Mario Szichman
“– ¿Cree que la relación sexual es algo sucio?”
“–Solo si se consuma de manera apropiada”.
Woody Allen
Hace algunas décadas, Hollywood produjo la mejor película de propaganda
sobre los daños causados por las bebidas fuertes: Días de vino y rosas. Era la historia de una pareja de clase media
que se iba alcoholizando a medida que aumentaban las presiones familiares y las
obligaciones laborales. La película, dirigida por Billy Wilder, tuvo mucho
impacto, y recuerdo que al salir del cine, decidí dejar de fumar. No era un
bebedor, pero necesitaba poner punto final a un hábito pernicioso.
Creo que de haber descubierto por esos mismos años la novela de León
Tolstoi La sonata a Kreutzer, hubiera
hecho votos de abstinencia y castidad.
Anna Karenina y La guerra y la paz, son las obras
maestras de Tolstoi, y en ambas, destacan dos personajes femeninos: la
adúltera, Anna Karenina, y la mujer apasionada, Natasha, que se fuga con un
galán. El costado digamos femenino de Tolstoi le permitió crear dos de las damas
más inolvidables que habitan las páginas de la literatura universal.
Pero detrás del frontispicio del conde León Tolstoi acechaba una
aberración. Su Míster Hyde tenía la ideología de un mujik, un campesino
ruso. Tal como dice A.N. Wilson en The Times Literary Suplement, es
probable que les
resulte plausible a los partidarios del Talibán, sin embargo es difícil que sea
recomendada en las universidades de ambos lados del Atlántico.
La trama de la novela es el monólogo de un asesino, interrumpido en escasas
ocasiones por un alarmado interlocutor. En el curso de un viaje en tren, un
noble ruso, Pozdnyshev, narra cómo asesinó a su esposa en un ataque de celos,
tras sospechar que la mujer lo engañaba con un músico. La escena en que
Pozdnyshev ataca a su esposa con un puñal en presencia de su hipotético amante
es descripta de esta manera: “Sabía que estaba acuchillándola debajo de las
costillas, y que el puñal la penetraría. Mientras estaba haciendo eso, sabía
también que estaba haciendo algo horrible”.
Anton Chejov expresó dos opiniones sobre el texto. En la primera ocasión
dijo que “en relación con la mayoría de lo que se escribe en la actualidad
tanto aquí como en el extranjero, es difícil encontrar algo que pueda
compararse, tanto en la importancia del tema o como en la belleza de su
ejecución”. Tras una segunda lectura, Chejov tuvo una opinión muy diferente.
Dijo que era difícil perdonar “la arrogancia” de Tolstoi al “discutir asuntos
de los cuales no entiende absolutamente nada”. Eso incluía las opiniones del
escritor “sobre sífilis, hospitales para
niños expósitos, el disgusto de las mujeres por las relaciones sexuales,
etcétera”. Chejov agregaba que no solo
las tesis discutidas eran muy conflictivas,
“sino que demuestran lo ignorante que es (Tolstoi) con respecto a
ciertas cuestiones”. Chejov era médico,
y es posible que algunas de las acusaciones del protagonista de la novela hayan
atentado no solo contra su sentido común, sino contra su orgullo profesional.
Porque Pozdnyshev, en el curso de su desvarío, también arremete contra los ginecólogos,
a quienes trata apenas mejor que a violadores. Pozdnyshev habla con desprecio
de “esos doctores que desnudaban a mi esposa de una manera cínica, y la tocaban
por todas partes”.
Como Dostoievski, como William Blake, como Balzac, Tolstoi era realmente un
monstruo de la naturaleza. Es difícil encontrar durante el siglo veinte seres
de esa sobrenatural capacidad para evaluar al ser humano, y al mismo tiempo, nutridos
de tanta audacia para ignorar las convenciones sociales. Si hay algo que puede
compararse a ese fenomenal exabrupto que es La
sonata a Kreutzer, es, tal vez, el capítulo de El gran inquisidor que aparece en Los hermanos Karamazov. En realidad, podrían colocarse ambos
textos, uno seguido del otro, para demostrar que es necesario abolir la religión
y la sexualidad de un solo plumazo. Por cierto, cuando el interlocutor de Pozdnyshev
le formula esta pregunta para impugnar su teoría: ¿Acaso la eliminación de la
pasión amorosa no significa la destrucción de la especie humana? Pozdnyshev
responde con otra pregunta: “¿Y por qué debe continuar esa raza humana a la
cual usted pertenece?”
Una sociedad tan sofocada, tan reprimida, tan censurada como la rusa, tanto
en la época de los zares como luego durante el estalinismo, tiene que haber engendrado
muchos locos razonantes, con una lógica perfecta –al menos mientras transitan
siempre por el mismo carril— La ventaja de los dementes sobre los seres
aparentemente normales es que no tienen dudas ni objeciones, pues poseen la
verdad absoluta. Pozdnyshev parte de esta premisa: la pasión sexual es un
pecado, y quienes la aceptan son depravados y libertinos. Las mujeres, no importa si son damas
honorables o prostitutas, tienen un solo objetivo en la vida: seducir y
corromper al hombre. La hipótesis, por cierto, no es novedosa. Ya Boecio, considerado
uno de los padres fundadores de la filosofía cristiana, dijo en el siglo sexto
que “La mujer es un templo levantado sobre una cloaca”.
La sonata a Kreutzer es de
una ferocidad y de una vulgaridad que todavía causa asombro. Ya en su época
despertó la pasión del censor.
Cuando fue publicada en 1890 en los Estados Unidos, un fiscal en la oficina
postal de Nueva York declaró que era “indecente”, y prohibió que fuera
distribuida por correo. Como resultado, varios libreros llenaron carretillas
con La sonata a Kreutzer, colocaron
grandes carteles en su interior con la frase “Prohibido”, y ofrecieron la
mercancía en las calles de Nueva York. Algunos de los buhoneros fueron
arrestados y llevados ante un juez, quien leyó los capítulos más
controversiales, y decidió que “no hay nada en la trama que afecte la moral
pública”. Posteriormente, un librero de Filadelfia fue acusado de obscenidad,
por ofrecer la novela. Pero el juez que intervino en el caso emitió este fallo:
“Quizás La sonata a Kreutzer del
conde Tolstoi contenga muchos puntos de vista absurdos y desatinados sobre el
matrimonio. Algunos lectores podrían sentirse afectados pues perturba nuestras
ideas sobre la santidad y la nobleza de
esa relación, pero no por eso se puede considerar un texto obsceno”.
También en Rusia La sonata a Kreutzer
tuvo problemas con la censura. Su primera edición fue prohibida, y Sophia, la
esposa de Tolstoi, tuvo que hacer de tripas corazón, y luchar, como su agente
literario, para lograr su circulación.
Tal vez la secuela más interesante es que Sophia, además de ser la agente de
su esposo, era su amanuense. Tolstoi pasó el año 1887 escribiendo la novela,
cuando la pareja cumplía sus bodas de plata y Sophia estaba embarazada de su
décimo hijo. Era evidente que la novela había sido concebida también como un
acto de venganza contra Sophia, pues el escritor era muy celoso, y creía que su
mujer lo engañaba. Pero ésta, lejos de sentirse ofendida por los velados
ataques de su marido, solo se preocupó de que en cada nueva revisión Tolstoi apaciguara
las violentas ideas del protagonista contra la mujer. Tolstoi quería demostrar
de manera fehaciente la infidelidad de la esposa de Pozdnyshev. Sophia, en
cambio, creía que La sonata a Kreutzer
mejoraría si la relación entre la mujer
y el músico era al menos ambigua. Finalmente Tolstoi accedió a la sugerencia de
Sophia, y como señaló el crítico A.N. Wilson, “eso mejoró la historia de manera
notable”.
En su lucha por conseguir que se permitiera la publicación de La sonata a Kreutzer, Sophia pidió una
audiencia al zar de Rusia, Alejandro Tercero. El zar leyó el texto y luego dijo
a la mujer: “No creo que sea una historia para ser leída por sus hijos. Aquí el
conde muestra claramente que es enemigo del matrimonio”. Y Sophia le respondió: “¿Cómo
puede mi esposo estar en contra del matrimonio, cuando ha demostrado durante
toda su vida que está a favor? Tenemos nueve hijos. Es desafortunado que la
novela haya sido escrita de una forma tan tajante, pero creo que la idea
subyacente es que todo ideal resulta imposible de conseguir”.
El zar aceptó que la novela fuera publicada, y de paso le hizo un favor
inmenso a Tolstoi, pues ordenó que figurase disimulada, como el decimotercer
volumen de sus obras escogidas. Por lo tanto, para poder regodearse con La sonata a Kreutzer, los lectores
tenían que comprar la colección completa.
Un comentario al margen: el zar de todas las Rusias tenía una sensibilidad
realmente asombrosa para la literatura. Como también la tenía el feroz José
Stalin, quien censuraba personalmente a los escritores que admiraba, y en
ocasiones, hasta les permitía publicar sus obras, generalmente, antes de
ordenar su fusilamiento. A su vez, los veredictos de magistrados en Pensilvania
y en Nueva York sobre La sonata a
Kreutzer, muestran a seres cultivados, no a obstinados burócratas que se
dejan guiar por la letra de la ley, en lugar de acatar su espíritu.
Por último Sophia, la esposa de Tolstoi, es un carácter tan multifacético como
los mejores personajes creados por su marido. Sabía deslindar muy bien entre
sus odios personales –sus diarios están cargados de invectivas contra el tirano
que tenía como cónyuge– y la admiración que sentía por su narrativa. Sophia nunca permitió que sus conflictos maritales afectaran la narrativa de su esposo.
En realidad, ella es la mejor desmentida a las filípicas lanzadas por Tolstoi
contra la mujer en general. En su rol de amanuense, correctora y agente
literaria, podría haber destruido tranquilamente la carrera de Tolstoi. Pero
algo se lo impidió, siempre ligado al amor. En primer lugar, su amor propio, en
segundo lugar, el afecto subyacente por su esposo, la enorme admiración que
sentía por su obra. Y en tercer lugar, su amor por la literatura. Todos los
pecados que convertían a la mujer, según Tolstoi, en el epítome de la ramera de
Babilonia, están ausentes de su esposa. Tal vez el juez de Filadelfia acertó
cuando dijo que la novela contenía muchos puntos de vista absurdos y
desatinados sobre el matrimonio. Sophia es la mejor muestra de que Tolstoi se
hallaba equivocado. Pero fue la misma Sophia quien cuestionó ese punto de vista,
al señalar la moraleja final de La sonata
a Kreutzer: todo ideal resulta imposible de alcanzar.
Estoy leyendo la obra.Me encanta. Muy buena tu reseña. Muy inteligente y lúcida.
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