Mario Szichman
Dashiell
Hammett se nutrió de su travesía por una agencia de detectives para crear
personajes y desarrollar las historias de sus novelas entre las que se
encuentra El halcón maltés, la más
famosa de todas ellas, aunque no la mejor.
El innominado
detective de Red Harvest (Cosecha
Roja), quizás la mejor novela de Hammett, junto con The Glass Key, La Llave de Cristal, designaba como “Poisonville”,
ciudad venenosa, el lugar donde iba a desfacer entuertos, aunque el verdadero
nombre de la población era mucho más neutral: Personville.
La primera
vez que hacía un recorrid por la ciudad, el detective descubrió que uno de sus
policías necesitaba una buena afeitada, el segundo tenía desabrochados dos
botones de su raído uniforme, y el tercero dirigía el tráfico con un cigarro
encendido en un costado de la boca. “Luego de eso”, decía el detective, “dejé
de contemplarlos”.
Si El halcón
maltés sigue siendo el texto más famoso de Hammett, es por su versión
cinematográfica. La interpretación que hizo Humphrey Bogart de su protagonista,
Sam Spade, inmortalizó al detective del noir.
Nunca entendí el ostensible comienzo de The Maltese Falcon. Hammett siempre
permitía que la narración, y especialmente el diálogo, dibujaran el rostro y
los gestos del personaje. ¿Qué sabemos del detective sin nombre de Red Harvest? Que es brillante en sus
diálogos. ¿Y de los protagonistas de The
Glass Key? Básicamente, que un jugador y racketeer llamado Ned Beaumont, siente una gran devoción, casi
homoerótica, por su jefe, un corrupto político llamado Paul Madvig, y se
propone investigar el asesinato del hijo de un senador en un intento por frenar
una guerra entre pandillas.
En ambos
casos, no interesa el aspecto de los personajes. Cada lector puede asignarles
el rostro o los manierismos que se le antoje. Eso es imposible en El halcón maltés. Hammett le impone a
Spade un rostro, y algunos gestos. Curiosamente, ninguno de ellos corresponde
al físico o a los manierismos de Humphrey Bogart.
He aquí el
comienzo de la novela: “La mandíbula de Samuel Spade era prolongada y huesuda,
su mentón formaba una sobresaliente ´V´ bajo la ´V´ más flexible de su boca.
Sus orificios nasales se curvaban para formar otra ´V´ más pequeña… Parecía un
solícito satán rubio”.
LA
TRANSMIGRACIÓN
Dashiell Hammett
Hammett era
sin duda un maestro. Es posible que pensara en sus novelas como un anticipo de
su transferencia al cine, algo que hizo con mucho éxito. Y esa descripción del
rostro de Sam Spade no parece dirigida al lector, sino al director de un filme,
o a sus guionistas. Por supuesto, el intento falló. Humphrey Bogart no era un
satán rubio.
No había
´Ves´destacadas en el semblante de Spade. Existe otra posibilidad: tal vez
Hammett quiso exhibir a través de Sam Spade una persona que contrastara con los
huidizos personajes de sus previas obras, y alejarse, además, de sus incómodos
comienzos.
Pues la
profesión inicial de Hammett fue la de detective en la Pinkerton National
Detective Agency.
Si bien
Pinkerton diseñó su fama cuando anunció haber desmantelado un complot para
asesinar al presidente electo Abraham Lincoln, en febrero de 1861, en
Baltimore, su tarea principal fue romper huelgas y perseguir a sindicalistas
entre fines del siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte.
Muchos
empresarios e industriales contrataron a Pinkerton para infiltrar sindicatos,
proveer guardias de seguridad, e intimidar a trabajadores. Y uno de los más
brillantes, e implacables operativos de Pinkerton, fue justamente Dashiell
Hammett.
En un
excelente artículo en The Times Literary
Supplement, Oliver Harris analiza varios libros sobre el private eye en la ficción y en la
realidad, y dice que Hammett alcanzó en Pinkerton “una envidiable reputación
como rompehuelgas y encargado de vigilar” a sindicalistas”. Ya en su primera
novela, Red Harvest (1929), se
destacaba “su excepcional riqueza de detalles en la presentación de conflictos
laborales y corrupción local en Poisonville”. Y con buenas razones. El
novelista participó en la lucha contra un sindicato de mineros que declaró una
huelga en 1920. Hammett basó el plot
de Red Harvest en esa huelga. En
cuanto a El Halcón Maltés, muestra la
experiencia de Hammett en materia de corrupción política, violencia en el
sector industrial, y la rutina cotidiana de un agente.
LA VIDA
ADULTA DE HAMMETT
Uno de los
libros comentados por Harris es The Lost
Detective, de Nathan Ward. Se concentra en los primeros años de la vida
adulta de Hammett, cuando el narrador emergió de la crisálida de la tarea
detectivesca y se dedicó al oficio de escritor. Hammett empezó en Pinkerton muy
joven, en 1915, a los 21 años de edad. Abandonó la agencia en 1922, a los 28
años, cuando publicó su primera novela.
Ya para ese
momento, nada más podía aprender en materia de investigación.
En ese lapso,
dice Harris, “Pinkerton le brindó el conocimiento de calle necesario para
destacarse entre varios competidores menos creíbles”. Y algo más, que pocos han
tomado en cuenta: Pinkerton le enseñó un estilo de narrar.
Franz Kafka
En Franz
Kafka, The Office Writings (editado
por Stanley Corngold, Jack Greenberg y Benno Wagner), se esboza la tesis de
que, lejos de desdeñar y odiar sus tareas profesionales, Kafka se nutrió de
ellas.
Sin esas
labores, tal vez hubiera existido Franz Kafka el escritor, pero no el Kafka que
conocemos, ni tampoco el término “kafkiano”. El autor de La metamorfosis, lejos de haber sido un escritor atormentado, parece
el amanuense de un importante funcionario de una aseguradora de Praga.
La
compilación de estos trabajos de oficina –disertaciones, petitorios, reportes–
es en sí misma kafkiana porque así es la burocracia moderna.
Un artículo
del abogado Franz Kafka titulado “Medidas para evitar accidentes de trabajo en
máquinas de aserrar madera” fue aprovechado por el escritor Franz Kafka para
redactar uno de sus mejores relatos: En
la colonia penitenciaria. El estilo impersonal que muestra el escritor en
sus mejores creaciones es una transcripción fiel de sus textos burocráticos.
“El Instituto presenta con todo respeto las siguientes conjeturas sobre las
actividades delineadas en el informe del año pasado en relación a la
introducción de ejes de seguridad cilíndricos y con respecto al equipamiento de
ejes cuadrados con solapas metálicas en máquinas aserradoras de madera”, dice
el primer párrafo del texto.
DEL DICHO AL
HECHO
¿Cuántas de
esas introducciones formales no preceden a cuentos como La construcción de la Muralla China, o el Informe para una academia, o Un
artista del hambre? Revisando esos trabajos que Franz Kafka escribió en sus
horas de oficina, aflora de inmediato la veta kafkiana. Cualquiera de ellos,
con apenas una breve edición, parecen escritos no por el abogado Kafka, sino
por su demonio. Y como el genio parece ser la concreción de muchas faenas
previamente a medio hacer, podemos presumir que Kafka no fue el único que usó
ese estilo kafkiano. Su mayor logro fue darle una mejor elaboración.
Borges no
estaba descaminado al decir que Kafka había engendrado textos previos,
legalizado esos precedentes.
PINKERTON Y
HAMMETT
Del mismo
modo en que la escritura de Kafka es, en parte, resultado de su trabajo en una
aseguradora, Pinkerton no solo dio a Hammett los conocimientos “de calle” para
concretar su tarea: también lo entrenó en su escritura.
“Los informes
para los clientes tenían que satisfacer las expectativas de laconismo y
´objetividad´ alejada de lo sensiblero”, dice Harris. El novelista abandonó el
colegio cuando tenía catorce años de edad. Su verdadera escuela fue la
redacción de esos informes. Y al parecer, se sentía orgulloso de su destreza en
la escritura, pues su reputación creció en base a esos resúmenes.
Ward, el
autor de The Lost Detective, compara
los comienzos de Hammett con los de Ernest Hemingway, señalando la influencia
que tuvo el periódico The Kansas City
Star en su formación.
No hay nada
como el periodismo para aprender a escribir y, especialmente, a ejercitarse en
la tarea observando al resto de los seres humanos y sus curiosos avatares
personales. Un jefe de redacción arrojará a la basura toda crónica donde se
sospeche la mínima intromisión del periodista en el episodio. (Es también, un
ejercicio en humildad).
Raymond
Chandler no fue periodista ni empleado en una aseguradora, pero tuvo también un
background que le permitió escribir
prodigiosas novelas policiales. Como alto ejecutivo de una empresa petrolera,
debió escribir informes escuetos, precisos, carentes de todo sentimentalismo. Y
cuando en El simple arte de matar, mencionó
a Hammett, lo ubicó junto al poeta Walt Whitman en la persistente lucha librada
contra el artificio. Dijo que ambos habían participado en una “revolucionaria
demolición, tanto del lenguaje como del material de ficción”. Chandler sabía de
qué estaba hablando.
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