miércoles, 17 de enero de 2018

Las narrativas imposibles

  
Mario Szichman




¿Por qué ciertas narrativas crecen fecundas en un suelo, y otros nunca prosperan, ni siquiera con un buen trasplante? ¿Por qué el Cándido de Voltaire parece imposible de ser pensado en otro sitio que no sea Francia? ¿Por qué El buen soldado Schweik de Jaroslav Hasek es difícil de imaginar fuera de Europa oriental? ¿Es posible un Robinson Crusoe español? ¿Es factible un Buscón inglés?
Aventuro una hipótesis. El Cándido no puede prosperar sin una fuerte influencia de corrientes filosóficas en una sociedad, y de filósofos en sus salones. Y eso engendra su opuesto: el deseo de poner en ridículo esas corrientes y especialmente a sus portavoces.
Todo el Cándido es una burla a Leibnitz y a su teoría de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Pero para eso, Leibnitz debía ser bastante conocido en los círculos que frecuentaba Voltaire, y algunas de sus teorías lo bastante divulgadas y satirizadas para que el escritor francés decidiera que había llegado el momento de poner al filósofo alemán en la picota.
Algo parecido ocurre con Schweik. El buen soldado es un malingerer, una persona que se finge enferma para no cumplir sus funciones. Lleno de ardor patriótico, nadie sabe cómo se las arregla para postergar siempre su llegada a la línea del frente. Pero sucede que no es lo mismo ser patriota en la patria de uno que patriota en tierra ajena. Y Schweik es checo, y su país ha sido subyugado por la monarquía austro-húngara. La forma de mostrar patriotismo hacia su verdadera patria es hacer lo posible y lo imposible para no servir de carne de cañón en la patria impuesta por el ocupante.


¿Es posible transferir Robinson Crusoe a una isla española? Según los historiadores, Robinson Crusoe es la versión novelada de un auténtico naúfrago, Alexander Selkirk, un marino escocés que pasó cuatro años en una isla desierta. El naufragio de Selkirk ocurrió a fines del siglo XVII, una época en que esa ocurrencia era moneda corriente en las principales líneas de navegación del Atlántico.
Muchos españoles fueron víctimas de naufragios. Pero ¿qué convierte a Robinson Crusoe en una epopeya difícil de imitar en el mundo de habla hispana? Tal vez sus atributos mercantiles, poco afines al espíritu español, o quizás su flexibilidad, secuela de un ímpetu capitalista.
Cada población humana distingue ciertos objetos por la incidencia que tienen en sus vidas. En los lenguajes Sami, del norte de Escandinavia, nos informa Peter Trudgill en su excelente trabajo Sociolinguistics, hay muchas palabras asociadas con el reno. A su vez, los beduinos árabes tienen muchas palabras vinculadas con el camello.
¿Qué harían los anglosajones sin la palabra business? Posiblemente perecerían. Tengo en mi pantalla el diccionario electrónico Oxford. Abro la ventanita de business, y me informa que business se puede traducir como negocios, o comercio. Pero cuando se comienzan a analizar las frases hechas que incluyen “business”, el tamaño es abrumador.
Si un anglosajón quiere impedir que otro se entrometa en sus asuntos personales, le dice, “That´s none of your business”, (eso no es asunto tuyo). Los dueños de perros los sacan a pasear para que hagan sus “business”. Cuando el gobierno de Washington, cada vez con más frecuencia, debe arrojar por la borda a una de esas pesadas cargas que son sus secretarios de gabinete, lucha con denuedo para dar la apariencia de “business as usual”, de que no ha pasado nada.
En nuestros países, tenemos los refranes: Antes es la obligación que la devoción, o Primero el deber, y después el placer. Predomina el sentimiento estoico, religioso. En Estados Unidos eso se traduce como “business before pleasure”, negocios antes que el placer.
Y Robinson Crusoe es la primera figura de la literatura moderna que piensa como un comerciante. ¿Cuál es la esencia del espíritu mercantil? Que se acomoda a la naturaleza, en vez de enfrentarse a ella. Como sabemos, la naturaleza odia la artritis. Y el comerciante odia todo aquello que entorpezca sus deseos de ganancia.
En el mundo del vestuario, un sucedáneo de la artritis es la armadura. Seguramente un Robinson Crusoe español nunca se hubiera querido librar de la armadura. Un Robinson Crusoe con armadura no hubiera sobrevivido a la puesta del sol. (No hay mejor prueba del realismo cervantino que analizar las vicisitudes afrontadas por el Quijote por negarse a prescindir de algún elemento de su armadura).
El Robinson Crusoe de Defoe cree fervorosamente en el trabajo, y necesita indumentarias cómodas para trabajar. Descubre, a diferencia del conquistador español, que el oro es totalmente irrelevante en la isla desierta. (Up to a point, hasta cierto punto, como diría Evelyn Waugh. Pues tras encontrar algunos doblones de oro en el galeón semi hundido del que ha logrado huir, y luego de pronunciar algunas hipócritas frases sobre lo deleznable de esas riquezas materiales, Robinson Crusoe lo piensa mejor, y decide atesorar las monedas. Hay un solo elemento que le falló a Defoe. ¿Dónde guardó las monedas? Pues antes de lanzarse al agua, el protagonista se había quitado los pantalones).
Además, Robinson Crusoe es un personaje muy práctico. Le parece más importante conseguirse una ridícula sombrilla para protegerse del sol, que ponerse de rodillas y rezarle a Dios para que libre de los feroces elementos. (El náufrago sólo eleva sus oraciones al señor tras una demoledora jornada de trabajo).
No me imagino un Robinson Crusoe español desprovisto de rígidos brocados, de camisas que concluyen en cuellos envarados, de casacas que parecen hechas de latón, o de esos guantes de cabritilla que oprimen las manos y estrangulan los dedos, o de jubones estrechos y de tela tiesa, o de esas botas de caña entera, pese a la temperatura ambiente. Y además ¿es concebible un Robinson Crusoe español sin un criado?
Un Robinson Crusoe español demostraría una moral invencible. Su lema sería Que se rompa, pero que no se doble.
Cuando pienso en un Robinson Crusoe español, recuerdo la leyenda de ese monarca, también español, que estaba cerca de la chimenea. Sus ropas comenzaron a arder, y él decidió achicharrarse vivo antes que dignarse a pedir a su criado que lo salvara del fuego. El monarca no quería humillarse ante un subalterno.
¿Qué haría Robinson Crusoe, el auténtico, al tropezar con una armadura? Supongo que la fraccionaría y la volvería a componer. Y eso, por cierto, es lo que ocurrió en las colonias del norte de América cuando llegaron los primeros peregrinos. También ellos traían armaduras enteras. Pronto descubrieron que esas no eran las mejores indumentarias para enfrentar a los indios, pues eran pesadas, incómodas para usar.
Por lo tanto, los herreros decidieron seccionar las armaduras y unir sus partes con argollas. Eran así mucho más livianas, se adaptaban mejor al cuerpo, y rechazaban las flechas. Además, de cada armadura original podían obtenerse cuatro o cinco. (Una técnica más capitalista que feudal).
Y si Robinson Crusoe nunca podría prosperar en suelo donde se habla el español, uno de los géneros de la literatura española, la picaresca, muy difícilmente cuente con un sucedáneo en el mundo de habla inglesa.




¿Qué tiene el Buscón que lo hace tan intransferible al inglés? Bueno, en primer lugar, sus inagotables juegos de palabras. Don Pablos, el Buscón, al comentar la supuesta nobleza del bribón de su progenitor, señala, “Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer”. El hermano del Buscón muere “de unos azotes que le dieron en la cárcel”. Y su madre lo lamenta mucho “por ser tal que robaba a todos las voluntades”.
¿Cómo traducir la hambruna que pasan don Pablos y don Diego Coronel en la casa del licenciado Cabra? El licenciado tiene “las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre parecía que amenazaba a comérselas”. Don Diego Coronel le explica al Buscón que intentó “persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo querían creer”.
¿Cómo explicar en inglés las peripecias del Buscón en la corte de Madrid, rodeado de pícaros que se hacen pasar por gentilhombres, y prodigan embustes para sobrevivir?
Uno de ellos enuncia: “Jamás se halla verdad en nuestra boca. Encajamos duques y condes en las conversaciones, unos por amigos, otros por deudos, y advertimos que los tales señores, o están muertos o muy lejos”.
Inclusive las ropas en el Buscón cumplen una función impensable para Robinson Crusoe. Hay una genealogía de la vestimenta que se asocia no con la producción, sino con la sobrevivencia.
“No hay cosa en todos nuestros cuerpos que no haya sido otra cosa y no tenga historia”, enuncia uno de esos gentilhombres. “Esta ropilla; pues primero fue greguescos, nieta de una capa y bisnieta de un capuz, que fue en su principio, y ahora espera salir para soletas y otras cosas. Los escarpines, primero son pañizuelos, habiendo sido toallas, y antes camisas, hijas de sábanas; y después de todo, los aprovechamos para papel, y en el papel escribimos, y después hacemos dél polvos para resucitar los zapatos, que de incurables, los he visto hacer revivir con semejantes medicamentos”.
Leyendo recientes reseñas de críticos anglosajones sobre El Buscón, sigo encontrando rechazo, hasta repugnancia por la falta de moral de Don Pablos.
¿Qué ética puede encontrarse en un personaje que tiene como progenitores a un ladrón y a una hechichera? ¿Qué personaje puede ser rescatado en el peregrinaje que emprende don Pablos desde su hogar hasta la Corte?
Y entonces, reflexiono nuevamente en Robinson Crusoe, con su moral elástica, y sus suaves hipocresías –como abominar del maldito oro, y luego guardárselo, aunque ignoramos cómo– y observo a don Pablos, que es de una sola pieza, acatando las desdichas que le ha tocado sufrir, sin mentir nunca, sin tratar de disculparse. Es imposible eludir la admiración.
Pienso que si alguien lo enfrentara para reprocharle su actitud, el Buscón lo miraría, arrogante y despectivo, y le respondería con una frase que suena mucho mejor en inglés: “That´s none of your business.”


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