Mario
Szichman
La fama de Edgar Allan Poe (1809—1849) es tan equívoca
como su vida. Y nadie la resumió mejor que James Russell Lowell en su propia
época:
“Here comes Poe with his Raven, like Barnaby Rudge[1],
Three fifths of him genius, two fifths sheer fudge.”
Tres quintas partes de genio, dos quintas partes de
puros disparates. ¿Cuánto de Poe es puro genio? ¿Cuánto es puro disparate? ¿Estaban equivocados Charles Baudelaire o
Paul Verlaine cuando lo consideraban su maestro? Walt Whitman, el mejor poeta
que produjo el siglo diecinueve en Estados Unidos, solo tenía en cuenta un
rival: Edgar Allan Poe, aunque aseguraba que “toda su poesía anidaba en su
prosa”.
T.S. Elliot, que se sentía agraviado por el ensayo de
Poe Filosofía de la Composición,
debió reconocer: “nadie puede asegurar que su propia escritura no haya recibido
la influencia de Poe”. Un poeta serio,
como Elliot, estaba obligado a conceder que quizás había sido hechizado por un
charlatán de feria, alguien capaz de desarticular The Raven, su poema más famoso, a fin de exponer los engranajes de
un aceitado mecanismo revestido con el nombre de poesía.
En Filosofía de
la Composición, Poe cometió varios sacrilegios. El principal de ellos fue
intentar poner fin a la leyenda del poeta como un ser excepcional. En un mundo
donde los intelectuales tienen la pésima costumbre de tomarse en serio, Poe era
una anomalía. Podía padecer más tribulaciones que una docena de poetas
malditos, pero su persona como escritor
no divulgaba el secreto. Pensaba que un poeta, un narrador, era apenas un artífice
interesado solo en el efecto que causaría su obra en el público. Se consideraba
un simple intermediario en la tarea de seducir al cliente.
Harry Clark: Poe
Estamos hablando de mediados del siglo diecinueve, y
del norte de Estados Unidos previo a la guerra civil. Poe debía ganarse la vida
en múltiples menesteres, no solo escribiendo artículos para revistas y
periódicos, algunos bastante sensacionalistas, sino también recitando sus poemas,
y en ocasiones, sus cuentos. ¿Quiénes eran sus rivales? No precisamente
escritores. Uno de ellos era de la categoría de Phineas Taylor Barnum, el
famoso empresario que congregaba en salas teatrales a cuanto freak andaba suelto. Seres diminutos,
seres gigantescos, artistas del hambre, geeks
sobreviviendo en un foso, eran el material humano de Barnum, y también de Poe.
(Recordemos La fosa y el péndulo.
Recordemos El entierro prematuro).
Compañías de cómicos y trágicos de la legua, recorrían ciudades y suburbios
ofreciendo misterios religiosos, y, aún
más excepcional, obras de William Shakespeare. Pues Shakespeare no era en esa
época El Bardo que los mejores
actores británicos del siglo veinte se hartaron de interpretar, sino un
dramaturgo sensacionalista, un fabricante de potboilers, cuyos principales personajes eran adúlteros, asesinos
de niños, sepultureros, amantes casi impúberes, y bufones.
Es factible que Poe haya puesto al descubierto su
proceso creativo como una forma secundaria de ganar dinero. ¿Cuál era su
alternativa? ¿Mostrarse al público como un ser emotivo, una entidad inefable,
trascendente, inexplicable? En ese caso ¿quién querría escuchar sus poemas?
Barnum y Shakespeare eran mucho más interesantes. El sortilegio de Poe
consistió en demostrar al público que la magia estaba al alcance de todo el
mundo. Era cuestión de exhibir el mecanismo, los engranajes de cualquier
trastorno. Y, aún más importante, exponer que pese a mostrar los bastidores, el
hechizo seguía funcionando en el escenario. Bastaba con usar las herramientas
adecuadas. Y así, a la vista de todos, conseguir que ese espectador, o lector,
se inquietaran, presintiesen cosas inexpresables, descubrieran la sutileza, la
belleza, el horror, y contuviesen su incredulidad.
Un poema, decía Poe, necesita cierta recortada
duración, para que el autor pueda leerlo en el transcurso de una sola velada. También
requiere un elemento capaz de impresionar a la audiencia. ¿Cuál es el tema más
interesante? La pasión amorosa. ¿Quién encarna mejor esa pasión? Una bella
mujer. ¿Cuál es el mejor método para hacer fluir las lágrimas de los
espectadores? Mencionar la muerte. Y puesto que no hay nada más conmovedor que
la muerte de una bella mujer, la trama del poema The Raven se aloja en ese argumento. También conviene añadir un
elemento iterativo que acreciente la angustia. Y en ese sentido, aseguraba Poe,
la palabra Nevermore, nunca más,
resultaba casi inevitable.
Ese imperativo de deslumbrar en voz alta a la
audiencia, se puede aplicar a muchas de sus narraciones. Excepto por la
trilogía de la Rue Morgue, que tiene como protagonista a August Dupin, sus
relatos suelen ser bastante escuetos. El
barril de amontillado puede recitarse en menos de una hora. Y lo mismo
ocurre con El retrato oval, El entierro prematuro, La máscara de la muerte roja, El corazón delator, El extraño caso del
señor Valdemar.
Veamos la primera frase de El barril de amontillado: “Toleré mil injurias de Fortunato de la
mejor manera posible, pero cuando se atrevió al insulto, juré vengarme”. Nunca
sabremos cual fue el insulto que precipitó la muerte de Fortunato, y dudo que
algún lector sienta interés alguno por averiguarlo. Poe nos coloca de inmediato
en el lugar del agraviado, y muy pocos, aunque ignoren la causa, lamentan su
venganza. Además, es una venganza proclamada a viva voz. Todas esas obras
pueden representarse perfectamente en un escenario, especialmente en un teatro
del gran guignol. Los diálogos no son proferidos, sino gritados, las emociones son
desaforadas.
Eliot quiso explicar el atractivo que despertaba Poe
en sus lectores denigrando sus glándulas. “Es innegable que Poe tenía un
poderoso intelecto”, decía Eliot en un ensayo de 1948. “Pero parece el
intelecto de una persona que aunque dotada de grandes atributos, no ha
alcanzado la pubertad. Las formas que adquiere su vivaz curiosidad son aquellas
en que se complace una mentalidad pre adolescente: las maravillas de la
naturaleza, la mecánica, lo sobrenatural, las cifras y criptogramas, los
acertijos y laberintos, los mecánicos jugadores de ajedrez… La variedad y ardor
de su curiosidad deleita y asombra. Pero, al final, su excentricidad y su falta
de coherencia terminan por cansar”.
Sin embargo, Poe, a diferencia de Eliot, nunca nos
cansa. Esa mentalidad que, según el poeta inglés, no había alcanzado la etapa
reproductiva, parece contradecir aquello que las biografías, especialmente la
excepcional de Daniel Hoffman[i], señalan
con obstinación. Si hay algo que puede aplicarse a Poe, es el título de un
libro escrito por Piera Aulagnier,
Guy Rosolato, y otros tres psicoanalistas: El
deseo y la perversión. Si de algo
adolecía Poe, era de una mentalidad pueril. Nunca la impotencia sexual es
puerilidad. Además, nadie escribe cuentos como La caída de la casa Usher, o El
entierro prematuro, o Ligeia, o Berenice, si cree en cuentos de hadas.
En todos esos relatos, anida el avieso amor por las muertas.
TRIBULACIONES
Una de las extravagancias de Poe era su capacidad para
racionalizar emociones que devastaron su vida. Por un lado estaban las amantes
que habitaban su poesía y sus relatos, con su carga de necrofilia y de variadas
perversiones. Por el otro estaba su vida personal, más maligna que el conjunto
de sus narraciones, más desdichada que el grueso de sus poemas.
Nada humano le era
ajeno a Poe. Su santísima trinidad estaba constituida por tres mujeres: su
madre, su esposa, y su suegra. Perdió a su madre cuando tenía dos años de edad,
luego a su esposa, y finalmente a su suegra. Eran tres maneras diferentes de sobrellevar
pasiones incompletas, algo muy distinto a sufrir amores preadolescentes.
Pero además, un hombre
“normal” —si es que existe algo tan impreciso como la normalidad— no se va a
vivir con su tía, Maria Clemm, y con su hija Virginia Eliza Clemm, quien era prima
carnal del poeta. Poe compartió la vida con Virginia prácticamente desde que
ella era un bebé. A los 26 años de edad, cuando Poe era un notable buen mozo,
abundantemente perseguido por las damas, decidió casarse con Virginia, que en
ese momento tenía 13 años de edad. El matrimonio duró once años, hasta la
muerte de la esposa, a los 23 años. Muchos dudan que el matrimonio se haya
consumado. Algunos psicoanalistas muy famosos, entre ellos Marie Bonaparte,
aseguran que Virginia murió doncella. (Hoffman nombra el famoso poema Annabel Lee, dedicado justamente a una maiden que no puede ser otra que la
esposa niña).
Si Poe nos sigue inquietando, si seguimos recordando
de él aunque sea uno solo de sus cuentos, es porque explica, de manera
indiscutible, su retorno del infierno en numerosas ocasiones. Solo Dante nos
ofreció más detalles de ese incómodo lugar. Solo Poe nos negó el pasaje de
regreso.
En uno de sus momentos de incómoda lucidez, Poe
enunció este desafío: “Para que un hombre revolucione, de una sola vez, el
mundo universal del pensamiento humano… solo necesita escribir y publicar un
pequeño libro. Su título debe ser simple, sus palabras escasas, sencillas: ´Mi
Corazón al Desnudo´. Pero ese pequeño libro debe ser leal a su título”.
En realidad, para Poe existía un solo infierno. Cada
día, como ese artesano que desarmaba y reconstruía emociones a fin de alcanzar
el mayor efecto en sus poemas, su tarea consistía en revisar sus posesiones,
buscar el modo de causar un gran efecto en la sensibilidad de sus espectadores
o lectores y elegir, siempre con infinito cuidado, la aflicción de cada día.
[1] Barnaby Rudge, una novela
histórica de Charles Dickens, tal vez la
menos leída de toda su producción, tiene como protagonista a un ser ingenuo que
merodea por la narración acompañado de su mascota, un cuervo, A Raven. Y The Raven es el poema más famoso de Poe.
Poe siempre deslumbra, tal cual lo narras y desnarras.
ResponderEliminar¿Sabías que murió de rabia?
María Alexandra: ignoraba el dato. Creí que había fallecido tras una prolongada borrachera. ¡Feliz noche!
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