Mario
Szichman
En ocasiones, es bueno tomar distancias.
Escribí mi Trilogía del Mar Dulce, la
historia de tres generaciones de una familia judía radicada en Buenos Aires,
cuando vivía en Caracas. La crónica falsa
es de 1968, Los judíos del Mar Dulce de 1971, y A las 20:35 la señora pasó a la
inmortalidad, de 1979.
Mi Trilogía
de la Patria Boba, sobre el proceso de independencia en la Gran Colombia,
la escribí en Nueva York. Los Papeles de
Miranda fue publicada en 1980, Las
dos muertes del general Simón Bolívar en 1984, y Los años de la guerra a muerte, en 1987. Eros y la doncella, la novela sobre la Revolución Francesa, también
la escribí en Nueva York.
En realidad, la única novela que transcurre en
Nueva York y que escribí en esta ciudad,
es La región vacía/The Empty Grave,
sobre los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero sigo pensando que también
en esa ocasión pude tomar distancias. Observé la tragedia con lentes de
periodista, mientras trabajaba en The
Associated Press en el llamado Graveyard
Shift, el turno del cementerio, entre las 11:30 de la noche y las 7:00 de
la mañana, cuando la ciudad dormía.
Durante algunas semanas, The World Trade Center se convirtió en receptáculo de casi tres mil
cadáveres incinerados, quizás una de las fosas comunes más grandes de la
historia. Yo pasaba del graveyard de
la oficina, al otro emplazado unos cincuenta bloques más abajo. Mi tarea era
editar el material que enviaban los reporteros, o poner titulares a las fotos. (Hay
bastantes alusiones en la novela a esa sala de prensa, y a las cosas extrañas
que ocurrían en la redacción cuando los jefes dormían plácidamente sus sueños).
LAS IMPENSADAS ELECCIONES
Mi infancia estuvo marcada también por el
antisemitismo. En la Argentina había dos poderosas instituciones que no veían a
los judíos con buenos ojos: la iglesia, y el ejército. Y ocurre que esas
instituciones tenían muchos sitios hacia dónde mirar, pues la colectividad
judía argentina era la más grande de América Latina. Aunque las cifras reales
de judíos eran difíciles de averiguar. Y por excelentes razones.
En mi novela A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad (https://www.barnesandnoble.com/w/a-las-20-mario-szichman/1112212820?ean=9781623093075)
la versión corregida, editada y mejorada por la profesora Carmen Virginia
Carrillo en 2012, comenté la necesidad
que había entre los judíos provenientes de Europa oriental de averiguar el
porcentaje de sus congéneres en relación al resto de la población. Y por una
simple razón: pasado un porcentaje, sobrevenía el genocidio.
Este es un diálogo entre dos de los personajes
de la novela, Pinie y Motje:
“–Vos porque no sabés nada de geopolítica–
alardeó Motje. –En geopolítica, podés matar judíos en Polonia, que no pasa
nada. Pero anímate en geopolítica a matar judíos en Argentina. ¿Ves que resulta
imposible?
– ¿Qué les cuesta alambrar el barrio de Once,
que está lleno de paisanos, y entrar con tanques? – preguntó Pinie.
–Pueden, pero, ¿qué hacen con la geopolítica?
No te olvides que es una ciencia. No se puede ir contra la ciencia. Ellos
calculan así en geopolítica: cuando los judíos llegan al ocho por ciento de la
población total: pogroms. Si suben al diez por ciento: guetos. Después del doce
por ciento: genocidios. Ahora, ¿adivina en que porcentaje estamos?
–No lo sé– admitió Pinie.
–Yo tampoco. Eso no lo sabe ni el gran rabino.
Es un secreto militar. Mientras manejemos las estadísticas, podremos dormir
tranquilos”.
Por cierto, los judíos habían inventado
estrategias a fin de pasar desapercibidos. El poeta Israel Zeitlin, nacido en la ciudad ucraniana de Ekaterinoslav
(actual Dnipropetrovsk) se transformó en César Tiempo años después de llegar a
Buenos Aires. Alguien que se llamaba originalmente Socolinsky, circuncidó su
apellido y empezó a llamarse Socol. Y el más egregio de los intelectuales
judíos, el narrador y periodista Alberto Gerchunoff, de origen lituano,
escribió su famoso relato Los gauchos
judíos donde prolifera lo gauchesco, y está ausente lo judío. Esos judíos
dialogan en un español más castizo que el utilizado por los habitantes de la Madre
Patria durante la época de la Inquisición.
Gerchunoff fue como la versión judía de
Enrique Larreta, el escritor argentino cuya obra más famosa, La gloria de Don Ramiro, transcurre en
España, en la época del rey Felipe Segundo. Previo a escribirla, Larreta
explicó su “ambicioso designio de expresar en un solo libro el apasionante
claroscuro del alma épica y monacal de España”. En realidad, la novela es espantosa. Como
hubiera dicho Borges, “se trata de una de las formas más famosas del tedio”.
Es obvio que la hispanidad, para Gerchunoff,
era una manera elegante de eludir el antisemitismo. En Los judíos del Mar Dulce traté de hacer, en parte, una parodia de Los gauchos judíos y tuve como
recompensa que la crítica literaria norteamericana Naomi Lindstrom titulase uno
de sus libros Jewish Issues in Argentine
Literature, From Gerchunoff to Szichman.[i]
VOLVER A LAS RAÍCES
Desde que tuve uso de razón, sentí que era un
extraño en una tierra extraña llamada Argentina. Recuerdo que en la época de
Perón daban clases de catecismo en la escuela primaria. A los judíos nos
sacaban del aula, y nos llevaban a otra donde enseñaban creo que moral cívica.
Yo me sentía muy diferente. Y además, excluido. Envidiaba a todos esos niños
que se disfrazaban de galanes para asistir a la primera comunión.
Ya en mi adolescencia, aparecieron los grupos
neofascistas y neonazis Tacuara y Guardia de Hierro. A la salida del Colegio
Nacional Moreno, nos aguardaban pandilleros con el pelo engominado, y en
ocasiones nos caían a golpes. Yo andaba provisto de una cachiporra. Luego, en
el servicio militar, un sargento ayudante solía recordar con desprecio mi origen
judío, especialmente cuando estaba de guardia y borracho. Recuerdo una frase
que solía repetir en sus borracheras, y que incorporé a La verdadera crónica falsa.
“Durante mi vida hice de todo. Solo me falta viajar en un dirigible,
montarme a una monja, y dejarme romper el c…”
Apenas pude huir de la Argentina, lo hice.
Tras el servicio militar, a los 21 años de edad, me fui para Haití, aunque
nunca llegué. Cuando hice escala en Colombia, el magnífico escritor Álvaro
Cepeda Samudio, el novelista de La Casa
Grande, me recomendó que me fuera para Venezuela. “Colombia es el pasado”,
me dijo. “Venezuela es el futuro”. Eso fue en 1967, cuando Venezuela era la
meca de América del Sur. Donde comprobé, además, que el Mar Caribe era
absolutamente azul.
Si no sentí el antisemitismo en Venezuela, es
porque había pocos judíos –muy por debajo del porcentaje que atizaba un
genocidio—, y algunos en posiciones de importancia. Teodoro Petkoff era ya uno
de los dirigentes del MAS; Margot Benacerraf cumplía una tarea cultural de gran
importancia, e Isaac Chocrón era ya un famoso dramaturgo. Inclusive hubo un
ministro que se encargó de la reconstrucción del cementerio judío de Coro.
Y como no me sentía perseguido, empecé a
reflexionar acerca del tema judío en la Argentina. En Caracas escribí La Trilogía del Mar Dulce. Creo que la
pujanza de esa espectacular ciudad alentó mi megalomanía. Tuve suerte. Ya mi
primera novela, La Crónica Falsa, ganó
Mención en el Concurso Casa de las Américas en 1968. Y eso demuestra que es imprescindible
desconfiar de los concursos literarios. Cuando vi la novela impresa sentí
grandes deseos de arrojarme por una ventana. Era caótica, incomprensible,
aunque seguía los lineamientos de Operación
Masacre, ese magnífico libro de non
fiction de Rodolfo Walsh.
En la novela introducía a un personaje,
Natalio Pechof, que era fusilado en los basurales de José León Suárez tras
frustrarse una rebelión de militares y civiles adictos al peronismo, por orden
de los líderes de la Revolución Libertadora. Natalio Pechof era una anomalía.
Ningún judío fue fusilado en los basurales. Cuando le comenté a Walsh ese
detalle, se mostró muy generoso. Me dijo que él había escrito un libro
periodístico, y debía ceñirse a la verdad. Yo había escrito una novela, y podía
permitirme toda clase de transgresiones.
De todas maneras, seguí sin estar convencido.
En 1971, viviendo en Buenos Aires, el Centro
Editor de América Latina, me propuso reeditar La Crónica Falsa. Tan avergonzado me sentí de la primera versión,
que pedí permiso para corregir también el título. Así surgió La verdadera crónica falsa. Era una
versión mejorada, aunque seguía sin convencerme.
Afortunadamente, la profesora Carmen Virginia,
quien ha editado y mejorado todas mis novelas, se dedicó a corregir y mejorar
ese patito feo, que es hoy realmente un cisne (https://www.barnesandnoble.com/w/la-verdadera-cr-nica-falsa-mario-szichman/1125985385?ean=9781483595634.)
En cuanto a la temática judía... En A las 20:25 puse como epígrafe: “La meta
es el origen”. Y para mí ser judío es mucho más importante que haber nacido en
la Argentina. Aunque es cierto, la Argentina me marcó.
Pero es ahora tiempo de enfilar hacia otros
orígenes.
Hace poco terminé una novela. Es sobre la
captura del criminal de guerra Adolf Eichmann en la Argentina. Mi protagonista,
Dani Aron, es un nokmim, un vengador
judío. Una especie de Rambo. Aunque al final participa en el comando que
captura a Eichmann, al principio se dedica a cazar nazis en Europa. Me gustan
más ese tipo de personajes. Tal vez por algún púdico atavismo, prefiero el ojo
por ojo, y el diente por diente, a la alternativa cristiana de ofrecer la otra
mejilla. Se corre el riesgo de quedarse sin
mejilla.
El crítico Ilan Stavans señaló con mucha
generosidad en su libro Borges the Jew las manchas temáticas de mi narrativa centrada
en la cuestión judía. “Alrededor de 1952”, dice Stavans, “los personajes (de
Szichman) descubren su inaceptable status
como judíos en Argentina y luchan de manera desesperada para asimilarse
cambiando su apellido (de Pechof) por el de Gutiérrez Anselmi ... A diferencia
de Gerchunoff, Berele o Bernando, (los alter egos de Szichman) buscan de manera
permanente una respuesta a la extraña muerte política de su padre en un
basural. ...
“Lo que resulta interesante acerca de la
ficción de Szichman es la forma en que revisita la historia nacional. Al ubicar
a sus personajes en distintos períodos, desde la Semana Trágica hasta los
golpes militares en las décadas del cuarenta y en la derrotada revolución de
1956, (cuando muere el padre de Berele) Szichman formula una declaración
incuestionable: ningún régimen, ninguna coyuntura en la historia argentina, es
buena para los judíos debido a que su presencia histórica en el Río de la Plata
es un error.
“Si Gerchunoff creyó en una época que
Argentina era el paraíso, Szichman la considera el infierno”[ii]. No
tengo mucho que cuestionar a esa apreciación.
En fecha reciente, dos intelectuales y
entrañables amigos, Magdalena López, y Gerardo Barcia Palacios, ambos
integrantes de la diáspora venezolana, escribieron reseñas sobre La verdadera crónica falsa. Ambas me
encantan, no solo porque analizaron el contexto con sabiduría, sino porque un
buen critico siempre enseña. Sus análisis de textos resultan indispensables
para quien anhela dedicarse a la escritura. Y aquellos que rehúyen a los
críticos y editores serios, se causan un daño. La escritura, una de las más
solitarias de las profesiones, necesita la imaginación dialógica que todo
editor y todo crítico proveen.
A continuación, algunos extractos de los
textos de López y Barcia Palacios:
De la reseña de La
verdadera crónica falsa por Magdalena López:
Quizá, la médula de eso
que llaman la Historia con mayúscula, no radica sino en las miles de historias
de personajes difíciles de encajar en grandes relatos épicos. Tal es el caso
del padre de Bernardo, un socialista argentino y judío de origen polaco que,
como mal héroe, es fusilado por equivocación después de ser detenido junto
a un grupo de peronistas cuando miraba una pelea de boxeo por televisión la
noche del 9 de junio de 1956.
Los fusilamientos en
José León Suárez de aquel año han llegado hasta nosotros a través de la pluma
de Rodolfo Walsh, en su ya mítico libro de no ficción, Operación
masacre (1957); sin embargo, lo que encontramos en la novela de La
verdadera crónica falsa (BookBaby, tercera edición 2017) de Mario
Szichman es otra cosa. Tal como se expresa en las últimas páginas, asistimos a
muchos temas y muchos personajes que bajo la fabulación “verdadera” de esta
crónica ficcionalizada, nos permiten acercarnos ya no sólo al retrato de la
Argentina de los años cuarenta y cincuenta en torno a esta masacre histórica
enmarcada en la llamada “Revolución Libertadora”, sino también a dramas
personales que recogen en buena medida los de vidas invisibilizadas por la
Historia y que no necesariamente están directamente relacionadas a los
fusilamientos o a su documentación y denuncia. El centro de la narración
es el drama de Berele (niño)\Bernardo (adulto), un periodista
que rastrea la vida y
las circunstancias de la muerte de su padre, mientras intenta hacerse cargo de
una carga familiar judía plagada de mujeres fuertes, hombres torturados,
perseguidos, exiliados y discriminados e incluso una adolescente suicida e
incestuosa.
…
La verdadera crónica
falsa es,
por tanto, una novela sobre el fracaso, el desengaño y el extrañamiento que
derivan de la imposibilidad de pertenencia a un país y de fe por una causa
política o un líder que nos exima de tanta violencia acumulada.
Sin embargo, como sucede
también en otra obra de Szichman (La región vacía. Madrid: Verbum,
2014), perdura el amor como recurso inextinguible. Bernardo sabe que sin
su compañera Laura esta verdadera crónica falsa sería imposible de
escribir. Quizá, en esta obra, el amor no es sino el último
recurso de los desarraigados de la historia.
La verdadera crónica
falsa es,
así, un fino mosaico de personajes y eventos que a ratos con sarcasmo, a
ratos con ternura, nos siguen hablando de la dimensión humana de todos los
horrores que nos habitan desde la memoria.
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Del análisis de La
Verdadera Crónica Falsa por Gerardo
Barcia Palacios:
Todo acontecimiento histórico esconde historias aledañas. Historias que, por un
motivo u otro, perdieron protagonismo o se eclipsaron por otras de mayor
trascendencia. Pero que no por ello son menos fascinantes, indignantes o
perturbadoras. En muchos casos, además, una historia trascedente puede estar
tan relacionada con su aledaña que ambas existen para justificarse mutuamente.
Son un abanico holístico que visto en retrospectiva, se dan sentido y conviven
de forma existencial.
…
En esta tercera edición
o tercer intento (probablemente Mario leyó alguna vez a Miles Davis: “Si no te
equivocas, te equivocas”) nos propone un rediseño que permite adivinar lo que
vivieron muchas familias judías en la Argentina de aquellos años y permite
además, conocer las matanzas sin sentido que muchos regímenes cometieron en
nombre de nada. Cayeran quienes cayeran: culpables e inocentes.
Transitada por
personajes que se van desarmando y rearmando a sí mismos, como la recomposición
en cámara lenta de un jarrón que cae al suelo cuando se regresa el tiempo en un
video, el relato plantea un enigma existencial de un personaje (Bernardo) que
intenta descifrar los sucesos acontecidos aquella madrugada de junio de 1956,
principalmente porque uno de ellos, que además resulto muerto, era su padre.
Para ello, junto con su
compañera Laura, descubre de la mano de los protagonistas sobrevivientes qué
sucedió realmente aquella noche y qué llevó a su padre a morir fusilado por
error. En ese viaje, mediante una técnica narrativa que recuerda a una
colección de puzles de flashbacks superpuestos, se va descubriendo no solo la
historia real contada desde muchas perspectivas, sino que, curiosamente,
Bernardo termina encontrándose consigo mismo y con su antepasado judío.
Ignoro las ediciones
anteriores, pero esta última es sin duda una novela que recomendaría leer y que
estoy seguro, como me ha pasado a mí, se devorará en menos de dos días.
…
Personalmente ha sido
una fortuna para mí descubrir esta edición de la novela. Probablemente como
venezolano que sabe que existen muchas historias aledañas que nunca serán
contadas. O, quizá, simplemente por tener la oportunidad de leer nuevamente la
magia que nos regala Mario con cada escrito.
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