El profesor Juan Joel Linares Simancas, de la Universidad Nacional experimental
Simón Rodríguez, Venezuela, escribió este ensayo sobre mi novela Las dos muertes del general Simón Bolívar. El trabajo forma parten del libro El libro Trilogía de la Patria Boba de Mario Szichman. Una propuesta de novela histórica del Siglo XXI. Trabajos críticos sobre su obra. (2014), que reúne ensayos críticos sobre mis novelas Los papeles de Miranda, Las dos muertes del general Simón Bolívar y Los años de la guerra a muerte. MS
Juan Joel Linares
Simancas
La novela histórica,
en tanto propuesta que ha brotado desde
los albores mismos de la representación, asume un referente que se vuelca en
discurso ficcional para alcanzar
posiciones destacadas en torno al discurso histórico, con el fin de
generar reacciones o de replantearse otras miradas que si bien han establecido
el ordenamiento cultural e ideológico también ha configurado un sistema que en
gran medida apunta hacia la conformación de nuestras “comunidades imaginadas”.
Estas experiencias narrativas de corte histórico, en este caso particular la
nueva novela histórica de reciente aparición, van a permitir el escenario para generar los otros discursos
negados, acaso subyugados por ese otro
planteamiento del poder y sus interdictos. De manera que, la novela histórica,
en tanto representación de lo real, se
convierte en fundamento para deconstruir los códices establecidos y oficiados
por la historiografía: receptáculo de lo real que enuncia y limita los otros
aspectos que han nacido de la conciencia de un sujeto. Conciencia que
determinará la capacidad para interrogarse sobre los hechos verificados y
verificables por el discurso histórico propiamente dicho.
Ante la crisis
que subyace en los estamentos de la
modernidad y el surgimiento de una crisis de fundamento –en cuanto al fin de la
historia– se propone, desde concepciones intersubjetivas, el
distanciamiento de este horizonte que durante algún tiempo mantuvo los
escenarios para que, de esta manera se lograra perpetuar en el tiempo una
conciencia que contribuyera a disciplinar los estamentos de orden que las
ciencias históricas aguardaban para sí. En este sentido, la novela histórica
clásica sostiene las estructuras pero además reproduce el discurso para enarbolar las glorias y
acontecimientos heroicos; negando de esta manera a un sujeto: partícipe de su
propia historia, confinándolo al silencio y a la subordinación. Esta
negación traerá como consecuencia el
planteamiento y al mismo tiempo la instauración de otro orden que será puesto
en representación a través de las distintas manifestaciones artísticas; entre
ellas, la novela histórica o la novela en la historia, refiriéndose a ese
discurso narrativo que tiene en la historia un asidero como recurso de la
verdad, que será puesta desde un
distanciamiento para elaborar, y así
desplazar lo que consideramos hechos o registros para inaugurar los otros
sentidos que acaecen en la novela histórica moderna; sentidos que pueden ser
leídos desde la semiótica cultural que admite inflexiones en el sujeto que
enuncia, pero que además cuestiona, desde su propio campo de verificabilidad,
los enunciados dominantes que la historia de archivo y documentos han
configurado desde sus propios dominios y núcleos de sentidos. De manera que, la
novela histórica o la novísima novela histórica, propuesta que mira con
detenimiento los hechos acaecidos en una época pasada, los cuestiona desde sus
propias redes; y así construye el otro discurso que partirá esencialmente de un
sujeto que observa, también desde sus
propias redes discursivas trayendo del pasado escrituras canonizadas por la
norma que la propia historiografía
contempla. De manera que, haciendo una aproximación desde el ámbito de la
semiosfera donde autor y lector del texto narrativo (historia y ficción),
comportan aspectos que van a determinar los lugares de enunciación que
generarán encuentros y desencuentros desde el propio plano narrativo.
Desde concepciones históricas, el lector revisa y
lee, pero además se contamina y será su propia aproximación lo que determinará lo causal en el hecho de
traer la historia hacia el presente. El escritor de novela histórica propiciará
también una suerte de contaminados encuentros, ya que este además posee miradas
hacia ese hecho acaecido, y lo que pretende desde la ficción hacernos saber y
darnos a conocer y comprender.
Observamos de
esta manera por un lado la posición que asume frente a los discursos oficiales
de poder, acaso lagunas discursivas que
se van diseminando con el pasar del tiempo. Como consecuencia, se aparta en
aras de constituir un referente que marque una suerte de distanciación no solo
con los personajes que activamente
participan en el entramado narrativo sino que a su vez son elaborados con el
fin de contribuir con la instauración de nuevos códigos, altamente sugestivos .
En este sentido, Carlos Pacheco asienta que “nuestra novela histórica funcionó
tradicionalmente, de manera especial hacia mediados del siglo XIX, como bastión
de refuerzo en el proceso de diseño, desarrollo y consolidación de los
proyectos nacionales en cada uno de nuestros países” (Pacheco, 2001: 209);
y que
desencadenaría una serie de
circunstancias que pretendieron leer el mundo, y así descifrarlo para
establecer desde sus murallas inalcanzables un
discurso que luego sería
rebatido, no solo por el sujeto que enuncia, sino también por el lector quien asumirá posiciones
críticas y que se permitirá, desde sucesiones de interpretación, la otra
lectura que abrirá horizontes de certezas pero también de incertidumbres ante
estas representaciones narrativas. En este sentido, el relato que parte
esencialmente de referentes históricos, nacido desde los albores de la
criticidad y de la subjetivación de los sujetos, reconfigurará otro sentido
para la historia, que seguramente
ofrecerá desde visiones reales la aparición de una conciencia que ya no será la
que deconstruya sus lógicas, sino que también desacralice y desmitifique las intenciones afirmativas por la propia
ciencia histórica concebida como lo que no se debe tocar, ni siquiera mirar con
detenimiento; de lo contrario estaríamos poniendo al descubierto aspectos de
poder, muy ligado por supuesto, a una
verdad que la misma historia y sus tentáculos han construido; y de esta manera enarbolar una vez más las
glorias con sus héroes, abriendo así la brecha para su legitimación, la cual se
apoya en un poder político.
La intención
de los diferentes discursos históricos es afirmar un sistema que mida los
fundamentos objetivos, en cuanto a principios que permitan enaltecer los
acontecimientos que solamente den sentido y razón a sus propios intereses. Se
trata de intereses con cierta carga ideológica necesaria para su perpetuidad.
En cierta medida, podríamos afirmar
que la novela histórica será una suerte
de contraofensiva que surgirá desde una conciencia que no pretende radicalizar
el discurso oficial histórico, ni asumir que la nueva novela histórica plantee
la reinvención de la historia; tal como lo señaló Carlos Pacheco citado por
Carrillo. (Carrillo, 2004: 132)
En este sentido, tanto la historia como la
literatura se entrecruzan con otros discursos, produciendo una mirada subjetiva
de la historia, como género discursivo que comporta sus propias lógicas. El
cuerpo textual se asume desde una perspectiva donde participan activamente
otros mecanismos de significación. La representación de los héroes, que había
sido manejada por el discurso del poder omnímodo de forma ideologizada, en
Szichman se transforma en cuanto el narrador devuelve la voz al sujeto histórico, mostrándolo con sus
debilidades y flaquezas. Con ello se logra que tanto el cuerpo narrativo, como
el discurso histórico novelesco cobre un nuevo sentido y resignificación. Tanto
los personajes como el propio argumento devienen en sentido cuando son tomados por la
novela histórica desde principios de cercanía y no de “ajenidad”. Podríamos decir
que no son meros instrumentos o entes de papel, sino que también comportan
niveles de conciencia y es parte de su universo discursivo propiamente dicho. En
un extenso artículo titulado “El proceso independentista venezolano; una
lectura semiótica”, el investigador Luís Javier Hernández Carmona (2011) hace
un paréntesis que parte fundamentalmente de estos enunciados: concebir el
discurso histórico como referente que brota desde la semiótica de lo afectivo
para entender las distintas relaciones que se han tejido en torno a la
diversificación que la propia historia
se ha vislumbrado. De allí que la novísima novela histórica tome también parte
de estos escenarios para acercarnos a sus héroes desde concepciones que han
surgido desde la modernidad; un tanto para comprender y así deconstruir los
estamentos de la historia como red de anhelados encuentros y con ello, generar
procesos intersubjetivos que permitan identificar aspectos correlativos a los
de la identidad y del deseo. En este sentido, las experiencias en cuanto a
novelas históricas latinoamericanas contemporáneas estarán signadas
fundamentalmente por estas pulsiones que si bien indagan acerca del pasado,
como parte de esa identificación, también buscarán respuestas acerca de su
propia historia. Recordemos la imprecisión y desmesurado tratamiento que el
propio discurso histórico ha tenido, sobre todo en el proceso independentista
venezolano.
Pero también podríamos
pensar que “esa búsqueda es, histórica” tal como lo señalara Margoth Carrillo.
Tales imprecisiones, acaso vacíos han, dado como respuesta al nacimiento de un nuevo discurso, que no será
distante ni siquiera considerado ajeno con respecto al tratamiento de la
historia. En un caso muy particular y a
lo que nos llama a revisar es la novela Las
dos muertes del general Simón Bolívar (2007) del escritor argentino Mario
Szichman, quien escribe precisamente acudiendo a los signos ya mencionados
anteriormente. La novela cuyo personaje principal es Simón Bolívar narra desde
un escenario donde confluyen sucesivos
tiempos denominados cicloramas, que entrarán a formar parte mediante la ficción, en un arsenal discursivo
donde se cuentan los últimos días del
Libertador. Este procedimiento estético dentro de la novela que hacemos mención
se contrapone a lo que comúnmente se venía prefigurando en la novela histórica
tradicional, puesto que el tiempo no será lineal, sino que en la medida que va transcurriendo los hechos
estos se irán mostrando de manera fragmentada o a pedazos. Podría decirse que,
en cuanto a la estructura de la novela con referentes históricos, estos se
van dando de acuerdo a cómo se
aparecen desde el recuerdo y la memoria.
Otro de los
aspectos es la configuración del personaje. Para Lukács el personaje como figura central y desde la composición
clásica de la novela histórica se
asumirá como mediocre y prosaico; y que
en la nueva novela histórica, particularmente en la que hacemos mención a
Bolívar y a su representación según
Víctor Bravo “no será invencible, sino frágil y lleno de dudas y
contradicciones” (Bravo, 2007: 111).
Según los
principios fundacionales, la novela va a
concentrar entre su estructura narrativa lo concerniente al destino del cuerpo
patrio y al suyo como discurso que será puesto en el texto como un moribundo
que rememora a partir de un enunciado relegado desde un ámbito de la muerte.
Bolívar delira, y es a partir de allí
que comienza a generarse como en una
especie de pieza de teatro las otras historias como el encuentro con Francisco
de Miranda durante su visita a Londres en 1810, y desde allí las otras
historias que este contará desde el juego o la mentira que consistirá en que
sólo se hace uso de ella para establecer otra lógica, pero que además permitirá
la sucesión y la reconfiguración de estadios propios del discurso histórico
oficial, digamos lo que ha acompañado a las empresas fundacionales de las repúblicas. Para esto Bolívar dirá que
luego de la muerte de Miranda, que sucederá seis después, seguirán siendo las
mismas mentiras y con ellas, la de la
ficción. De manera que, este encuentro sostenido para llevar a cabo las ideas
libertarias será ridiculizado en reiteradas ocasiones.
El
ocultamiento de la identidad del propio Bolívar y de sus intenciones fijará
sentido cuando su mentor lo oculte en esa trama de mentiras y sucesivas
imprecisiones. Recordemos que Bolívar tenía a su cargo una encomienda para la
independencia de las colonias españolas; y aun así Miranda crea desde su
universo textual una suerte de engaños
que incomodarán al propio Bolívar, quien dirá que esas mismas patrañas y
mentiras también formarán parte de su propio arsenal discursivo que adquirirá
cuerpo desde la enunciación.
Un sujeto que
cuenta su propia historia anunciando de entrada su ubicación en el
propio discurso, que trazará desde el comienzo con un Yo, reconociéndose de
esta manera no como personaje de una
leyenda que se hizo posteriormente historia, sino que abarcará en esa primera
muerte las otras muertes que se harán posibles cuando todo caiga como en un
telón de teatro; y quedarán escritas en documentos oficiales logrando de esta
manera perpetuar otro orden, pero que se
convertirán en mentiras y de nuevo en historia, como discurso sacralizador.
Se tenderá otra trampa que disfrazará no solo el discurso historiográfico, sino
todo aquel que pretenda atrapar y crear de esta manera una especie de
inmortalidad. Al Libertador se le hace una máscara pero también se le registra
con la conformidad de un héroe o de un padre para que de esta manera se le
inmortalice su pensamiento y su acción. Pensamientos y acciones que serán
ordenados para representar, desde el poder, la configuración de constructos
patrios.
Estas serán las
que determinarán en un futuro las consignas oficiantes de un poder que está
sobre los hombres, pero no con ellos. Bolívar, en medio de las incertidumbres y
los desaciertos emprendidos durante las guerras de independencia, se halla
desvanecido; pero esto no hará que sienta que a su alrededor se trama la
traición; y con ella, la anulación de
los espacios discursivos que se entretejerán una vez que todo acabe con la
muerte, a la que manifiesta no temerle: “no
es la muerte lo que me preocupa, querido amigo, sino la inmortalidad, que
impide a una persona descansar tranquila en su tumba” (Szichman, 2004: 219).
Una traición que rozará todos los escenarios o los entramados de la misma
historia que negará su propio discurso en la posteridad anulando sus
interdictos conceptuales.
En
el primer capítulo de la novela se suscitarán no sólo aspectos de la memoria, también será la nostalgia y la melancolía que
desencadenará los otros
entrecruzamientos y paralelismos entre una historia y otra. Sucesos entre los
que acompañan al Libertador y la memoria como una suerte de instancia que no
acaba en el hecho discursivo, también este cobrará sentido y significado a
partir del juego que se establece con los otros personajes que son percibidos
por Bolívar como ayudantes, pero que
además son los que permitirán entrelazar las sucesos que en el pasado fueron lo
que determinaron el hilo entre el
presente, pasado y futuro. En cada uno
de esos cicloramas o estadios temporales se mostrarán cada uno de los
personajes, acaso actores, cada uno con sus propias historias y sus misterios. Por
ejemplo Révérend, médico de cabecera, quien asumirá desde concepciones
científicas el discurso de la razón, aunque se hallará signado además por
aspectos filosóficos y hará que el propio diagnóstico ofrecido por Révérend sea
desde la sensibilidad y no desde afecciones propiamente físicas. Para esto se
lee “no deben olvidarse las afecciones morales, vivas y punzantes, como las que
afligen continuamente el alma del General” (Szichman, 2007: 61) que será fijada en documentos o boletines,
pero que además contribuirá en parte a absolverlo de toda traición que se
ha ventilado desde las esferas del
poder.
El General
huele la traición, que no puede definirla, acaso precisarla de quien pueda
venir; y esto le va generando al Libertador asuntos que poco a poco se
tornarán en los propios vacíos que la
misma historia construye a través de mentiras y secretos que guardan también
los que lo acompañan, y que se irá consumiendo en la medida en que la historia
transcurre como en un enrevesado nido de serpientes. Ahí está Lebranche, el escultor,
que fijará desde la escultura su máscara digna de héroes y padres fundacionales. Sin embargo,
Lebranche oculta algo, y será metaforizado a partir de los mismos quehaceres de
su oficio. Por lo tanto, la soga y el yeso serán insistentemente nombrados,
generando de esta manera una serie de
conectores entre su pasado y su
presente.
José Palacios,
criado y acompañante, solo es enunciado
por boca del Libertador, pero actúa
para reconfigurar otro de los destinos
inciertos y poco conocidos por la historia y es representado a partir de las
sutiles descripciones que hace Bolívar de su criado, de quien no cree que venga
la traición.
Otro
interlocutor, Perú de Lacroix, registrará a través de la escritura los
acontecimientos y fijará desde el orden y la representación un universo que se
corresponderá no desde la cronología, sino desde el ciclorama donde se podía
contemplar lo referente a los hechos que ocurren en un plano presente. De alguna manera se
logran visualizar todos los tiempos en uno solo; y de allí, se precisan con
mayor tino las causas y consecuencias que podían desprenderse de nuestras
acciones presentes. El Libertador no confiaba en la cronología la cual servía
“solamente para olvidar los enemigos más antiguos” (Szichman, 2004: 223). En el ciclorama “todo estaba en un mismo plano”
(…) “Uno se colocaba en el centro y la historia se escurría ante sus ojos, todo
al mismo tiempo. Y cada uno tenía la posibilidad de elegir la época y el futuro
que más le conformara” (Szichman, 2004: 223)
Sin embargo,
El Libertador atendiendo a sus más prosaicas reflexiones, acude desde esta
perspectiva a recordar un pasado que ya no será el que comporte esas
indagaciones por medio de un ciclo que se vuelve memoria, cuando hace
referencia a este objeto que permite visualizar todos los tiempos en uno. Para
esto dirá Bolívar:
…en el ciclorama emerge de nuevo la figura de
Miranda, cargando su propio tiempo con él. Un tiempo que nada tiene que ver con
nuestra época. Boves murió lanceado en 1814, Miranda murió en una prisión en
Cádiz dos años más tarde, pero la distancia que hay entre ambos es inmensa.
Boves es mi contemporáneo. Miranda es tan remoto como un cónsul romano. Está
separado no sólo de nuestro tiempo sino de nuestra geografía, y especialmente
de nuestra atmósfera (Szichman, 2004: 224).
El
ciclorama, en contraposición al orden de la historia, será puesto en escena a
través de la memoria, que es también una suerte de nostalgia y de melancolía
por los sucesos que fueron y que ahora vuelven a posarse en una conciencia que está plegada a
un presente de amargas decisiones e incontables desaciertos, ante los sueños
libertarios. De allí, la negación hacia lo propiamente cronológico que simboliza el tiempo lineal. Será la novela histórica
la que traiga todos estos aspectos desplazados, acaso negados por el discurso
oficial dominante. Pero también podríamos pensar que es la novela como planteamiento
de la modernidad una suerte de ciclorama donde todos los tiempos confluyen.
En una
entrevista el mismo Mario Szichman declaraba abiertamente que una de las
ventajas que tiene la nueva novela
histórica sobre la historia es que nos evita la cronología, y que podíamos
visualizar “un episodio desde distintos
ángulos, y cada vez, mostrar mejor a los personajes” (Linares, 2012: 166)
Este
procedimiento dentro de la novela histórica se va diseminando desde distintos
planos y recurrencias. Discursos paralelos que
se van entrecruzando desde que comienzan hasta que termina con la muerte del Libertador, para
volver a su ciclo de origen. Y la historia, que está siendo representada por
sus actores, o actantes en un drama que constantemente huele a traición, se
tornará en discurso revisitado, podríamos decir deconstruído, resignificado,
para establecer desde esas mismas miradas otro sistema de signos culturales que
constantemente son dinamizados por estas novedosas propuestas narrativas de
corte histórico.
Sin embargo,
el mismo discurso oficiante y complaciente eclipsará todo intento por desmesurar los contenidos ofrecidos por el
cuerpo textual que será puesto en reiteradas ocasiones como episodios que en
nada contribuyen a ese otro discurso que se irá desperezando por los sujetos
que participan en el discurso narrativo histórico, cuando entren a un sistema
de signos de ordenación, y rechazará todo aquel contenido raro, o poco usual en
las ciencias historiográficas. En una parte del texto se dice:
Ordenamiento
desde los propios discursos oficiales que se abrazará a las glorias con sus
padres enarbolando una vez más las grandes batallas y empresas libertarias de
toda la América del Sur. De acuerdo a lo citado anteriormente, podemos inferir
los propósitos que la propia
historia ha venido construyendo. Se
trata de un corpus que arropa, pero
que al mismo tiempo desplaza no sólo el argumento que la propia historia ha venido consolidando, sino también el
ocultamiento de una historia personal, digamos amorosa, carnal y humana.
Bolívar como figura central dentro del texto es desplazado como cuerpo, y
puesto bajo los dominios supremos de la historia.
Esa Historia aplazará
todo intento de ese sujeto sensible que
padece, pero que además siente los
embates que el mismo documento soporta como evidencia para crear desde un
imaginario que se hará real cuando sus héroes asciendan y se hagan inmortales.
La inmortalidad, “que impide a una persona descansar tranquila en su tumba”
(Szichman, 2004: 219). Así los márgenes,
pliegues y periferias serán consumados en el olvido. Ni siquiera estarán
puestos al pie de las páginas; para ello
dirá Bolívar “Algo raro está ocurriendo. Primero los libros pierden páginas con
datos importantes. Luego se trastocan los tipos en una gacetilla” (Szichman,
2004: 252). Trastocar, que es igual a seleccionar u ordenar los contenidos de
la historia que debían trascender, y así construir referentes o constructos
fundacionales de las recientes naciones y posibles proyectos constitucionales
que también serán sometidos al
escrutinio emanado del poder. De allí que también se comience a precisar otra
de las historias poco abordadas, salvo algunas tentativas epistolares que
sostuvo el Libertador con la quiteña
Manuela Sáez, y que en la novela de Szichman encontrará asideros para representar
a un Bolívar que teme por los innumerables desaciertos acaecidos a su
alrededor, pero también a un ser desde la sensibilidad que solo el amor hace
posible. En este sentido, Bolívar nos dirá “Recién con Manuela llego al amor
adulto. Sólo a ella me atrevo a tocarla, sentirla, saborearla y enlazarla a mí
por todos los contactos” (Szichman, 2004: 45) Y desde allí, es de donde parte el sujeto que despliega todo un
referente acerca del amor, Manuela será Elena,
Eurídice: todos los nombres en uno. Bolívar, al igual que los poetas
románticos del siglo XIX, se abrazará a una sola propuesta: un ser desnudo ante
lo abominable del mundo. Y será Ella,
como diría Juan Sánchez Peláez “la que burla mi carne, la que solloza en
mi sombra, mi fuerza ante el paisaje. Ella,
nos dirá el poeta Manuela / Elena, es alga de la tierra ola de mar” (Sánchez,
1993: 53). Y será ella la que inicie ese gran viaje hacia la comprensión del
mundo y sus reiterados desafíos.
Bolívar
sucumbe ante la maga que lo desafiará constantemente en los devenires de la
historia y que también será desplazada
hacia los confines inesperados. “Será tan fácil” nos dirá el narrador “borrar
las huellas que dejó Manuela durante su estadía, mi amable loca” (Szichman,
2004: 255) y así se irán igualmente
esfumando todos los recuerdos a partir de una ensoñación que volverá siempre
desde la memoria del Libertador que hará como una especie de inventario, acaso
de escrutinio donde seguirá los pasos a sus enemigos y las palabras que su
amanuense recopilará u ordenará. Y su amada Manuela se despedirá en medio de
delirios y convulsiones. “sintiendo no tanto el temor de ese cuerpo adusto como
la dulzona piedad que recibirá en los años futuros. Me duermo seguro que al
despertar el cuerpo de Manuela brillará ausente en la reposera” (Szichman,
2004: 249).
Sin embargo,
nada puede hacer Bolívar para salvar a su amable loca del destino
retrospectivo, cuando será expuesta al escarnio público por sus detractores y
enemigos. Y dirá el Libertador “el hijo bastardo es reconocido, el militar que se ha excedido en su salvajismo es
amnistiado, el juez prevaricador es perdonado, el cura pecador es exiliado a
otra parroquia, las tierras confiscadas son devueltas, pero la amante
descarriada siempre termina en el muladar” (Szichman, 2004: 267).
Manuela
volverá a los silencios que deviene de
esa historia oficial y será confinada a la indeterminación más cruel. Cercenará
su voz en medio de los acontecimientos más adustos que solo son trazados desde
un poder omnímodo y gradual. Y así como ella, también lo será Bolívar: ajeno y distante como su voz. El
telón caerá desde una sucesión de espacios que solo la novela histórica abarca,
y seguirá extinguiéndose, y los espectadores de ese teatro volverán a su rutina
olvidándolos para siempre.
De esta
manera, la propuesta narrativa histórica de Mario Szichman es considerada desde
actitudes nacidas de la crítica y el cuestionamiento de los fundamentos
establecidos por el discurso histórico, en un planteamiento que si bien dialoga
constantemente con los hechos del pasado también arroja miradas que han
consistido precisamente en reinterpretar acontecimientos históricos de gran
relevancia. Así, de una manera celebratoria, se acude a nuevos horizontes de
reflexión, en torno a las figuras que han sido y que siguen estando bajo el
dominio oscurantista y oficial de la historiografía.
Otro de
los aspectos contenidos en la novela de
Szichman es el que tiene que ver con el
tratamiento del discurso histórico, y de qué manera se vuelca produciéndose
en una suerte de
irreverencia y cierta pauta irónica que da por sentada la forma
deconstructiva en cuanto a principios de composición narrativa clásica. Esos
principios comportaban entre sus núcleos de poder lo concerniente “a legitimar
y reproducir una noción de nación” (Pacheco, 2001: 210) el punto más resaltante
en reiteradas experiencias narrativas consideradas como su punto más resaltante.
En la novela de Szichman ese enfoque parece estar creando nuevas certezas de
diálogo. Es por ello, que esta novela podría
ser entendida en función de lo que la investigadora Margoth Carrillo ha
señalado, con bastante precisión, como el nuevo discurso histórico
contemporáneo y que se estaría considerando en novedosas propuestas literarias
con referentes históricos. Uno de ellos, es la capacidad de interrogación y una
aptitud crítica respecto al pasado. Para esto dirá Carrillo “En todo ello
observamos también un trabajo en el que se incorporan, niegan, afirman u omiten
aspectos de la tradición literaria o de la historia, en aras de proponer una
idea de la novela o de la misma realidad quizá mucho más densa y compleja que
la anterior” (Carrillo, 2004: 143). Ahora es necesario preguntar ¿Qué aspectos
se pretenden “incorporar, negar o afirmar” con la nueva novela histórica que no
fueron considerados en su momento por la tradición literaria, y que ahora, con estas nuevas experiencias narrativas, se
intentan abordar de manera real y con cierta aptitud crítica que ha emergido de
la propia conciencia de un sujeto que ha brotado desde un universo de
significación y sentido? Con esta formulación se estarían asomando otras
dimensiones que sería conveniente
revisar en posteriores investigaciones, abriendo sucesivos horizontes acerca de
la novísima novela histórica.
La novela de
Szichman se teje en torno al argumento histórico que será puesto, en reiteradas
ocasiones, en un constante diálogo para resignificar los acontecimientos que
devienen en sentido. Dentro del hilo discursivo, los personajes asumen una voz que proponen una versión de la historia y de
sus circunstancias, que los definen y los dinamizan como sujetos y no como
simples recursos narrativos. Con esa premisa, la historia como argumento cobrará un nuevo sentido y nuevos códigos se
abrirán para su comprensión. En relación al diálogo, Carrillo dice que es una
forma primordial de abordar la historia, de explorar y profundizar en un tiempo
y en una tradición que se actualizan y cobran vida, sin restricciones en el cuerpo textual” (Carrillo, 2004: 148).
En Las dos muertes del General Simón Bolívar
esa tendencia se establece en la medida en que los personajes no son meros
instrumentos o recursos propios de la narración, sino que poseen conciencia y
se mueven en una trama donde reflexionan sobre ese mismo discurso oficial en que están inmersos.
Además, analizan el destino que los
glorificará o los sepultará bajo un cúmulo de escombros discursivos.
Los personajes
cobran otro significado a partir de su enunciación de sujetos que poseen voz y
que determinarán su propio destino. Es por eso que la nueva novela histórica
versará sobre estos eventos que si bien revisan o cuestionan los sucesos del
pasado también inauguran acontecimientos que solo la narrativa histórica
contemporánea es capaz de relatar. Sin lugar a dudas crea una especie de
distanciamiento sobre estas dos formas de narrar. Creemos que la nueva novela en la historia se
producirá desde la certeza y la cercanía de nuevos horizontes que sobre el
pasado se han tenido, y con ellos, la posibilidad de precisar nuevas miradas de
comprensión y diálogo. Sin caer en una suerte de especulación seudo temática
acerca de estas novedosas e inteligentes propuestas narrativas, pensamos que ciertos episodios de nuestra historia y
de las historias de nuestro contexto aún siguen siendo revisitados como
consecuencia de los innumerables desaciertos que la misma historiografía ha
pretendido desde sus torres de marfil hacernos leer y comprender como parte de
su campaña que ha silenciado sistemáticamente las otras versiones sometiéndolas
y expurgándolas de todo signo raro o poco habitual. Quizás se deba, en parte, a
que estas experiencias narrativas con referentes históricos constantemente
siguen estando bajo la mirada colectiva con el fin de “ofrecer nuevas versiones
estéticamente retrabajadas de lo ya sabido” y someter a la memoria – colectiva,
también un sistema de imágenes culturales siempre en proceso de reconstituirse
– a un nuevo escrutinio, cuestionador y resemantizador” (Pacheco, 2001: 211).
En este sentido, la novela Las dos
muertes del general Simón Bolívar del
escritor Mario Szichman celebra desde la otra orilla nuevos horizontes que han
permitido la adopción de novedosas estrategias que nos acercan a nuestra
historia: esta vez sin ambages, ni sombras.
Referencias
Bibliohemerográficas:
Bravo,
Víctor. 2007. El señor de los tristes y
otros ensayos. Caracas: Monte Ávila.
Carrillo,
Margot. 2004 “La novela histórica las
posibilidades de un género”. Revista CONCIENCIACTIVA.
Nº 6. Pp. 128-153.
Hernández
Carmona, Luís Javier. 2011 “El proceso independentista venezolano; una lectura semiótica”. Revista Ágora. Nº 27. Pp. 99- 118
Linares
Simancas, Juan Joel. 2012 “Entrevista a Mario Szichman La historia latino- americana está por hacerse” Revista Ágora. Nº 30. Pp. 164-175.
Pacheco, Carlos. 2001 “La historia en la
ficción hispanomericana contemporánea: perspectivas y problemas para una agenda
crítica.” Revista Estudios. Nº18. Pp.
205-221. Sánchez Peláez, Juan. 1993. Poesía. Caracas Monte Ávila Editores.
Szichman,
Mario. 2004. Las dos muertes del general
Simón Bolívar. Caracas. El Centauro Editores.