Mario Szichman
(Una versión resumida de este trabajo fue
publicada en la edición “Fin de semana” del periódico Tal Cual de Caracas, el
28 de febrero de 2015)
Hay dos investigaciones claves para entender el nadir y el cenit de las
investigaciones legislativas en la política norteamericana: The Warren Commission report, que
estudió el asesinato del presidente John F. Kennedy, registrado el 22 de
noviembre de 1963 en Dallas, Texas, y The
9/11 Commission Report, que examinó los ataques del 11 de septiembre de
2001 contra las torres gemelas del Centro de Comercio Mundial y contra un ala
del Pentágono en los suburbios de Washington, D.C.
La pesquisa sobre el asesinato de Kennedy es deplorable, y engendró toda
una subliteratura destinada a cuestionar sus fundamentos. En cambio, es
innegable la solidez de The 9/11
Commission Report, y las secuelas han sido generalmente excelentes ensayos,
entre los cuales se destaca The Looming
Tower, de Lawrence Wright.
Cuando estaba preparando mi novela La
región vacía, sobre los ataques del 11 de septiembre, usé de manera
abundante el material de la comisión bipartidista encabezada por Thomas H. Kean
y Lee H. Hamilton. Es más apasionante, y está mejor redactado que muchas
novelas sobre el tema.
Hay un solo problema con el informe de la comisión presidida por Kean y
Hamilton: primero el gobierno de George W. Bush, luego el de Barack Obama, se
han negado a divulgar 28 páginas. Más de una década después de los ataques,
esas páginas siguen siendo secretas pues, se alega, podrían afectar la
seguridad nacional. ¿Por qué?
De acuerdo a la revista Newsweek,
la razón es sencilla: “plantea preguntas acerca del financiamiento a los
asaltantes de los aviones” por parte del gobierno de Arabia Saudí.
Varios miembros del Congreso que han leído las páginas mantenidas en
secreto dijeron a la revista que “la seguridad nacional nada tiene que ver con
eso”. Lo que ocurre es que “funcionarios norteamericanos intentan encubrir el
doble juego que Arabia Saudí ha realizado con Washington. Por un lado, se ha
mostrado como un estrecho aliado. Por el otro lado, ha sido el caldo de cultivo
del extremismo islámico más tóxico del mundo”.
Una de las figuras públicas que han exigido divulgar las 28 páginas del
informe es el ex senador por la Florida Bob Graham, quien copresidió la
investigación conjunta de los subcomités de inteligencia de ambas cámaras del
Congreso sobre los atentados. Graham
dijo que es imprescindible revelar ese informe para “obtener una visión más
amplia del papel desempeñado por los saudíes” en su asistencia al grupo
insurgente al-Qaida liderado por Osama bin Laden.
REVELACIONES
Zacarias Moussaoui, un ex dirigente de al-Qaida, quien se halla preso en
una cárcel de máxima seguridad en Estados Unidos, señaló en un testimonio
enviado a un juez neoyorquino que prominentes miembros de la familia real de
Arabia Saudí figuraron entre los principales financistas de la red insurgente
sunita a fines de la década del noventa del siglo pasado.
Moussaoui también dijo al juez George B. Daniels, del Tribunal Federal del
Distrito Sur de Nueva York, que discutió con un funcionario de la embajada
saudí en Washington, D.C., un plan para derribar el avión presidencial norteamericano
Air Force One usando un misil
Stinger.
The New York Times indicó que Moussaoui formuló las
denuncias en una carta enviada a Daniels el año pasado. La tarea del magistrado
es analizar una demanda presentada contra el reino de Arabia Saudí por
familiares de las personas asesinadas en los ataques del 11 de septiembre de
2001. Cerca de 3.000 personas murieron en los atentados contra las torres
gemelas del Centro de Comercio Mundial.
Según Moussaoui, entre los financistas de al-Qaida se hallaban los
príncipes saudíes Bandar Bin Sultan, Turki al-Faisal y al-Waleed bin Talal. La embajada de Arabia Saudí en Washington
negó las acusaciones de Moussaoui, y dijo que la comisión investigadora de los
ataques rechazó las alegaciones.
Moussaoui describió en sus cartas al
juez reuniones en Arabia Saudí a fines de la década del noventa. En esos
encuentros habrían participado jerarcas saudíes, entre ellos el príncipe Salman
bin Abdulaziz Al Saud, nuevo rey de Arabia Saudí tras el fallecimiento del
monarca Abdullah. En la reunión, dijo Moussaoui, entregó a los concurrentes
cartas escritas por Osama bin Laden.
LAS AMISTADES
PELIGROSAS
Los ataques del 9/11, a diferencia del asesinato de Kennedy, no se
circunscriben en el tiempo, y siguen irradiando sus deletéreos efectos. The New York Times dijo que hay
muchas evidencias de que “millonarios saudíes ofrecieron apoyo a bin Laden,
hijo de un acaudalado magnate saudí, y a la red al-Qaida antes de los ataques
del 2001”. El gobierno de Riad trabajó estrechamente con Estados Unidos
“para financiar milicianos islámicos que combatieron al ejército soviético en
Afganistán, en la década del ochenta, y al-Qaida reclutó sus miembros entre
esos milicianos”.
El último ejemplo sería el respaldo ofrecido por el gobierno de Riad al
ISIS, siglas en inglés de Estado Islámico de Siria e Irak. “El ISIS es un
producto de los ideales saudíes, del dinero saudí, y del respaldo a nivel de
organización”, dijo el ex senador Graham.
LA COREOGRAFÍA
DE LA MUERTE
Según un columnista de The Financial Times, un alto funcionario
saudí dijo en fecha reciente al secretario de Estado norteamericano John Kerry:
“El ISIS es nuestra respuesta (sunita) al respaldo que dan ustedes a los
chiítas” en Irak.
Por lo tanto, no es aventurado suponer que surgirá otro
género literario basado en una confrontación política en perpetua evolución,
aunque otro grupo insurgente reemplazará a la organización al—Qaida.
Y la plantilla ya existe. El escocés Andrew O´Hagan, en un análisis del
libro Falling Man, de Don DeLillo,
publicado en The New York Review of Books
(28 de junio de 2007) señaló la dificultad de usar metáforas para describir lo
ocurrido ese día. Si la novela del gran DeLillo no alcanza la calidad de Libra, o The White Noise, las razones deben atribuirse al tema. Cuando
DeLillo describe el asesinato de John F. Kennedy, dijo O´Hagan, “ubica a los
lectores en la esquina del cuarto del Depósito de Libros” donde Lee Oswald
oprimió el gatillo de su rifle. El informe de la Comisión Warren que investigó
el asesinato del presidente norteamericano parece un tedioso reporte al lado
del vívido relato de DeLillo.
Pero Falling Man, es inferior al Informe de la Comisión del 11 de
septiembre. “Basta abrir el informe en cualquier página”, indicó el crítico,
“para encontrar una imponente descripción, segundo a segundo, de lo ocurrido
esa mañana, y de los antecedentes de los piratas aéreos”.
Cuando un escritor imaginativo señaló que el segundo avión en
estrellarse contra la torre sur fue como un mensajero depositando una carta,
cometió un error, dijo O´Hagan. “No, fue sencillamente como si un avión
comercial se hubiese estrellado contra un rascacielos”. Y cuando la torre sur
colapsó, no cayó como “un ascensor descendiendo a toda velocidad”, según dijo
otro escritor. No, “colapsó como un edificio desplomándose en el suelo”. Los
modos del exceso fracasaron en esa ocasión.
“El 11 de septiembre”, señaló O´Hagan, “ofreció algunas breves horas en
que los novelistas estadounidenses debieron permanecer en sus casas, en tanto
el periodismo les enseñó feroces lecciones en el uso de múltiples voces, de
diferentes puntos de vista, de la estructura de la trama, del monólogo
interior, de la presión de la historia, de la fuerza del silencio, y de lo
siniestro. En realidad, mostró ese día, su propio arte al desnudo”.
No es aventurado suponer que el Islam reemplazará a los japoneses de
ojos aviesos en la narrativa post apocalíptica del 9/11.
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