Mario Szichman
Mucho
antes de convertirse en La Abanderada de los Humildes y en La Jefa Espiritual
de la Nación, Eva Perón fue astronauta. En cuanto al presidente Juan Domingo
Perón, además de ser el Primer Trabajador, el Primer Pedagogo y el Primer
Filósofo, fue galardonado por su ministro de Educación, Oscar Ivanissevich, con
el título de galeno honoris causa. Ivanissevich señaló, en prosa, que
Perón “sin ser médico con título
habilitante, tiene un profundo conocimiento de la medicina y del hombre y lo
comprende en toda su extensión psicofísica y social”. Si destaco que la mención
fue en prosa, es porque Ivanissevich solía escribir sus discursos en versos
pareados.
El
menos conocido de los roles desempeñados por Eva Duarte de Perón es quizás la
Evita del radioteatro, donde actuó como astronauta. Según contó el ensayista
argentino Juan José Sebreli, cuando él tenía catorce años “impulsado por la
curiosidad de conocer a una actriz que había logrado una súbita popularidad
después de haber deambulado varios años por broadcastings
de ínfima categoría” descubrió una radionovela titulada Quinientos años en blanco. Era “una obra de ciencia ficción acerca
de un viaje al planeta Marte realizado por un grupo de astronautas, entre ellos
una intrépida mujer encarnada por Eva Duarte” .
El
peronismo de la primera época (1946-1955) puede considerarse el gobierno del
delirio. Nunca nada semejante existió antes en la Argentina. Y nada parecido
existió después.
Tuve
el privilegio de vivir los primeros diez años de mi vida bajo el peronismo, un
movimiento político que sigue gobernando la Argentina, aunque privado ahora de
su aura mágica.
Mi
primera partida desde la Argentina al espacio exterior ocurrió en 1967, cuando
tenía 21 años de edad, apenas me dieron de baja del servicio militar. Recalé
primero en Colombia (Bogotá y Barranquilla) y luego me enamoré de Venezuela,
país en el que vivo más tiempo (virtual) que el tiempo real que dedico a Nueva
York. Sin embargo, estoy convencido que el realismo mágico genuino no pertenece
al Caribe sino a Buenos Aires. Los grandes entre los grandes, Enrique Bernardo
Nuñez (Cubagua y La galera de Tiberio) Alejo Carpentier (El reino de este mundo, El
siglo de las luces, Viaje a la
Semilla) y el Gabriel García Márquez de Cien
años de soledad, mostraron una extraordinaria fantasía en sus creaciones,
pero ninguno logró superar el realismo mágico del primer peronismo.
Cuando
escribí Los judíos del Mar Dulce (mi
entrañable segunda novela) me faltaba bibliografía. Necesité cuatro décadas,
muchos libros publicados en esos años, y la impecable reedición de la profesora
Carmen Virginia Carrillo, para descubrir que había reposado sedentario sobre un
reino tan prodigioso como El tesoro de la
juventud. Ese reino, que luego recreé en A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad necesitaba como
ilustrador al Bosco de El jardín de las
delicias, especialmente el tercer tríptico, donde aparece un cuchillo
seccionando un par de orejas.
Entiendo
la fascinación de los lectores por el mago Melquíades, por Henry Christophe,
por Victor Hughes, por la idea imperial del futuro de América Latina reflejada
en La galera de Tiberio, por el
pasado de la conquista y el lúgubre presente reencarnado en los personajes de Cubagua . Pero ¿cómo se ubican esas
producciones literarias frente a una realidad como la peronista? Únicamente Los viajes de Gulliver pueden mostrar
esa época, pues el peronismo remodeló la Argentina a su imagen y semejanza, y
se anticipó a la isla de la fantasía.
Como
comenté en un post anterior, entrevisté en cierta ocasión a Ira Levin, el autor
de El bebé de Rosemary y Los niños de Brasil, entre otras novelas
memorables. Los niños de Brasil tiene como protagonista a Josef Mengele, el
médico nazi que hacía experimentos con gemelos univitelinos en Auschwitz. Cuando le comenté a Levin que si hubiera
visitado la Argentina unos años antes habría podido conversar con Mengele, sus
ojos se le pusieron redondos como platos. Pues resulta que Mengele, además de
Adolf Eichmann (acusado de enviar a las cámaras de gases a seis millones de judíos),
y varias docenas de nazis muy importantes, se pasearon por las calles de Buenos
Aires sin problema alguno. El propio Perón admitió al periodista y escritor
Tomás Eloy Martínez que “Entre 1945 y 1949 les abrí los brazos a muchos de los
pobres muchachos que escapaban de un país humillado y derrotado como era la
Alemania de aquellos años”.
Martínez
comentó luego que Perón “Había llenado la Argentina de nazis y no se
avergonzaba de su hazaña. Exhibía, orgulloso, una panoplia de amistades a las
que llamaba “heroicas”: Skorzeny (el aviador que había liberado a Mussolini de
su prisión en el Monte Sasso), Kurt Tank, Eichmann, Edward Roschman (conocido
como ´el verdugo de Riga´) y un extraño veterinario al que el general
identificaba como Helmut Gregor y que, según supe luego, era Josef Mengele, el
siniestro médico del campo de Auschwitz”.
GULLIVER EN EL PAÍS DE LOS
GIGANTES
Hay
un artículo muy interesante de Ana Longoni titulado “Arquitectos de la
desmesura”, que alude a los proyectos edilicios y arquitectónicos del primer
peronismo.
Una
de las ideas fue formulada por el ingeniero Ramón Asís, quien fue vicegobernador
de la provincia de Córdoba. Su ilusión era construir edificios públicos en
forma de estatuas de Juan y Eva Perón para “crear una arquitectura simbólica
justicialista que refleje el sentir, pensar y vivir de las masas argentinas”.
El llamado “simbólico justicialista” intentaba “reflejar la estructura psíquica
del hombre argentino a través de un anteproyecto de edificio hospitalario donde
predominaría la forma escultórica de Eva Perón”. El objetivo era hacer florecer
en el espectador “la caridad, la abnegación, el amor al prójimo y el
desinterés”.
El
anteproyecto estaba ilustrado con varios dibujos. “Una gigantesca figura de Eva
Perón estaba de pie sobre el techo bajo del edificio. Sus formas agraciadas tenían un sentido de
esbeltez triunfadora. La mano diestra se alzaba en alto, en actitud de
salutación, acarreando el presentimiento del porvenir. En la izquierda
sostenía, de manera blanda, femenina, una paloma, simbolizando la ternura, la
lealtad y la paz. En otro sector del techo bajo del edificio estaba la figura
del general Perón vestido de overol, y con una herramienta en la mano imposible
de identificar”.
También
emergía en los dibujos el corte transversal de ambas esculturas. “En la cabeza
de Eva Perón se hallaba el centro neurológico del edificio, desde el cual se
fijaba el rumbo de la Nueva Argentina”.
A su
vez, un urbanista había diseñado el plano de Ciudad Evita copiando el perfil de
la difunta. De esa manera, desde el aire podría reconocerse “su efigie
inmortal”.
Todo
era justicialista en la Argentina justicialista. Una famosa camioneta había sido bautizada
Rastrojero Justicialista. También había una cátedra de fisiología
justicialista, luego que un famoso
fisiólogo, Bernardo Houssay, quien enseñaba la fisiología a secas, fue echado
de su cátedra por antiperonista. (Houssay ganó el Premio Nóbel de Medicina en
1947, un año después que Perón llegó a la presidencia).
Estaba
en ciernes la fabricación de energía atómica justicialista con fines pacíficos,
gracias al profesor alemán Ronald Richter. La energía atómica vendría
encapsulada en botellas de un litro y de medio litro, similares a las que hasta
ese momento contenían leche.
Por
su parte, Carlos Vicente Aloé, gobernador de la provincia de Buenos Aires,
dispuso que todos los cuerpos celestes descubiertos en el observatorio de Eva
Perón (así se denominaba la ciudad de La Plata) fuesen “consagrados a Eva Perón
e identificados con nombres que exalten sus virtudes”. Poco después, tres
cometas peronistas fueran denominados “Abanderada”, “Mártir” y “Descamisada”.
Los
ciudadanos de cada país necesitan una ilusión para avanzar hacia el futuro.
Eichmann, tras ser capturado por los israelíes, expresó en interrogatorios que
la ilusión de los alemanes se concentraba en la Autobahn, una autopista que
atravesaría todo el país. Eichmann no ingresó al partido Nacional Socialista de
Alemania con la esperanza de enviar a los judíos a las cámaras de gas sino
porque el Führer le había prometido la construcción de la Autobahn. A su vez,
el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy sabía muy bien cómo alentar el
optimismo de sus compatriotas al prometer que su país superaría la última
barrera humana, la barrera espacial.
Bueno,
en la Argentina del primer peronismo todos estaban convencidos de que el cielo
era el límite porque todo era gigantesco. Recuerdo la propaganda de la tintura
La Carmela. Mostraba la cabellera de una bella mujer. Un hombre diminuto
vestido de pintor trepaba por la cabellera de la dama con ayuda de una
escalera. Si las proporciones eran correctas, y el pintor tenía una estatura
normal, la cabeza de la mujer debía medir por lo menos cincuenta metros de
altura. Curiosamente, era un tamaño similar a
las cabezas que pensaban erigir de Eva Perón y de su esposo, el
presidente Juan Domingo Perón, de acuerdo a los anteproyectos de ley destinados
a construir sus monumentos. En esa época gloriosa de la Argentina, la doctrina
justicialista competía con el marxismo, el liberalismo, el nazismo y el
fascismo tratando de conquistar los corazones. Y si todo iba de acuerdo a lo
programado por el primer gobierno peronista, el justicialismo derrotaría a las
otras doctrinas, pues eran extranjerizantes. Además, carecían de las
dimensiones gigantescas de la mujer cuyo cabello lucía los matices de la
tintura La Carmela.