Mario
Szichman
Richard W. Sonnenfeldt
Richard W. Sonnenfeldt, quien huyó de la
Alemania nazi cuando era un adolescente, fue el jefe de los intérpretes de la
fiscalía de Estados Unidos en el juicio de Nuremberg contra varios jerarcas del
régimen liderado por Adolfo Hitler.
En 1945, a los 22 años de edad, y tras una serie
de peripecias, debió confrontar a casi
dos docenas de jerarcas nazis, entre ellos a Herman Goering, el segundo en la
jerarquía del Tercer Reich después de Hitler, a Joachim von Ribbentrop, el
ministro de Relaciones Exteriores del Führer, al industrial Albert Speer,
encargado de la manufactura de material bélico, y a Rudolph Hoess[i] el
comandante del campo de exterminio de Auschwitz.
Richard Sonnefeldt viajó con su hermano Helmut
a Gran Bretaña en 1938, para estudiar en un colegio. La idea era fijar residencia,
a fin de traer al resto de su familia, luego que las Leyes de Nuremberg de 1935
convirtieron a los judíos en parias, al abolir sus derechos como ciudadanos y excluirlos
de toda clase de empleos. (Las leyes se aplicaron luego a alemanes de origen
africano, y a gitanos).
Richard fue internado en un campamento,
acusado de ser un “enemigo alemán”, y despachado a Australia. (Su hermano
Helmut, entonces de 14 años, recibió permiso para quedarse).
Tras llegar a Australia, Richard Sonnenfeldt
expresó su deseo de luchar contra los nazis, y fue puesto en libertad. Inició
entonces un larguísimo viaje en que visitó cinco continentes y sobrevivió a un
ataque con torpedos. En 1941 logró llegar a Estados Unidos, donde se reunió con
su hermano y con sus padres, quienes lograron huir a Suecia, instalándose luego
en Baltimore, Estados Unidos.
Tras obtener la ciudadanía norteamericana,
Sonnenfeldt fue reclutado por el ejército. Luchó en la batalla de las Ardenas, una
de las más sangrientas de la segunda guerra mundial, y participó luego en la
liberación del campo de exterminio de Dachau.
Un mes más tarde, el general William J.
Donovan, director de la Oficina de Servicios Estratégicos, precursora de la CIA, escogió a Sonnenfeldt
para que trabajara como intérprete en el proceso a los dirigentes nazis que se
llevó a cabo en la ciudad de Nuremberg.
En su autobiografía Witness to Nuremberg (2006, Arcade Publishing), Sonnenfeldt dijo
que su primer interrogatorio fue el de Goering, a quien Hitler había designado
como sucesor, aunque luego ordenó su ejecución, por desobedecer órdenes en los
días finales de su régimen.
Durante el encuentro, señaló Sonnenfeldt,
sintió como si “el refugiado judío que yo había sido en una época, me estaba
tironeando de la manga de la camisa”.
Pese a su nerviosismo, el joven de 22 años
decidió enfrentarse al que fuera uno de los hombres más poderosos y crueles de
Alemania, fijándole las reglas que debería seguir. “Cuando yo hable, usted no
me va a interrumpir”, le dijo a Goering. “Usted espera hasta que yo concluya. Y
cuando usted quiera decir algo, lo escucharé, y decidiré si es necesario
traducir sus palabras”.
Eso se lo dijo Sonnenfeldt a quien había sido
el primer comandante de las SA, las milicias nazis, el organizador de la Gestapo,
como una fuerza nacional de terrorismo, presidente del Reichstag cuando se
proclamaron las leyes raciales de Nuremberg, y el organizador de los bombardeos
a Roterdam. Pero el intérprete tenía también una cuenta que saldar a nivel
personal. “Goering ordenó que mi padre fuese puesto en un campo de
concentración, aunque después ordenó su liberación, pues mi padre había sido
condecorado con la Cruz de Hierro en la primera guerra mundial”.
La
audacia de Sonnenfeldt para enfrentarse a un preso con las credenciales
de Goering provenía de una frase de Churchill, y de la captura de un general
alemán en la que había participado. La frase de Churchill era la siguiente:
“los alemanes suelen arrojarse a la garganta, o tenderse a los pies del
enemigo”. En cuanto al general capturado, exigió a Sonnenfeldt que no lo
obligara a viajar en la parte trasera de un camión donde iban sus subordinados.
Sonnenfeldt aceptó el pedido y obligó al general a caminar delante del camión,
rumbo al campamento de prisioneros, situado a gran distancia.
LIDIANDO CON LOS SEÑORES ASESINOS
Juicio de Nuremberg
La táctica con Goering fue no solo establecer
las reglas del juego, sino burlarse de su apellido. Sonnenfeldt se dirigió en
cierta ocasión al que había sido Reich Marshall de Alemania como “Herr Gering”,
que en alemán significa “don nadie”.
Goering miró al intérprete con odio y le aclaró que ese no era su
apellido.
Sin embargo, pronto se estableció una empatía
entre ambos. Inclusive Goering insistió en que Sonnenfeldt siguiera siendo su
intérprete cuando uno de sus jefes quiso trasladarlo a otra sección.
Una de las primeras tareas de los carceleros
de Goering fue acabar con su drogadicción. Solía consumir unas cuarenta
píldoras diarias de un derivado de la morfina. Pese a que la desintoxicación
afectó su salud, no alteró su agudeza mental. Goering prometió decir toda la
verdad, y nada más que la verdad, pero negó sistemáticamente las acusaciones de
la fiscalía. Dijo estar dispuesto a asumir toda la responsabilidad por todo lo
que había sido hecho en su nombre, aunque, según dijo el intérprete, “negó
conocimiento de virtualmente todo lo que había sido hecho en su nombre”.
En realidad, para Goering, la culpa de todas
las fechorías del régimen debía atribuirse a otros. Entre quienes habían
presuntamente engañado a Goering u ofrecido falsa información figuraban de
manera prominente Heinrich Himmler, líder de las SS, un grupo paramilitar
encargado del control de los campos de concentración, o Martin Bormann, uno de
los más estrechos colaboradores de Hitler. La ventaja era que Himmler se había
suicidado, y Bormann figuraba como desaparecido.
Una de
las tareas de Sonnenfeldt era mostrarle al prisionero alguno de los documentos
capturados en que aparecían sus órdenes, firmadas de su puño y letra. Goering
lo miraba fijo sin abrir la boca, o se encogía de hombros.
Incendio del Reichstag
En cierta ocasión, el general Franz Halder,
quien fue testigo contra los nazis en el juicio de Nuremberg, dijo que había
cenado con Hitler y Goering en la sede del Führer en Prusia oriental. Ante una
docena de invitados, Goering dijo que él había ordenado incendiar el Reichstag,
la sede del parlamento alemán. Los nazis habían acusado del incendio a los
comunistas. El episodio sirvió a Hitler para suspender la mayoría de las
libertades civiles en Alemania, incluyendo el habeas corpus, la libertad de expresión, la libertad de prensa, el
derecho de libre asociación y el secreto
en las comunicaciones por correo y telefónicas.
Cuando Sonnenfeldt le mostró a Goering la
declaración de Halder, el ex dirigente nazi respondió: “Oh, esa fue una broma
que le hice a Hitler”. Y el intérprete le respondió: “¿Podría decirme otra de
las bromas que le hizo a Hitler”?
Por una vez, señaló Sonnenfeldt, “Goering se
quedó sin saber qué decir”.
LA CONDICIÓN HUMANA
Algunos de los jefes nazis eran de un sadismo
increíble. Sonnenfeldt conversó en cierta ocasión con el hijo de Franz Ziereis,
comandante del campo de exterminio de Mauthausen. El joven le dijo que su padre
era bueno, pero se quejó de que al cumplir diez años, Franz Ziereis le regaló
un rifle, y luego trajo a seis prisioneros, los puso contra una pared, y lo
obligó a disparar contra ellos.
“Demoré mucho tiempo en hacerlo”, dijo el
joven. “Fue muy difícil, y no me gustó la tarea”.
El intérprete descubrió luego que el rifle era
de un pequeño calibre. “El comandante Ziereis había inventado ese particular
pasatiempo pues de esa manera se necesitaban docenas de balazos para matar
prisioneros”.
En otra oportunidad, Sonnenfeldt interrogó a
Rudolf Hoess, comandante del campo de concentración de Auschwitz. Cuando le
preguntó si era cierto que había ordenado el exterminio de tres millones y
medio de seres humanos, Hoess se enfureció. “No, no es cierto”, dijo. “Solo fueron
dos millones y medio. El resto fallecieron por otras causas”. ¿Y cuáles eran
esas causas? “Enfermedades, epidemias imposibles de frenar, y hambrunas que
causaban el colapso físico, cuando no podíamos alimentar a los reclusos”.
Durante mucho tiempo, Hoess intentó ocultar a su
esposa las tareas en que estaba involucrado. Finalmente, decidió sincerarse.
“Entonces”, dijo Hoess, “ella abandonó la cama y nunca más permitió que la
tocara. Pero yo encontré una joven prisionera. Ella nunca me hizo preguntas”.
Sonnenfeldt expresó su asombro por la
personalidad de los dirigentes nazis juzgados en Nuremberg. A excepción de
Goering, del exministro de armamentos Albert Speer, o de Hjalmar Schacht,
considerado el zar de las finanzas en la primera época del nazismo, el resto se
caracterizaban “por la mediocridad, la falta de distinción en materia de
intelecto, conocimiento o perspicacia”. La carencia de educación estaba
acompañada por la ausencia de carácter. “No tenían integridad alguna. Eran
serviles con sus superiores y arrogantes con el resto”.
Esas fueron las figuras que dirigieron los
destinos de Alemania entre 1933 y 1945, hasta el colapso final del Reich. Doce
años se prolongó la cruel aventura nazi, aunque el sueño de Hitler había sido
crear un Reich capaz de durar mil años.
[i] No confundir con
Rudolph Hess, quien fue designado segundo de Hitler en 1933. En 1941, Hess huyó
a Escocia en un intento por negociar la paz con el Reino Unido durante la
segunda guerra mundial. Fue tomado prisionero, acusado en el juicio de
Nuremberg de crímenes contra la paz, y condenado a cadena perpetua. Se suicidó
en la cárcel, a los 93 años de edad.
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