Mario
Szichman
Rubén Muñoz Martínez, un filósofo español actualmente radicado en
Sevilla, ha prodigado en sus libros Tratamiento
ontológico del silencio en Heidegger (2006), Resonancia y silencios de la palabra (2011), Elogio de la contemplación (2012) Incursiones en lo sagrado (2012), y ahora en Gramáticas del silencio
(Ediciones en Huida, Colección En Pruebas www.edicionesenhuida.es, 2014) una
serie de temas que plantean preguntas, y fomentan la percepción. Con su sabio
lenguaje, y sus planteos, propone al lector un constante coloquio, seductores
juegos de la imaginación, y demuestra que la filosofía no tiene por qué ser una
ciencia pedante e incomprensible. No lo era en la época de Aristóteles, tal como
lo demuestran los fascinantes diálogos platónicos.
Creo que existen dos clases de autores: los autoritarios, y aquellos
que invitan a la discusión. En la primera categoría ingresan filósofos como
Martín Heidegger. Este es el comienzo de su obra maestra, El ser y el tiempo:
SER
Y TIEMPO
(1)
…δῆλον γὰρ ὡς ὑμεῖς μὲν ταῦτα (τί
ποτε βούλεσθε σημαίνειν ὁπόταν ὄν
φθέγγησθε)
πάλαι γιγνώσκετε, ἡμεῖς δὲ πρὸ τοῦ μὲν
ᾠόμεθα, νῦν δ’
ἠπορήκαμεν…
“Porque
manifiestamente vosotros estáis familiarizados desde hace mucho tiempo con lo
que propiamente queréis decir cuando usais la expresión ‘ente’; en cambio,
nosotros creíamos otrora comprenderlo, pero ahora nos encontramos en aporía”1.
¿Tenemos hoy una respuesta a la pregunta acerca de lo que propiamente queremos
decir con la palabra “ente”? De ningún modo”.
Como decía Jorge Luis Borges tras analizar la parte más espeluznante de la poesía de
Evaristo Carriego, “Sería una declaración de rencor prolongar la cita”. Pero eso ocurre con la mayoría de los
tratados modernos, no solo de filosofía sino de psicoanálisis, sociología o de
cualquier otra ciencia vinculada con las humanidades. Y sospecho que el dogmatismo
del maestro con la palmeta en la mano no es casual. Las modernas ciencias
sociales parecen dedicadas al oficio de impedir las preguntas. Se parte de un
saber ya destilado, de una nomenclatura conocida por los expertos y que margina
a los novicios, de frases que no se sustentan en otra cosa que en la sabiduría
del maestro que las esculpió en piedra.
Tropezar con los textos de Muñoz Martínez es recibir una bocanada de
aire fresco. En su último libro propone debatir aquello que podría ser el
principal conflicto padecido por el ser humano: la confrontación entre el silencio
y el habla. Entre lo que se dice y lo que se calla.
En su introducción “Hacia una localización ontológica del silencio”,
el autor menciona las cámaras anecoicas, “esos espacios físicos diseñados por
el ingenio humano para absorber todos los sonidos que se producen en su
interior”. Varios experimentos han
demostrado, dice Muñoz Martínez que “ningún ser humano puede soportar dentro de
estas cámaras más de cuarenta y cinco minutos sin empezar a perder la cordura”.
El autor señala que John Cage visitó una
cámara anecoica en la universidad de Harvard. Al salir, el famoso músico dijo
que durante su estadía persistieron dos sonidos. Y el ingeniero que organizó su
visita le explicó que esos sonidos “no eran más que el latido de su corazón y
la circulación de su sangre”.
Es algo que parece salido de una novela de George Orwell, pues esos
aterradores espacios parecen siempre vinculados a las cámaras de tortura. Es la
forma más ominosa del silencio, la que parece impuesta por una autoridad que
nos impide expresarnos.
Por supuesto, como bien nos recuerda Muñoz Martínez, existen también
las artes que apelan al silencio “espacios de creación que, por su propia
naturaleza, manifiestan una íntima relación con la dimensión más profunda del
silencio”. No solo la música es un
contrapunteo al silencio. La pintura, la escultura, la arquitectura,
contribuyen a moldear el silencio, nos hablan desde el mutismo, nos obligan a
interpretar lo no dicho. Curiosamente, ese silencio puede ser vociferante, como
en la pantomima. Otro ejemplo es el del cine: durante las tres primeras décadas
del siglo veinte, transcurrió en silencio. Lo único que no lograron los grandes
artistas como Charles Chaplin, Buster Keaton, D. W. Griffith, Robert Wiene, Erich Von Stroheim, o Friedrich Murnau, fue
callar las emociones. ¿Cómo describir el silencio en el llamado “cine mudo”?
Resultó casi imposible: el cuerpo, en sus infinitos movimientos, ocupó el lugar
de la voz.
Alfred Hitchcock, que comenzó a trabajar durante la época del cine
mudo, comentó de manera despectiva a Peter Bogdanovich que con la llegada del
sonido a la pantalla grande, “la mayoría de los filmes se convirtieron en
escenas de personas hablando”. Y Fritz
Lang añadió: “Es algo curioso: los seres humanos muy difícilmente recuerden el
diálogo en un filme. Lo único que recuerdan son las imágenes”.
Nunca fue más expresivo el silencio que en esa época “primitiva” de la
cinematografía. Y al mismo tiempo, nunca se expresaron mejor las emociones, las
pasiones, los conflictos, que cuando la pantomima de los actores obligó al
cuerpo a dirigirnos la palabra. Por supuesto, acompañado del sonido de la
música.
Claro que no todos los silencios son iguales. Está el silencio de
quien calla para otorgar, y el silencio de quien se niega a confesar. Hay un
silencio cómplice, y otro silencio protector. Y Muñoz Martínez nos exhibe sus
infinitas facetas, abriendo el espacio para dialogar sobre el silencio.
Ya en un libro anterior, Elogio
de la contemplación. Trazos de una mesura imposible (Ediciones Anaquel, Sevilla, 2012), el autor había formulado dudas,
en un lenguaje de poética sencillez que obligaba a la discusión. Sin dejarse deslumbrar
por la intrincada prosa de sus admirados Heidegger o Friedrich Hegel, consiguió
trasvasar su filosofía a un lenguaje que intentaba descubrir las cosas, como si
fuera por primera vez.
La originalidad de Muñoz Martínez consiste en usar la filosofía de un
modo socrático, preguntando y preguntándose los orígenes de las formas de
pensar. Ha reelaborado aspectos claves del pensamiento contemporáneo. Sin
rencor, pero tampoco sin desdén, trata de entender a su prójimo y a la
sociedad.
En lugar de abrumarnos con sistemas, Muñoz Martínez prefiere dialogar
–su libro es un diálogo abierto al lector, donde no hay verdades eternas, sólo
dudas que nos acosan de manera cotidiana– y preguntarse. Como señala en su
prólogo a Elogio de la contemplación,
“Este libro es fruto del necesario encuentro de lo disperso”. En una actitud
que recuerda la inocente, devastadora indagación de un Walter Benjamin, el
autor aborda desde perogrulladas (¿Acaso la tarea de pensar no es una manera de
perder el tiempo?) hasta aquello que podríamos considerar como la densidad y
peso específico del deseo. ¿Qué busca el ser humano en su universo? (Eso que el
autor también define como “la complejidad de lo inevitable”).
Muñoz Martínez encuentra en la sociedad contemporánea que “la primacía
de lo leve es progresivamente arrolladora. Lo rápido ha desbancado a lo lento,
lo útil a lo trascendental y lo superficial a lo profundo”. No buscamos “buenos
cimientos, sino bonitos y aparentes tejados”. Como resultado, “hemos construido
una sociedad donde prima la sonoridad de lo intrascendente en detrimento del
resonar de lo profundo”.
El libro está compuesto por breves, luminosos ensayos, con títulos
como “¿Por qué pensar?”, “Nuestra actitud ante lo real”, “El modo poético de
habitar”, o “La experiencia del vacío en la creación”.
Decían de Hemingway que su prosa relumbraba como los guijarros
abandonados en la orilla de una playa. La prosa de Muñoz Martínez refulge en
esos ensayos, donde se predica la necesidad de frenar nuestra marcha, y de repensar
nuestras prioridades, antes de precipitarnos en el abismo. Pues el hombre,
sugiere el autor, intenta prescindir “de la lentitud de la profundidad,
mientras todo se desmorona rápidamente a nuestro alrededor”.
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ENTREVISTA
A RUBÉN MUÑOZ MARTÍNEZ:
Mario
Szichman: Cada vez las ciencias humanas parecen más aisladas de sus sujetos.
Cada vez se parecen más a delirios de corporaciones constituidas por especialistas.
¿Es su libro un intento por romper esa muralla entre el especialista –en este
caso en filosofía– y el lector?
Rubén
Muñoz Martínez: Inicialmente no ha sido esa mi intención, aunque me alegraría
haber alcanzado semejante situación. Sin embargo, mi manera de asumir y ejercer
la reflexión en este trabajo -desde un alejamiento consciente de lo
estrictamente académico- puede haber producido ese resultado. Mi propósito no
ha sido otro que el de intentar mostrar al lector desde una serena admiración
filosófica algunos de los aspectos esenciales de la vida humana.
MS:
Usted insiste en su libro en que la pregunta es más importante que la respuesta
¿por qué?
RMM:
Cuando preguntamos inauguramos nuevos espacios de lo real que permanecen
plenamente vírgenes ante nuestro interrogar, sin embargo la respuesta ejerce
otro tipo de acción. La respuesta acota lo real y establece unos filtros
específicos por donde lo preguntado ha de pasar. Esto provoca un
distanciamiento inevitable ante lo que suscita nuestro interés. La pregunta
admira, la respuesta encorseta.
Desde un punto de vista cuantificable, no puedo dejar de reconocer que
la respuesta ofrece más resultados prácticos que la pregunta, pero mi interés
fundamental no anida en este modelo de practicidad.
MS:
Si alguien le pidiera que explicase, en veinte palabras por qué es necesaria la
filosofía ¿qué respondería?
RMM:
La necesidad radica en el hecho de que la Filosofía nos relaciona
reflexivamente con “aquello” que nos constituye como seres humanos desde
nuestra raíz más profunda.
Querido Mario, me alegra que te haya gustado tanto mi último trabajo. Un abrazo!
ResponderEliminarRuben: tú eres la mejor demostración de que el gran filósofo, además de escribir con bella sencillez, es un intelectual que nos pone a pensar. Admiro mucho tus libros, tu estilo diáfano, y tu sabiduría.
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