El trabajo del doctor Luis
Javier Hernández, que comparto a continuación, integra un conjunto de textos que fueron publicados en el año
2014, por Aleph Publishing House de New Jersey. La edición, presentación y
compilación estuvo a cargo de la profesora Carmen Virginia Carrillo. Mi
agradecimiento al doctor Hernández. M. S.
Luis Javier Hernández.
La deriva entre cotidianidad y referente histórico en la novela Los años de la guerra a muerte
La novela Los años de la guerra a muerte (2007) de Mario Szichman, parte de
la cotidianidad de los personajes, y más aún, de la cotidianidad de un
personaje enfermo y hambriento; José Félix Ribas. A partir de los personajes
históricos y sus desavenencias personales y políticas se va transfiriendo una
circunstancialidad histórica al plano estético a través de una historia narrada
que conjunta referencialidad real y ficción literaria como marco de la creación
devenida de la reflexión de los personajes; “El general Ribas piensa que nunca
un pasado había sido tan creador” (Szichman, 2007: 28). El pasado personal se
convierte en la forma de abordaje narrativo de la historia textual, donde los
hechos históricos son demarcados a partir de la mirada subjetivada de sus
actores, cambiando el rumbo de la perspectiva enunciante que tradicionalmente
se mueve del hecho histórico hacia los personajes, al convertirse en memoria
ductora de los hechos narrados.
Pero en este caso, la
perspectiva desde el personaje imprime una dinámica que abre las posibilidades
de la imprevisibilidad, y el azar, se concibe como isotopía desencadenante de
una historia más allá de la referencialidad histórica; “El único gesto de
nerviosismo que lo delataba al jugar a las cartas era frotar el anillo de
compromiso engastado en el dedo anular de su mano izquierda” (p. 38). Simbólicamente, anillo (circularidad) naipe (azar) mano (siniestra),
establecen un sistema de representación entre lo sagrado y lo profano, la
exterioridad avasallante y el compromiso que lo espera más allá de las
fronteras de la guerra. En armoniosa simbiosis conviven los diferentes símbolos
que se han ido agregando al personaje que diversifica su significación dentro
de la novela.
Y ese azar se homologa a la
historia textual e infiere saltos e imprevisibilidades en las vidas de los
personajes, rompiendo de esta manera el hermetismo literario que direcciona
hacia la heroicidad, y lo lúdico asoma un extremo contrario a lo
exasperantemente ético que roba la acción humana y sensible de los
protagonistas del proceso independentista; “De esa manera, piensa el general
Ribas, la historia se hace y vuelve a hacer en cada reparto de cartas. Ninguna
partida depende de la precedente. No hay situación segura” (p. 38). El reparto de cartas lo podemos relacionar con la manera de contar y
recontar la historia diversificada en cada personaje y su rol de enunciante,
cada contar es una forma de imaginar lo contado, de crear una memoria literaria
que explora el referente histórico desde otras perspectivas; “El general Ribas
deposita el mazo de naipes a su costado y alza la cadena de oro que rodea su
cuello para observar el rostro de su esposa, María Josefa, cautivo en el
camafeo”.
El recuerdo del personaje se
convierte en realidad onírica que lo mantiene suspendido entre el sueño y la
vigilia adormecida por la enfermedad y el hambre. Sueño-delirio azuzado por las
inquietudes de la vida y la incertidumbre frente a la demora del baquiano que
lo delatará, y en ese espacio de la disyunción, preconiza su destino; “El general
Ribas dormita y sueña. Sueña que el cuello al que iba enlazada una cadena de
oro de la cual colgaba un camafeo con el retrato de su esposa se desciñe de sus
hombros a golpes de machete que distribuye su verdugo. A su alrededor, los
españoles vigilan su sueño” (p. 30). En páginas subsiguientes,
Ribas es entregado por su baquiano y decapitado por sus enemigos, y al
escenario narrativo ingresa Antonio Nicolás Briceño que “piensa en la mejor
manera de traducir a la realidad la furia que ha garabateado en el papel”
(p. 48) e instrumento para recuperar la República perdida entre
los tumultos y los fusilamientos que llenan la patria de muertes anónimas que
acechan las oportunidades de gloria y reconocimiento; “El coronel Briceño se propone
devolver el nombre y el apellido a los ajusticiados. También la edad, la
profesión, y el lugar de origen. Una muerte impersonal en nada ayuda”
(p. 48).
Los decapitados son
caricaturizados en dibujos de sus cabezas que hace el poeta Eusebio, la vida
republicana es llevada al papel, tal y como es llevada la proclama de la
insurgencia, dos formas de antagonizar desde un mismo instrumento discursivo.
Al mismo tiempo, significa reivindicar a los ajusticiados que vuelven a morir
en los dibujos de Eusebio, puesto que, además de convertirse en una prueba de
muerte, son ridiculizados; tal es el caso del Ribas que es dibujado junto al
cochino que preparan para el condumio; “Pero en ese cochino con cabeza de
hombre el poeta Eusebio había hecho surgir de las sombras un incorrupto animal
mitológico” (p. 53). El poeta Eusebio es una figura de la
contradicción y la ambivalencia, es poeta y no sabe leer, sólo tiene muy buena
letra que se traduce en dibujos; “Era un seminarista muy flaco y alto, de
ganchuda nariz y desmañados gestos” (p. 51) Los signos de lo
sagrado y lo espectral se homologan en medio de la narración para apuntalar los
personajes y sus acciones, así mismo, el coronel Briceño sustituye la jarra de
peltre por el copón de la misa en la chimenea de la rectoría del palacio
Arzobispal de San Cristóbal, para calentar agua y ser afeitado por su criado.
Allí se patemizan los símbolos de lo sagrado, se hacen domésticos y cotidianos
a partir de una desacralización que muestra el desplazamiento de un orden o
poder por otro. Al mismo tiempo, y mientras se desarrolla el decurso narrativo,
Eusebio se convierte en vengador de su familia fusilada; al esculcar las
vísceras del sargento ejecutor con un puñal, mientras pinta su rostro, y allí,
Eusebio adquiere visos de heroicidad, pues logra su cometido de gloria personal
al vengar a su familia, alcanza su objeto deseado y reivindica un honor
mancillado por las huestes de la guerra fratricida.
El procedimiento de la
recordación a través de los personajes, permite una pluridimensionalidad de la
historia narrada en el tránsito de un presente a un pasado y viceversa; los
inmolados regresan al decurso narrativo para seguir alentando la trama, que en
momentos nos muestra las diferentes posiciones actanciales, de militares, a
comerciantes, de familiares a enemigos personales que conviven en medio de la
sociedad venezolana, diseminada entre utópicos, pragmáticos, poetas y
comerciantes. Donde los poetas, encarnados por Andrés Bello y el seudónimo del
Barbero de Sevilla, escribe las crónicas sociales, a la vez, que traduce poemas
y obras clásicas. Mientras el hombre de hielo no encuentra posicionamiento para
sus proyectos comerciales, en un ambiente que “huele a sangre”. Y comparte su
impotencia comercial con el fastidio y las deudas. Cercano a la filosofía,
lleva un diario donde deja testimonio de quienes le rodean; “Pero tampoco debo
llamarme al engaño. Todos esos jóvenes caraqueños muestran una total falta de
empeño. Son indolentes, mentirosos, con tendencias homicidas (…) amantes de los
placeres, furiosos jugadores, capaces de arruinar el fruto de varias
generaciones en una partida de naipes” (p. 89). Aunque los juegos
de cartas funcionan como centros de conspiración, allí se barajan al unísono,
barajas y noticias sobre la España y los últimos sucesos encabezados por
Napoleón Bonaparte; “Los contertulios vuelven a mezclar las cartas, y la cabeza
del príncipe de Asturias se cubre con una aureola, transformándose en el
bienamado. Napoleón pierde esta vez la partida” p. 103).
La rigidez del espacio y sus
moradores que percibe Stuart, cede paso a lo apocalíptico a través de la figura
de Boves; “La corrosión llamada Boves se disemina por la llanura, recuperando
terrenos para un monarca español que lo ignora, creando una patria boba que
deja a los criollos con la única esperanza de ´sostener el corto país que nos
queda´, como dice el general Ribas” (p. 108). Con la llegada de
Boves se desata la barbarie, la anarquía aborda el hilo narrativo que se hace
ambivalente entre la gloria del caudillo y su condena al fracaso: “Boves viene,
pero tiene todas las de perder porque no sabe cómo hacer para detenerse, cómo
atenuar la pureza con cierta saludable dosis de cinismo, cómo engatusar a sus
seguidores con medallas. Y así avanza Boves, adquiriendo cada vez más
territorio, quedándose cada vez más sin patria” (p. 109). Porque
Boves dentro de la novela es visto desde una perspectiva heroica y de profunda
convicción humana. Cuando no está en el campo de batalla, es la otra cara del
enemigo feroz y apocalíptico que ha registrado la historia.
Pero no solamente Boves se
queda sin patria, sino también todos los otros personajes de la novela se van
consumiendo en su propia incertidumbre y vaivén de la guerra. Casas y hombres y
envejecen, lo macilento invade los espacios como muestra de un discurso
narrativo que intenta mostrar una cara diferente al tono exaltativo y
victorioso de la historia convertida en patria y norma. Se reiteran los
montículos y herramientas que denotan una construcción detenida, los
remozamientos que esperan como espera la patria una reconstrucción, mientras
los actantes se diluyen en sus revueltas íntimas, respondiendo a las
circunstancialidades que los obligan a privilegiar sus asuntos personales y
sentimentales, donde se abre un peligroso paréntesis para la patria; “El
gobierno patriota es un enfermo que se arrastra con dificultad” (p. 118).
Enfermedad dual representada
por las acciones de Boves, por una parte, y la peste por la otra; pero en
ambas, la muerte sigue siendo un personaje soterrado que ocupa por largos
espacios la novela, acrecentando la imposibilidad de lograr los cometidos,
haciendo más intenso el suspenso sobre los objetivos trazados por los
personajes. Porque la historia textual gira en torno a la disimilitud de las
voces enunciantes, donde agentes de la periferia asumen el discurso, se hacen
intérpretes de la realidad que reiteradamente es asociada a la dinámica del
azar de los juegos de naipes, donde Eusebio, el pintor de los mutilados y
decapitados, intenta construir la historia uniendo imágenes; “Eusebio actuaba
como el comodín en los naipes, dando sentido a lo que venía desunido de esa
historia en perpetuo estado de construcción. Al aferrarse a diferentes figuras,
iba cambiando su valor. Y eso generaba otro fenómeno. Las imágenes que iba
fijando en el lienzo comenzaban a dictar los próximos pasos de los prohombres,
que nunca se quedaban el tiempo suficiente para ser retratados. Como eran
perpetuados por Eusebio en ciertos gestos, eso les daba ideas para proceder en
el futuro” (p. 123).
En discurso paralelo, retrato
e historia comienza a homologar el cuerpo de la patria, “Y así la historia,
gracias a Eusebio, comenzó a ser una epopeya de batallas y de éxodos donde los
muertos sólo caían en combate. Eusebio eludía las mutilaciones, las agonías del
hambre y la sed, el miedo y las desventuras cotidianas, y se concentraba en los
rostros de perfil de generales a caballo, o en los rostros de cuarto de perfil
de magistrados atareados en firmar decretos con una pluma de ganso. Como de la
historia quedaban excluidos los interludios desechados por Eusebio, los
generales marchaban de una batalla a la siguiente, y los magistrados, de la
rúbrica de una constitución a la jura de una nueva junta de gobierno”
(p. 123).
La historia transcurre
mediante la metamorfosis de los cuadros de Eusebio, de los bocetos se pasa a
los cuadros al óleo, los colores se convierten en fijadores de la imagen que
posteriormente se hará perpetua en los anales de la patria; “Los trazos de
Eusebio son cada vez más vigorosos y sutiles a medida que sus personajes
adquieren más certeza, del poder que detenta”. Atril al hombro, Eusebio se
convierte en albacea de los héroes, del cuerpo militar que ofrece a los
interesados para luego colocarle el rostro del escogiente; “Los tiempos no son
como para arriesgarse con algún semblante en especial. Si maneja las
proporciones con cuidado, el retrato podrá servir para un buen número de
próceres” (p. 127). El ambiente macilento comienza a tomar rostro
e imagen; “Ahora, con el lápiz de carpintero, Eusebio va creando las sombras
que darán relieve a los rostros, descuajándolos del anonimato.” (p. 128).
El autor traslada a un
personaje foráneo, al comerciante A. J. Stuart, su intención narrativa de
desacralizar los héroes de la independencia a través de una cotidianización de
los protagonistas y su vida íntima, sacarlos de la utopía épica sobre la cual
se han escritos innumerables textos, y diversificado en instancias
ético-morales. De esta manera se
establecen dos dimensiones que estructuran la novela, una que ve el proceso
desde la ajenidad, y quienes creen en él, como la instancia de la liberación. Y
precisamente, arguyendo esas dos instancias o perspectivas, a la ficción
literaria se ingresa a través del sueño, y ya lo referimos en párrafos
precedentes con respecto al general Ribas. Pero también ocurre con el capitán
De Lamanon quien llega a Venezuela a bordo del bergantín francés Serpent,
“espera inacabables minutos sentado en un incómodo sillón. Pese a los extraños
insectos que revolotean encima de su cabeza, comienza a descabezar un sueño. En
el sueño relampaguea. Hay un trueno, y cuando abre los ojos ve a un negro viejo
que intenta encender un fanal” (p. 91). En esa locación, entre
sueño y vigilia, conoce a A.J. Stuart, la voz de la conciencia narrativa
transferida por el autor, y el diálogo se convierte en una demostración
acomodaticia de los intereses particulares en tiempos de revolución.
Bajo el seudónimo del Hombre
de Hielo, Stuart se convierte en el centro de la narración, no sólo por sus
proyectos comerciales, sino por la verticalidad y dureza con que ve el contexto
venezolano de la época de la guerra a muerte. Tal y como describe los espacios,
personas y ambientes a través de la rigidez y lo estático como interpretación
de lo bárbaro. Y allí se redunda en el conflicto entre Antonio Nicolás Briceño
y Simón Bolívar por el procesamiento de índigo en las tierras de Briceño, pero
al mismo tiempo, sobre la cobardía del coronel frente a una víbora que mata
Stuart con una magistral valentía; “La naturaleza odia la artritis, piensa el
Hombre de Hielo. Sólo sobrevive lo flexible. Las mejores armaduras son aquellas
fabricadas con piezas movibles” (p. 99).
En el transcurso narrativo
inserta situaciones adversas a Bolívar, personaje que aparece desvestido de los
ropajes de la gloria y la admiración, allí aparece reflejado lo que reseña la
historia sobre la relación entre Bolívar y Miranda, o las cavilaciones de
Andrés Bello sobre el “alocado que dirige los insurrectos”; “Los sentimientos
de Andrés Bello eran encontrados. Por un lado sentía alivio al desenmascarar al
atolondrado que tantos males habían traído a Caracas. Pero por el otro lado,
pensó que su lejanía de la tierra natal frustraba sus deseos de venganza. Era
muy difícil matar a alguien en efigie”. (p. 60). Lo mismo ocurre
con las cavilaciones de Antonio Nicolás Briceño en inquina contra Bolívar y del Castillo, al
querer modificar la Proclama de Guerra a Muerte, de suavizarla y pretender la
autorización del Congreso general de la Nueva Granada, cuando la patria no
necesita de sutilezas, sino de acciones que deparen verdaderos resultados; “La
patria es esclava y en la noche de la esclavitud no hay paz, no hay honra, no
hay amor, no hay vida, piensa Briceño, mientras pone el despacho firmado por
Bolívar en el centro de la mesa” (p. 173). Este personaje sirve de
cuestionador de la actitud del Libertador frente a la guerra y sus decisiones
ejemplarizantes, lo que produce un desplazamiento del centro de la
referencialidad histórica, y otros personajes asumen la vocería narrativa, tal
es el caso, de José Félix Ribas.
Pero además, Antonio Nicolás
Briceño aparece como un personaje deformado por la obstinación de hacer pagar
con sangre el daño que los españoles han causado en Venezuela, y de alguna
manera, lo ridiculiza al condenar a dos ancianos que contravienen en principio
las disposiciones de la Proclama de la Guerra a Muerte en cuanto a los ascensos
en base a las decapitaciones comprobadas de españoles, y luego, son tomados
como escarmiento para los españoles-europeos que no se plieguen a la causa
republicana. Situación por demás irónica, puesto que dos ancianos que no
representan ningún peligro, van a ser inmolados injustamente, y allí todo
perfil ético se diluye en medio de la injusticia, aún más, cuando la cabeza de
unos de los ancianos es mostrada al comerciante Stuart para que la conserve en
hielo. Y en la reacción Manuel del Castillo, segundo jefe de las fuerzas de la
Nueva Granada, cuando recibe la cabeza del anciano, y una carta escrita con la
sangre de la víctima. Así mismo, en la de Simón Bolívar, quien también
recrimina la conducta de Briceño, quien sufre el mismo destino de sus
ajusticiados al ser capturado y llevado a Barinas, donde es fusilado y luego
decapitado.
Porque a través de las
acciones de patriotas y realistas, la novela va ciñendo a partir de la
violencia infringida, una especie de paralelismo entre los dos bandos en pugna,
no exceptuando a ninguno de su responsabilidad; “tal vez no son tan puros. Tal
vez el fanatismo es impostado, teñido de sarcasmo, matizado de intrigas, llenos
de grandilocuencia y de piedad entre bastidores” (p. 202). Allí se
establece una forma de teatro que es visto desde la distancia del narrador,
quien no se siente identificado con ninguno, sino con la trama textual que se
desarrolla a partir de personajes que giran alrededor de la figura de Bolívar,
pero no necesariamente a través de su égida. Son los personajes que sobreviven
en un mundo de brega a través de su arrojo y coraje, al mismo tiempo, que
imponen sus propias formas de sobrevivencia, su microfísica del poder que los
sostendrá en un mundo donde las circunstancias cambian en un golpe de azar, o
una mano de naipes.
La perspectiva de la historia
textual que hemos venido refiriendo, tiene una finalidad óntica, al pretender
devolver a los seres su nombre, y desde allí, su espacio de significación y
representación a partir del autoreconocimiento en la acción trascendente que
significa la guerra y la libertad de la patria, que comienza como una revuelta
interior, y posteriormente se hace colectiva; al mismo tiempo, se hace decreto
y proclama para resarcir los cuerpos mutilados y dispersos, que representan la
patria en desbandada; “Y ahora que la tarea filosófica está concluida, es el
momento de pasar a la acción” (p. 50). Porque durante toda la
novela se insiste en la sinonimia entre cuerpo humano y República, los cuerpos
mutilados en homonimia con la patria desmembrada, por cuanto, uno de esos
cuerpos logre la unidad, el otro también recuperará la totalidad y organicidad
de sus miembros, tal y como queda expresada en la metáfora que simboliza la
finalización de la batalla de la Victoria; “El telón va bajando. La ciudad de
la Victoria se va plegando sobre sí misma como un hombre que se acurruca en su
poncho para echarse a dormir”. (p. 189).
Porque el sueño recurre
nuevamente en las postrimerías de la novela como isotopía determinante, y
aparece justamente vinculado a José Félix Ribas, “que ha renunciado a dormir
desde hace unos cuantos días, como si se hubiera quedado sin párpados, comienza
a imaginar” (p. 257); porque Ribas y su presunción onírica es el
centro del decurso narrativo que bordea otras situaciones y personajes, pero
siempre vuelve a este personaje para amalgamar su perspectiva ficcional. Con
Ribas comienza la novela, con Ribas leyendo su propia muerte en la Gaceta de
Caracas, termina. Allí se recrean los momentos de la captura del general Ribas,
traicionado por su baquiano e imbuido “en el centro de la nada y carece de
coordenadas” (p. 271). Donde la nada representa la ficción y su
desdoblamiento en imaginación que trasciende el hecho histórico y lo hace
expresión estética, imbricación de planos narrativos que develan las disímiles
personalidades, que bajo una conciencia narrativa, esculcan los años de la
guerra a muerte, mediante el paralelismo textual de la historia y la ficción,
la vida y la muerte, o más bien, el sueño y la vigilia: “´Ya ha pasado el
tiempo de mi muerte´ decidió en ese momento el general Ribas. Y ajustándose el
gorro frigio sobre su frente se arropó en su pesada capa de lana y se echó a
dormir”. (p. 272). Muerte histórica y resurrección estética del
personaje base de la historia textual, nos corrobora que las verdades y
perspectivas del autor-texto están envueltas en los halos de la ficción, y
mediante la mudanza e intercalación de dos pieles que se convierten en realidad
y espejismo como perspectivas cómplices, procedimientos artísticos para abordar
un hecho histórico del proceso independentista venezolano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario