Mario
Szichman
¿No se alimentará la
complacencia
En el mundo de las
imágenes
De una terquedad
sombría en contra del saber?
Walter Benjamin
Discursos Interrumpidos
Todas las cosas hay
que hallarlas entre líneas.
Joseph Goebbels,
Ministro de Propaganda nazi
Michael, novela
Ciertos
deportes encarnan una filosofía de la vida que termina a veces convirtiéndose
en una doctrina política. Stendhal decía que “En Inglaterra, los ricos,
aburridos de su casa y con el pretexto de hacer ejercicio, recorren cuatro o
cinco leguas cada día, como si el hombre hubiera venido al mundo para trotar.
De este modo, gastan fluido nervioso por las piernas y no por el corazón”.
Si
uno analiza esa genealogía de joggers
que se inició con los tories británicos,
descubrirá que la observación de Stendhal tiene cierta lógica. El trote
extenuante es un ejercicio solitario, y una buena alternativa a los anhelos de
escapada de un político o de un ejecutivo. Tiene la ventaja de impedir a una
persona pensar en sus semejantes, que en su campo de visión se transforman en
figuras difusas y temblorosas.
De
la misma forma, durante la República de Weimar, en la década del XX del siglo
pasado un deporte, el alpinismo, templó los corazones de los jóvenes ansiosos
por extraer de la espalda de Alemania el puñal olvidado por los políticos y
devolverle el papel que le correspondía en el concierto de las naciones.
Cada
fin de semana, exaltados estudiantes de Munich abandonaban la capital y sus
tentaciones y enfilaban hacia los frígidos Alpes bávaros para dar rienda suelta
a sus encumbradas pasiones.
Tan
popular era el deporte de los alpinistas que incluso se creó un género
cinematográfico exclusivamente germano: el filme de escaladores. Y un
realizador, el doctor Arnold Fanck, casi monopolizó el género, secundado por
algunos colaboradores que, como Leni Riefenstahl, luego directora de El Triunfo de la Voluntad, terminarían
creando una estética cinematográfica nazi.
Propaganda del filme El triunfo de la voluntad
La
técnica de Franck, decía Siegfried Kracauer, “combinaba precipicios y pasiones,
acantilados inaccesibles y conflictos humanos insolubles (…) picahielos
centelleantes y sentimientos inflados”. De esa manera, “la idolatría de los
glaciares y las rocas fue uno de los síntomas de un irracionalismo que los
nazis se encargaron de capitalizar”.
Ese
socialismo para alpinistas, que se transformó en alpinismo nacional-socialista,
tuvo un correlato literario en la novela Michael, de Joseph Goebbels (3) escrita algunos años antes
de que el cínico escalador trepara al cargo de ministro de Propaganda del
Tercer Reich.
TREPANDO
AL MÁS ALLÁ
Goebbels y Hitler
La
novela, con su combinación de precipicios y pasiones, acantilados inaccesibles
y conflictos humanos insolubles, es interesante por tres razones: como ensayo
general de los temas propagandísticos que Goebbels divulgaría posteriormente
durante el Tercer Reich, pues confirma el daño que puede causar a la humanidad
el artista fracasado -es difícil encontrar en otros elencos políticos fuera del
nazismo una galería tan variada de seres tan ansiosos por exterminar a quienes
no reconocían su talento- y porque muestra cómo el romanticismo no sólo
coexiste con el cinismo, sino que parece ser su condición indispensable.
Escrita
en 1923, Michael. Páginas de un destino
germano, fue publicada en 1929, cuando Goebbels adquirió prominencia como
director de la publicación nazi Volkische
Freiheit.
En
esos seis años, muchas cosas pasaron en Alemania y en la vida personal de
Goebbels, que se reflejan en su novela. En 1923 murió Richard Flisges, un amigo
de Goebbels a quien la novela está dedicada. En 1929, los nazis contaban ya con
una organización política a nivel nacional.
LA
TRANSFIGURACIÓN ROMÁNTICA
Flisges,
dice Adam Parfrey en su prefacio a Michael, “expresó puntos de vista
anarquistas, pacifistas y socialistas, e introdujo a Goebbels en Marx, Engels,
Lenin y Dostoievski”.
Michael
es parte Flisges, y parte Goebbels. Es bueno tener en cuenta esa dicotomía. Uno
no debe olvidar que en la doctrina nazi de comienzos de la década de los
veinte, el socialismo era la mitad de su fórmula.
El
Michael, confeccionado sobre la silueta de Flisges, expresa puntos de vista
socialistas: “Todos nosotros somos soldados en la revolución del trabajo”, dice
su protagonista. “Queremos el triunfo del trabajo sobre el dinero. Eso es
socialismo”. Pero el otro yo del doctor Merengue aportado por Goebbels da
rienda suelta a su antisemitismo y a su darwinismo social; “Me siento físicamente disgustado por los
judíos”, dice el hombre que cojea de un pie. “Los judíos han violado a nuestro
pueblo… El judío es una úlcera en el cuerpo de nuestra enferma población… Hay
sólo dos posibilidades: o permitirle que nos destruya, o impedirle que haga
daño. Ninguna otra alternativa es concebible”.
Del
mismo modo, todo el texto tiende a una exaltación de la violencia. “La guerra
es la forma más simple de afirmación de la vida”, dice Michael.
Novela
de iniciación y finalización, pues Goebbels, hasta su suicidio, junto con el de
su esposa y seis de sus hijos nunca volvió a incurrir en el género, Michael muestra el germen del héroe nazi
en sus múltiples facetas: soldado, trabajador, amante, filósofo y poeta, que
divide el mundo entre el intelecto y la acción (“el intelecto es un peligro
para el desarrollo del carácter… No estamos en la tierra para llenar nuestros
cerebros con conocimiento. Todo es periférico si no tiene relación con la vida…
El milagro de una nación nunca radica en el cerebro sino en la sangre… El
corazón soluciona muy fácilmente todas las cosas con las cuales la mente se ha
atormentado durante siglos”) y entre la ciudad, poblada de filisteos, y el
campo con seres nobles, “un antiguo, silencioso cementerio” y casas antiguas
arracimadas en torno a la vieja catedral como polluelos en torno a la gallina
clueca.
BEBÉS
DE INCUBADORA
Por
supuesto, abundan las lágrimas. Cada vez que Michael lee Wilhelm Meister, de Goethe, “las lágrimas asoman a mis ojos”.
También se emociona escuchando La Novena Sinfonía
de Beethoven, la Oda a Safo, de
Brahms, y los Impromptus de Schubert.
¿Y
por qué se emociona Michael? Porque, como se lo explica su platónica novia
Herta Holk, “tú eres un idealista, Michael, inclusive en tu actitud hacia las
mujeres”.
El
idealismo de Michael hacia las mujeres es curioso. Consiste en estas
reflexiones: “la tarea de una mujer es ser hermosa y traer niños al mundo (…),
odio a las mujeres vociferantes que se entrometen en todo y no entienden nada.
Ellas habitualmente olvidan su verdadera misión: criar niños”.
Pero
por sobre todas las cosas, Michael es un alpinista. Cuando Michael se pone en
contacto con precipicios y pasiones, acantilados inaccesibles y conflictos
humanos insolubles, su prosa tiene la elaborada ornamentación de un reloj cucú.
“Esto
es lo que anhelaba”, dice Michael cuando finalmente vuelve a las alturas, “toda
esta divina soledad y calma de las montañas, esta nieve blanca, virginal”.
(Goebbels tenía un problema con la pasión sexual).
“Estaba
harto de la gran ciudad. En las montañas siento que he vuelto al hogar. Paso
muchas horas en su blancura inmaculada y me vuelvo a encontrar a mí mismo”.
Es
posible que pocos meses antes de la publicación de Michael, en 1929, tal vez cuando corregía las galeras para la
publicación de la novela, Goebbels percibiera otra buena ocasión de trepar e
incluyera la que históricamente es ahora la parte más famosa del libro, su
visión del líder:
“Me
siento en un cuarto que nunca antes había visto.
“Apenas
advierto la presencia de una persona que de repente se para en el cuarto y
comienza a hablar. Tímido y vacilante al principio, quizás buscando palabras
para cosas demasiado grandes como para ser comprimidas en formas estrechas.
“Entonces,
súbitamente, el flujo de su discurso se desata. Quedo cautivo, presto atención.
El hombre gana ímpetu. Parece iluminado.
(…)
“No
es un orador. Es un profeta.
(…)
“El
hombre en el podio me observa por un momento. Esos ojos azules me golpean como
flamígeros rayos. ¡Es una orden!
“En
ese momento me siento renacer”.
Para
algunos, resulta difícil compaginar este exaltado romanticismo con Goebbels el
ministro de Propaganda, conocido por estudiar durante horas frente al espejo la
manera más espontánea de expresar sus emociones.
El
historiador Hugh Trevor-Roper dice que el 18 de febrero de 1945, en las
postrimerías del nazismo, Goebbels organizó una gran manifestación en el Palacio
de los Deportes de Berlín. Durante su discurso, Goebbels apeló a su “habitual
radicalismo histérico. Albert Speer, que se hallaba en el lugar, dijo luego que
nunca había visto una audiencia tan eficazmente exaltada al fanatismo”.
Pero
luego del discurso, y “ante el asombro de Speer, Goebbels con tranquilidad y
complacencia analizó, como un ejercicio puramente técnico, el discurso que en
ese momento parecía una espontánea explosión emocional. Inclusive en su momento
de mayor fanatismo, Goebbels fue siempre el realista desapasionado, que
observaba con desprendida, profesional experiencia, el efecto de su oratoria
cuidadosamente estudiada”.
La
coexistencia de idealismo y cinismo, esa conjunción de Flisges y Goebbels que
dio origen a Michael, fue un conflicto
que el líder nazi nunca pudo resolver.
Es
curioso que Michael brinde al menos
dos claves personales del hombre detrás de la máscara. Una es el nombre de su
amante, Herta Holk. La hache inicial fue reiterada en el nombre de cada uno de
sus seis hijos. La otra es aún más significativa: Michael comienza el dos de mayo, un día después de la fecha del
suicidio de Goebbels y de toda su familia, que ocurrió el primero de mayo de
1945. Finalmente, el romántico y el cínico volvieron a estrecharse las manos al
cerrarse el circuito iniciado con la novela Michael.
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