miércoles, 14 de febrero de 2018

Un Dashiell Hammett poco conocido: “Con reputación de rompehuelgas y de vigilar a sindicalistas”

Mario Szichman




Dashiell Hammett se nutrió de su travesía por una agencia de detectives para crear personajes y desarrollar las historias de sus novelas entre las que se encuentra El halcón maltés, la más famosa de todas ellas, aunque no la mejor.
El innominado detective de Red Harvest (Cosecha Roja), quizás la mejor novela de Hammett, junto con The Glass Key, La Llave de Cristal, designaba como “Poisonville”, ciudad venenosa, el lugar donde iba a desfacer entuertos, aunque el verdadero nombre de la población era mucho más neutral: Personville.
La primera vez que hacía un recorrid por la ciudad, el detective descubrió que uno de sus policías necesitaba una buena afeitada, el segundo tenía desabrochados dos botones de su raído uniforme, y el tercero dirigía el tráfico con un cigarro encendido en un costado de la boca. “Luego de eso”, decía el detective, “dejé de contemplarlos”.
Si El halcón maltés sigue siendo el texto más famoso de Hammett, es por su versión cinematográfica. La interpretación que hizo Humphrey Bogart de su protagonista, Sam Spade, inmortalizó al detective del noir.

 Nunca entendí el ostensible comienzo de The Maltese Falcon. Hammett siempre permitía que la narración, y especialmente el diálogo, dibujaran el rostro y los gestos del personaje. ¿Qué sabemos del detective sin nombre de Red Harvest? Que es brillante en sus diálogos. ¿Y de los protagonistas de The Glass Key? Básicamente, que un jugador y racketeer llamado Ned Beaumont, siente una gran devoción, casi homoerótica, por su jefe, un corrupto político llamado Paul Madvig, y se propone investigar el asesinato del hijo de un senador en un intento por frenar una guerra entre pandillas.
En ambos casos, no interesa el aspecto de los personajes. Cada lector puede asignarles el rostro o los manierismos que se le antoje. Eso es imposible en El halcón maltés. Hammett le impone a Spade un rostro, y algunos gestos. Curiosamente, ninguno de ellos corresponde al físico o a los manierismos de Humphrey Bogart.
He aquí el comienzo de la novela: “La mandíbula de Samuel Spade era prolongada y huesuda, su mentón formaba una sobresaliente ´V´ bajo la ´V´ más flexible de su boca. Sus orificios nasales se curvaban para formar otra ´V´ más pequeña… Parecía un solícito satán rubio”.

LA TRANSMIGRACIÓN


Dashiell Hammett

Hammett era sin duda un maestro. Es posible que pensara en sus novelas como un anticipo de su transferencia al cine, algo que hizo con mucho éxito. Y esa descripción del rostro de Sam Spade no parece dirigida al lector, sino al director de un filme, o a sus guionistas. Por supuesto, el intento falló. Humphrey Bogart no era un satán rubio.
No había ´Ves´destacadas en el semblante de Spade. Existe otra posibilidad: tal vez Hammett quiso exhibir a través de Sam Spade una persona que contrastara con los huidizos personajes de sus previas obras, y alejarse, además, de sus incómodos comienzos.
Pues la profesión inicial de Hammett fue la de detective en la Pinkerton National Detective Agency.
Si bien Pinkerton diseñó su fama cuando anunció haber desmantelado un complot para asesinar al presidente electo Abraham Lincoln, en febrero de 1861, en Baltimore, su tarea principal fue romper huelgas y perseguir a sindicalistas entre fines del siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte.
Muchos empresarios e industriales contrataron a Pinkerton para infiltrar sindicatos, proveer guardias de seguridad, e intimidar a trabajadores. Y uno de los más brillantes, e implacables operativos de Pinkerton, fue justamente Dashiell Hammett.

En un excelente artículo en The Times Literary Supplement, Oliver Harris analiza varios libros sobre el private eye en la ficción y en la realidad, y dice que Hammett alcanzó en Pinkerton “una envidiable reputación como rompehuelgas y encargado de vigilar” a sindicalistas”. Ya en su primera novela, Red Harvest (1929), se destacaba “su excepcional riqueza de detalles en la presentación de conflictos laborales y corrupción local en Poisonville”. Y con buenas razones. El novelista participó en la lucha contra un sindicato de mineros que declaró una huelga en 1920. Hammett basó el plot de Red Harvest en esa huelga. En cuanto a El Halcón Maltés, muestra la experiencia de Hammett en materia de corrupción política, violencia en el sector industrial, y la rutina cotidiana de un agente.

LA VIDA ADULTA DE HAMMETT

Uno de los libros comentados por Harris es The Lost Detective, de Nathan Ward. Se concentra en los primeros años de la vida adulta de Hammett, cuando el narrador emergió de la crisálida de la tarea detectivesca y se dedicó al oficio de escritor. Hammett empezó en Pinkerton muy joven, en 1915, a los 21 años de edad. Abandonó la agencia en 1922, a los 28 años, cuando publicó su primera novela.
Ya para ese momento, nada más podía aprender en materia de investigación.
En ese lapso, dice Harris, “Pinkerton le brindó el conocimiento de calle necesario para destacarse entre varios competidores menos creíbles”. Y algo más, que pocos han tomado en cuenta: Pinkerton le enseñó un estilo de narrar.


Franz Kafka

En Franz Kafka, The Office Writings (editado por Stanley Corngold, Jack Greenberg y Benno Wagner), se esboza la tesis de que, lejos de desdeñar y odiar sus tareas profesionales, Kafka se nutrió de ellas.
Sin esas labores, tal vez hubiera existido Franz Kafka el escritor, pero no el Kafka que conocemos, ni tampoco el término “kafkiano”. El autor de La metamorfosis, lejos de haber sido un escritor atormentado, parece el amanuense de un importante funcionario de una aseguradora de Praga.
La compilación de estos trabajos de oficina –disertaciones, petitorios, reportes– es en sí misma kafkiana porque así es la burocracia moderna.
Un artículo del abogado Franz Kafka titulado “Medidas para evitar accidentes de trabajo en máquinas de aserrar madera” fue aprovechado por el escritor Franz Kafka para redactar uno de sus mejores relatos: En la colonia penitenciaria. El estilo impersonal que muestra el escritor en sus mejores creaciones es una transcripción fiel de sus textos burocráticos. “El Instituto presenta con todo respeto las siguientes conjeturas sobre las actividades delineadas en el informe del año pasado en relación a la introducción de ejes de seguridad cilíndricos y con respecto al equipamiento de ejes cuadrados con solapas metálicas en máquinas aserradoras de madera”, dice el primer párrafo del texto.

DEL DICHO AL HECHO

¿Cuántas de esas introducciones formales no preceden a cuentos como La construcción de la Muralla China, o el Informe para una academia, o Un artista del hambre? Revisando esos trabajos que Franz Kafka escribió en sus horas de oficina, aflora de inmediato la veta kafkiana. Cualquiera de ellos, con apenas una breve edición, parecen escritos no por el abogado Kafka, sino por su demonio. Y como el genio parece ser la concreción de muchas faenas previamente a medio hacer, podemos presumir que Kafka no fue el único que usó ese estilo kafkiano. Su mayor logro fue darle una mejor elaboración.
Borges no estaba descaminado al decir que Kafka había engendrado textos previos, legalizado esos precedentes.

PINKERTON Y HAMMETT


Del mismo modo en que la escritura de Kafka es, en parte, resultado de su trabajo en una aseguradora, Pinkerton no solo dio a Hammett los conocimientos “de calle” para concretar su tarea: también lo entrenó en su escritura.
“Los informes para los clientes tenían que satisfacer las expectativas de laconismo y ´objetividad´ alejada de lo sensiblero”, dice Harris. El novelista abandonó el colegio cuando tenía catorce años de edad. Su verdadera escuela fue la redacción de esos informes. Y al parecer, se sentía orgulloso de su destreza en la escritura, pues su reputación creció en base a esos resúmenes.
Ward, el autor de The Lost Detective, compara los comienzos de Hammett con los de Ernest Hemingway, señalando la influencia que tuvo el periódico The Kansas City Star en su formación.
No hay nada como el periodismo para aprender a escribir y, especialmente, a ejercitarse en la tarea observando al resto de los seres humanos y sus curiosos avatares personales. Un jefe de redacción arrojará a la basura toda crónica donde se sospeche la mínima intromisión del periodista en el episodio. (Es también, un ejercicio en humildad).

Raymond Chandler no fue periodista ni empleado en una aseguradora, pero tuvo también un background que le permitió escribir prodigiosas novelas policiales. Como alto ejecutivo de una empresa petrolera, debió escribir informes escuetos, precisos, carentes de todo sentimentalismo. Y cuando en El simple arte de matar, mencionó a Hammett, lo ubicó junto al poeta Walt Whitman en la persistente lucha librada contra el artificio. Dijo que ambos habían participado en una “revolucionaria demolición, tanto del lenguaje como del material de ficción”. Chandler sabía de qué estaba hablando.

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