Mario Szichman
De acuerdo a The National Center for
State Courts, un millón doscientas mil personas presentaron en Estados
Unidos demandas de divorcio en el 2009, último año del cual se hallan
disponibles las cifras.
La “industria del divorcio” es uno de los pocos negocios que progresan en
el país, sin importar si existe prosperidad o crisis económica. Se estima que
la mitad de los matrimonios celebrados en Estados Unidos terminan en divorcio.
Entre abogados, tasadores, detectives, terapeutas y propietarios de bienes
raíces vinculados a la industria del divorcio, los ingresos anuales ascienden a
entre 50 y 175 mil millones de dólares, dependiendo de los costos que se
incluyan.
Los divorcios no solo son costosos a nivel económico, sino emocional.
Personas que han soportado cualquier tipo de abusos por parte de sus
familiares, y que pese a ello los siguen viendo, aunque sea a la hora de festejar
las Navidades o condolerse en un funeral, muestran un peculiar rencor con aquellos
que han compartido su cama. Extraños un día, enamorados al día siguiente como
si fuesen conocidos de toda la vida, furiosamente desenamorados cinco o diez
años después, los integrantes de una pareja en vías de separación sueñan
mutuamente con toda clase de destinos trágicos para los causantes de su
desdicha.
¿Por qué no abreviar ese sombrío período entre la presentación de los
papeles de separación y el hallazgo de otro ser perfecto con el cual piensan
compartir su felicidad hasta que otro divorcio los separe? Y esa es la tarea de
Jim Halfens, quien creó el concepto del Hotel del Divorcio en Holanda, y ha
extendido sus actividades a otros países, entre ellos Estados Unidos.
El concepto de Halfens es el siguiente: la pareja a punto de divorciarse ingresa
en un hotel un viernes, y emerge del hotel el domingo, felizmente divorciada,
gracias a la gestión de abogados y mediadores.
Halfens ha tenido éxito con sus Hoteles del Divorcio en Holanda. En una
ocasión, diecisiete parejas aceptaron su plan. Dieciséis emergieron del Hotel
del Divorcio listas para emprender nuevas desventuras conyugales.
El empresario holandés ha comenzado a tender sus redes en varias ciudades
norteamericanas como Nueva York o Los Ángeles. Pero no se ha molestado en
incursionar en Las Vegas, la capital mundial del divorcio. ¿A quién se le
ocurre esperar un fin de semana completo en un hotel para recuperar la
libertad, cuando en ese lapso se puede volver a casar, comer una tajada de la
torta de bodas y divorciarse en al menos dos ocasiones?
Los hoteles creados por Halfens cobran en Holanda una tarifa fija que
oscila entre los 3.500 y los 10.000 dólares. En Estados Unidos, el costo
asciende a entre 5.000 y 20.000 dólares. Obviamente, cuando se trata de
disputar al ex cónyuge la tenencia de los hijos o las propiedades, el cielo es
el límite.
Cuando se analizan los complejos arreglos financieros de las parejas
pudientes en Estados Unidos, uno descubre la finalidad principal del
matrimonio: quedarse con la mayor parte de los bienes gananciales. Solo los
pobres pueden casarse delante o detrás de la iglesia y vivir felices. Las
personas con ciertos recursos necesitan firmar decenas o centenares de papeles
para protegerse de la codicia de su media naranja. Eso comienza con los prenuptial agreements, los acuerdos
firmados antes de dar el sí en el registro civil, y continúa con cada
pertenencia que se obtiene tras la boda.
Randall M. Kessler, directivo de la American Bar Association, que agrupa a
los abogados de Estados Unidos, dijo a The
New York Times que los divorcios más costosos involucran la lucha por la
custodia de los hijos o complejos acuerdos financieros. En esos casos, cada
miembro de la pareja debe pagar a los abogados honorarios que superan los
100.000 dólares.
Un holandés, que es asesor de firmas de computadoras, dijo al diario que se
sentía muy feliz con el Hotel del Divorcio. El hombre, en la cuarentena,
ingresó con su esposa en uno de los hoteles administrados por Halfens. Ambos ya
habían estado previamente divorciados, y habían padecido truculentas experiencias.
El hombre había tenido que pagar por su primer divorcio unos 30.000 dólares. El
proceso de separación demoró un año.
Para su segundo divorcio, el hombre actuó de manera diferente. Su deseo era
separarse en términos amigables. Los resultados fueron como una segunda luna de
miel. Durante el fin de semana en el Hotel del Divorcio, los integrantes de la
pareja salieron a pasear, cenaron en un restaurant y disfrutaron como si nunca hubiesen
estado casados.
Halfens señaló que en otra ocasión, una pareja decidió compartir su última
noche marital en la habitación destinada a los recién casados. Fue una
agradable forma de despedida, muy superior a sus años de convivencia como
marido y mujer. Al día siguiente, ambos firmaron los papeles de divorcio.
Halfens se siente muy alegre de resolver los problemas causados por la
desdicha ajena. En cuanto a él, tras observar lo ocurrido con tantas parejas,
se ha convertido en un soltero empedernido.
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