Mario
Szichman
Franz Kafka
Cuando
se trata de Franz Kafka, el telón nunca desciende. Su vida se nutre de actos
aplazados. Sus etapas de creación son tan prolongadas como sus períodos de apatía.
Todavía resulta difícil localizar a los herederos de Kafka, pero Jorge Luis
Borges se encargó de mencionar algunos de sus precursores, entre ellos, un “apólogo
de Han Yu, prosista del siglo IX” sobre el unicornio un “animal que no figura
entre los animales domésticos, no siempre es fácil encontrarlo, no se presta a
una clasificación”, o los escritos de Kierkegaard, o las expediciones al Polo
Norte, o algún poema de Browning.
La
conclusión de Borges era “que cada escritor crea sus precursores. Su labor
modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”. ("Kafka y sus precursores". Otras Inquisiciones).
En
una de las novelas de Kafka, El proceso,
el señor Josef K. jefe de cajeros de un banco, es arrestado de manera
inesperada por dos agentes. Los agentes nunca revelan el organismo al cual
pertenecen. Al parecer, Josef K. ha cometido una transgresión, pero ignora en
qué consiste. No parece una falta grave, pues los agentes le permiten seguir en
libertad, aunque se trata de una libertad vigilada. En algún momento deberá
rendir cuentas ante la justicia.
La
amenaza de arresto contra Josef K. se registra en el medio del camino de la
vida, cuando cumple 30 años de edad, reiterando el comienzo de El infierno, de Dante. La fecha de comparecencia
al tribunal es un domingo, el menos factible de los días laborables. ¿Y dónde
está el tribunal? Como siempre en Kafka, el espectro generado por el nombre es
desmentido por la realidad. El lector imagina al tribunal emplazado en un
palacio de justicia. También conjetura su estructura, su volumen, sus
atributos. Pero el señor Josef K. nunca tropieza con el tribunal; menos aún,
con la justicia que imagina reside en su interior. Aún más, la justicia no lo
busca al señor K. Él está obligado a tropezar en algún momento con ese ícono
intangible.
La
lectura de El Proceso se ha ido
alterando con los años, dependiendo de la situación política, de los aspirantes
a sucesores. Tiene una temática similar a la de 1984 de George Orwell, novela publicada más de dos décadas después.
¿En qué proceso ha sido involucrado Joseph K? ¿Qué clase de justicia es esa
donde siempre se conjetura la culpa, en tanto la inocencia ha sido erradicada pues
es imposible de percibir? ¿Quién asume la responsabilidad? Todo se formula en
secreto. La acusación es más importante que las normas legales. La autoridad
juzga entre bastidores. Es quimérico identificar a los jueces. ¿Cómo defenderse
de las acusaciones? Nadie revela los cargos, o explica las reglas del juego.
Además, el tribunal puede estar en cualquier lado. En la versión
cinematográfica que hizo Orson Welles de la novela, observamos lo que parece
ser un tribunal. Pero está al aire libre, atravesado por cuerdas donde han
colgado ropas, como si fuera un patio de vecindad. Varias de las espectadoras
que asisten al juicio se distraen tejiendo mientras aguardan el comienzo del
proceso. (Las tejedoras tramando tejidos son una estampa macabra. Las tejedoras
eran un elemento esencial en el París de la Gran Revolución. Rodeaban el
estrado donde habían erigido la guillotina).
LA VERDAD LITERAL
Lo
fascinante en Kafka es el apego a la letra muerta. Sus personajes habitan un
mundo de sonámbulos. En esos espacios clausurados, la palabra es irrefutable,
rige al mundo, es la ley.
A
lo largo de su vida adulta, la tarea de Kafka consistió en explicar qué ocurría
con un cuerpo (deseante) que transgredía la ley. Tenía el atributo de enunciar,
en prosa muy sencilla, con la precisión de un entomólogo, los terrores de un
hombre sin atributos castigado por edictos no solo absurdos, sino
incomprensibles. Era también un genio para destruir la significación. Cuando
imaginamos un castillo, sin importar sus dimensiones, al menos sabemos que
estamos hablando de un sitio rodeado por un foso, al cual se accede cuando se
baja un terraplén. Puede tener torres, o prescindir de ellas, sus muros admiten
todos los espesores posibles, pero sabemos que se trata de una fortaleza,
estamos en condiciones de reconocer una fortaleza… hasta que asoma Kafka, y
destruye toda certidumbre. ¿Cómo se configura el castillo en una de sus novelas
más famosas? En base a su ausencia. El castillo brilla por su ausencia. Se ha
transfigurado en una aldea cuyas viviendas no superan los dos pisos. ¿Dónde
están las imponentes murallas, los fosos, los terraplenes? Imposible saberlo. Para
Kafka, nombrar nunca es significar. Es apropiarse de un nombre para privarlo de
su acepción. O aprovecharse de su fama para alterar su significado. O invertir su sentido.
En
El silencio de las sirenas, Kafka
menciona “métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para
la salvación”. Una demostración es suficiente. “Para protegerse del canto de
las sirenas”, indica Kafka, “Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar
al mástil de la nave”. Olvidaba Ulises que “las sirenas poseen un arma mucho
más terrible que el canto: su silencio”. Tal vez “alguien se hubiera salvado
alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio”.
Si
hay un relato que puede superar esa maravilla de cuento que es Pierre Menard, autor del Quijote, es La verdad sobre Sancho Panza, de Kafka:
Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el
correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de
caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal
punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que este
se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por
falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho
Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible,
quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en
sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.
El
cuento de Borges apuesta a un genio cuya hazaña es reconstruir la historia del
Caballero de la Triste Figura palabra por palabra. Pero Menard está agobiado
por un pasado que Cervantes no pudo conocer. Menard era “un simbolista de
Nîmes, devoto esencialmente de Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a
Mallarmé, que engendró a Valéry, que engendró a Edmond Teste”. Las palabras más
calificadas del universo poético del siglo diecinueve, debían pesar como
lápidas sobre la intención de Menard de restituir el texto original de
Cervantes.
El
relato de Kafka prescinde de la figura de carne y hueso de don Alonso Quijano,
y la trasmuta en la alucinación de su escudero. Sancho Panza es el amo que
engendra a don Quijote, como un objeto de “útil esparcimiento”.
Kafka
sabía leer por el revés de la trama. Quizás toda la historia de la literatura
es una larga búsqueda para destruir el lugar común, y reanimar el lenguaje con nuevas
coartadas.
En la colonia
penitenciaria, el escritor nos revela cómo los
refranes se encarnan y castigan la carne. Uno bastante famoso es “La letra con
sangre entra”. Y en el relato, la transgresión de la víctima es sancionada con
una máquina que rotula la ofensa en la carne del prisionero, utilizando una
rastra erizada de púas.
¿TENÍA
KAFKA UNA VIDA FUERA DE LOS LIBROS?
La
vida de Kafka es tan inconclusa, tan kafkiana, como sus escritos. Basta
analizar sus romances, que florecieron, perecieron, y volvieron a florecer, sin
concretarse nunca en una boda.
En
1912, Kafka conoció a Felicia Bauer. La relación fue, en su mayor parte,
epistolar, pues Kafka vivía en Praga, y la dama, en Berlín. Uno de sus
biógrafos dice que Kafka trataba de seducir a Felicia, y, de manera simultánea,
mantenerla a suficiente distancia. En 1913, Kafka conoció a Grete Bloch, una
amiga de Felicia, e inició una relación epistolar. ¿El tema constante de sus
cartas? Felicia. La relación tuvo todos los indicios de un threesome imposible de consumar.
Hay fuertes indicios de que Grete
estaba enamorada de Franz. ¿Qué ser humano aguanta una relación sentimental,
aunque sea a través del intercambio de esquelas, en la cual el posible suitor se empecina en hablar de la
tercera en discordia?
En
1914, tras someter a la sufrida Grete a un año de cartas dedicadas casi
exclusivamente a exaltar a Felice, Kafka decidió finalmente comprometerse con
la improbable mujer de sus sueños. El compromiso con Felice se rompió un mes
más tarde.
Pero
con Kafka, nada era final. Tres años más tarde, hubo un segundo compromiso con
Felice. Posiblemente desesperado por la situación –el matrimonio nunca figuró
en sus planes--, Kafka contrajo tuberculosis, y eso le permitió eludir el lazo
marital tendido por la amada. (Sigmund Freud, nos ayudó a descubrir que las
enfermedades psicosomáticas son tan abundantes como las dolencias reales).
También
con Kafka, siempre hay sorpresas. Nadie podría sospechar, observando la
languidez de su mirada perpetuada en sus fotos más famosas, que era un Don
Juan, y que, al mismo tiempo, las mujeres le causaban terror. Otro biógrafo
dice que se dedicó a conquistar mujeres con la misma asiduidad con que
escribía, o dejaba de escribir, o con la apetencia que mostraba por escudriñar
a sus escritores favoritos: Tolstoi, Dostoievski, Dickens, Flaubert, Goethe,
Kierkegaard, Herman Hesse, Baruch
Spinoza, pero también Arthur Conan Doyle, Julio Verne, la Biblia, y el folklore
judío.
Tras
Felice vino Julie Wohryzek, camarera de un hotel, a quien propuso casamiento,
aunque no tenían un solo punto en común. En 1920 apareció Milena Jesenská, una
periodista y escritora checa. Milena se puso en contacto con Kafka, pues quería
traducir del alemán al checo su relato El
Fogonero, que luego fue incorporado a la novela América. Aunque Milena estaba casada con Ernst Pollak, un
intelectual judío, el matrimonio se había ido por el barranco, y Kafka apareció
como su tabla de salvación. Fue tal vez la relación sentimental más apasionada
de Kafka, y la que más logró perpetuar sus escritos, aparte de la amistad con
Max Brod.
Y
finalmente, estuvo Dora Diamant, una maestra de un kindergarten, proveniente de
una familia judía ortodoxa, otra influencia benéfica, pues despertó el interés de Kafka por el
Talmud[i],
y lo alentó a concluir cuatro de sus relatos, que dieron origen al libro Un artista del hambre.
“Alguien debe haber dicho mentiras acerca de
Josef K”, enuncia el primer párrafo de El
Proceso. “Él sabía que jamás había hecho nada malo, pero, una mañana, fue
arrestado”. Y de esa manera, Josef K. empezó a recorrer su inexplicable vía
crucis.
En
esa empresa pasó Kafka la mayor parte de su corta vida. Murió en Austria, en
1924, a los 40 años de edad. No solo fue autor de sus obras, sino su principal
personaje. Inclusive el gigantesco insecto o la alimaña que protagoniza La Metamorfosis, es otra de sus
reencarnaciones, y muestra bien a las claras su doliente humanidad. Por otra parte, con algunas excepciones, las dos “a” o la “K”, de su apellido, predominaron en la
identificación de sus protagonistas.
Para
Kafka, nombrar nunca fue el equivalente de significar. Las palabras acechaban
su prosa, sus sueños, como asaltantes de caminos, despojando al creador de
todas sus certezas. Su tarea, tan infinita como la construcción de la muralla
china, fue de incesante desajuste. Y su meta, si es que algún día se sentó a
reflexionar en un objetivo –para Kafka ese sustantivo iba invariablemente unido
al adjetivo de incansable— consistió en burlar el nombre.
[i] Conjunto de leyes
judías, civiles y ceremoniales, así como de leyendas. Sigmund Freud admiraba la
elegancia y sabiduría de sus frases. Para mí, una de las favoritas es esta
pregunta de un hombre a su enemigo: “¿Por qué me odias tanto, si no te hice
favor alguno?”