de portaaviones durante la segunda guerra mundial,
aunque algo obsoletos en relación al ISIS, pues tienen un problema: carecen de
un segundo acto, y si bien el ISIS entrena comandos suicidas, no constituyen la
parte más importante del arsenal.
Cada oficio nos obliga a
tener una mirada especializada. ¿Cómo narrar lo que está ocurriendo? En otro
post aludía a los objetos, al modo en que apuntalan un texto. Aunque en
ocasiones, apenas sirven para derribarlo. Cuando estaba escribiendo La región
vacía, una novela sobre los ataques del 11 de septiembre, tuve escasos
obstáculos para describir a los personajes o sus conflictos. El ser humano se
puede vestir con numerosos ropajes y usar toda clase de prótesis, pero sigue
siendo un ser humano. En cambio los objetos suelen tender al narrador toda
clase de zancadillas.
En esos trece años
transcurridos desde 9/11, el mundo sigue atormentado por las guerras y toda
clase de calamidades, pero es bastante efímero. Todo pasa de moda con gran
premura. Debo ser el último habitante de Nueva York que todavía tiene un
celular Blackberry. El otro día se agotó la batería y pasé una semana hasta
obtener un repuesto. El empleado que me atendió en un comercio de artículos
electrónicos me observó con amable compasión. Esa batería era un animal
antediluviano, dijo.
En una parte de La región
vacía necesitaba que un fotógrafo usara una máquina digital para ver enseguida
las imágenes de las torres cayendo, el ángulo, la luz. Tras una exploración en
la biblioteca y consultas con mis ex compañeros de AP, descubrí que en el 2001
muy pocos fotógrafos poseían una máquina digital. El precio promedio era de
ocho mil dólares. (Ahora se consiguen por menos de cien). Solo los periódicos y
las agencias estaban en condiciones de proveer a sus empleados con máquinas
digitales. El problema era que el fotógrafo de mi novela era un freelance. No
cobraba un buen sueldo, por lo tanto, su máquina fotográfica debía ser de las
antiguas y usar rollo de celuloide. Ese estorbo me obligó a cambiar algunas
partes del texto.
Ahí descubrí una vez más
el obstáculo de los objetos, cómo surgen en ocasiones para arruinar una
narración con sus inflexibles reclamos. (En mi nueva novela hago mención a una
clase de vino. La novela finaliza en 1960. El vino que menciono apareció en el
mercado recién en 1972. La indicación me la formuló mi editora, la profesora Carmen
Virginia Carrillo, que es un lince para cazar toda clase de gazapos. Bueno,
afortunadamente, se trata solo de una clase de vino).
Si observamos el comienzo
de siglos anteriores, veremos gigantescos ejércitos tratando de destruirse
entre sí. Waterloo en 1815, Verdun en 1916. Waterloo sobrevive en cuadros.
Verdun, en fotografías que resultan casi inexplicables por las matanzas. En los
combates murieron 540.000 franceses y 430.000 alemanes. El terreno está
literalmente sembrado de cadáveres, y por lo tanto, muestra la calma de todo
aquello que resulta inhumano. En esta ocasión podemos observar prolíficas
instantáneas de guerras asimétricas, expresiones individuales de horror en
videos, y objetos muy ubicuos capaces de informar de un episodio en el mismo momento
en que ocurre.
En la edición del New
York Times del sábado 6 de septiembre de 2014 se informa que Estados Unidos
está formando una coalición de nueve miembros para combatir a la milicia
sunita. La noticia ya es vieja, durante la semana será reemplazada por
cualquier otra que tendrá solo la primicia de lo novedoso. Ahora que la
distancia ha dejado de ser un obstáculo, y que todo lo podemos observar en vivo
y en directo, la traba (al menos para el narrador) es conseguir que lo efímero
adquiera cierta permanencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario