Mario Szichman
El apellido Cain ha
engalanado a por lo menos dos extraordinarios escritores norteamericanos, ambos
novelistas policiales. Uno, James M. Cain, escribió dos novelas que nunca han
pasado de moda: El cartero llama dos
veces (1934) y Double Indemnity
(1936). La suerte de James (Mallahan) Cain fue que las películas basadas en
esos relatos son casi tan buenas como los libros, grandes clásicos, bendecidos
con la presencia de la crema de Hollywood. Vaya uno a encontrar mujeres fatales
capaces de competir con Lana Turner (en El
cartero) o con Barbara Stanwyck (en Double
Indemnity) o con galanes como John Garfield, uno de los monstruos sagrados
del cine, quien murió a los 39 años de edad cuando se estaba llevando el mundo
por delante, o Fred McMurray, quien luego pasó al territorio de las comedias de
televisión. Es increíble ver al asesino de Double
Indemnity precediendo al afable protagonista de Father Knows Best en una famosa serie de televisión. Solo hay una
similar discrepancia que recuerdo ahora: a Ben Kingsley interpretando a Gandhi,
y después, a un asesino en Sexy Beast.
De poder elegir, hubiera dado el Oscar a Kingsley por Sexy Beast. Debe ser el más formidable psicópata en la historia del
cine, mucho más genuino que el gran Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes. Y por supuesto, no hay que olvidar a
Edward G. Robinson en Double Indemnity,
interpretando al jefe de McMurray. Pero ¿es que Robinson actuó mal en alguna
ocasión?
El otro Cain se llamó Paul, y
escribió decenas de cuentos y una novela para Black Mask, la más famosa revista de misterio y suspenso que
apareció en Estados Unidos. Fue fundada en 1920 por H.L. Mencken, uno de los
mejores críticos literarios que ha dado el país. La idea de Mencken era
financiar su revista The Smart Set,
con alguna publicación que contara con más audiencia y pudiera pagar los costos
de edición. Fue así que surgió Black
Mask.
La revista piloto de
Mencken nunca remontó vuelo. En cambio Black
Mask, el pulp magazine por
excelencia, fue una fábrica de producir dinero y grandes escritores a partir
del momento en que el capitán Joseph T. Shaw asumió el cargo de editor en 1926.
Para mencionar a algunos
de ellos primero hay que ponerse el frac. En la revista fueron publicados los
primeros cuentos y capítulos de novela de Dashiell Hammett (El halcón maltés, Cosecha roja, La llave de
cristal) Raymond Chandler (El largo
adiós, El sueño eterno), Erle
Stanley Gardner, creador del abogado Perry Mason, Cornell Woolrich (La dama fantasma, Si muriera antes de
despertar, La viuda negra), Frank Gruber, Max Brand y Paul Cain.
La mayoría de esos
autores son conocidos por el lector. Tal vez no Paul Cain, pues durante décadas
fue ignorado, como Jim Thompson (esta vez me pongo de pie para mencionarlo).
Afortunadamente, en las dos últimas décadas Paul Cain ha sido reeditado con
gran asiduidad. Todavía falta un reconocimiento a Shaw, porque sin él,
difícilmente existiría el género hard
boiled (duro). Detectives como Sam Spade, o como Philip Marlowe surgieron
porque Black Mask era un gigantesco laboratorio
de producción de personajes, diálogos y escritores.
William Brandon, que se
inició en la literatura escribiendo en Black
Mask, dijo que para Shaw la objetividad era un estilo. Consistía en una
“página limpia, una frase limpia, una frase ordenada”. Por ejemplo, solía usar
este ejemplo de Chandler: “Observé el fuego, y fumé un cigarrillo. Luego, me
fui a dormir”.
Sin embargo, para Paul
Cain, inclusive esa frase era excesiva. Sus narraciones se definen por su
escaso vocabulario, su sintaxis despojada de subjetividad, y una constante
acción. Con esos parcos elementos logró construir un mundo poblado por
gángsters, jugadores y drogadictos. Irvin Faust dijo que en los relatos de
Cain, “el ritmo de la acción se apropia del texto, se convierte en uno de los
personajes más importante, quizás en el protagonista, y controla el libro”.
Algunos narradores
aceptaron con más afabilidad que otros las pautas trazadas por Shaw.
Posiblemente Paul Cain fue el epítome. Para Shaw, Cain fue mejor escritor que
Hammett. “A la hora de describir la sombría dureza”, dijo, “Dashiell se detuvo
en el umbral. Cain recorrió todo el camino”.
El novelista Ed Gorman
señaló que “En Hammett observamos una gran pena, y en Chandler una enorme
melancolía. No hay una sola traza de esos elementos en Cain”.
El crítico Boris Dralyuk
sugiere algo que ocurrirá luego con Jim Thompson. Tanto Hammett como Chandler
eran novelistas que escribían policiales, pero seguían pensándose como
novelistas tradicionales. Cain, dice, “estaba libre de esa carga. Su obra
expresa al género en sí, con toda su lógica, inexorable, y totalmente carente
de sentido. Él fue el real oráculo en Black
Mask, absorbió la humareda de los cigarros del capitán Shaw, y proporcionó
una visión sin mediaciones del género duro”.
Es muy difícil que la
narrativa de los grandes escritores del policial norteamericano haya existido
sin Shaw. El decidió qué servía y qué no servía en Black Mask. Este era por ejemplo su consejo a la hora de escribir
diálogos:
“El autor debe mantenerse alejado del
diálogo, y permitir que los personajes narren la historia. Nada debilita o
arruina tanto un buen diálogo como tener al autor sirviendo de intérprete entre
líneas”.
Decía también que el
diálogo no había sido inventado “para rellenar un espacio, o para fraccionar
las descripciones. Nunca hay que usarlo cuando carece de propósito. Debe hacer
un aporte definitivo” a la narración. Y los personajes “tienen que hablar por
su cuenta, no en el lenguaje y el estilo del autor. Si un diálogo es real, el
lector lo recibe con placer. Si es incongruente, es como una bofetada en el
rostro”.
Los colaboradores de Black Mask, lejos de desdeñar sus
consejos, los aceptaban gustosos, y con gran admiración.
Chandler dijo en una
carta: “Escribimos para él una mejor prosa que para cualquier otro”.
Es posible que el mejor
homenaje a Shaw se lo rindió Hammett. En cierta ocasión le escribió una carta
que incluyó esta frase: “Puedo fabricar con los mismos ladrillos una pared
mucho mejor que la que construía un año atrás”. Shaw comentó luego: “Para el
escritor, lo más importante es construir una pared. No importa lo que encierra
adentro o afuera. Eso deben decidirlo los críticos. La única tarea del escritor
es construir la mejor pared que pueda erigir”.
Extraordinarios consejos, en verdad. Lástima que es tan difícil aplicarlos!
ResponderEliminarAparte: qué mayor contraste entre Robinson, el "bueno" en Double Indemnity, y Robinson el bad boy en Key Largo. Estupendo en ambas.
Daniel, por lo menos los de Shaw son consejos que ayudan a librar la prosa de hojarasca. Y en definitiva, el estilo es el hombre. Dentro de la ficción hard boiled algunos hicieron maravillas, como Chandler, Hammett, Cain (los dos) y Cornell Woolrich. Lo que me parece importante es tener siempre una hoja de ruta, una pauta a seguir. Shaw te ofrecía atajos. En ocasiones, perdemos años enteros en puntos muertos.
ResponderEliminarEn cuanto a Robinson, ahora que lo pienso, tal vez le resultó mucho más difícil ser el bueno en Double Indemnity, que el malo en esa extraordinaria película llamada Key Largo. Los "buenos" suelen ser un formidable plomazo. Robinson lo compensó tratando a sus clientes como si hubieran sido peor que criminales.
Como un aparte, no creo que haya muchas escenas parecidas en el cine a la de Claire Trevor cantando desafinada para que Robinson le brinde un trago (Eso es a mediados de Key Largo). La he visto varias veces, y siempre me emociona. Bueno, creo que voy a tener que volver a ver varias de las películas de Robinson. Es difícil encontrar un gangster como el de LIttle Cesar. (Excepto por los que interpretó James Cagney y por un actor que merece más fama de la que obtuvo: Lawrence Tierney. No hay nada como el film noir Born to Kill que Tierney interpretó, teniendo a la gran Claire Trevor como partner in crime. ¡Qué pareja!)
¡Gracias por tu comentario, Daniel!