Mario Szichman
No existe, en toda la literatura
norteamericana, un relato como Young
Goodman Brown, publicado en 1835 por Nathaniel Hawthorne. No importa las
veces que se lea esa fábula, siempre emerge en el lector la idea de que está
condenado de por vida a las pailas del infierno. Y eso se debe, básicamente, a
que Hawthorne reveló en imágenes y en diálogos la pesadilla del puritanismo
calvinista.
En otras creencias se enseña al ser humano
que el bien y el mal se entrecruzan, y siempre existe el albur de la redención.
Pero ¿qué ocurre con una doctrina cuyo Dios es inmune al pedido de clemencia de
un pecador?
Albert Einstein decía que Dios no puede
jugar a los dados con el universo. Pero al parecer, no tomó en cuenta el Dios
puritano, quien está convencido que todos los seres humanos viven hundidos en la
depravación, y nadie se salva, ni siquiera si intenta enmendar sus faltas. La
salvación, según el protocolo puritano, sólo alcanza a quienes nacieron en
estado de gracia, por estricto capricho divino. Por lo tanto, Dios ha jugado a
los dados no sólo con el universo, sino con sus criaturas. Hasta la Santa
Inquisición fue más benigna. Al menos permitía devolver a su seno a los
arrepentidos tras someterlos a una intensa humillación y a la tortura del
potro.
El corolario del pensamiento puritano es
que encarnamos el mal puro agazapado en un semblante amable. Apenas raspan la
superficie de nuestra conducta, germina el diablo. Y no hay ruta de escape para
ese infierno cotidiano, pues la tentación está siempre presente, encarnada en
otro cuerpo, generalmente el de una mujer. La principal maldición del ser
humano es que necesita prolongarse en descendientes, y para eso debe ceder a la
lujuria. El acto más grato que perpetúa a la especie humana es, al mismo
tiempo, uno de los más indecentes.
Hawthorne era el narrador ideal para
mostrar el horror de la cultura puritana y su hipocresía. Como ocurre con otros
relatos clásicos –pensamos en La lotería,
de Shirley Jackson– Young Goodman Brown
sintetiza en pocas páginas muchos textos de sociología e historia que intentan
explicar el puritanismo y sus secuelas.
La historia de Young Goodman Brown transcurre en la Nueva Inglaterra puritana del
siglo diecisiete, específicamente, en Salem. Algo de contexto ayuda a entender
el relato.
Un tatarabuelo de Hawthorne, John
Hathorne, fue uno de los jueces en el proceso a un grupo de infelices acusados
de practicar la brujería. El escritor se sentía tan abrumado por el rol que
desempeñó uno de sus ancestros que adoptó dos subterfugios. Por un lado, justificó
su proceder, por el otro lado, quiso distanciarse de uno de los verdugos
alterando su apellido. En Young Goodman
Brown se indica que dos de las víctimas de la caza de brujas eran en
realidad brujas. Al mismo tiempo, el autor decidió añadir una “w” a su original
apellido de Hathorne.
El genio de Hawthorne radicaba
justamente en esa ambivalencia que lo apartaba del puritanismo, con sus
verdades reveladas y eternas, donde era imposible la duda o la compasión.
LA TRAVESÍA
Un día, al anochecer, en Salem, el joven
Goodman Brown abandona a Faith, su esposa desde hace tres meses, y enfila hacia
el bosque. Faith le ruega que se queda con ella, pero Goodman Brown dice que debe
completar esa misma noche la travesía. Goodman Brown se encuentra en el bosque
con un anciano, que viste como él, y tiene un siniestro parecido físico. Otros
pobladores de Salem se atraviesan con Goodman Brown y se unen en su marcha.
Finalmente, a medianoche, todos los habitantes de Salem se reúnen en un claro
del bosque, para asistir a un aquelarre. La buena gente del pueblo forma parte
de una asamblea de brujas. Solo Goodman Brown y su esposa no han sido iniciados
en el ritual del bosque. Goodman Brown ora al cielo para resistir la tentación,
pierde el conocimiento, y cuando se recupera, regresa al pueblo. Al principio
ignora si participó en esa ceremonia, o se trató simplemente de una pesadilla.
Pero cuando empieza a observar los
rostros de sus cordiales vecinos, el protagonista sospecha que se trata de
máscaras, encargadas de encubrir la maldad. Goodman Brown se convierte en un
cínico. Pierde toda esperanza en su esposa y en la humanidad.
El tema de Young Goodman Brown ha sido analizado y revisitado por narradores
norteamericanos en numerosas ocasiones. Herman Melville, el autor de Moby Dick, dijo que el relato era “tan
profundo como Dante”. Henry James señaló que era una “magnífica nouvelle”. Edgar Allan Poe, quien no
tenía paciencia con patanes, y encontraba escasas obras de valor en la
literatura de su tiempo, dijo que ese relato y otros de Hawthorne eran
“productos de un intelecto verdaderamente imaginativo”. Y Stephen King lo consideró el mejor cuento de Hawthorne.
También sirvió de inspiración a su relato The
Man in the Black Suit.
Una secuela directa, aunque en otro
contexto, es La lotería, de Shirley
Jackson, cuento publicado en la revista The
New Yorker el 26 de junio de 1948. Y si señalo el nombre de la publicación
y la fecha, es porque ningún relato causó tanto escándalo en la historia de la
revista. La narradora recibió más de 300 cartas repudiando su texto, y hubo
numerosas cancelaciones de subscripciones.
La historia del cuento es muy sencilla.
Cada año, los 300 habitantes de un pueblo se reúnen para un sorteo de lotería.
Aunque el relato parece transcurrir en la época contemporánea, los habitantes
del pueblo lucen pulcras ropas de otra época, y su conducta corresponde a épocas
más dignas y pretéritas. Lo único que desentona en ese paisaje son pirámides constituidas
por piedras y emplazadas en cada esquina.
Se forman corrillos, algunos señalan que
la costumbre de la lotería se ha hecho anticuada, y ha sido abolida en varias
comunidades, en tanto otros exigen proteger las tradiciones y continuar con el
sorteo. Finalmente, los jefes de familia se van a acercando a un cajón de
madera y empiezan a extraer trozos de papel, lanzando suspiros de alivio al
comprobar que no hay nada marcado en ellos. Hasta que finalmente Tessie, la
esposa de Bill Hutchinson, extrae un papel donde hay una marca negra. Los
aldeanos empiezan a extraer piedras que alzan de las pirámides, rodean a
Tessie, y la matan a pedradas, mientras Tessie grita: “No es justo”.
La
lotería ha sido llevada al teatro, a la televisión,
a la ópera y al ballet. Para Jackson, fue su apoteosis y una constante
maldición. Aunque escribió excelentes cuentos y novelas, sólo ese relato
perpetúa su fama.
En una conferencia que dio la narradora
sobre las secuelas de su célebre creación, contó que los tres principales temas
de las cartas enviadas por sus lectores eran: “perplejidad, especulación, e
insultos chapados a la antigua”.
Inclusive algunos lectores estaban
convencidos que no se trataba de una obra de ficción, sino de un artículo periodístico
y querían saber donde se realizaban esos sorteos, y si permitían la presencia
del público.
Jackson dijo que si esas cartas hubieran
proporcionado una certera descripción del público que la leía, “hubiera cesado
de escribir de inmediato”.
Tal vez lo que hace tan horripilante el
relato es que suma a la inhumanidad del hombre el azar de la brutalidad. En
cierto modo, hace resonar uno de los temas del puritanismo radical, la falta de
vínculos entre la acción y la reacción. Pero además, no olvidemos la fecha en
que se publicó La lotería. En 1948,
recién empezaban a divulgarse las atrocidades de los campos de concentración
nazis, o el infierno del estalinismo, donde los “patriotas cooperantes”, de los
que hoy habla el chavismo, se encargaban de delatar a sus vecinos.
Hawthorne y Jackson, ponen frente a
nuestro rostro un espejo, y nos obligan a observar aquello que se esconde
muchas veces tras nuestra urbanidad. Lo
más penoso es que a veces, para no sentirnos inquietos, decidimos mirar hacia
otro lado.
Cómo traducir todo esto en nuestro medio? Ya es común encontrar la expresión abierta del puritanismo en los funcionarios gubernamentales en todos los órdenes. Sobre lo sexual, lo racial, lo religioso, lo político: En la aduana de Maiquetía las mujeres no pueden entrar en pantalones. El peor insulto que encontró el finado presidente sobre su opositor fue llamarlo marrano, recordando el apelativo aplicado por el catolicismo español a los judíos cuando el genocidio sobre los sefarditas a finales del siglo XV. En una institución universitaria pública no autónoma (Colegio Universitario Francisco de Miranda) ubicada a dos cuadras del Ministerio de Educación, se prohíbe al estudiantado el uso de ciertas vestimentas que sólo tienen en común dejar al descubierto ciertas partes del cuerpo (hombros o rodillas en el caso de los hombres, senos, piernas o vientres en el caso de las mujeres): minifaldas, escotes, franelas sin mangas, pantalones cortos. Por cierto, en esa misma institución montaron una galería de supuestos héroes africanos donde igualmente vemos a Mandela junto a Gadafi o el Che Guevara. ¿Cuándo entenderán que la discriminación racial, tal como se practica en Santo Domingo o Cuba no ha tenido cabida en Venezuela, que lo negro como evento causal en la conformación de ghetos con idiomas, religión y costumbres
ResponderEliminarparticulares nunca fue una realidad venezolana, donde el concepto de raza había pasado a formar parte de los arcaismos de la biología, insostenible en la actualidad.? En ese sentido el chiste malo de los patriotas cooperantes provocaría una sonora carcajada si no recordáramos la stazi y los archivos de la policía alemana comunista, con registros de hermanos denunciando hermanos, hijos haciendo lo propio con sus padres, para no hablar del profesorado universitrario cumpliendo con el deber patriótico de denunciar.
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ResponderEliminarEstimado amigo: gracias por su iluminador mensaje. Ignoraba que el puritanismo había desplegado sus alas en Venezuela, un país que, según recuerdo, era bastante democrático en sus costumbres. Muy buen dato ese que proporciona sobre el insulto del presidente Chávez a su opositor (¿Sería Henrique Capriles?) calificándolo de marrano, un término que para los judíos tiene connotaciones muy desagradables. En mi familia siempre aunaban el término de "marrano" al de la Santa Inquisición.
EliminarLa policía de la virtud suele obstinarse en prohibir "osadas" vestimentas. Usted bien sabe que detrás de esas mojigatería también anida la perversión.
Otro dato que me resulta fascinante eso de que incluyan al Ché Guevara entre los héroes africanos. Me imagino que por razones militares, no ancestrales, pues el Che participó en acciones guerrilleras en el Congo Kinshasa.
Agradezco su comentario, y su interés por estas páginas. Ojalá que algún día se termine la pesadilla en Venezuela, nación que considero mi patria adoptiva, pues allí me formé como periodista y escritor, y allí nació mi hija.
Cordialmente
Mario Szichman